Resistir hacia el futuro. Un relato en primera persona

Isabel Cristina López Hamze
2/2/2017

Cuando supe que estaba invitada a la quinta edición del festival Magdalena sin Fronteras y que debía irme a Santa Clara del 10 al 20 de enero, estaba en un aula del ISA impartiendo una clase de teatro griego. Después de confirmar automáticamente mi presencia durante todo el tiempo, tuve que pedirles a mis alumnos de actuación, que también son mis colegas, que me permitieran adelantar el examen. Su indecisión se disipó totalmente cuando les expliqué que se trataba del Magdalena. Entonces, no solo adelantamos el examen, sino que me dieron múltiples consejos para mi estancia allí, y cuatro actrices, de las más entusiastas, también se fueron en esos días a Santa Clara.

El hálito mágico de Roxana Pineda, y la sabiduría y el rigor del trabajo de las maestras que, tradicionalmente, participan, así como las sospechas que siempre despiertan las reuniones de mujeres, están en el imaginario popular de la gente de teatro.En una conversación que tuve con Jill Greenhalgh, fundadora del Magdalena Project, le dije: “Todo el mundo en Cuba conoce al Magdalena sin Fronteras”. Ella se rió por lo hiperbólico de mi frase, algo que, en ocasiones, caracteriza nuestro lenguaje insular. Sin embargo, no es menos cierto que en el panorama teatral cubano todos han escuchado, al menos una vez, hablar de este evento matizado por una extraña mitología que lo hace más atractivo aún. El hálito mágico de Roxana Pineda, y la sabiduría y el rigor del trabajo de las maestras que, tradicionalmente, participan, así como las sospechas que siempre despiertan las reuniones de mujeres, están en el imaginario popular de la gente de teatro.

Luego de mi primer Magdalena, comparto mis propias fabulaciones sobre la experiencia. Fue un evento intenso, donde confluyeron conversatorios, demostraciones de trabajo, talleres, visitas a las comunidades y puestas en escena;  con una excelente organización liderada por Roxana Pineda, quien tuvo energías para actuar en dos de sus espectáculos y dirigir a un magnífico equipo integrado por los jóvenes del Estudio Teatral de Santa Clara y Teatro La Rosa. Se cumplieron con rigor los horarios y todas las actividades del surtido programa, fueron diez días de movimiento y aprendizaje. 

En la casa de la UNEAC de Santa Clara tuvo lugar el Espacio de pensamiento Vidas: Grupos, Teatro y Realidad. Allí las maestras y las participantes ofrecieron sus testimonios y se confrontaron los escenarios de mujeres de diversas partes del mundo. También se presentaron dos documentales que abordan la temática femenina desde varias aristas: Diálogo con mi Abuela, de Gloria Rolando, y Estoy viva…lo voy a contar, de Lizette Vila e Ingrid León, del Proyecto Palomas. La inclusión en el programa de estos materiales audiovisuales fue muy oportuna, pues generó el interés y la polémica entre los asistentes. 


Espacio de pensamiento Vidas: Grupos, Teatro y Realidad. Foto: Perfil de Facebook de Silvia Kater, una de las Maestras participantes.

Los espacios de pensamiento fueron importantes para conocernos, pero también para dialogar sobre temas que, en otros espacios convencionales, no son objeto de espontáneo debate. Tanto las intervenciones de las teatristas como la proyección de los documentales no se limitaron a la exposición de ideas, sino que cada presentación o historia de vida fue una chispa que encendió otras a su paso. Se habló de la violencia, de la discriminación racial, sexual, de la diferencia, de la relación con la institución o la oficialidad, de la soledad, del silencio, de la relación individuos-grupos, de las motivaciones y los comienzos, de la política y de la resistencia hacia el futuro. Lo significativo es que estos temas fueron generados desde una conciencia social, pero también desde el arte y el compromiso absoluto con el teatro. Es una pena que, por determinadas razones, algunas de las participantes cubanas no se integraran a estos diálogos fecundos y tan necesarios. 

