Tato, Cuba, los títeres y la bataraza

Rubén Darío Salazar
23/12/2016

Afectivo, sencillo, trabajador y desbordadamente utópico —calificativo que significa hoy ser un justiciero incurable—, llegó el colega y hermano Gustavo “Tato” Martínez al Encuentro Intercontinental Unima 3 Américas [1], celebrado del 8 al 11 de diciembre en Matanzas, Cuba. Tato es titiritero y nació en Uruguay en 1958. Atesora 40 años de cabalgadura en los retablos, a partir de la fundación de Títeres Gira-Sol, en 1976. El aire variopinto de las calles y de las fiestas carnavalescas marcó sus antecedentes profesionales. Raigalmente político a la vez que cultural, defiende la mezcla de géneros, la interacción entre muñecos, músicos, bailarines y actores. Argentina, Brasil, Chile, Perú, México, Estados Unidos, Canadá, España, Francia y Alemania son los otros países que han recibido su traza de joven y rebelde eterno.


Fotos: Cortesía del autor

Tomó clases y cursos con grandes del teatro de títeres, como Philipe Genty, Yves Marc  y Peter Schuman, por solo citar a algunos de los que han influido en su formación autodidacta. En más de diez ocasiones ha ido a parar a sus manos y a las de su fiel compañera Raquel Ditchekenian, el Premio Florencio de Mejor Espectáculo para Niños, galardón que reconoce anualmente lo más valioso de las tablas uruguayas, como acaba de suceder este año con la producción con que celebran sus cuatro décadas, titulada La ternura anda suelta. Súmensele a los reconocimientos teatrales, su labor como director curador del Museo Vivo del Títere, inaugurado en 1999. Esta es una institución que aúna lo artístico, lo pedagógico y lo histórico; pues junto a los talleres, publicaciones y exhibiciones promueve el único Festival Internacional de Títeres con carácter estable de la República Oriental del Uruguay, y conserva la importante colección de teatro de figuras que perteneciera a la maestra titiritera Irma Abirad.

Con la sonrisa franca, montones de ideas y frases populares nacidas de su contacto cara a cara con el pueblo, Tato también trajo a Cuba, para entregar a los colegas y amigos, El rescate de la bataraza, publicación reciente realizada con Trópico Sur Editor, en Maldonado.  Ir de la literatura al retablo es un traspaso que tiene larga data en la historia del teatro mundial; por tanto, no me asombra y sí me entusiasma mucho la hermosa relación que sustenta la adaptación para teatro de figuras que ha realizado el  artista titiritero, a partir del relato infantil galponero para mayores del mismo nombre, un cuento del escritor y amigo uruguayo Gabriel Di Leone Ascorreta.

En forma de unipersonal, la nueva pieza, nacida del inquieto espíritu de dos hombres amantes de su terruño, porta en su germen la experiencia de alguien avezado en los avatares con muñecos y la gracia del escritor que bebe de las fábulas populares, cuya poesía se alza en cada giro de los personajes y convierte la lectura (igual podemos imaginar la puesta en retablo) en una deliciosa  e inolvidable aventura que tiene de comedia de enredos y de estampa gaucha.


 

El libro, que acumula más de 60 páginas, está resguardado por el cuidadoso diseño de la editorial y las ilustraciones de Roberto Poy. Muestra a varios personajes de nombres sonoros y simpáticos, los cuales invitan a un mundo en miniatura, compuesto por cajas escenográficas. Una vez más, diablos, héroes y amas, junto a una gallina que nombran La Suerte, conforman el retablo juglaresco, cuyo sabor se vuelve mágico y autóctono como las increíbles historias del Sur. El robo de la mayor ponedora de huevos de Eufemio Romero desata el conflicto, antecedido de rencores y pedos ofensivos. Di Leone y Martínez proponen desde el lenguaje típico del campo uruguayo un rico muestrario de léxicos y formas de expresión, tan atractivo como disparatado, justo anillo al dedo para una historia con protagonistas de tela, papel y cartón.

Heredera de la narración de tanta poética rural escrita por los lares charrúos, encuentra en la ingenuidad y astucia del hombre de campo, el sexo salvador del alma y el cuerpo, el doble sentido y  los encuentros con Mefistófeles y su endiablada doña, un especial acento para la fantasía que la adaptación de Tato Martínez no desaprovecha ni un instante. 

Leer El Rescate de la Bataraza devuelve la ilusión humana de luchar por un mundo mejor. Un combate que no se podrá ganar con bravuconadas inútiles y sí con la sagacidad del hombre llano, libre del miedo a lo desconocido porque defiende un objetivo potente en su pecho: devolver la ponedora de oro a su padrino. Risa, reflexión y razón podrían ser las tres erres esenciales de la pieza de marras.

Las didascalias titeriles del adaptador, los apuntes sabichosos del autor, el humor franco y a la vez encabalgado de los personajes que conducen la historia, producen un disfrute total y, sobre todo, unas ganas enormes de encontrarnos con el posible montaje escénico.

Sí, mis amigos de la hermosa tierra uruguaya, entre el ¡Abajajá! y el ¡Aiajijí! Los titiriteros de Las Américas seguiremos luchando y compartiendo sueños. Una propuesta como El Rescate de la Bataraza solo confirma la fuerza del héroe natural, dispuesto de la enorme fe que mueve al mundo, ya sea desde un universo de muñecos o de hombres, cosmos que es casi lo mismo, urdido en las manos de un no sé quién titiritero mayor.

Sean mis últimas líneas el agradecimiento sincero al hermano Tato por su presencia nuevamente en la Isla; por este volumen que viene a engrosar los archivos de la dramaturgia titiritera escrita en el continente, y sobre todo por seguir siendo un romántico empedernido, guerrillero de las causas justas y amigo para siempre.

 

Nota:
1.  Unima: Unión Internacional de la Marioneta.