Caramba, Descemer

Antonio Rodríguez Salvador
13/8/2020

He estado viendo las últimas declaraciones del músico Descemer Bueno. No soy de los que habitualmente se asoman a ciertas directas transmitidas por redes sociales, pero varios amigos la compartieron, luego vi que muchos opinaron, y entonces decidí mirar.

“La ingratitud es hija de la soberbia”. Fotos: Internet
 

En resumen, dice Descemer Bueno que Fidel no ha hecho nada en Cuba: solo causar desastres como criatura del Infierno. Dice que la Revolución tampoco hizo nada por él; al contrario, lo ha discriminado por negro. Dice, por último, que el pueblo debería rebelarse y destruir las tiendas, y que él mismo vendrá pronto en un yate a dar machete en La Habana.

Mientras lo escuchaba, recordé una frase de Cervantes: “La ingratitud es hija de la soberbia”. Luego, recordé otra de San Agustín: “La soberbia no es grandeza sino hinchazón; y lo que está hinchado parece grande pero no está sano”.

Ciertamente, se desinfló Descemer. No voy a comentar sus graves ofensas y bravuconadas, porque en mi natal Taguasco usábamos una frase para caracterizar a quien amenaza y ofende de lejos, sin que, en realidad, tenga los méritos y el valor del que busca ofender: “Eso es relincho de caballo capado”.

Pero, ¿quién era Descemer Bueno en el año 1980? Un niño de piel negra, nacido en una familia muy humilde, pero con mucho talento para la música. Desde luego, no un talento como el de Benny Moré, quien no pudo explotar al máximo sus potencialidades por haber nacido en una época muy injusta.

Benny también provenía de una familia muy humilde; igualmente era de piel negra y, como consecuencia de ello, debió dejar los estudios en cuarto grado para trabajar en el campo. Descemer, en cambio, cuando terminó su cuarto grado pudo desarrollar al máximo su talento, porque al matricular en la escuela de música Manuel Saumell —quizá la mejor de Cuba en el nivel elemental—, su familia no tuvo que pagar ni un centavo, ni entregar las cédulas electorales a un político, según era habitual en la Isla antes de 1959.

Y allá se fue a estudiar, al lujoso barrio del Vedado, antiguo sitio de clubes, hoteles y sociedades exclusivas en los años 50, donde jamás se le dio entrada al Benny por el color de su piel, a pesar de esa extraordinaria voz que le permitió abrirse camino: un registro y una afinación vocal que Descemer Bueno no tiene.

 “La soberbia no es grandeza sino hinchazón; y lo que está hinchado parece grande pero no está sano”.
 

Una Revolución no se hace para que las personas vivan eternamente agradecidas de ella, sino para que haya justicia, y crear una estructura de oportunidades al alcance de todos, sin que un color claro de piel o el opulento origen constituyan privilegio. Así, y aunque serían escasos los cubanos que no recuerden aquella frase de Martí sobre las manchas del sol y los desagradecidos, no parece tan despreciable faltar al agradecimiento como morder la mano de quien te alimenta, forma y encausa.

Honrosas excepciones aparte, durante la época prerrevolucionaria la vida de los músicos de piel negra y origen humilde fue muy dura. En La Habana era frecuente la imagen del que, para reunir algunos centavos, se subía a una guagua esgrimiendo un tres, o un par de maracas, y luego pasaba el sombrero tras gritar la frase: “Por favor, coopere con el artista cubano”.

Descemer perfectamente pudo ser uno de aquellos músicos, pero tuvo la suerte al nacer en otra época, cuando ya aquella sociedad terrible era solo un mal recuerdo. Ahora le gusta mencionar mucho la palabra dinero, pero ¿de verdad la Revolución no hizo nada por él?

Una matrícula de apenas nueve meses en la Manhattan School of Music de Nueva York tiene un costo estimado de 55 mil dólares, sin contar gastos corrientes. ¿Y cuánto tuvo que pagar Descemer por su formación como concertista de guitarra clásica, durante cuatro años, en el prestigioso Conservatorio Amadeo Roldán de La Habana? Cero pesos, cero dólares.

Existen mitos, y cualquiera pensaría que en la Manhattan School of Music se obtiene una formación más completa; pero no es así: aquella es una escuela eminentemente práctica. En el Amadeo Roldán, sin embargo, aparte de la formación práctica en guitarra clásica, Descemer recibió clases de piano, teoría, armonía y solfeo, entre otras asignaturas, con lo cual no solo se graduó de concertista, sino también de profesor.

“¿Y cuánto tuvo que pagar Descemer por su formación como concertista de guitarra clásica,
durante cuatro años, en el prestigioso Conservatorio Amadeo Roldán de La Habana?
Cero pesos, cero dólares”.

 

Así, poco después de graduarse, en 1990, ya lo vimos ejerciendo en la Universidad del Cabo, en Sudáfrica, y luego en la Universidad de Stanford, en Estados Unidos. ¿Acaso piensa que sus conocimientos cayeron del aire o por gracia divina?

Tras un largo tiempo viviendo por otros confines, un día Descemer regresó a la Patria. Tuvo acá la cariñosa acogida tanto del pueblo como de los medios y las instituciones de la cultura. Sin exigencias de ninguna índole se le dieron todas las facilidades: nadie le pidió declaraciones a favor de la Revolución y sus líderes; tampoco nadie le pidió censurarse o callar opiniones.

Pero cuando poco después regresó a su casa, en Miami, entonces allí sí hubo censura: le suspendieron conciertos, fue denigrado y linchado por youtubers y medios locales; presionado sin misericordia, hasta que lo obligaron a suplicar clemencia de la manera más humillante posible. Para los verdugos no fueron suficientes sus irrespetuosas declaraciones contra dirigentes de la Revolución, también tenía que emprenderla contra aquellos que antes llamó su gente. Y allá se fue Descemer a bajar la cabeza.

Ha sido Trump uno de los presidentes estadounidenses que más ha tratado de privar de recursos al pueblo cubano con el objetivo de rendirlo por hambre. No pasa una semana sin que este apriete clavijas del bloqueo; sanciones que impactan directamente en los más humildes. Y de pronto ahora vemos a Descemer como abanderado de esa política, llamando a que voten por Trump, porque en su delirante imaginación supone que, en Cuba, todos son de su misma penosa casta.

Caramba, Descemer, cómo te has equivocado de potrero. En este de acá, los caballos permanecen enteros.

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