Periodismo y redes sociales en Cuba: ¿responsabilidad individual o excesos colectivos?

Oni Acosta Llerena
14/1/2019

El uso de las redes sociales (RS)en Cuba va en ascenso, en franca armonía con lo cambiante del mundo moderno, las exigencias tecnológicas de una generación y la no dependencia en muchos casos del discurso tradicional en cuanto al denominado mass media en buena parte del planeta. Las redes sociales, nos gusten o no, tienen un verdadero impacto en millones de personas y a través de una sofisticada y meticulosa articulación y manipulación, inducen gustos de variada índole: crean tendencias en disímiles direcciones y no pocos caminan ciega y pasivamente como zombies por los senderos no tan libres ni espontáneos que nos diseñan quienes están detrás de todo esto. La aparición y consolidación de las RS van unidas a una idiotización de gran parte de la sociedad como sentenciara Umberto Eco,  y señalan hacia un retroceso intelectual donde en muchos casos, se destruyen ideologías propias y se crean verdaderos mundos de ilusionismo barato.

 "La aparición y consolidación de las Redes Sociales van unidas a una idiotización de gran parte
de la sociedad como sentenciara Umberto Eco". Ilustración: Internet

 

En Cuba esta manera sutil y light de ver el mundo ha llegado, y miles de jóvenes sucumben ante tanto oropel, inclusive trastocando valores universales en pos de buscar desenfrenadamente una tendencia a la cual asirse. O, simplemente, la fascinación visual de un mundo real —aunque a veces edulcorado— les hace disparar la adrenalina necesaria para convertirse en adictos a este lenguaje. Más no intento demonizar a los jóvenes cubanos que buscan en las RS a sus ídolos como fórmula meramente adolescente como nuestros padres buscaban en los LPs y nuestros abuelos en la radio y salones de las sociedades de entonces. Mi preocupación viene dada por la tendencia —a mi juicio peligrosa—, de que muchos de nuestros jóvenes líderes de opinión usan las RS como pasarelas, cayendo en lo mismo que critican cuando practican su labor de comunicadores sociales, quebrantando la línea de quien dicta y recibe los contenidos en RS.

¿Es un periodista cubano una estrella de la moda o el cine? ¿Es un ejecutivo o directivo cubano un play boy? ¿Qué se pretende cuando posteamos fotos de pasarela en eventos donde se asiste de manera oficial, o cuando se ejerce el periodismo?

No debe confundirse la vida privada con la profesional de los entes públicos, dígase periodistas, directivos o ejecutivos, tendencia muy mezclada en nuestros tiempos y entorno locales. Por ejemplo, si buscamos perfiles en RS de profesionales de otros medios en diversos países, veremos las notables diferencias de la NO publicación de eventos tan comprometedores, que incluso puedan dañar la reputación o prestigio de los medios para los cuales trabajan, los que en algunos casos les exigen firmar contratos de exclusividad o cláusulas específicas para el uso comedido de las RS y la no publicación de contenidos contrarios a ellos ni a sus políticas editoriales.

En otros contextos, donde prima el efecto mercantil y en contraposición con aquellos que tanto esgrimen (sin saber, claro) la supuesta libertad de prensa, queda prohibido que sus periodistas generen escándalos de diversa índole, sean captados en escenas complejas donde pueda verse comprometido el medio propiamente, así como su repercusión comercial incluyendo valores en las Bolsas (de tenerlos, claro está). Por tanto, nada que afecte intereses económicos o de tipo penal puede ser dejado a la casualidad por culpa de una foto en RS: hay mucho en juego.

Pero si lo analizamos desde la praxis propia del lenguaje de las RS, tiene un sentido bastante justificado: si usted es el periodista o analista de una trasnacional de la información y se ha posicionado como tal en una determinada rama profesional, donde además tiene miles de seguidores, no es un hecho sin importancia que en su perfil aparezca acariciando mascotas, posteando frases de autoayuda de Pablo Coelho o destacando y rodeado de licores caros de cada evento al que asista. Se trata, como diría mi profesor de guión del ISA, una situación de diégesis elemental.

