¿Y si Margot no bailara…?

Emir García Meralla
31/10/2017

Esta semana fue transmitido el filme de Arturo Santana que, de alguna manera arroja luz sobre determinados aspectos nunca tratados en otra propuesta cinematográfica cubana: Un hombre de éxito, de Humberto Solás. Margot, es el lado oscuro de la luna poco tratado en la cinematografía cubana y  que de alguna manera ilustra parte del trabajo del escritor cubano Enrique Cirules en sus libros sobre la presencia de la mafia en Cuba. El papel de algunos personajes cubanos en toda esa trama de corrupción y vicios.


Margot, es el lado oscuro de la luna poco tratado en la cinematografía cubana”. Foto: granma.cu

 

El robo de un cuadro del pintor cubano Leopoldo Romañach el último día de diciembre de 1958; una renombrada viuda que disfruta de una fortuna de origen dudoso; una historia rocambolesca desarrollada entre 1915 y 1937, que involucra lo mismo una pelea de boxeo arreglada que los enredos mafiosos en y desde Cuba durante la era de la Ley Seca en Estados Unidos… todo ello aderezado con una subyugante propuesta musical para recrear 60 años en la historia de nuestra nación, constituyeron el impulso creativo al director cubano Arturo Santana para acercarse, desde la combinación de escuelas y estéticas, a una arista de la historia de Cuba pocas veces abordada en la gran pantalla.

Referencias al cine negro de los años 40 y 50 ―el fetiche de El halcón maltes gravitando sobre los personajes y la trama―, un homenaje al teatro musical y al bufo cubano de principios del siglo xx, sirven de ingredientes a una película que se aleja de los conflictos sórdidos, calamidades y otros ejercicios de catarsis social que han definido en los últimos años a la cinematografía criolla.

Santana llega a este debut después de haber transitado por el mundo de la publicidad, el video clip y haber realizado algunos cortos que han llamado la atención del público y la crítica, y lo hace rodeándose de actores consagrados, conocidos y debutantes. Así, Mirtha Ibarra es la Margot viuda impoluta víctima del plagio que desata el nudo dramático del filme, y la novel Yenisse Soria encarna a la primera Margot, que refleja la candidez y la inocencia de la mujer cubana de comienzos del siglo xx.

En los roles masculinos es digno destacar que se recuperara a un actor de la valía de Edwin Fernández para interpretar al detective que investiga el inusual robo en una aristocrática mansión habanera, donde comienza a descubrir “las amargas verdades” que rodean algunos nombres ilustres de la burguesía nacional.

El debutante Niu Ventura interpreta el papel de Esteban, hombre frío y calculador que refleja algunos males de la Cuba prerrevolucionaria, y con el personaje asumido por Jorge Enrique Caballero se rinde tributo a Kid Chocolate, ―el boxeador cubano más grande de todos los tiempos según sus biógrafos― y a todos los boxeadores negros que en los primeros 40 años de la pasada centuria fueron víctimas de la discriminación y tuvieron que hacer concesiones para ascender socialmente.

En materia de fotografía y arte Bailando con Margot acusa un cuidado de la croma y de los detalles que reflejan la vida de una ciudad y de sus habitantes, modificada según trascurre la trama, y no esconden su deuda con aquellos filmes cubanos que se han acercado a acontecimientos propios de esa época (pienso en Un hombre de éxito, de Humberto Solás, como el referente más cercano).

La banda sonora se le confió a Rembert Egües, de larga trayectoria dentro del cine cubano, ―la saga de Vampiros en La Habana, Patakín…― capaz de convertir cada tema en personajes activos, para lo cual convocó a músicos cubanos de la talla de Orlando Maraca Valle en la flauta y Alexander Abreu en la trompeta, quienes ejecutan temas imprescindibles de la trama: como el danzón Bailando con Margot; o las formidables piezas en tiempo del dixieland y el swing Allá en Orleans y  Summer Trumpet.

Bailando con Margot no es un drama histórico, tampoco es propiamente un exponente de cine negro, ni un musical; es, en esencia, una película mestiza como la misma nación en la que se inspira, hecha para que el espectador desde su luneta tenga tiempo de sentir hasta dónde esa puede ser una historia que él ha vivido o vivirá, o que vivió algún conocido suyo.