Cómo Juan Carlos Roque pudo bailar con el Buena Vista Social Club

Reinaldo Cedeño Pineda
20/12/2018

“Qué exquisita y rara paradoja resulta escuchar El cuarto de Tula entre tanta lámpara de araña, cortinajes, retratos de ilustres personajes enmarcados en dorado y madera preciosa” [1]. Así afirma Juan Carlos Roque García al abrir las páginas del libro Cómo Cuba puso a bailar al mundo: Veinte años del Buena Vista Social Club, compartiendo un hecho inusitado: la presencia de los músicos cubanos del Buena Vista Social Club en el Salón Oriental de la Casa Blanca, el 15 de octubre de 2015.

Portada del libro
 

La música siempre rompiendo muros, siempre quebrando espantos.

Es verdad que habían desaparecido ya el mítico trovador Compay Segundo, el pianista Rubén González, el guitarrista Manuel Galbán y el cantante Ibrahim Ferrer; o acaso sí, allí estaban, en el mismísimo Washington, junto a la imbatible Omara Portuondo, la guitarra y la voz de Eliades Ochoa, el laúd de Barbarito Torres, la trompeta del Guajiro Mirabal, el trombón de Jesús Aguaje Ramos…

Ellos y otros integran el Buena Vista Social Club, que no solo recolocó la música cubana en el espectro universal, que no solo salvó y abrió las puertas de la contemporaneidad a clásicos de nuestra música tradicional que parecían sepultados, venidos a menos, agotados en pequeños oasis, cuasi olvidados… lo que ya de por sí es una hazaña.

El Buena Vista Social Club rebasó con mucho el marco musical y discográfico para constituirse, en verdad, en un fenómeno único, digno de acercamientos culturológicos y antropológicos, además de las insustituibles fuentes testimoniales.

Podría decirse que fundó su propio planeta, en el cual relanzó a sus artistas hasta convertirles en ídolos globales, hizo culto de la memoria, se erigió en vitrina para la identidad cubana y creó una saga para sí y para sus continuadores. Fue pórtico de la grandeza envuelta en el linaje de la sencillez. Y devino, sin duda alguna, en “clase magistral de mercadeo” [2], como bien apuntara el periodista Alden González ―manager del laureado Septeto Santiaguero―, sin que eso se traduzca como que el marketing los inventó, los hizo.

Juan Carlos Roque García (Güira de Melena, 1960) es un artista inclasificable. Autoridad del documental sonoro, creador audiovisual, voz y estilo de espacios en Radio Rebelde y Radio Nederland, escritor, periodista, viajero insomne, tendedor de puentes, memorioso. Autor de títulos como Cartas de una madre, Nunca me fui y Lady Tabares: amo mi soledad.

Como investigador hecho a la gesta insaciable del conocimiento, qué mejores manos podrían hallarse para enhebrar esta historia, para justipreciar a cada uno de sus actores, para mostrar la génesis del proyecto, para enderezar cierta imagen que algunos fabricaron y que otros dejaron pasar.

El volumen es atravesado por la trascendental decisión de Radio Nederland, emisora internacional de los Países Bajos, de realizar la serie de programas “Buena Vista Social Club, el camino del éxito”, bajo la certeza de las palabras de su productora Eli Silvrants, clave en aquel empeño:

“Los medios de comunicación dedican especial atención a lo que han dado en denominar ‘el milagro de ancianos cubanos hecho realidad a merced de un guitarrista estadounidense y un cineasta alemán’. Yo deseaba fervientemente que el público latino y cubano conociera otros aspectos de esta historia” [3].

Voy a confesar que cuando alguien me prestó aquella joya (los cinco CD, los diez capítulos) que Radio Nederland envió al mundo en el estertor del siglo XX, ensayé todas las estrategias ―todas― para retardar su inevitable devolución sin lograrlo, y que, eso sí, utilicé algunos fragmentos que se me han quedado rondando en la mente como vigías.

Juan Carlos Roque fue columna vertebral de la serie, por lo que este libro es también una muestra de transmedia. Es un concepto que maneja una y otra vez, que hace referencia a la narrativa mediática desde múltiples plataformas, soportes y canales, sin que falte lo que agregan las redes sociales con sus ecos y valoraciones. Es también, claro está, una muestra de ruptura con un pensamiento de trinchera o de isla sitiada, que tanto daño nos ha hecho.

El libro Cómo Cuba puso a bailar al mundo: Veinte años del Buena Vista Social Club está hecho con cuidado, hurgando en detalles y entresijos, con paciencia, calibrando las declaraciones, aportando con otras fuentes allí donde no pudo alcanzar, sin alardes de atmósfera, pero a la vez en medio de ella; sin rendirse ante ninguna complejidad o polémica, el paso de los años, las enfermedades, la parquedad, las exclusividades, las ciudades que cruzar…

Es admirable cómo el autor trenza el tiempo, cómo deja la emoción propia en el espinazo, para dar paso al protagonista que tiene delante; cómo desfilan los juicios de manera natural, cómo armoniza aquello que ha obtenido en diferentes espacios temporales y geográficos.

