Tempo que resucita en cada giro

Thais Gárciga
4/2/2016

Pequeño prólogo expedito

Afirmar que Danza Contemporánea de Cuba (DCC) es hoy la mejor compañía del país supone un acto de osadía aun cuando lo secunden argumentos irrefutables. No solo porque hay otros buenos grupos con un quehacer respetable, sino también porque la reinvención a la que se han visto obligados tras la partida de una cantidad significativa de sus integrantes, les y nos planteó la interrogante de si emergerían airosos a tal sacudida.

Desde hace décadas DCC se colocó entre los tres primeros conjuntos danzarios de la nación. Un colectivo que lleva consigo medio siglo de historia inevitablemente ha debido renovarse cada cierto periodo por ley vital —y otras disímiles razones que al destino se le antoje—. Mas con cada hornada que llega a sus predios, el público se pregunta una y otra vez si la magia perdurará, o sobrevivirá.

Los vítores prodigados durante sus últimas presentaciones así lo afirman, parece ser que en efecto el milagro persiste. Los estrenos de Cenit y Heterodoxo, escoltados por las reposiciones de Reversible, Identidad y Matria Etnocentra llegan para arrancar de cuajo las dudas suscitadas debido al comienzo de un nuevo ciclo que dicho programa sentó como punto de partida. Con él, Danza… abrió su año de presentaciones estos dos últimos fines de semana en el restaurado Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso.

La renovada compañía que conduce el timonel Miguel Iglesias tiene de ahora en adelante la ardua encomienda de re-encontrarse y reconectarse entre ellos y con la esencia del grupo. Es un proceso ciertamente sufrido, el cual atravesarán con más o menos trauma, heridas y vacíos tal vez prolongados por un tiempo.

Probablemente más de un espectador haya experimentado las semanas anteriores lo que hace un trienio Lauren Cleto, cuando asistió a un programa protagonizado también por DCC, y luego escribió para Cubadebate: “La Danza Contemporánea de este domingo no bailaba con Carrazana, Osnel, Alena, Diana ni Julio César. Y sentí nostalgia. Así como tiempo atrás la sentí por Miguel Altunaga. Pero esta no tan nueva Danza Contemporánea me asombró tanto como cuando ellos estaban en escena”.

En las noches de este enero sentimientos semejantes sobrecogieron a parte del auditorio. Esta vez Danza Contemporánea no bailó con Gabriela Burdsall, Jenny Nocedo, Marta Ortega, Mario S. Elías, Carlos L. Blanco, Raúl Reinoso ni otros tantos que ya no forman parte de la compañía.

Esta otra DCC, la generación 18 que transita bajo la batuta de Iglesias, según su propia cuenta, llegaba al escenario con un peso a cuestas nada llevadero: demostrar que la compañía continuaba siendo esa maquinaria acostumbrada a las ovaciones dondequiera que se presente y bajo condiciones no siempre favorables. Lo probaron y se probaron a sí mismos, con algunas luces que irradiaron y otras menos rutilantes.

Sin embargo, se echa de menos a varios de los que ya no están. La partida de poco más de una docena de sus miembros al finalizar el 2015 no es un agujero que pueda rellenarse como un hoyo de arena. Para suerte nuestra, a algunos los veremos pronto cuando Acosta Danza se presente en premiere mundial el próximo abril en este mismo lugar.

No obstante, sería injusto obviar el trabajo ininterrumpido durante los últimos meses de los bisoños y veteranos bailarines que actualmente forman y maduran en las filas de DCC. De hecho, para ofrecer el programa de marras el grupo se sometió a intensas jornadas de ensayos y preparación.

Ahora sí: los estrenos y Matria…
Si la danza persigue mantener el gesto en vilo, alzar los cuerpos como quienes se aprestan a levitar y bailar cual devota ofrenda a un ritual; si danzar es ipso facto traducir el verso, la soberbia, el ímpetu domado en movimiento, entonces los bailarines de DCC elevaron su arte a la expresión sublimada de un tempo que resucita en cada giro, elevación y descenso.

