Sonatas cubanas para flauta y guitarra

Pedro de la Hoz
17/2/2017

Afortunado encuentro de la flauta y la guitarra hace apenas unos días en el teatro Martí. Por delante, la sobradísima calidad de los intérpretes, Niurka González Núñez y Joaquín Clerch, y el ya probado sendero abierto por el inmenso Leo Brouwer al dedicar en 2009 una obra a ambos instrumentos. Tres nuevas obras, en estreno mundial, solicitadas a igual número de compositores cubanos —Juan Piñera, Roberto Valera y Orlando Vistel— redondean la entrega. Sonatas cubanas para sonar a dúo y enaltecer el sonido de la Isla.


Foto: Kike

Piñera halló inspiración en los versos de Juana Borrero (1877-1896), la poeta adolescente que se consumió de fiebres y amor en el exilio durante los días de la última guerra contra el colonialismo español. La fugacidad de esa existencia se traduce en la Sonata, de Piñera, mediante los claroscuros de un dilatado y sugerente diálogo entre la flauta y la guitarra que desemboca en un movimiento de estremecedora vivacidad.

La Sonata, de Valera, es un testimonio de fidelidad a dos principios que rigen la estética del compositor, de acuerdo a confesiones propias. Uno: “No me gusta repetirme”. Otro: “En Cuba un compositor no puede estar ajeno a la música popular, aunque se dedique a la de concierto. Me gusta participar de ambos mundos: suscitan interrelaciones insospechadas, y regocijo hasta para la imaginación irreverente”. Compacto y fluido en su discurso total, con una sección final en la que el autor explotó, según dijo, “tanto la posibilidad de la flauta para saltar, correr, hacer figuras de gran agilidad, como de la guitarra para realizar un acompañamiento rítmico al estilo de los tambores batá, un poco danzable”, el movimiento intermedio rinde tributo al filin.

Por su parte, la obra de Vistel responde en realidad a la forma conocida como allegro de sonata, estructura consagrada desde el período clasicista europeo para dar cuerpo al movimiento inicial de las sonatas, extensiva a sinfonías, conciertos y cuartetos de cuerda. Resulta innegable la huella de nengones, sones y danzones en el tratamiento rítmico de una pieza que cuenta con todas las de la ley para fijarse en la memoria auditiva.


 

Con Brouwer no hay margen para la indiferencia. Su Sonata no. 1, subtitulada Mitología de las aguas, constituye una monumental metáfora sobre cuatro referencias insoslayables de la geografía poética de nuestro continente: la fuente originaria del Amazonas, el Petén Itzá de los mayas, el Salto del Ángel y los güijes de las cañadas cubanas. Cómo no reconocer las relaciones entre el compositor cubano y lo real maravilloso carpenteriano. Pero no es música programática, sino codificada en la particular sintaxis que identifica el estilo de Brouwer.

Insuperables en sus ejecuciones Niurka y Joaquín. Una y otro están a la vanguardia entre los intérpretes cubanos de la flauta y la guitarra.