Un premio, dos libros, un cuaderno: eterno compromiso con la memoria

María Fernanda Ferrer
11/11/2016

“Su generosa contribución al conocimiento de las canciones que nos pertenecen, la fiel persistencia de sus letras, y su amor a la trova y la nueva trova cubanas”, son las razones que justifican que este miércoles 9 le fuera entregado al escritor, investigador y musicógrafo Lino Betancourt, el Premio Pablo, galardón con el que se reconoce la perseverancia de este hombre, que por más de medio siglo se ha dedicado a estudiar varias aristas de la cancionística cubana.

Tocado con sombrero de paja, vestido de blanco —que combina con su barba— y sonriendo algo asustado, Lino recibió de manos del trovador Augusto Blanca la loza cerámica —creación del maestro Alfredo Sosabravo, Premio Nacional de Artes Plásticas— que lo acredita con la distinción que, según dijo emocionado, “recibe con responsabilidad, satisfacción y compromiso”.

Pero la hermosa jornada no quedó solo ahí, sino que Lino (Guantánamo, 1930) presentó su nuevo libro, Lo que dice mi cantar, editado por Ediciones La Memoria, del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, institución que en este 2016 celebra sus 20 años de trabajo y que ha promocionado varias manifestaciones, como el arte digital (extendido, también, a los niños), la literatura, las artes plásticas, el diseño y la cartelística, entre otras esferas.

Lino agradeció a su nieto Fabián el apoyo “necesario e incondicional” para que los textos compilados en Lo que dice mi cantar aparecieran, primero, publicados en el portal digital de la cultura cubana, Cubarte, y posteriormente, traídos en forma de libro a Muralla 63, “magnífica y maravillosa Casa de la Trova que es ya el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, el único de su tipo que existe en La Habana” y sitio que con respeto, perseverancia y tesón, ha dado abrigo a todas las generaciones y tendencias de la trova cubana en las dos últimas décadas.

“Permítanme darle a Isamary Aldama —joven editora de La Memoria— un beso en la frente” —dijo Lino—, porque ella “realizó un trabajo maravilloso”. Seguidamente, hizo una anécdota: “una vez me dijo Alejo Carpentier: ‘Lino, no hay libros sin errores, ni los míos siquiera’, pero creo que el Premio Nobel se equivocó, porque al leer el libro varias veces no le encuentro ni una sola errata”.

El director del Centro, Víctor Casaus, compartió un texto redactado y enviado por el periodista y crítico Joaquín Borges Triana —quien, por impostergables asuntos familiares, no pudo estar presente— en el que señaló que “nunca debería encasillarse un escrito en este o aquel género y nadie debería establecer diferencias entre el lenguaje periodístico y el literario, porque lo imprescindible es hacer llegar el mensaje. La vitalidad de un texto no depende del medio donde aparece, sino de la sensibilidad de quien lo recoge, y para ofrecer sus encantos tanto valen el libro como el periódico o la revista o, en estos tiempos, el más moderno sitio digital”.

Otro momento relevante de la jornada fue la presentación de los dos tomos del libro Memorias A guitarra limpia, un grueso y necesario texto de consulta con cerca de 600 páginas en el que se recogen los conciertos efectuados en el Centro Pablo entre 1998 y 2014. Su compiladora, Xenia Reloba, recordó que en el primer tomo “quisimos hacer un homenaje a la obra de Silvio Rodríguez a través de una selección de frases que dialogaban con el espíritu del espacio A guitarra limpia, y en este segundo tomo se le rinde homenaje a Santiago Feliú”. Y es que cada capítulo, dice Reloba, “está presidido por una idea o verso de Santiaguito”.

En otro momento subrayó que el Centro Pablo y, en especial, el espacio A guitarra limpia, “se ha dedicado, como pocas instituciones, a cuidar mucho de su memoria, a guardarla muy bien”, y eso es muy importante en tiempos de desmemoria: “este libro no solamente compila los conciertos, sino, de algún modo, lo que tiene que ver con la trova y la atmósfera que se vivió entre 1998 y 2014”.

Por su parte, el poeta y cineasta Víctor Casaus —fundador del Centro, junto a la imprescindible María Santucho, coordinadora general del proyecto— presentó el cuaderno Memorias A guitarra limpia, “un tabloide de veinte páginas que ha acompañado, año tras año, los aniversarios del espacio y que, de muchas maneras, es también parte de la memoria de la institución”.

La velada, cálida, cercana y sencilla —como son las cosas cuando parten de la sinceridad y de verdades— concluyó con hermosas pinceladas trovadorescas: un dúo ocasional entre los trovadores Eduardo Sosa y Pepe Ordás, que lograron un bellísimo empaste vocal, y la presentación del Trío Voces del Caney, el cual trajo la vibrante memoria de Miguel Matamoros, que mientras más añeja, sabe mejor.