Tania Bruguera: libertad de expresión bajo oferta y demanda

Antonio Rodríguez Salvador
30/12/2017

En septiembre de 2009, diversos medios internacionales divulgaban una noticia sorprendente: la artista cubana Tania Bruguera había ofrecido cocaína a los espectadores de un performance realizado en la Universidad Nacional de Bogotá. Mientras tres personas —representativas de un exparamilitar, un exguerrillero y una desplazada—, confesaban dramáticas experiencias del grave conflicto que les tocaba vivir, una asistente circulaba por el público una bandeja con veinte líneas de la droga.  
 

¿En quién podemos confiar? ¿En Tania? ¿En INSTAR? Foto: Web site del “instituto”
 

Fue una acción política, no artística. También, desde luego, fue una acción delictiva. El performance es una muestra escénica provocadora, de vocación universal, que promueve la reflexión crítica; pero no puede carecer  de un sentido ético y estético profundo. Clasifica dentro del llamado arte efímero, en tanto es una acción única e irrepetible: si permanece en el tiempo, deja de ser típica del momento en que fue creada. También se incluye dentro del arte conceptual, porque la idea o el concepto sobrepasan la mera representación de la obra. Ciertamente, los límites de este arte son imprecisos, pero el de las leyes y los ordenamientos jurídicos no.

Mas, dónde quedaba la profundidad conceptual, la alegoría, la metáfora en ese supuesto performance de Bogotá. En realidad el mensaje era directo, de muy escaso relieve semántico. De tal manera, se pretendía seguir deslegitimando las razones por las cuales Colombia vivía uno de los conflictos armados más antiguos y terribles del mundo. Como si el surgimiento de las FARC-EP no fuera anterior al fenómeno del narcotráfico en ese país. Como si las causas que provocaron la aparición de guerrillas no se mantuvieran vigentes. Así, de pronto y gracias al performance de Tania, dejaría de existir la cocaína. 

Un tiempo después, a finales de 2014, Tanía Bruguera pretendió otra provocación política —con fachada de arte—, en la Plaza de la Revolución José Martí de La Habana, consistente en colocar un micrófono abierto para que los cubanos exigieran a viva voz sus derechos civiles. Según nos enteramos por diversos medios, y, por supuesto, por intensas y nada creativas campañas en las redes sociales, los hablantes debían pronunciarse sobre aspectos como los derechos humanos y la libertad de expresión en la Isla.

¿Otra vez cuál era la metáfora o la alegoría en ese performance que dio en llamar El susurro de Tatlin No. 6? ¿Cuál su originalidad conceptual y grado de espontaneidad? Apuntemos que único e irrepetible no era, pues ya había  realizado uno similar en el centro Wilfredo Lam, durante la Décima Bienal de La Habana de 2009.  

Tras el anuncio de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos, Tania Bruguera creó la plataforma digital “Yo también exijo”, y de inmediato esta fue potenciada por diversos medios, en especial por los que reciben financiamiento del gobierno de los Estados Unidos para la propaganda contra Cuba. Menuda creatividad y libertad de expresión era esta, cuando en realidad se les estaba diciendo a las personas sobre qué debían hablar ante el micrófono.

El Consejo Nacional de las Artes Plásticas ofreció lugares alternativos para realizar el performance, instituciones culturales del mayor prestigio, pero Tania no aceptó ninguna. Estaba claro el interés no era artístico, sino político. Ni la obra ni la idea que sobre ella se formara el espectador eran importantes, lo verdaderamente importante era la publicidad que se generaría a su alrededor. Menudo arte conceptual —y efímero— que lo contradice una necesidad de que su mensaje surja y luego perdure en el tiempo gracias un bombardeo de etiquetas y eslóganes.

No se le permitió ejecutarlo en la Plaza de la Revolución, y de inmediato otra vez estalló el despliegue mediático. Varios meses duró el rasgar de vestiduras por una artista supuestamente reprimida en sus derechos fundamentales, perseguida por la policía, y limitada en su libertad de expresión. Pero, ¿en realidad que estaba pasando entonces con Tania Bruguera? Ahora lo sabemos: tranquilamente realizaba los trámites necesarios para obtener una licencia que le permitiera ejercer cierto trabajo por cuenta propia. Finalmente, a la supuestamente reprimida y limitada artista de talla mundial Tania Bruguera, el día 4 de marzo de 2015 la Dirección de Trabajo Municipal de La Habana Vieja le otorgaba el permiso para ejercer como… Repasadora a domicilio de niños de primaria y secundaria básica.
 

Esta imagen, tomada de www.kickstarter.com, aparece acompañada del siguiente pie: “Permit for the institute”
 

Sorprendente. ¿Para qué una artista de ese nivel necesitaría tal clase de permiso? Más adelante se develará el misterio. También, por ese entonces, Tania anunciaba la creación en La Habana del Instituto de Artivismo Hannah Arendt (INSTAR), cuya primera acción pública fue realizada el 20 de mayo de 2015, fecha no escogida al azar ya que, según puede leerse textualmente en la página web de dicho instituto, coincide con la celebración de la Declaración de la República de Cuba, en 1902. 