Pienso que en el caso cubano se han excedido ciertos límites que nada tienen que ver con la realidad. Por ejemplo, en mi especialidad, la música, hay tendencias de algunos jóvenes periodistas de abordar con una notable segmentación en sus gustos personales, aristas bien peligrosas y farandulescas, muy populistas, a las cuales se pretende arropar con un manto de falso academicismo o seriedad. No nos confundamos: lo banal es banal y lo serio dista mucho de parecérsele, por más que se intente. No todos son maestros, no siempre innovar es sinónimo de talento, no todos son afinados, no puede pretenderse u homologarse culturalmente un concierto en un teatro ante 5000 personas que una presentación en un bar a las 11 de la noche, ante 100 almas como máximo. No sería correcto, en definitiva, equiparar expresiones profesionales y banales, en primer lugar porque ello entrañaría una involución del concepto cultural, un retroceso de lo que estamos tratando de defender: la institucionalidad.

No debe confundirse la vida privada con la profesional de los entes públicos, tendencia muy mezclada
en nuestros tiempos y entorno locales

 

En la música existen jerarquizaciones y —sobre todo— deben buscarse equilibrios donde no siempre se publicite lo que le gusta al que se hace eco de la noticia: al profesional de la prensa. Pienso que no debe silenciarse el arte de un pianista cubano triunfando en Marciac, en pos del cantante de moda; ni deben obviarse expresiones tan autóctonas como el changüí para favorecer al merengue electrónico, carcinoma que nos invade y encuentra un eco inusitado en algunos sectores de nuestra prensa. Si además sumamos el hecho visual de que algunos de nuestros profesionales no esconden sus simpatías personales y sus RS están colmadas de bacanales sin frenos y mal gusto musical, entonces no puede esperarse otro resultado que la no credibilidad. Esto, que sería ya penoso en un contexto normal, rechina doblemente en el  nuestro, donde lamentablemente aún imperan ciertas carencias, y no precisamente materiales, ni se ha entendido a cabalidad el uso responsable de las RS: la desidia y el no entendimiento por algunos de nuestros medios de comunicación ha ido desencadenando —pienso— un efecto de brazos cruzados ante una nueva manera de imponer otros gustos y estéticas, paralelas y sin basamentos sólidos, donde están ausente el debate y el pensamiento, favoreciendo un mensaje eminentemente de corte simplista y figurativo lo cual es una completa dicotomía en estos tiempos donde se debate tanto en nuestro país. Creo que traspolar a RS fotos de comidas en restaurantes y fiestas así como los típicos y quinceañeros posts de "noche de chicas" o "tardes de café" no pueden ser el tope de aquellos que vemos o leemos con un discurso tan asimétrico en nuestra prensa, inclusive algunos utilizando dispositivos y recursos que les han sido facilitados por sus redacciones para el desempeño de sus labores. ¿Es esto normal? ¿Se defiende y se es crítico sólo cuando se trabaja? ¿Es un personaje de teatro lo que vemos? ¿Cómo desentrañar en qué momento opera el periodista y en cual otro su doble banalizador? ¿Cuál de los dos es el verdadero?

Creo que el intercambio de roles resulta fatal en estos casos, motivado unas veces por excesivos arranques de idealismo y otras por frenéticos deseos, de ahí el evidente contraste entre unas situaciones y otras. Lo más racional sería el uso y potenciación coherente de todo esto, donde cada cual utilice las RS como le convenga y piense, pero lo haga acorde a su sentido de pertenencia y militancia y con la responsabilidad social que se tiene cuando se es un profesional de la prensa. Tal vez por la grandeza de nuestro sistema social no sea necesario llegar al punto de imponer cláusulas ni contratos sobre su utilización en nuestros medios de prensa como medidas de contención. En todo caso, sólo el tiempo dirá qué fue o no, lo mejor.