“Papi, te quiero… Papi, quiero esto… Papi, cómprame aquello. Para mí era mi papi, pero para el mundo era Chico O´Farrill, el arquitecto del jazz afrocubano. Le rindo homenaje con este concierto, como cierre de un ciclo por su centenario, en el que me he hecho acompañar de jóvenes músicos que mantienen vivo su espíritu. Para mi papi, todo, en esta oportunidad”.

Arturo, el hijo del referente imprescindible del género, brilló en el Teatro Martí este martes con la luz de la lealtad incondicional, el respeto a su antecesor y el ímpetu del transgresor, que se nutre de las esencias para proponer su manera genuina de comprender y crear jazz latino, jazz cubano… música.

Como parte del Festival Internacional de Jazz, el ganador de siete Premios Grammy se hizo acompañar, ciertamente, de quienes beben de la savia de los grandes de la escena mundial y a su vez, palpitan con sus propios ritmos.

Sus hijos, el baterista Zack y el trompetista Adam, son fieles a su apellido y transitan por las distintas sonoridades de la música con la lozanía propia de la edad y el talento macerado del aprendizaje familiar. La contrabajista Liany Mateo y el percusionista Víctor Pablo, llegados también de Nueva York, y el trompetista cubano Kali Rodríguez dialogaron más allá de las partituras.

Arturo es afable y le envuelve un halo de modestia estremecedora. Sus cualidades brotan de las teclas que toca porque no se puede disfrutar la música igual si la entorpecen la arrogancia o el desenfreno.

Con él las melodías respiran, y se enroscan, y saltan, y reposan y vuelven a correr entre sus dedos… y el público guardó emotivo silencio, reflejo de un deleite inigualable.

Temas de su autoría y de sus hijos predominaron en el repertorio, iniciado con Action reaction y seguido de Compay Doug, Eastern expansion y The man from the sea.

“Arturo (…) demostró que el arte salva y une pueblos, que Cuba es fuente de inspiración para su creación y destino final de todos sus proyectos”.

Una marcada diferencia sonora se percibió cuando interpretaron Pure emotion e Igor’s dream, de la autoría de Chico, pues la música evidencia épocas, cambios sociales y tendencias artísticas. Pero fueron colocados en el justo momento, para que fluyera la energía vital del concierto.

A continuación, sorprendió con Siboney, conocida pieza de Ernesto Lecuona, y siguió con In whom I´m well, please y con Gonki gonki.

En merecido recordatorio a sus raíces maternas mexicanas, Arturo propuso escuchar El Maquech, del repertorio tradicional de la nación centroamericana, y concluyó esta entrega con Blue state blues, un tema que me trajo lindos recuerdos de cuando presentara en Casa de las Américas el proyecto Fandango Fronterizo.

Una vez más Arturo, exhausto y feliz al terminar el concierto, demostró que el arte salva y une pueblos, que Cuba es fuente de inspiración para su creación y destino final de todos sus proyectos, que Chico, como todo papá, lo abrazaría, orgulloso. 

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