¿Y cuáles serían las funciones de ese enigmático INSTAR: acrónimo que lo mismo puede remitirnos a la palabra “incitar, que a cierta fase o estadio natural de los artrópodos e insectos en la que suelen mudar sus pieles? En dicha web también puede leerse que este “tratará de desarrollar un lenguaje común con herramientas creativas para la expresión individual y colectiva en la esfera pública que potencie la libertad de expresión y la responsabilidad social”

¿Tiene esto que ver con el arte? Tratemos de averiguarlo mediante una lectura crítica de la función expresada en el párrafo anterior. ¿Qué se entiende por lo creativo? ¿Será aquello que podemos vincularlo con lo común? ¿Es lo nuevo y por tanto original, o acaso lo trillado, lo ordinario, lo trivial? Ahora bien, si con el término “común” se refiere a expresarse en comunidad, cómo entender que ello sea libertad de expresión. Esto sencillamente se llama propaganda, adoctrinamiento. Por último, si acudimos a la tercera acepción de la palabra “común” (lo vulgar, lo grosero), cómo conjugar esto con la responsabilidad social

En fin, no nos devanemos los sesos. El objetivo principal no es promover el arte, las intenciones son de un claro —y común— proselitismo político. Cuando nos dice que este instituto procura crear en Cuba un nuevo país —independiente y democrático— y vemos la devoción con que fue escogida su fecha de apertura, entonces comprendemos cuál es el concepto de “independencia” y “democracia” a que nos remite: aquel permitido por la Enmienda Platt, apéndice constitucional que, como se sabe, otorgaba a Estados Unidos el derecho de intervenir en Cuba cuantas veces así lo dispusiera.

Muy interesante es ver cómo, o mediante qué procedimientos, Tania Bruguera pudo conseguir más de 100 mil dólares en donaciones para su instituto. Para ello se hizo cliente de Kickstarter, conocida empresa norteamericana de crowdfunding, la cual se dedica a financiar una amplia gama de proyectos, mediante la recaudación de fondos entre ofertantes que buscan en la inversión un rendimiento.

¿Y qué incentivos ofrecía a los potenciales inversores? Veamos algunos ejemplos. Aparte de otorgar al donante derecho de membresía a INSTAR —con lo cual, según afirma, se les permite tomar talleres y asistir a conferencias en Cuba—; si este aportaba 100 dólares o más, Tania comenzaría a difundir un rumor en el mundo del arte, de acuerdo con el tema o la necesidad impuesta por el contribuyente: se supone que ello le redundaría en un mayor crédito artístico. Si la aportación monetaria superaba los 1000 dólares, el donante podía echarle la culpa a Tania de algo que hubiera hecho. Tania asumiría la responsabilidad, y esto, cómo es lógico, derivaría en una mayor promoción del supuestamente ofendido.
 

 Según declara esta oferta, INSTAR es también Agencia de Viajes.
Imagen: Tomada de www.kickstarter.com

 

O sea, aquí estamos en presencia de una clara compraventa de su “libertad de expresión”; el comercio global del chisme y la falsificación a nombre del arte. Pero no es lo único: hay otros incentivos que cuando menos mueven a la perplejidad. Si alguien aportaba 3 mil dólares o más —dando por hecho que ella sería arrestada nuevamente—, entonces el donante tenía derecho a exigirle a Tania qué cosas debía decirle al oficial que la interrogara. También, si por casualidad el contribuyente quería asegurarse de que en este, y en otros ítems, primaran la honestidad total, entonces debía pagarle otros 50 dólares adicionales. En buen español esto significa: Si no me pagas un poquito más, un pequeño plus, yo podría estarte engañando.  

Es claro que la mayoría de las personas, antes de mezclarse en una aventura de este tipo —más si es en el extranjero—, por lógica elemental se preguntarían si es o no legal. ¿Cómo hizo ella para simular que su flamante instituto no violaba las leyes cubanas, y por tanto disponía de adecuada personalidad jurídica? Sencillamente, como garantía de absoluta legitimidad, colgó una foto de su carné de cuentapropista en su página de Kickstarter.

¡Extraordinario! Así que un permiso expedido para repasar matemática, español y demás asignaturas a niños de primaria y secundaria básica en Cuba, de pronto se transforma en una licencia para establecer una relación comercial con una empresa extranjera. Más aún: es usado como subterfugio para crear un instituto, al margen de la institucionalidad vigente en el país.

Ahora bien, como Kickstarter es una empresa estadounidense con sede en Nueva York, y, según puede verse en dicho carné, Tania Bruguera reside en Tejadillo No. 214 bajos, La Habana Vieja; aquí también cabría preguntarse cómo el bloqueo yanqui contra Cuba funciona para todos los residentes en la Isla, mas no para ella.  

En fin, son muchas más las preguntas. Por ejemplo, quizá Tania pudiera responder otras como: ¿Quiénes, y de qué nacionalidad, eran los extranjeros que participaron en el recién finalizado taller de INSTAR, según nos informa en su página personal de Facebook? ¿Con que tipo de visado arribaron estos al país? ¿Eran turistas? ¿Sus visados les permitías acreditarse en eventos y dictar talleres? En fin, cabrían tantas preguntas como recelos y suspicacias despierta con su oscuro proceder.

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