Réquiem por los años pasados y la música derramada

Emir García Meralla
4/11/2016

Esta es una tarde de octubre cualquiera. Acordemos que es en la segunda quincena. Seamos más exactos y digamos que es la tarde del día 20 de octubre. No precisemos año; pero bien pueden ser 30. Es un buen número de años y de octubres.

Definamos un lugar. ¿Qué tal en la vieja casona de la avenida del puerto? Aquella en la que los escalones crujen ante el paso firme y vigoroso de algunas centenas de jóvenes, que cada tarde se reúnen lo mismo en la planta baja que en el entresuelo de esta antigua vivienda colonial. La vestimenta no es importante.


Eduardo Sandoval. Foto: AHS

Todos los presentes tienen intereses distintos: unos vienen atraídos por la curiosidad, otros son habituales del lugar e intercambian saludos cómplices con las personas que allí trabajan; son ellos quienes se malcrían mutuamente y hasta se permiten las licencias de la confianza. Una taza de té o una infusión no valen más que unos centavos.

Los presentes, en su gran mayoría, sueñan con tomar por asalto esa parcela de la cultura nacional en la que tienen puestos sus sueños y esperanza. Hay libros comunes, poesía mal escrita, vulgar y refinada. Cualquier tarde puede estar entre los parroquianos un escritor de moda o, al menos, uno que recién ha sido premiado; o simplemente está el que se inventa su leyenda literaria, o aquella muchacha que además de querer ser actriz o cantante, escribe poemas infames —con el paso de los años será mejor cantante que poeta y actriz—. Alguien tiene su propio séquito de seguidores por su sabiduría cinematográfica. Hay quien sueña ser la Maga de Cortázar, también hay “famas y cronopios” con actitud virgiliana. Otros descubren a Humberto Eco y con una sola lectura se creen exégetas de la cultura nacional. Algunos son los muchachos de la Brigada Hermanos Saíz, antecedente de la Asociación del mismo nombre, otros buscan un espacio, y hay quien, además del polvo de un oficio, escribe bellas canciones.

Aún la Nueva Trova y los novísimos importaban estéticamente y los topos esperaban su hora para ver el sol. Amar lo que no estuviera fundamentado estéticamente en los libros podía significar una excomunión cultural; aun así, había quienes no temían a la ira de los culturosos.

Treinta años después encuentro a alguno de aquellos que vivieron esas emociones. Cargamos canas, alguna barriga que nos deforma, y la calvicie es el signo que nos identifica. Unos lograron el sueño de tener un espacio en la cultura, solo que al madurar entendieron que los conceptos dependen de la buena fe de la vida y la reflexión. Hay quienes pusieron tierra, mar y nostalgia entre los sueños y la vida.

No es la vieja casona colonial. Ella ahora es un museo del cual fueron borrados los recuerdos y la memoria de aquellos años vividos. Estamos acorralados —espacialmente hablando— entre lo que fuera una pizzería que nos arropó el hambre en las madrugadas y un escenario que extrañábamos.

Los de hoy, los de la Asociación (que así le seguimos llamando), tienen sueños parecidos a los nuestros desde su altura. Hoy el sentido elitista pasa por entender que la trova sigue siendo inmensa, aun cuando ya la Nueva y los ismos que la acompañaron quedaron a disposición de estudiosos y dejaron de ser una etiqueta, para fusionarse con otras corrientes y escuelas, sobre todo, musicales.


Orquesta danzonera Miguel Faílde. Foto: AHS

Ya bailar no es una vergüenza. En estos tiempos todo se baila y canta al son de otra Mateodora, la leña está rajada por el uso de las nuevas tecnologías y el éxito tiene nuevas puertas, aunque los libros y una pizca de cultura (como la pimienta) sean el camino a la luz de un saber que se volverá infinito.

Bebemos, los de ayer y los de hoy, como siempre lo hemos hecho, a pico de botella o con el mismo vaso para una decena. Hay quien logró hacer su película, quien grabó el disco de sus sueños y allende los mares, en una pared, colgó sus recuerdos; o quien al fin consiguió darle rostro a sus sueños de dramaturgo.

Pero esta noche de octubre estamos, 30 años después, los vivos, los que regresaron al puerto de partida, los hijos de algunos de nosotros (y hasta los nietos), que tienen los mismos sueños, o simplemente nos acompañan para verificar hasta dónde son ciertas nuestras leyendas y si de verdad estrechamos las manos de aquellos que lograron el sueño.

No hay foto de familia, aunque alguno que otro trate de atrapar el momento. Solo sé que podremos volver a encontrarnos, dentro de algunos años, los que estén; y haremos otros ejercicios de memoria, más profundos que este por el desgaste físico e intelectual. Los que vinieron después se verán como nosotros hoy, se aferrarán a sus recuerdos y tendrán la misma ansiedad de esta noche, sus calvas y barrigas, y hasta traerán a sus hijos o nietos.

Nosotros fuimos los chicos de la Brigada; ellos, los de la Asociación, y los del futuro… los del futuro tendrán tiempo de definir sus sueños y nombrar las cosas a su manera.

El mes de octubre seguirá siempre corriendo una y otra vez en nuestras vidas; y el día 20 será el mismo para todos. El gran ciclo de esta cultura no ha de cerrarse en largo tiempo.