Audis Vargas: En la carretera de Guantánamo a México

Karla Castillo Morét
9/8/2018

Sentado en la puerta de su casa con cigarro en mano, Audis Vargas cuenta las aventuras que ha vivido en su tránsito desde el año 2000. Un trovador que prácticamente vivió en la carretera yendo de La Habana a Guantánamo. Tiene mucho que contar, más cuando su carretera se extendió hasta el Distrito Federal en México y la vorágine cultural de ese país, el cual dista de ser la de una capital de provincia.

Audis Vargas
Foto: Internet

 

A decir del artista:

Mi carrera comenzó en Guantánamo, a principios del año 2000. Allí hice mis primeras canciones como trovador. En mi casa había tradición musical. Aprendí cuatro acordes e hice mi primera canción, que se llamó “Guitarra”. Luego me alcanzó el Servicio Militar y me quedé como Sargento de Segunda de Comunicación, pero lo dejé por seguir en la música, para comenzar de verdad mi carrera como trovador.

No había salido de la provincia para nada. Empecé a cantar en las peñas y a seguir a todos los trovadores que iban a allá: “La Trovuntivitis”, “Eric Méndez”, etcétera. Me dije: “Yo quiero ser así”. Importante para mí fue –y es– Josué Oliva, quien me enseñó a tocar mejor y a intentar hacer mejores canciones. Luego fui invitado a eventos, salí a Camagüey a “La cruzada literaria”, también al “Longina”, que fue una escuela para mí y cambió mi vida. Me di cuenta que debía estudiar, aprender, buscar una forma de hacer y decir propia.

Llegué a La Habana. Tuve un primer viaje a República Dominicana con unos amigos, hicimos un convenio con unas universidades para tocar allá. Al regresar decidí quedarme aquí, en La Habana. Primero que todo porque me enamoré, mi esposa actual me dijo que me quedara, y lo hice. Lo otro, es que me di cuenta de que las oportunidades reales de ser un trovador conocido están acá, somos muy pocos los que buscamos la fama, pero igual ser reconocido y perdurar es un objetivo, llegar a ser un Silvio o un Pablo.

Para un trovador de provincia, ver a esos que salen en la televisión, es como ver a un dios, alguien grande e inalcanzable. Cuando estuve aquí fui entendiendo la dinámica trovadoresca y vi que podía unirme a ellos, tocar en sus peñas y grabar juntos.

Después de seis años viviendo entre Guantánamo y La Habana, se me dio la posibilidad de ir a México, de vivir en el Distrito Federal. A mi esposa le llegó una beca para estudiar allí y me pidió y sugirió que me fuera con ella. Fue una decisión que pensé y repensé. Mi carrera es un poco marcada aquí, por suerte he logrado un tanto de reconocimiento, y me dije que tendría que dejar atrás ese tipo de ascenso que estaba teniendo.

Al llegar a México descubrí que la lucha era más dura y seria de lo que yo pensaba. Aquí los trovadores luchamos serio, pero más relajados y tranquilos, viviendo con el ego de creernos un gran trovador. Pero eso es un juego un poco ficticio. Allá es distinto, la música intelectual que hacemos, la que obliga a pensar, la que sugiere, es difícil de hacer. A ese nivel, me di cuenta que era casi imposible trabajar en México. Me tocó un año sin crear música, sin componer.

Escogí trabajar en lo underground. Mi primer trabajo fue en un cafecito pequeño, llamado Café Café, para hacer mis canciones, y para al final, doblegarme y tocar la música cubana que se conoce en el exterior: “El cuarto de Tula”, “Son de la loma”, “Guantanamera”, “Lágrimas negras”. Todos los grupos cubanos allá cantan eso. Donde quiera que vayas es “Mamá, yo quiero saber”, y hasta yo quiero saber ya de dónde son los cantantes, porque la verdad… Trabajé allí por cien pesos mexicanos que casi ni dan para un desayuno. Llegué allí sin saber qué era un salario en México, ni lo que valía la vida allá.

Esos primeros meses sufrí de frustración. Uno viene de una cultura cálida, llena de interacción con otros y me costó tratar de entender y adaptarme. Después empecé en un bar, un antro, como seguridad. Vi más armas ahí que cuando fui militar acá. Fue una experiencia fuerte, pero muy necesaria, para ver las cosas de otra forma. Estuve también en un grupo de salsa, cantando “Sandunguera” y “Cachondea”, y yo con gusto, tenía que comer.

México es una ciudad con una cultura impresionante, llena de cantantes buenísimos, lo que uno siempre anda con el pensamiento que tenemos los cubanos de que eres mejor que todo el mundo, que se convierte en falso, pero gracias a ese pensamiento te atreves a hacer mucho. Por suerte empecé a conocer gente. En esos andares coincidí con Tania Matu, una joven cantautora mexicana. Cuando la conocí, había perdido la esperanza, pero me llevó al circuito de cantautores en México, caminamos, me subí a tocar en lugares donde se me empezó a escuchar, lugares donde iba público a escuchar la música que me gusta a hacer.

Entre una cosa y otra compartí con otro trovador guantanamero, Lorenzo Cisnero Topete, que vive hace mucho tiempo en México. Me llevó a actividades, conciertos, a tener vínculos con la Embajada de Cuba en México, y tuve esa dualidad, el mundo donde se desarrollaba Topete y el de la mexicana. Seguí entonces trabajando con lo que me gusta, a darme cuenta que había un camino, aunque como decimos nosotros: “Hay momentos en que se te aprieta la jugada” y debes pensar que tienes que pagar la renta, en comer, en transporte. Yo trabajé en otros lugares, como en una agencia de viaje.

He hecho tríos y dúos de son. He trabajado con artistas plásticos en exposiciones sobre Cuba y ha sido una gran experiencia trabajar con cubanos allá, pero se vuelve algo repetitivo, porque el que está allá es por lo general un artista que está haciendo lo que pueda, y va a cantar “Son de la loma” e “Idilio”, como mismo haré yo. Cuando encuentras el espacio y el momento para cantar tus canciones, das el concierto de tu vida, con todo el amor del mundo.

Ahora mismo, gracias a Topete, estoy haciendo un disco con una disquerita independiente, si no me equivoco se llama Pachua Records. Se llamará Ciudad Libélula, ha salido con amigos, quienes me han ayudado con una sesión de guitarra, de tres, con los metales. Lo estoy terminando poco a poco, solo falta ponerle voces al último tema. Estoy satisfecho, será algo muy profesional, mi primer disco real.

La verdad es que se extrañan los socios, la botella de ron un día cualquiera por la noche, subir y cantar alguna cancioncita en una peña de algún amigo, el estar en la lucha aquí junto a los demás, pero llega el momento en que te dices que tienes que seguir para adelante.

Lo que si no soporto es que cada vez que doy algún concierto, se me sienta un mexicano al lado, queriendo ser más cubano que yo, que si ha venido a Cuba cientos de veces y bla bla, yo los felicito, pero eso no los hace cubanos. También se me suben a hacer coros desafinados, los dejo que disfruten, pero es agobiante. ¡Ah! Una vez estaba tocando en un lugar que se llama La casa de al lado, me estaban halando del público para que me tomara una foto y yo no podía, porque estaba cantando. Siguieron halándome, tanto que me quitaron un zapato. Nunca más lo recuperé. Yo improvisando: “Devuélvanme el zapato, devuélvanme mi zapato” y no apareció.