Si el poeta eres tú… (II)

Emir García Meralla
24/2/2017

Los años setenta impusieron, entre otras, una frase en el argot popular: “…ser moderno… o estar en la onda…”, que de alguna forma reflejaba el espíritu de estos tiempos en que se estaban gestando algunas grandes revoluciones tecnológicas que se nos harán cotidianas en los años posteriores. La modernidad de la que hablaban los cubanos estaba asociada, sin ellos proponérselo, a la historia literaria de uno de los grandes cubanos de todos los tiempos: José Martí; él fue el refugio y a la vez el núcleo de una parte importante de algunos de los que por ese entonces fundaron la Nueva Trova.

Palabras como modernidad y onda eran asociables a la figura de Martí; sobre todo desde su actuar político y literario. Modernidad al ser considerado fundador de un movimiento literario netamente nacido en este lado del mundo; y la onda asociada a la leyenda que nos cuenta la lid entre David y Goliat, pero desde la perspectiva americana. Y aunque parezca desatinado, “modernidad, onda y David” serán términos que incidirán en el trabajo de algunos trovadores en los años setenta, quienes encontrarán en la poesía de Martí, fundamentalmente en sus Versos sencillos, motivos de inspiración.

Al menos unos diez discos con sus poemas se grabarán entre 1973 y 1979, y en cada uno de ellos los intérpretes mostrarán su propia visión del Apóstol, cómo lo sienten, lo interiorizan y lo viven.

foto de Julián Orbón compositor cubano-español
Julián Orbón, compositor cubano-español. Foto: Internet

Veinte años antes, el compositor cubano-español Julián Orbón había tomado los versos del poeta para, a modo de divertimento, incorporarlos a la popular “Guajira guantanamera”, de Joseíto Fernández. Conseguía así abrir la ruta de universalidad de esa tonada campesina —una universalidad que comenzó en los años sesenta en la ciudad de New York—, tal vez influido por la fuerte devoción martiana de alguno de sus compañeros del grupo Orígenes o por su amistad con el escritor Jorge Mañach, autor del imprescindible texto “Martí el apóstol”; lo que lo convertirá en el pionero de tal empresa. Sin embargo, el único punto de contacto entre su obra y la que se genera en los setenta será la presencia de casi los mismos poemas del libro Versos sencillos. Nada más.

Entre los discos más importantes grabados en esos años y que recopilan la poesía del más universal de los cubanos, hay cuatro que pueden ser considerados los más significativos. El primero de ellos es el grabado por los trovadores Mike Pourcell y Carlos Gómez, que aunque no alcanzó gran difusión se puede considerar toda una obra maestra por el uso que hace de grandes recursos orquestales, lo que muestra hasta dónde las inquietudes musicales de algunos trovadores y músicos cubanos de estos años superaban la idea del “trovador con su guitarra”.

En orden de importancia es obligado referirse al que grabará Pablo Milanés y que será el más conocido de todos. El hecho de que este compositor e intérprete se convierta en uno de los líderes fundamentales de la Nueva Trova, será pauta para que los medios de comunicación no pierdan la oportunidad de emitir hasta el cansancio cortes de este disco, fundamentalmente el poema “Un hombre sincero”. La voz de un Pablo que se sobrecoge ante la fuerza lírica de los poemas seleccionados –personalmente “Vierte corazón tu pena” y “Mi verso es como un puñal”— no dejaba dudas sobre la honestidad de su propuesta.

Si José Martí era la fuente de inspiración de esos años en cuanto a la expresión de nuestra nacionalidad, luego tocará el turno a Sara González y a Amaury Pérez Vidal.

En sus composiciones martianas, Sara cantará con todo el desenfado humano que le caracteriza y sus versiones solo serán opacadas por las de Pablo. Y es que para el público amante de esta música —que comenzaba a crecer en cantidad y calidad, rompiendo el mito de que era música para intelectuales y estudiantes universitarios— y de la Nueva Trova en general, él era insuperable.

Amaury Pérez tomará de Martí el poemario Ismaelillo, fundamentalmente —aunque ya Sara había hecho su versión del poema homónimo—, y lo recreará desde una perspectiva de vanguardia, bastante atrevida para esa época y que, junto al de Pourcell y Gómez, será una pieza de alta factura hoy raramente escuchada.

Eran los hombres y mujeres de la Nueva Trova. Eran tiempos en que los poetas entraban en nuestras vidas como nunca antes. Poetas de todas partes y todas las escuelas eran tarareados por hombres y mujeres de cualquier condición social, unos con más importancia que otros; pero la poesía nos acompañaba en todas las acciones y sueños de estos años setenta y la voz de los trovadores y/o cantautores se erigía en su voz.

Pero estamos en Cuba, una tierra donde los poetas —algunos buenos poetas—, estuvieron cerca de los trovadores, y donde algunos trovadores escribieron poesías insuperables y dignas de figurar en las más selectas compilaciones.

Esa poesía que nació en las noches de una bohemia musical, alguna vez se bailó, bien fuera en forma de danzones o de sones; y el son será el siguiente paso que seguirá alguna que otra poesía o que generará algún que otro poeta.

El verso se vive, se sufre y se suda igualmente de gozo en estos años setenta.