Bailando en Cuba… Otra significación

Yosvani Montano Garrido
24/4/2018

Según dicen no soy mal bailador. Ritmo y cadencia fueron atributos tempranos desde mi niñez. La adolescencia desarrolló cierta afición por los bailes populares durante los ratos libres en el preuniversitario. Para bailar casino salía al aire los domingos. Sencillo programa de televisión, inflamaba en los más jóvenes una suerte de reencuentro con las orquestas, las sonoridades y los estilos diversos de los danzarines del pueblo. María y la Tropical, al ritmo del maestro Adalberto, irrumpieron en la imaginación de quienes no gozábamos el privilegio de conocer La Habana.

Fenómeno de asombrosa dimensión sociológica, fue común tropezar con los “casineros” en todas las esquinas. Bailar  en “ruedas” pasó del recuerdo a ser moda en festividades públicas y reuniones íntimas. Escuelas y universidades concibieron habituales festivales que movían con compases cubanos a más de una generación. El contagio se generaba en la  satisfacción de intentar lo posible, lo cercano, lo que era dable recrear y a su vez ennoblecer con golpe popular.  

Bailando en Cuba, el show que produce RTV Comercial  llegó esta semana al final de su segunda temporada. Como otros, con locación principal en el teatro Astral, ha motivado complacientes valoraciones incluido un amplio cometario en la emisión estelar del Noticiero Nacional de Televisión. A riesgo de marchar contra corriente quisiera colocar algunos elementos que no es prudente esquivar cuando queremos observar más allá de los marcos limitados que establece la pequeña pantalla.  

Bailando en Cuba, el show que produce RTV Comercial  llegó esta semana al final de su segunda temporada.
Fotos: Cortesía del autor

 

Admirador del esfuerzo que realizan sus productores, he alabado su voluntad con más de un argumento. Uno porque comprendo la dificultad de reinventarse frente a un público plural y altamente exigente todas las semanas. Dos porque imagino compleja una dinámica que aspira a desplazar o competir con otras producciones de igual signo y de factura foránea. Sin embargo, es indispensable que otra vez regresemos a la discusión reiterativa sobre los moldeables márgenes del entretenimiento, el contenido y el tratamiento de nuestra identidad en los espacios televisivos.

Como otras fórmulas de RTV, Bailando en Cuba derrocha falsa cubanidad. Es cierto que no es el único, ni el peor. Pero ayuda a extender un imaginario que apuesta más por la semblanza de república bananera que por mirar hondo al tejido policromático de la cultura nacional. El sobredimensionamiento de la gestualidad femenina, el diseño de vestuario, el paseo en auto clásico de algún que otro jurado, la extrema tecnificación del hecho danzario, las entrevistas a los espectadores, la estética hegemónica de Revolution; laceran la hondura conceptual de una propuesta a la que se destinan no pocos recursos técnicos y un crecido equipo de realización.

 Compañía danzaria Ballet Revolution. Dirigida por el reconocido coreógrafo cubano Roclan González Chávez
 

Las fronteras desaparecen cuando captar elevados índices de audiencia, ofrecer una atracción competitiva ante los rankings latinos o sencillamente ser rentable, comienza a sobreponer lo superficial a lo profundo. En tanto, las culturas, unidades de significación del discurso social, quedan constreñidas a la reproducción de recetas que a distancia aseguran la preservación de la norma ante la imaginación. Se rescinde el paradigma. Fragmentado el recurso creativo, surge un ángulo óptico que impide desembarazar la mirada del colonizado. 

Todo no es sino una señal. Con frecuencia ciertos periodistas se refieren a la importancia en la puesta en escena de las luces, el colorido del vestuario y la música o el baile cien por ciento cubano. El gusto del público crece afirmándose precisamente en esa visualidad para nada propia, y que roza en más de un componente con la pompa de la sociedad del espectáculo. Detrás queda distorsionada la apreciación de lo genuinamente artístico. El sentido popular improbable de apreciar, se diluye en el componente melodramático que rodea a los competidores y que promueve un “oportuno” compromiso social que degenera el argumento central del programa.