Lo que más me gustó fue escuchar a las mujeres hablar en primera persona, escucharlas decir quiénes son y luego defender, desde esa posición personal, el teatro que hacen.Lo que más me gustó fue escuchar a las mujeres hablar en primera persona, escucharlas decir quiénes son y luego defender, desde esa posición personal, el teatro que hacen. Esa manera de comunicarse desde la intimidad y la fragilidad de lo que somos, me pareció transgresora y fuerte. Allí, oyendo a mujeres teatristas de Argentina, Noruega, Brasil, Dinamarca, Suiza, Colombia, Reino Unido, Australia, EE.UU., Puerto Rico, México, España, Chile y Cuba, comprendí el sentido político tan contundente de cada una de ellas y sus teatros. La visión de una cultura alternativa es más fuerte cuando se rompen los esquemas tradicionales, generalmente patriarcales, que nos obligan a expresarnos de forma impersonal en determinados espacios teóricos y a censurar las conexiones sentimentales. Aprendí en el Magdalena sin Fronteras que los análisis sobre lo político y lo real desde el arte, son más profundos y útiles cuando los pensamientos están conjugados con el alma.

Además del pensamiento, estos espacios estuvieron repletos de sensaciones y de imágenes. Se realizaron traducciones simultáneas a varios idiomas y también se tocó el piano, se habló en el lenguaje de los pies y de las manos. Esa mezcla de lenguajes se traduce, simbólicamente, en una multiplicidad de interpretaciones. Al inicio de las sesiones, o al terminar, casi siempre con un enardecido debate, una hermosa voz en cualquier idioma invitaba a escuchar, atentamente, un lenguaje común.   

Una de las aristas que más sobresale del Magdalena es su carácter pedagógico y la importancia que le concede a la enseñanza y el aprendizaje en cada una de sus ediciones. En esta ocasión, se impartieron ocho talleres ofrecidos por las maestras Julia Varley, del Odin Teatret, de Dinamarca; Cristina Castrillo y Bruna Gusberti, de Teatro delle Radici, de Suiza; Geddy Aniksdal y Anette Rode, de Grenland Friteater, de Noruega; Patricia Ariza y Norita González, de Teatro La Candelaria, de Colombia, Jill Greenhalgh, Suzon Fuks y Meg E. Brooks, del Reino Unido y Australia; Gwynn Mc Donald, de EE.UU.; Margarita Espada, de Puerto Rico, y Silvia Kater, de Silka Teatro, de México.


Raquel Carrió y Jill Greenhalgh (de pie); Julia Varley, Flora Lauten y Patricia Ariza (sentadas). Foto tomada del perfil de Facebook de Silvia Kater

Por azares del teatro me tocó participar en el taller Mensajes desde la profundidad del mar, con Julia Varley. Los quince talleristas teníamos una variedad apreciable. Éramos de México, Brasil, España, Ecuador, EE.UU. y Cuba. La mayoría eran actores, dos bailarines de Danza del Alma y yo teatróloga. La maestra se aprendió todos nuestros nombres desde la primera vez y nos brindó una atención especializada, a pesar del corto tiempo de duración del taller. Lo experimentado sobre el tabloncillo, sin dudas, nos va a servir a todos para futuras creaciones, ya sea desde la dirección, la actuación o la crítica teatral. Lo cierto es que en los talleres se comprende mejor la escena desde el cuerpo, se asimilan conceptos y procedimientos, y se estrechan vínculos profundos con una manera de hacer y de pensar el teatro.

Lo cierto es que en los talleres se comprende mejor la escena desde el cuerpo, se asimilan conceptos y procedimientos, y se estrechan vínculos profundos con una manera de hacer y de pensar el teatro.Uno de los talleres, El libro del espacio, conducido por Jill Greenhalgh, Suzon Fuks y Meg E. Brooks, presentó al público una muestra del proceso de trabajo. Las mujeres vestidas de negro cargaban cada una un libro grueso en diferentes lugares del espacio. Una banda sonora compuesta por música incidental, y voz y chelo en vivo, con la interpretación de Meg E. Brooks, se combinó con las proyecciones y la iluminación para crear un universo de sentidos. La imagen de la mujer cargando un libro sugiere poder, conocimiento, fecundidad; pero al mismo tiempo se logra una composición plástica que, aun despojada de sentido, ya es bella y sugerente. En la presentación del proceso de trabajo El libro del espacio, estaban las líneas del Magdalena convertidas en imágenes en movimiento, en enciclopedias cargadas por mujeres como se carga a los hijos, en libros-pájaros, en ráfagas de ideas y sensaciones. 

