Dar la cara con otra cara

Ricardo Riverón Rojas
3/9/2020

Durante décadas hemos vivido sujetos a una metodología para la promoción del libro cuyo resultado más frecuente, año tras año, es su inoperancia. Muchas más veces de lo aconsejable las diversas acciones de intercambio autor-público discurren en una opacidad pasmosa: los poquísimos asistentes, solo en contadísimas ocasiones son: estudiantes universitarios (ni siquiera los de humanidades), especialistas culturales, periodistas, críticos, académicos, o simples diletantes.

Lo repetitivo de la dinámica interna de estas actividades constituye la  principal causa del hastío del público; pero también aporta lo suyo el extrañamiento de una oferta lacerada por la falta de profesionalidad, que a su vez recibe nutrientes de una política inclusiva a ultranza donde escritores y aprendices interactúan en los mismos espacios comunicativos. La proliferación desmedida y sostenida de esta variante de intercambios ha contribuido, en altísima proporción, al distanciamiento de los posibles receptores.

Que una modalidad funcione en un momento, no expide pasaporte para su condición vitalicia: los formatos para la promoción literaria caducan y deben renovarse, como todo, pero a este principio hemos vivido ajenos. La persistencia en lo disfuncional cobra factura.

Ya en los tempranos inicios de la década de los noventa, el entonces Director de Literatura del Instituto Cubano del Libro (ICL), Juan Nicolás Padrón, me comentó su interés por concebir conceptualmente, y luego instrumentar desde esa instancia, un repertorio de foros literarios que, manteniendo el rigor estético, usufructuara algunos códigos del espectáculo. A lo avisado por Padrón podríamos añadirle el uso de las redes y de los medios masivos, ganancias posteriores. Ejemplos de modos de hacer en otros sitios del mundo sobran, pero basta solo citar al festival de poesía de Medellín, donde lo performático y lo poético discurren en una fecunda hibridez que atrae notablemente al llamado “público general”.

Existen, claro está, razones extraliterarias que en nuestro caso han cebado la profundización y persistencia de la crisis. Una de ellas es económica, pues la justa retribución por las comparecencias de los escritores en espacios públicos (Resolución 35/96), unida a la insuficiencia salarial y los apremios de la vida cotidiana desató en su momento una especie de carrera por los espacios, tras el componente monetario, lo que de paso le abrió las puertas a la improvisación y la falta de creatividad en el desarrollo de los mismos: las peñas fijas de “corta y clava” inundaron los sagrados sitios donde debió reinar el rigor y el respeto por la literatura.

“Estos últimos tiempos de pandemia nos han obligado a enfocar los esfuerzos hacia lo virtual. (…) se lograron entregas de altura cualitativa cuyo impacto de público nunca se habría logrado de haberse atenido solo a lo presencial”. Fotos: Internet
 

El oportunismo y el mal uso del poder en función de un cargo directivo en una institución también contribuyeron, en algunos casos lamentables, a consagraciones espurias. Se trata de una aberración con mayor incidencia en provincias que en la capital. Felizmente, los escritores de más conciencia cultural y altura creativa se han distanciado bastante en esas pujas, lo cual los ha perjudicado, con certeza, desde los puntos de vista promocional y económico.

El acto comunicativo oral se contaminó, en los momentos de mayor entusiasmo expansivo, con una masividad mal manejada que igualó, ediciones mediante, al alumno con el maestro y puso a ambos, en igualdad de condiciones, a compartir escenarios. La hipertrofia editorial sacó a algunos de la incómoda condición de inéditos, pero también puso más bajo el listón.

Las importantes decisiones de logística del llamado Sistema de Ediciones Territoriales (Set) llegaron, a mediados de 2000, acompañadas por una política que orientaba actos de promoción (remunerados) para cada libro, y aunque se insistió en el respeto a las jerarquías, cada territorio encofró las suyas de acuerdo con su visión del edificio. El público, y los escritores, pagaron los platos rotos.

Es cierto que nunca se instó a publicar malos libros, pero no por eso se paró la invasión de subproductos, no solo en lo literario sino también en tanto objeto cultural, y se dio en magnitudes no despreciables. Opino que faltó una visión detallada de las variopintas realidades territoriales en lo tocante al desarrollo editorial y se operó al amparo de un falso igualitarismo que a quien más dañó fue a esa igualdad solo justa cuando eleva al rezagado, no cuando nos arrastra a todos a una media, quizás elocuente en lo social, pero no en lo literario.

