Corina Mestre: sinónimo de cubanía y pasión

Magaly Cabrales / Foto: Tomada de la cuenta de Twitter de la Uneac  
19/2/2021

Próximamente, en el mes de junio, se cumplirán 60 años de Palabras a los intelectuales. Acerca de la relevancia de este trascendental discurso, pronunciado por nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro en la Biblioteca Nacional, Corina Mestre, vicepresidenta de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba y consagrada actriz cubana, dijo en entrevista exclusiva:

En este, como en otros discursos, Fidel dejó bien definida cual sería la política cultural de la Revolución, de ahí su extraordinaria importancia y gran vigencia. Nos enseñó desde el primer momento que la cultura era lo más importante para el país y que, salvándola a ella, estaríamos salvando nuestra identidad, nuestra nación. Lo que sucede es algunas personas limitan este término a la cultura artística y literaria, cuando en realidad la cultura abarca mucho más allá. En ella están incluidas la educación, la ciencia, incluso hábitos, costumbres, tradiciones…

Es importante tener en cuenta que en ese año el país tenía un analfabetismo enorme, inmenso, y lo primero que hizo Fidel, o lo primero que lanzó la Revolución fue la Campaña de Alfabetización, precisamente para llevar la cultura hasta los rincones más apartados del país y hacer realidad el pensamiento martiano de ser cultos para ser libres. Es decir, la importancia primera de Palabras a los intelectuales es que permite ver la vocación que tenía la Revolución de hacer del cubano un pueblo culto, para llegar a ser un pueblo libre.

Acto seguido, la vicepresidenta de la Uneac significó que:

Lo segundo era intentar lograr la unión de todos los intelectuales y artistas. En ese primer momento se habló de Asociación y Fidel dijo “No, ha de ser unión, porque mientras más unidos estén los intelectuales y artistas habrá mucho más desarrollo, será mayor la creatividad y también lo serán las maneras de ayudar a la sociedad”. Considero que la primera vocación que debe tener un artista es la vocación de servir. Los artistas trabajamos, esencialmente, para disfrute de la sociedad, para que la gente crezca a partir de lo que ve, de lo que seamos capaces de mostrar, de enseñarles. Palabras a los intelectuales, reitero, trazó la política cultural de la nación a partir de ese momento. Un momento además muy difícil porque en el país había algunos intelectuales que no eran revolucionarios, otros estaban confundidos. Y quizás por esa razón no pocos han interpretado mal, o han llevado hacia un solo lado las palabras de Fidel en ese discurso cuando aseguró que con la Revolución todo y sin la Revolución nada. Nuestro líder histórico en realidad se refirió a que no se podía prescindir de nadie, a menos de aquellos que eran incorregiblemente contrarrevolucionarios. Es decir, que dentro de nosotros estaba la capacidad de disentir, de tener diálogo, de discutir. Por supuesto, no somos homogéneos, no todos pensamos de la misma manera, pero a partir de esas diferencias podemos entablar diálogos que permitan arribar acuerdos que se correspondan con la política emprendida por la Revolución. Eso sí, estábamos obligados a renunciar a los incorregiblemente contrarrevolucionarios, que desde entonces y hasta hoy no han deseado otra cosa que no sea que desaparezcamos de la faz de la tierra como sociedad, como seres humanos.

Con relación a la labor desarrollada por la Uneac, en su más de medio siglo de existencia, Corina Mestre, quien desde 1982 es miembro de esta organización que agrupa a la vanguardia artística cubana, subrayó:

La Unión Nacional de Escritores y Artistas ha venido librando y aún libra una serie de batallas no solo por los artistas, sino también por toda la sociedad. Mientras nosotros luchemos porque la educación, porque la enseñanza artística sea mejor; mientras luchemos porque sea respetada la creatividad y porque no se le dé paso a la pseudocultura, estamos luchando por toda la sociedad. Yo creo que todos estos años lo que ha hecho la Uneac es exactamente eso: ser como un ejército de defensa —y puedo decir la palabra “ejército”, no tengo el menor temor a decirla—. Un ejército que ha defendido la identidad, el patrimonio; que ha defendido, en fin, lo que de verdad nos hace una gran nación, que es lo que somos, independientemente de que seamos un país subdesarrollado. Somos una gran nación a partir de nuestro intelecto, a partir de los grandes científicos que tenemos, de los grandes artistas, los grandes escritores, los grandes médicos, los grandes creadores. Es relevante el desarrollo que ha tenido el país en todos estos años y considero que en ese desarrollo nosotros hemos puesto un granito de arena para que vivamos mejor, para que realmente seamos un país libre que es lo más importante, libre desde todos los puntos de vista. La Revolución, desde su triunfo en 1959, nos dio libertad plena. Nos regocija saber que desde esa misma fecha existe una justicia social que apoya a todos, más allá de que tengamos miles de problemas, como lo son los económicos; pero todos tenemos igualdad de derecho aunque sigamos luchando contra el racismo, la discriminación de cualquier género y la violencia contra la mujer, etc.