Mención aparte merece la conjugación de las galas. La selección de los temas pretende salvar un propósito educativo, pero se simplifica frente al resto de la dramaturgia. Presentadores y participantes, coreógrafos y arreglistas, sufren la imposibilidad de interiorizar mensajes, realidades y zonas de la creación artística y literaria que desconocen a profundidad y que ponen en evidencia la investigación que ha de suponer la preparación del guión y el auxilio con necesarias asesorías. Contrasta el interesante trabajo con pasajes históricos y las visitas a instituciones diversas.

Negar la considerable cifra de seguidores de Bailando y Sonando en Cuba, La Colmena Tv, Somos Familia, Quien Vive, etc, nos apartaría de un razonamiento serio. Sociológicamente ello puede tener más de una respuesta y significado. Oponiéndose a una dimensión positivista en los juicios de los que éramos sus alumnos, uno de mis maestros recordaba que en el mundo, a pesar nuestro, existen las grandes mentiras y también las estadísticas. Plantearnos los hechos únicamente desde la significatividad comercial y olvidar la significatividad cultural puede colocarnos en un camino sin retroceso.

Bailando en Cuba
 Negar la considerable cifra de seguidores de Bailando y Sonando en Cuba nos apartaría
de un razonamiento serio

 

Los productos son embajadores de mensajes sociales. Toda moneda posee doble cara.En la pequeña pantalla permanecen ocultas múltiples formas de dominación, que se hacen más eficientes cuando el ejercicio de la meditación y la crítica responsable no juegan su papel como educadoras de las masas y constructoras de sus capacidades para discernir.

Esa “espiritualidad” hábilmente estructurada, sobrentiende la aceptación de modelos de vida, patrones morales, gustos estéticos y aceleramientos en cualquiera de sus polos con respecto a la idea de la trasformación del individuo y del cambio social.

En la primera mitad del pasado siglo, se experimentaron en Cuba los mecanismos más eficaces de subyugación. La noción del ocio argumentó la promesa cada mañana renovada de ensanchamiento de las limitaciones de clases, el acceso al confort o las reelaboraciones de los ideales de modernidad. En la práctica esas influencias figuraron una idea equivocada del progreso que condujo a la aceptación mediante sólido consenso por amplios sectores, del carácter neocolonial, dependiente y subdesarrollante de la dominación norteamericana. 

Derroches tecnológicos en las noches habaneras, atractivos presentadores y algunas sorpresas bajo la manga, terminaron iluminado los escenarios, pero olvidaron una platea multiplicada donde aguardaban las esperanzas de un espectador acostumbrado a conformarse. La “televisión flotante” renunció a desbordar en nombre de la modernidad y el progreso las capacidades, los referentes, las sensibilidades que pudieran dar al traste con la dominación. Entonces, como hoy, también eran elevadísimas las audiencias. 

No soy dogmático. No me gustan los fundamentalismos ideológicos. Creo en lo nuevo y en la experimentación. Defiendo los procesos culturales que tienen lugar allí donde el barracón continúa latiendo. Puedo adaptarme a múltiples formatos para ampliar mis relaciones sociales y nutrir mi experiencia de vida. No demerito el trabajo coordinado que desde hace un tiempo intenta hacer la televisión para salir de la profunda crisis de creatividad que atraviesa. Por eso convocó a no bifurcar los ya lesionados caminos de la originalidad situándoles en la lógica del lucro y la falsa democraticidad que se esconde en el vocear de las multitudes sin rostro.

La imagen de Cuba debe ser cuidada. Siento en lo más profundo que nuestras tradiciones danzarías o musicales, nuestra infancia o los cantores del pueblo, son mucho más que un rústico show de cabaret. No ayuda a nadie que cuando todo se diluye ante el efecto corrosivo de la espiritualidad neoliberal, esta cultura resistente carezca de propósitos más humanizadores y dignificantes. No es solo en la abstracción donde se rehacen los sometimientos y emancipaciones que proyectan al sujeto.

En lo personal continuará siendo el momento de la improvisación el que continúe concentrando mi atención. Será porque en él alcanzo a observar la salud variable del buen bailador, del cubano simple que entiende que el ritmo de su baile puede ser el de su vida y por qué no, el de su país. Será que en ese instante de expresividad latente y única, Bailando en Cuba, adquiere para mí otra significación.