Me niego a pensar que no podremos reconquistar al público para la literatura. Estos últimos tiempos de pandemia nos han obligado a enfocar los esfuerzos hacia lo virtual, y si bien es cierto que hay mucho video (casero y no, profesional y no) desechable, también lo es que se lograron entregas de altura cualitativa cuyo impacto de público nunca lo hubiéramos conseguido atenidos solo a lo presencial.

Ejemplificaré con experiencias del entorno donde debí guardar confinamiento, no por considerarlas modélicas sino porque me demostraron cómo se puede acceder, desde medios y métodos poco explotados –sin menoscabo del rigor– a grandes públicos. Con la TV se realizaron los cortos #poesíacontracoronavirus, consistentes en cápsulas de poesía para la programación de cambio; Gente de pico fino, se procesó con la radio, para los narradores y cronistas, mientras en la plataforma de internet de la Uneac y el Sectorial de Cultura fueron publicados trabajos testimoniales a través de los proyectos: Narrar estos días y Los días que vendrán. Los impactos han sido dignos de referencia, tanto en la programación de los medios masivos como en las redes.

“El alistamiento de figuras un tanto ajenas hasta hoy, como los booktubers, aportarían volumen al paquete promotor, de la misma manera que una enciclopedia digital de autores en formato multimedia, nutriría a la docencia y al patrimonio bibliográfico”.
 

Un detalle personal: si lograra juntar a todas las personas que, en mis 45 años de participante en la vida literaria cubana han presenciado mis intervenciones, no lograría los casi 68,000 que en Youtube han accedido, en apenas cuatro meses, al audiovisual “Quererse de lejos”.

El uso de los nuevos escenarios, así como la voluntad de los medios (nunca antes con tanta disposición) deberían rebasar lo coyuntural de la pandemia e integrarse orgánicamente a los proyectos permanentes de promoción de la literatura. Se les sumaría lo presencial, pieza imprescindible y reactivada en la tercera fase de recuperación.

En este último aspecto, en nuestro caso, ensayamos con éxito intercambios con cierto sentido lúdico donde el público participó de manera activa mediante votaciones y procederes generados por la competencia y los discretos matices humorísticos. Pudieran, como ejemplos puntuales, aportar algunas pautas renovadoras, los casos de: “Santa Clara, quién te viera”, recital concebido para elegir por votación de los poetas, el poema a la ciudad en la conmemoración de su aniversario; así como “Soneteando en Cuba”, juego intertextual y paródico con el programa de RTV Comercial. Consistió en una competencia entre sonetistas endecasílabos (los Gongorinos) y alejandrinos (los Rubendarianos) hilada jocosamente para mayores de 35 años, a contradiscurso con cierta frontera etaria imbatible.

A la nueva plataforma para la promoción de la literatura y los escritores no le podrían faltar variantes para el libro en sí, en relación con lo cual pudiera funcionar una experiencia de 2018 que con el nombre “El twiter literario”, nos sirvió para la presentación de alrededor de una docena de títulos en una sesión, con presencia de sus autores. Las disertaciones fueron cápsulas de apenas dos minutos.

El alistamiento de figuras un tanto ajenas hasta hoy, como los booktubers, aportarían volumen al paquete promotor, de la misma manera que una enciclopedia digital de autores en formato multimedia, nutriría a la docencia y al patrimonio bibliográfico. Sé que no describo una plataforma ideal; la realidad siempre en mucho más rica, pero confío en su potencialidad.

Aspiro a que la reconversión de la actividad promotora con bases como las mencionadas, más otras muchas posibles variantes, reactive el interés de los posibles espectadores. Enfrentar al público a través de la pantalla, las ondas hertzianas o el universo virtual, sin desdeñar los formatos de papel ni ese insustituible acto de dar la cara (solo que ahora con otra cara) debe bastar para que le ganemos una mano, con gracia, al pragmatismo galopante, que si bien tienta a los lectores, nunca será capaz de llenar los espacios que la poesía colma.