Caridad Massón: una historiadora sin fronteras

Rubén Padrón Garriga
19/3/2020

La recién culminada Feria del Libro de Artemisa tuvo como figura homenajeada a la investigadora Caridad Massón Sena. Conocida por sus amigos y compañeros de trabajo como Cari, Massón Sena es un ejemplo de superación personal y de que es posible abordar la Historia de Cuba desde un punto de vista complejo, que eluda reduccionismos y lugares comunes.

La investigadora, profesora y gestora cultural siempre se ha destacado —además de por su solidez intelectual— por su capacidad de diálogo; por poner a disposición de todos su vasto conocimiento —para que sea utilizado por quienes sientan la necesidad de saber— y por una proverbial vocación de servicio manifiesta, no solo en las grandes tareas, sino en las cotidianas —como su desempeño al frente de la sección sindical del Instituto de Investigación Cultural (Icic) Juan Marinello—. En esta entrevista nos acercamos a su labor docente-investigativa que ya sobrepasa los treinta años de labor ininterrumpida.

Homenaje a Caridad Massón en la Feria del Libro de Artemisa. Fotos: Del autor
 

Inició su carrera en un preuniversitario. ¿Cuánto aportó la docencia a su formación como intelectual e investigadora?

“La docencia permite ver hasta qué punto un estudiante interioriza las complejidades de la Historia. Dar clases crea la habilidad de saber cómo los jóvenes llegan al conocimiento; por lo tanto, también orienta sobre cómo escribir un libro y lograr transmitir en él un mensaje accesible. Es muy difícil que los jóvenes lean esos textos de Historia que ellos llaman ‘bloques’ o ‘ladrillos’ —a veces ni los propios investigadores lo hacen—”.

Durante su vida ha transitado por muchas instituciones culturales como el museo de Caimito y la Casa del Segundo Congreso del Partido Marxista Leninista. Luego ha desarrollado una importante labor en el Icic Juan Marinello. ¿Cómo han ido marcando estas instituciones su agenda investigativa?

“Yo tenía una noción muy general de los estudios históricos. Llegar a un museo con un carácter especializado —dedicado a un evento que se efectuó en Caimito del Guayabal— fue muy importante para mí, pues en los veinte años que trabajé allí pude ir profundizando en la historia del Partido Comunista.

“Con el centro Marinello ya tenía una relación muy directa antes de empezar a trabajar en él; pues había participado en muchos cursos de posgrado impartidos por Fernando Martínez Heredia y otros investigadores muy destacados. Cuando llegué, el único impacto fue en intensidad. Mi línea de trabajo estaba bien definida, pero a partir de ese momento conté con muchas más personas que me podían ayudar. Ya no estaba en mi soledad del museo, sino que me rodeaba un grupo de colegas con una gran experiencia profesional”.

“El principal reto es que los profesores y los directivos de Educación se den cuenta de que es necesario un mayor vínculo entre los docentes y los investigadores”.
 

A lo largo de su carrera usted se ha acercado a temas polémicos como las contradicciones —a lo interno y a lo externo— entre las organizaciones revolucionarias, el papel de la religión en las luchas cubanas y el impacto en la Isla de los movimientos sociales latinoamericanos, entre otros asuntos muy poco abordados. ¿Por qué los ha asumido? ¿Qué cree que han aportado sus estudios a la visión más completa y menos dogmática de la Historia de Cuba?

“Al comenzar a trabajar como investigadora me di cuenta de que había muchos estudios con un carácter apologético. Se iba solo al hecho descriptivo de ‘qué fue lo que pasó’ y a los elementos positivos. Las aristas negativas se trataban muy poco —y a veces son las que más enseñan en los procesos políticos—. Llegué a la Historia porque me interesa la política y que mi país avance; por tanto, es fundamental para mí ver desde esa disciplina cómo un acontecimiento anterior influyó en lo que somos y hacemos hoy. Si la Historia se ve solo como ‘lo bonito’ y los hechos de valentía —que también son muy importantes—, se pueden perder las lecciones que nos dan los errores”.

Su carrera ha transcurrido en La Habana y Artemisa. ¿Cuáles son las semejanzas y diferencias que ha encontrado en ambos lugares respecto a la investigación? ¿Y qué particularidades pudiera exponer en cuanto a ello en territorios no capitalinos?

“El inconveniente de esos territorios es que están muy lejos de las fuentes. Aunque existen muy buenos investigadores, la situación del transporte limita la posibilidad de acudir a los archivos. Desde el punto de vista intelectual, puedo asegurar que hay personas muy capacitadas tanto en la capital como en los demás lugares. Eso se comprueba cuando se leen los libros que publica el Sistema de Ediciones Territoriales (SET).

“El problema no es solo de Cuba; los municipios alejados del centro están en desventaja igualmente en otros países. Sin embargo, en esos espacios también hay mucho que investigar. Yo recomiendo, si es muy difícil ir a La Habana, buscar un tema en el mismo territorio”.

 

Después de más de treinta años dedicada a la Historia como profesora, investigadora y gestora cultural, ¿qué desafíos ve que afronta esta disciplina en la actualidad cubana?

“El principal reto es que los profesores y los directivos de Educación se den cuenta de que es necesario un mayor vínculo entre los docentes y los investigadores. Quienes dan clases a veces no tienen tiempo para investigar, pero hay muchos que lo hacen. Si no hay una buena conexión para que el maestro se mantenga actualizado o para que se les soliciten conferencias y seminarios a los estudiosos de temas históricos, se afecta la enseñanza. Por otro lado, es imprescindible hacer una labor de divulgación de las obras producidas en nuestros centros editoriales. Lograr una comunión entre las instituciones educativas, las culturales y las científicas debe ser una política que involucre a todos”.