La escritora argentina Leila Guerriero sintetiza el periodismo narrativo en unas líneas que bien pudieran aplicarse al ojo incisivo de un coreógrafo: “ver en lo que todos miran, algo que no todos pueden ver”. La máxima pareciera aplicada por la joven profesora Laura Domingo, quien debutó como coreógrafa para DCC con Cenit.

Domingo supo traducir con esa pieza la desnudez del alma sobre las tablas de la centenaria sala. Halló en esos bailarines lo que hechiza de ellos a sus seguidores: el virtuosismo que emana de sus talentos y exigente preparación. Al horadar en el entramado del corpus se topó con jóvenes pletóricos de deseos, fuerza y energía vibrante. El resto quedó de su mano, hilvanar cada elemento de esa arquitectura, en tres dimensiones con igual número de intérpretes que devino Cenit.

Su primera obra con este grupo posee la hermosura de la exquisitez neoclásica, matizada con la dulzura del yo poético autoral. Su propósito radica en explorar el encierro y la restricción de los límites a nivel corpóreo, emocional y espacial. La pieza logra concatenar cada una de estas dimensiones en un montaje prácticamente sin pausas, breve para los estándares de DCC, apenas minutos. Aunque no profundiza ni discursa sobre un fenómeno o historia, su argumento es lo suficientemente existencial para desmontarlo en pocas aristas, como lo hizo Laura, o utilizarlo como pretexto para armar un montaje diferente, atractivo y que lograra desdoblarse en tres momentos a la par que hilvana coherentemente sus elementos. Su punto fuerte es el trabajo con las piernas: las terminaciones y cargadas, en cada uno los pies indican, señala, predeterminan la acción sustancial del movimiento.

El otro mérito de esta pieza es la interrelación de los intérpretes. La aptitud corporal y la comunicación cómplice entre cada uno favorece la concatenación de cada fase. Triple mixtura de belleza física, artística y técnica que convierte a Cenit en una obra de preciosismo escénico plausible. Si bien su duración es breve comparada con los estándares del repertorio de DCC, resulta lo suficientemente adulta para certificar a Laura como una coreógrafa prometedora.

El otro estreno de este programa, Heterodoxo, estuvo a cargo de la colombiana belga Anabelle López Ochoa, quien gusta de inclinarse por las sutilezas, aunque esta vez no afinó del todo. Al igual que en Reversible, aquí propicia la naturalidad del movimiento. Ofrece a los bailarines suficiente libertad para desplazarse sobre escena, y en ocasiones el rango de traslación se vuelve irrestricto. En una búsqueda acertada estimula cierta espontaneidad interpretativa y juega con las luces para enfatizar el dramatismo del relato.

Por el contrario, Matria Etnocentra, que cerró el programa de DCC, es una correa ajustada en cada paso. Los desplazamientos son calculados con filo, numéricamente delimitados, y quienes danzan encarnan soldados que se posicionan en escena como piezas de ajedrez en su respectiva casilla. De ahí que no haya margen a la equivocación en el último proyecto de Céspedes para DCC. La pieza es fiel con la línea creativa de su autor, teniendo en cuenta que forma parte de una trilogía compartida con Mambo 3XXI e Identidad-1. Podría afirmarse que su cosmos coreográfico está regido por la matemática y la filosofía.

Como le dijera una colega durante una entrevista el pasado año mientras ensayaba Carmina Burana, “veo números en tus coreografías, y Pitágoras de cuando en vez”. Más que números, diríase aritmética marcial. Si Anabelle matiza la metáfora, George proyecta la actitud. La marcha es un elemento crucial en Matria…, los rostros son invariablemente impertérritos, como si marchar no fuera un decreto, sino una misión raigal asumida por un batallón danzario preciso y uniforme. Matria Etnocentra constituye merecidamente el colofón de esa trinidad estilística y raigal completada por Mambo… e Identidad…A su creador le granjeó el Premio Villanueva de la Crítica 2015 otorgado por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba como la mejor coreografía de ese año.

Danza Contemporánea continúa creciéndose por y para esa danza vindicadora de su notoriedad. Su pasión transgresora ha sido siempre su ribete, y tocará al relevo de epígonos bailarines sostener la vara a la altura donde fue colocada por sus predecesores, y de donde la recibirán —ojalá— quienes les sucedan.