El foco sobre la trayectoria y la estela dejada por Joseph Beuys en el arte contemporáneo es permanente. La polémica entre admirados fanáticos e inveterados detractores no cesa, aunque —como era de suponer— cobra nueva actualidad al conmemorarse este 12 de mayo el centenario del nacimiento del artista alemán.

El artista alemán trabajó varias manifestaciones como la escultura, el performance, el happening, el video y la instalación.

Una muestra de la controversia puede hallarse en el reportaje emitido por la cadena Deutsche Welle, de su país natal, a propósito de la fecha. El título es elocuente: “Joseph Beuys, ¿profeta o charlatán?”

En su presentación, el material audiovisual pregunta y responde a la vez: “¿Quién era este extraño alemán, cuyos signos distintivos eran un chaleco de pescador y un sombrero, al que le gustaba trabajar con fieltro y grasa y que deseaba abolir el capitalismo y sanar al mundo con arte? ¿Por qué sigue dividiendo hasta hoy al mundo del arte? Hay pocos artistas que hayan acumulado tantas etiquetas como él: mago de la grasa y el fieltro, crítico de la sociedad, activista por la democracia y el medioambiente, carismático, comprometido con el mundo, profesor de arte, cofundador de Los Verdes, chamán, estrella mediática”.

“Rayo iluminando un venado”, Joseph Beuys (2002).

A su defensa acuden Bettina Paust y Christian Saehrendt. La primera, exdirectora del museo dedicado al artista, señala: “Beuys trató de rescatar el arte de su pedestal elitista por medio de la ‘plástica social’ y trasladarlo a la realidad de la vida de la gente”. Mientras, el historiador de arte y columnista del Neue Zürcher Zeitung enaltece la idea de socializar el sentido artístico, aunque lamenta que “lo más importante de su legado no se ha cumplido, pues no se ha producido una profunda democratización de la sociedad”. Ha dicho esto cuando borrar las convenciones de la circulación del arte, sus lugares de exhibición y el propio dictado estético admitido por las élites no ha cuajado siquiera medianamente.

Beuys perteneció a Fluxus, un movimiento artístico sociológico que alcanzó su auge en los años 60 y 70 del siglo XX.

En España, la crítica Isabel Gómez Melenchón cuestiona: “No se trata de alguien fácil de entender a simple vista, ni sencillo de explicar, ni mucho menos de exponer. No vino a traer certezas, sino discordia. Todavía hoy. Sobre todo hoy, en que ya resulta complicado distinguir entre la acción artística y la acción a secas, el arte de la palabrería. Pero de nuevo, ¿importa todo ello si arte es toda acción humana?”.

“Todo bajo el sol es arte”, proclamó el artista.

Necesariamente habrá que distinguir entre la autenticidad de su obra y la de quienes de manera muy diversa han adoptado sus postulados, y las actitudes falsarias de aquellos que se aprovechan de ciertos criterios acuñados por Beuys tanto para lucrar como para intentar la legitimación de la mediocridad.

Beuys es considerado uno de los creadores más revolucionarios e influyentes del arte de posguerra.

“Todo bajo el sol es arte”, proclamó, pero él mismo tuvo conciencia, al menos en la práctica, de que el arte, por muy provocativo, transgresor y conceptualmente complejo que sea, solo encuentra sentido en la orientación estética y el registro de sus huellas perdurables.

“Me gusta América y a América le gusto yo”, más comúnmente conocida como “El coyote” (1974).

Si se recuerda Cómo enseñar arte a una liebre muerta, cuando en  Düsseldorf se autorrepresentó como una escultura viviente con el cuerpo embarrado de miel y polvo dorado, para describir a un animal muerto los dibujos colgados en la pared de la galería, o Me gusta América y a América le gusto yo, donde se encerró en una galería neoyorquina por setenta y dos horas con un coyote vivo, es porque resultaron acciones estremecedoras que conminaban a replantearse para qué servía el arte en la segunda mitad del siglo XX.

Intervención “7000 robles”, para la séptima edición de la muestra de arte contemporáneo Documenta, de Kassel, Alemania.

Los 7000 robles plantados en Kassel encierran un simbolismo que trasciende con creces el acto de la siembra. No fue el gesto del silvicultor, sino el llamado desesperado del artista a favor de la vida.