Desde su fundación, en agosto de 1961, hasta el pasado año la Uneac ha celebrado nueve congresos. En todos ellos ha estado siempre presente el pensamiento de Fidel, quien hasta poco antes de su desaparición física participó en largas y profundas decisiones de los creadores y escritores. Siguió de cerca sus planteamientos y marcó en sus conversaciones nuevas perspectivas para la organización, entre las que no faltaron, por supuesto, los retos que debería encarar. Entre los desafíos que enfrentará la Uneac en los años venideros, Corina Mestre destacó que el más apremiante y fundamental es:

Refundar la Uneac, teniendo en cuenta lo que pensaron sus fundadores, pero adaptando sus pensamientos, sus ideas, a las culturas nuevas y a los nuevos tiempos. Considero que estamos en el momento de unir mucho más y de acercar mucho más a los jóvenes. Quizás algunos consideren que esto, por reiterativo, sea un slogan, pero es que vivo entre los jóvenes y he trabajado con ellos en las Escuelas de Arte durante 17 años. Por otro lado, es necesario continuar dando las batallas que desde los inicios dieron nuestros fundadores dentro de la organización: ser mucho más organizados —que, de hecho, los estamos logrando—; llegar hasta el último de nuestros miembros, hasta el último ciudadano del país; que nuestros intelectuales y artistas participen mucho más, no solo en la enseñanza artística, sino también en la educación en general; que estén más cerca de las escuelas —porque en mi opinión es esta la mejor manera de ayudar a que la gente crezca— y, por supuesto, apoyar a la Revolución todo el tiempo, que no es precisamente un desafío, porque desde su propia fundación, desde sus primeros pasos, la Uneac ha estado al lado de la Revolución y de sus líderes.

A nuestra entrevistada no le gusta hablar de los cargos y por ello se abstuvo de hablar de su desempeño como vicepresidenta de la Uneac. Prefiere más bien que la reconozcan como profesora de actuación de nivel medio. O que la identifiquen también como asesora de las cinco escuelas de Enseñanza Artística que existen en el país. “Me gusta más —subrayó— que me digan que soy actriz y profesora, porque disfruto muchísimo ambos trabajos. Sobre todo si me reconocen como profesora. Me satisface grandemente ver como mis alumnos crecen y se convierten en actores y actrices. Enseñar es la labor donde, en definitiva, voy dejando mi huella”.

Otra abstención encontramos cuando quisimos indagar acerca de los premios que ha merecido, entre otras razones, por su talento, su pasión y su entrega a la actuación. Y, ante su negativa, al menos en el primer intento, decidimos entonces incursionar en los inicios de su carrera, algo que, aunque con cierta emoción y añoranza, aceptó gustosa:

Empecé recitando, a partir de unos poemas que me enseñó Raúl Ferrer y otros de José Martí que mi papá me ensañaba. Me encantaba recitar la “Elegía de los zapaticos blancos” de Jesús Orta Ruiz, “El Indio Naborí”. Era una niña que declamaba poemas en los actos de la escuela primaria donde estudiaba. Y así me mantuve durante un largo tiempo hasta que, años más tarde, logré matricular en un curso para trabajadores en Instituto Superior de Arte. Pero, mucho antes de comenzar en el ISA, sentía gran atracción por la Nueva Trova a la cual entré de la mano de Noel Nicola, pues yo tendría entonces unos diez años. Y pienso que la influencia mayor para convertirme en lo soy hoy vino de la Nueva Trova, de Noel, Silvio, de Vicente, de Lázaro García, quienes han sido, históricamente, como los patricios de ese género de la música cubana. Con esos trovadores empecé a escuchar un nuevo lenguaje.

