Con Martí despierto

Lil María Pichs Hernández
29/10/2020

Hay un empuje, una fuerza incontenible, un soplo vital que brota, desgarra, entrelaza, crea y palpita. Hay unas ganas de hacer el bien, de ser útil, de ser mejor, de ser completo. Hay una noción de la vida, del tiempo, del espacio. Hay un color, una textura, un sonido. Hay un dolor que no se quita, una sed que no se sacia. Hay un misterio que nos acompaña: Martí. 

No hace mucho tiempo, tuve un profesor que, inspirado por sus memorias o tal vez por las de alguien más, siempre nos decía: “Martí fue excepcional debido a tres razones. La primera, su genio personal, ese talento, esa cualidad con la que hay que nacer. La segunda, su contexto más cercano, las circunstancias de su nacimiento y crecimiento, la situación de Cuba durante la segunda mitad del siglo XIX. Y la tercera, el contexto internacional —especialmente a finales del siglo XIX—, signado por la expansión del capitalismo en su proceso de mutación hacia la etapa imperialista”.

Creada hace 25 años bajo la iniciativa de destacados intelectuales, la Sociedad Cultural José Martí conserva y promueve la obra del Apóstol. Foto: Tomada del perfil de Facebook de la institución. 
 

Ciertamente, figuras excepcionales han existido en todas las épocas; a veces unas más estudiadas y abordadas que otras. La excepcionalidad tomó tal forma en Martí, que no hay manera de olvidarlo, pero tampoco de estudiarlo. Las insuficiencias de la ciencia y la razón, incluso las de la religión y la fe, esas que suelen sesgar el acercamiento a la vida y obra de cualquier personalidad, parecieran multiplicarse en el caso de Martí.

Qué personaje difícil de describir, de clasificar, de abordar, de entender. Qué de contradicciones parecieran existir entre su amor por la vida y la dedicación a los preparativos de la guerra; entre su espiritualidad y su enfrentamiento a las iglesias; entre su fragilidad física y su capacidad para soportar los más disímiles padecimientos; entre su delicadeza y su arrebato.

¿Por qué las injusticias que tantos vieron calaron en Martí más hondo que en esos otros? ¿Por qué son sus textos, cargados de adjetivos e imágenes literarias, más científicos que los de muchos catedráticos? ¿Por qué, si nunca lo escuchamos hablar, podemos oír su voz murmurando en lo profundo de nuestra conciencia ante más de una disyuntiva diaria? ¿Por qué Martí habla con tu voz, y con la mía, y con la de aquel? ¿Por qué? ¿Cómo ha podido esparcirse de semejante manera en el alma cubana, en el alma de cualquier pueblo revolucionario? ¿Por qué hay que recurrir a Martí para hablar de hermandad, de justicia, de revolución, de equilibrio?

Ninguna tesis de investigación, ningún doctorado podría responder estas preguntas. Ninguno ha podido. Ninguno podrá. Por eso, el 20 de octubre de 1995 nació la Sociedad Cultural José Martí. La respuesta de las fuerzas diversas y vibrantes que esta convocó en todo el mundo rápidamente superó con creces las expectativas de los propios fundadores, porque Martí no se estudia, se vive.

Armando Hart, Cintio Vitier, Roberto Fernández Retamar, Eusebio Leal, Abel Prieto, Enrique Ubieta y Carlos Martí no habrían podido imaginar aquel día que la Sociedad se convertiría en el espacio que es hoy: una red de miles de clubes martianos y de decenas de miles de martianos reunidos desde el arte, la literatura, las ciencias, la fe y la buena voluntad; una red que funciona a través de comités de solidaridad, escuelas, hospitales, fábricas, oficinas y comercios, desde Bering hasta Ushuaia.

La Sociedad representa una promesa para el mañana. Es un tejido vital cada vez más amplio, más rico, más articulado, más joven, capaz de llegar a todos, en todos los continentes, para hacer converger a los que sienten a Martí latirles adentro, y para despertar a los que aún lo llevan dormido.