 Juan Carlos Roque entrevista al mítico Compay Segundo.   Imagen tomada del libro
 

Me arriesgo a singularizar, tómese como botón de muestra. Conmueve, por ejemplo, la declaración de Ibrahim Ferrer, el de la voz “lánguida y sedosa” [4], con aquel deseo clavado de cantar boleros, postergado siempre… y luego la revelación: Silencio que están durmiendo / los nardos y las azucenas… aquel dueto con Omara que vale una vida.

Tuve el privilegio de conocerle, de abrazarle, de entrevistarle. Ahora contemplo a Juan Carlos micrófono en mano, detenido en la fotografía, y del otro lado la estrella, el sanluisero Ibrahim, que no se lo cree, que casi con pena susurra: “Yo no sé hablar de mí” [5]. Ahí coincidimos autor y articulista, en derrumbarnos ante tamaña ternura. Es como para detener el loco correr del mundo y tributarle una ovación.

¿Y lo que dice la propia Omara, con su genio impromtu? Andaba ella en los trajines de su disco La novia del feeling en los estudios Areíto cuando…

(…) solo nos faltaba poner algunas voces cuando llega Juan de Marcos al estudio y me presenta a Ry Cooder. Entonces me explicaron que estaban haciendo una grabación en el otro piso y querían que yo subiera un momento para cantar algo… Como los músicos cubanos nos caracterizamos por la espontaneidad, yo le dije que sí.

Cuando llegué al estudio me encontré con los mismos músicos que habían grabado conmigo La novia del feeling, además de otros como Compay Segundo. “¿Qué vas a cantar, Omara?”. Me preguntó Juan de Marcos. Yo le dije: “Vamos a hacer Veinte años. Entonces Compay Segundo empezó a hacer la introducción con su armónico y grabamos el tema a dos voces. Como ya había hecho mi parte, me despedí de todos y salí del estudio. Me fui para mi casa. Como a los dos o tres meses me llamaron: “Omara, prepárate porque tenemos que ir para New York, Estados Unidos, porque el disco Buena Vista Social Club obtuvo un Grammy [6].

El libro, que comienza con la actuación en la Casa Blanca, pone fin con el Adiós Tours del Buena Vista Social Club, un amplio registro que va desde 1996 al 2016. No hay cronologías, pero todo está ordenado, tal vez por intensidades. Incluye referencias a los continuadores, y a mi modo de ver, un interesante capítulo, “Coyunturas inexplicables o el poder del marketing”, donde se contrapuntea alrededor de la Vieja Trova Santiaguera, aquel otro proyecto de estrellas con Reinaldo Hierrezuelo y Reinaldo Creagh al frente.

Son 234 páginas, en las que el aporte de Juan de Marcos González (director musical del Buena Vista Social Club) y el de sus protagonistas, quedan sellados en su justa medida; sin conceder más ni quitar menos al norteamericano Ry Cooder, al británico Nick Gold, a la discográfica World Circuit, e incluso, al documentalista alemán Wim Wenders.

Cómo Cuba puso a bailar al mundo: Veinte años del Buena Vista Social Club, con la edición de Lourdes Torres de la Fe, ilustración de cubierta de Ángel Manuel Ramírez y la autoría de Juan Carlos Roque García, constituye un ejemplo de cómo sumergirse en una vida, de cómo intuir lo que no se pudo decir, pero flota en el aire; de cómo recomponer una experiencia colectiva a través de la voz individual. Lástima que las fotografías no llevan el realce que el libro merece.

Cómo Cuba puso a bailar al mundo: Veinte años del Buena Vista Social Club es un libro cantábile, surcado de fragmentos musicales por doquier. Es una apuesta por Cuba, por lo mejor de su cultura, por la historia de la cultura, en momentos en que andamos tocando fondo en materia de producción, difusión y consumo musical.

Que esa aventura espiritual y estética que vivió su autor, que esas memorias y esas voces que tocó, como dioses tutelares, nos acompañen siempre­…. Si las cosas que uno quiere / se pudieran alcanzar…

Notas:
 
[1] Juan Carlos Roque García: Cómo Cuba puso a bailar al mundo: Veinte años del Buena Vista Social Club, Ediciones Unión, La Habana, 2017, p. 26.
[2] Op. Cit., p. 229.
[3] Op. Cit., 195.
[4] Op. Cit, p. 81.
[5] Op. Cit, p. 82.
[6] Op. Cit., pp. 60-61.