Las demostraciones de trabajo fueron otra vía de acercarse a la creación desde los procesos de construcción. Ruido y Silencio, de Geddy Aniksdal y Annette Rode; El Hermano Muerto, de Julia Varley, y Rito de Partida, de Daniele Santana, del grupo Contadores de Mentiras, de Brasil, fueron demostraciones especiales para develar esencias, motivaciones y metodologías de trabajo.


Ruido y Silencio, de Geddy Aniksdal y Annette Rode. Foto: Jorge L. Baños

Las 19 puestas en escena, en su mayoría, responden a una visión femenina del teatro. La autorreferencialidad y el trabajo con las biografías personales fueron constantes en algunos espectáculos. El uso de las tecnologías y la artesanía teatral, el teatro de objetos y de títeres, el clown, el teatro musical y las poéticas de investigación y experimentación, tuvieron espacios dentro del programa. Más allá del análisis de las calidades, los aciertos y desaciertos de las propuestas, considero que la muestra fue variada y representativa. Queda como propósito que las mujeres teatristas sigan acompañando sus historias con formas nuevas, y validen desde la escena el pensamiento y la acción.

Unas de las experiencias más atractivas y emocionantes del evento fueron los intercambios en espacios no teatrales, un asilo de ancianas y dos escuelas. Como parte de las acciones habituales de Teatro La Rosa y Estudio Teatral de Santa Clara, está el intercambio con las comunidades y la presentación de espectáculos teatrales para los niños. En esta ocasión visitamos las comunidades de Dolores y Güinía de Miranda, y se presentaron los espectáculos La cesta de los sueños, de Teatro del Puerto, dirigido por Milba Benítez, y La niña de la luna, de Teatro La Rosa, dirigido por Roxana Pineda. Estas puestas en escena abrieron el espectro del evento y colocaron en primer plano al público, específicamente a los niños que, quizás por primera vez, disfrutaban de una obra de teatro de un grupo profesional. 

La niña de la luna, de Teatro La Rosa. Foto: Jorge L. Baños

Para mí, una de las mayores virtudes del Magdalena es la perspectiva múltiple del encuentro, la mirada abarcadora y desprejuiciada a los procesos creativos. Desde su propio eje temático Vidas: Grupos, Teatro y realidad, se proyecta la curaduría del evento y también se perfilan los enfoques de los espacios de pensamiento. En estos tiempos donde se habla mucho de jerarquías y competencias, el espíritu del Magdalena es enlazar a todas las creadoras sin hacer distinciones de estéticas o procedimientos. Los diferentes espacios contenidos en el programa son igualmente atendidos y seguidos por los participantes sin privilegiar uno más que otro. Las sesiones de Espacio de pensamiento, las demostraciones de trabajo, los talleres, las puestas en escena y las visitas a las comunidades, se integraron como parte de una misma red que nos permitió entender el teatro como proceso, como tránsito constante. Esta variedad de proyecciones del trabajo creativo también nos proporcionó una visión compleja de la mujer artista en sus diferentes contextos, una idea de la resistencia que habita en cada una de nosotras; pero lo hace de una manera distinta, en consonancia con nuestros grupos, nuestros teatros y nuestras realidades.

Julia Varley dijo en una de sus brillantes intervenciones que el Magdalena es una red, entre la conjunción de las cuerdas hay un espacio vacío y ese espacio cada una lo llena con lo que necesita. Esa imagen me pareció muy reveladora, porque viví el Magdalena como un espacio para encontrarse con el otro, con otras miradas sobre el teatro y la mujer, pero sobre todo como un lugar para encontrarme conmigo misma. Para volver a la soledad y al silencio, para iluminar zonas dentro de mí que estaban apagadas. Algunas mujeres hablaron de la rabia, de la luz, de la curiosidad, o de la necesidad de la belleza como fuerzas motrices para seguir creando y pensando. Me queda descubrir, luego de diez intensos días y de vuelta a mis espacios cotidianos, cuál es mi fuerza, con qué llenaré ese espacio vacío de la red. Mientras tanto, escribo este relato en primera persona, desde los márgenes de mi incomodidad y desde mi identificación con esas Magdalenas que resisten hacia el futuro.