En una visita al Municipio Especial Isla de la Juventud y acompañando a una amiga integrante de un grupo de aficionados, conoció al destacado instructor de teatro Humberto Rodríguez, quien poco tiempo después, en la Habana, le propuso participar en una obra en la que: “empezaba diciendo yo, mientras caminaba por el pasillo del teatro ‘que es un mogollón, es un vago que pretende vivir a costa del prójimo, un parásito’. Y partir de ese momento empecé a hacer teatro de verdad, a pesar de que nunca dejé a mi gente de la Nueva Trova, a quienes acompañaba en sus conciertos recitando poemas. Como tampoco abandoné mi trabajo en el Ministerio del Interior, donde formaba y atendía a los grupos de aficionados y organizaba sus festivales”.

Tirando peines y distintos objetos contra los platillos de una batería para producir distintos sonidos, en la obra La zapatera prodigiosa, Corina Mestre debutó oficialmente como actriz. Era el 3 de enero de 1978 y formaba parte del grupo Teatro Estudio.

Más que a la actuación ha dedicado la mayor parte de su vida a la enseñanza. Sin embargo, memorables resultan sus magistrales desempeños no solo sobre las tablas, también en telenovelas y series. Precisamente son estas últimas las que más ha disfrutado a lo largo de su carrera, especialmente aquellas que traen de vuelta “pasajes de nuestra Historia, de la formación de nuestra identidad, de las luchas inclaudicables del pueblo cubano, de los problemas cotidianos de nuestra sociedad”. Aunque, acotó, “extraño mucho hacer teatro”.

A juicio de esta prestigiosa actriz, ciertamente las personas nacen con determinadas condiciones que suelen llamarse talento, pero estas no representan nada “si ese individuo no investiga, no estudia, no trabaja en función de desarrollarlas. Si no hay pasión, amor, entrega; esas condiciones, como digo siempre, se convertirán en agua de borrajas. El talento está asociado a tenerlas, es cierto, pero también —y sobre todo—, a mucho, mucho trabajo y a mucha entrega. Y justo eso es lo que aconsejo a los jóvenes: que investiguen quiénes somos, de dónde venimos; que estudien; que trabajen porque serán sus manos las que llevarán las banderas que hoy sostenemos nosotros”.

“‘Le concedo mucha más importancia al reconocimiento de la gente; al reconocimiento de esas personas que me ven por la calle y me llaman maestra; el reconocimiento de otros tantos que, a pesar de que no soy religiosa, me bendicen cuando paso por su lado’”. Foto: Tomada de Cubadebate

Ya casi al final de nuestra entrevista, conseguimos que Corina Mestre nos hablara de algunos de sus premios. En este sentido dijo que uno de sus galardones más relevantes “fue el que me otorgaron en un Festival celebrado en Moscú. En ese evento presentamos La verbena de la paloma y obtuve el premio de mejor actuación”. Igual reconocimiento recibió en Nueva York, Estados Unidos. Y porque considera que los premios son “una vanidad, una tontería”, se negó a continuar hablando de ellos. De todos modos, conocíamos antes de visitarla, que en su abultado expediente de reconocimientos figuran, entre otros muchos, la Orden por la Cultura Nacional y, más recientemente, en 2017, se le otorgó  el Premio Nacional de la Enseñanza Artística, del cual aseguró que “realmente no lo merecía, al menos no cuando me lo entregaron. Precisamente ese año habían algunas personas que, por su sacrificio, lo merecían mucho más que yo”. Y acentuando cada palabra con la pasión que le caracteriza, dijo al fin: “para mí los premios no significan mucho. Le concedo mucha más importancia al reconocimiento de la gente; al reconocimiento de esas personas que me ven por la calle y me llaman maestra; el reconocimiento de otros tantos que, a pesar de que no soy religiosa, me bendicen cuando paso por su lado. Eso es muy gratificante, como también el hecho de que muchas personas me vean como su familia, no me vean distante. Eso es lo mejor que puede pasarle a cualquier persona y, en particular, a cualquier artista. Ese reconocimiento sincero del pueblo, es indiscutiblemente el mayor, el mejor premio”.