Cantos desde la arena y otras historias (I)

Emir García Meralla
13/7/2016

Los años 60 fueron pródigos en acontecimientos sociales que redundarían en la cultura cubana en general y en la música particularmente. Cada uno de estos eventos involucró la fuerza, las energías y el talento de importantes hombres de música, sin importar el género que cultivaran o la manifestación en que se hubieran destacado. En aras de justipreciarles, quisiera hacer una breve referencia a algunos de ellos y cómo incidieron en acontecimientos posteriores.

Los cambios sociales iniciados en Cuba después de 1959 abrieron nuevas posibilidades y perspectivas a los músicos cubanos en general. Todavía gravitaba sobre la conciencia colectiva la triste historia de la muerte del trovador Manuel Corona, para cuyo sepelio hubo de organizarse una colecta pública e incluso vender su guitarra para poder cubrir otros gastos.


Foto: Archivo La Jiribilla
 

Ahora se garantizaba y reconocía económicamente a los trovadores que aún vivían, asignándoseles un salario decoroso y organizándolos para que llevaran sus canciones a todos los rincones del país, en forma de grandes conciertos. Por vez primera Sindo Garay pisará los mejores y más importantes teatros de la república y no se verá obligado a vender de forma barata sus canciones, algunas, incluso, antes de componerlas. Lo mismo ocurrirá con el trío Matamoros y otros trovadores.

Ese recogimiento económico tuvo también su lado simpático y fue protagonizado por el Dr. Alipio Rodríguez Rivera, amante de la trova y toda una personalidad dentro de la medicina cubana. El Dr. Alipio, en su carácter de director del Hospital Comandante Manuel Fajardo, incluyó en la nómina de la brigada de mantenimiento de esa institución a trovadores a los que profesaba infinita admiración. Así, Luis Pérez, “el Albino” —entre otros— eran asalariados solo presentes en las actividades (hoy le llamarían peñas) que se organizaban para los internos y sus familiares cada sábado en la tarde; a menos que los involucrados no estuvieran obligados a cumplir algún compromiso con Odilio Urfé.

Sería Urfé quien daría impulso a esta voluntad política de valorar y rescatar determinadas zonas y figuras de la cultura cubana, al reconocerse por decreto la importancia del Seminario de Música Popular que fundara en los años 50. A cargo del destacado instrumentista quedó también la formación de la Tanda de Guaracheros, el conjunto de Clave y rumbas, y la tarea de reorganizar y difundir lo mejor del patrimonio sonero y danzonero cubano.

A disposición, entonces, de todos los cubanos estaban aquellos cantos y artistas que fueron marginados y/o excluidos de los circuitos comerciales importantes de los años 50. Urfé recorrió toda isla recopilando y catalogando cantos y formas musicales que eran luego interpretadas magistralmente por artistas de la talla de Carlos Embale, Alfredo Zayas y sus tambores, Adriano Rodríguez, Dominica Verges, Paulina Álvarez y otros nombres que se pierden en la memoria.

Pero si el trabajo de Urfé y su Seminario abrieron las puertas a un rescate de la memoria, correspondió a Argeliers León y otros investigadores sistematizar y sentar las bases  de los estudios musicales e históricos como ciencia aplicada, a partir del vínculo con otras disciplinas investigativas desde el Instituto de Etnología y Folklore. Se abrían las puertas a un sistema de estudios organizados y avalados por la Academia de Ciencias de Cuba en el campo de la música y el folklor como sistema y no de modo aislado como había ocurrido hasta ese momento. Para ese fin se logró articular una cadena que involucraba la investigación de campo, la edición de muchos de esos textos investigativos y, si era necesario, su registro fonográfico. El patrimonio cultural e inmaterial de la nación cubana se comenzaba a conservar para el futuro. Títulos como Del canto y el tiempo, Biografía de un Cimarrón, entre otros, darán fe de esa vocación de preservar la memoria fundacional de la nación.

Paralelamente a este proyecto de rescate la nación se abría a nuevas propuestas culturales a tenor con los tiempos, y el ejemplo más notable de ello fue la convocatoria al primer Festival de la Canción, que se realizaría en la playa de Varadero en el otoño de 1965 y que además de ser competitivo incluiría la presencia de las figuras más destacadas de la música cubana de aquel entonces. Sería un Festival popular, y con ese fin se realizó hasta una convocatoria para que fuera el pueblo quien determinara qué artistas debían participar y defender los temas en concurso.