Que prendan el mechón…

Emir García Meralla
22/12/2016

La carretera central, que llegaba a todos los rincones de la isla desde el Cabo de San Antonio hasta la Punta de Maisí, resultaba ya inoperante en los años setenta ante los planes y visión de desarrollo que se estaban gestando. Las autopistas, con su diversidad de carriles en ambas direcciones y sus cruces elevados, representaban ahorro de tiempo y recursos motores a las economías modernas; y Cuba necesitaba una autopista para poder avanzar en la ruta del desarrollo, para que el transportarse de una punta a otra de la isla fuera cosa de menos tiempo. Todo el talento necesario de que se dispusiese debía estar en función de esta tarea crucial.

Orquesta Monumental
 

Había que romper montes y ciudades, cambiar el curso a los ríos; sobre todo eso: romper mucho monte; y para este fin estaba disponible el esfuerzo de decenas de hombres y mujeres que no lo pensaron dos veces. A fin de cuentas, el socialismo era un sueño al que habíamos apostado todo.

Las condiciones en que se comenzó a ejecutar el trabajo eran las menos favorables. Se dormía en camiones, a la intemperie; se degustaba el rancho a cielo abierto, y se tenía por compañía adecuada a toda una legión de insectos y especies que dañaban la piel, pero no hacían mella en la voluntad de construir la Autopista Nacional; o como se le conoció públicamente: las ocho vías. Y para cerrar el ciclo de las dificultades, sería el mechón de luz brillante la fuente de luz más socorrida y usada por los involucrados en esta tarea.

Y como todo el talento y el esfuerzo de la nación estaban en función de ella, los músicos pusieron su grano de arena, o su palada de notas, y por sobre todos sobresalió una orquesta que fundaron algunos inspirados en el nombre de otra de las carreteras cubanas del momento: La Monumental, que era como se había denominado al tramo de la Vía Blanca que cruzaba más allá del poblado habanero del Cotorro, y que sería uno de los cruces de entrada a la nueva vía.

Para ese entonces, el ritmo de merengue estaba de moda en parte del arco caribeño y existían dos corrientes dentro del género: una apegada a la tradición, donde destacaba la voz de Juan de Dios Ventura; y otra más progresiva, donde la fuerza estaba en los ataques de las trompetas por sobre los saxófonos, y que lideraba Wilfrido Vargas. En aquel momento, quien quisiera montarse sobre la ola merenguera debía seguir uno de esos caminos. La Monumental apostó por el primero, era más cómodo de imponer entre los bailadores cubanos.

Para comienzos de 1972, las emisoras de radio se vieron invadidas por la fuerza del tema insigne de la Orquesta Monumental: “El mechón”, y su súper coro “… que prendan, prendan…”, que llenó todos los espacios posibles de la vida nacional. Para el bailador de ese entonces, esta pasaría a ser la orquesta del momento, y el tema de marras le abriría las puertas a una carrera de corto aliento donde sobresaldría la voz de Arturo Clentón.

Pero el mechón fue mucho más que un tema bailable en tiempo de merengue. Fue una filosofía de vida y una expresión de la moda de aquellos tiempos. Los músicos de la orquesta fueron los primeros artistas cubanos en salir en la televisión con un “especdrums”, con pantalones bataola (una forma exagerada del pantalón de corte acampanado) y usando zapatos de altas plataformas.

Sin embargo, desde hacía algunos años era en las fiestas de carnavales ─que se habían trasladado del mes de febrero para el mes de julio─ donde se debía ir a demostrar hasta qué punto se gozaba del favor del público bailador; hasta dónde era cierto el hecho de ser una orquesta de probada popularidad.

Esa prueba de fuego la enfrentarían los músicos de esta orquesta, al mismo tiempo que se daba por terminado el primer tramo de la autopista que uniría a La Habana con el poblado de Güines.

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