Revistas de música: asignatura pendiente

Oni Acosta Llerena
12/11/2019
Revista de música cubana fundada en 1986 bajo la dirección del musicólogo Idalberto Suco.
Foto: Granma

 

Hace poco tiempo, un amigo me comentaba el poco espacio que tienen en nuestro entorno las revistas especializadas de música y sus respectivas lecturas sobre el acontecer del género en Cuba. Quise explicarle y reclamar su atención, pero todo fue en vano: sus argumentos —aunque nada académicos— superaron mis intentos y renuncié a toda charla esclarecedora.

Y tiene razón, las revistas sobre música han ido decreciendo y, lo más lamentable, olvidando al lector medio con los años. Pero lo más preocupante es que, en un país donde la música es una cuestión de relevancia nacional, se exhibe menos de lo que debiera y se habla más de lo que debe ser. Porque, como diría una cita latina de cierto personaje romano que abracé desde mi juventud: verba volant, scripta manent, que quiere decir “la palabra vuela, lo escrito permanece”.

¿Por qué la casi desintegración de las distintas revistas de música en Cuba? ¿Por qué acudir a lenguajes más simplistas en torno al amplio complejo musical cubano?

Si nos remitimos a la historia, coincidiríamos en que, tanto el análisis como el tratamiento de temas faranduleros o sociales pujaban por sobresalir en épocas anteriores, y cada sector poblacional asumía su rol en la conformación del gusto que cada una de esas aristas proponía en sí misma, y todas convivían en una aparente y amalgamada armonía. Con la llegada de las nuevas restricciones que nos impuso el cerco económico externo, así como ciertas faltas de visión locales, algunas relevantes publicaciones musicales fenecieron, dejando a sus lectores —y al debate público— a la espera de un renganche o reoxigenación que pudiera ser la tabla salvadora de dichos proyectos. Así, revistas y publicaciones afines dejaron de imprimirse, y un nuevo escenario se impuso dando paso a un nuevo contexto literario e investigativo, cuyo resultado y visibilidad serían cero o, en otros casos, estarían próximos a su extinción. Y pregunto, ¿acaso no pudieron hacerse excepciones? ¿Hubo que prescindir de la mayoría de esas revistas?

Inclusive, en tiempos más recientes donde pudieron retomarse algunas líneas del trabajo editorial logrado en décadas anteriores, faltaron iniciativas contundentes que nos trajeran nuevamente aquellas aproximaciones al estudio medio de nuestra música, siendo lamentablemente la definitiva lapidación de ilustres o conocidas publicaciones que afloraron para bienestar del lector en Cuba. Tanta falta hacía un ensayo de Fernández Retamar como un simple cancionero, por citar los dos extremos en que podían navegar algunas publicaciones.

Nunca será tarde para saldar nuestras deudas, ni tampoco podrá verse como un repliegue cultural: todo lo que ayude a retomar el sendero al debate o a la información necesaria y eficaz sobre los procesos formativos y creativos de la música cubana será bien recibido. El silencio y el divorcio obligado que sufren las revistas de música de los años 90 no deben marcar a las nuevas generaciones, ni ser la tendencia de estos tiempos. Nuestra música merece más.

Tomado de Granma