Del diario de una husky en pandemia

Laidi Fernández de Juan
24/8/2020

Día 1- Soy una husky. Me llaman Sultana y nací en Alaska, de padres siberianos, aunque vivo en Cuba, un país con un calor de mil demonios. Mis dueños han sido puestos en cuarentena, que es como decir aislados en la Siberia de mi familia original, pero aquí en La Habana, en un sitio donde yo no quepo. Nadie sabe con exactitud cuántos días tardarán en volver mis dueños, porque no se sabe si están enfermos o no de algo que todos llaman COVID-19. Por esa razón, me han dejado en casa de un amigo de mi padre humano. Me encuentro en un lugar más amplio que el de mis dueños, pero por primera vez debo compartir espacio con otro perro. Espero que sea por breve tiempo.

Foto: Internet
 

Día 2- El otro animal es un pekinés tibetano al que llaman Aquiles. Insoportable, pequeño y mandón. Aunque los humanos amigos de mis dueños me recibieron con cierto afecto, le escuché decir a la mujer: “qué bella perra, pero qué grande es, y así comerá”, el tal Aquiles gruñó desde que me vio. Por tanto, he decidido fingirle obediencia. Evito pasar por el rincón donde él esté, y permito que meta su hocico chato en el plato donde sirven mi comida. Por ahora, todo marcha bastante bien. Duermo en un pasillo y no en la cama, como me permitían mis dueños originales, pero me dejan un ventilador encendido toda la noche, menos mal. El calor es espantoso.

Día 3- Sigo en el mismo lugar desde hace dos días y, según escucho decir a la esposa del amigo de mi dueño, “esto va para largo, pica y se extiende”. El pekinés empieza a llenarme la cachimba con sus malcriadeces y sus celos, y se apura comiendo lo suyo para luego hurgar en mi comida. Por eso, me apuro yo también, de manera que cuando se acerque a mi plato, encuentre lo menos posible. Su dueña se deshace en mimos hacia él, y apenas me dirige la mirada. En cambio, el hombre juega conmigo, me dice Máchenka, me habla en un ruso que no entiendo, pero muevo la cola para no decepcionarlo. Sigue el calor, siguen mis dueños en la estepa desconocida y lejana, y yo sigo aparentando calma.

Día 4- Hoy debería irme de aquí. El día que mis dueños me trajeron, escuché alto y claro cuando decían a sus amigos: “Cuídennos a Sultana por cuatro días”. Sin embargo, por conversaciones que tienen los humanos de esta casa, deduzco que, efectivamente, la cosa se extiende. Algo nombrado PCR se menciona mucho cuando conversan por teléfono, y según PCR saldrán mis dueños del confinamiento, y me rescatarán. La mujer del que me habla en ruso cada día se altera más, y me mira menos. La he visto regañar a su esposo, con palabras así: “No vamos a aguantar mucho tiempo más con esta elefanta peluda que come más que un batallón de infantería. Yo no sé en qué estabas pensando cuando aceptaste que la trajeran. Y, para colmo, caga y mea donde le parece, qué barbaridad”. Y también: “Serán muy amigos tuyos los dueños, pero mijo, ni un ala de pollo dejaron, yo te digo a ti…”. El ruso parlante no le hace mucho caso, por suerte. Sigue diciéndome Máchenka, spassiva, tavaricha, idísudá y cosas por el estilo. Aquiles disfruta mucho de los insultos, y me revira los ojos, como quien dice: ¿Viste que sigo siendo el rey? Pero yo no me dejo provocar.

Día 5- Hoy hubo un momento de alegría en esta casa. Llamaron mis dueños y dijeron que PCR negativo, lo cual es bueno, o eso entendí. La dueña de Aquiles gritó de emoción, y le pasó el teléfono a quien se cree moscovita, quien, a su vez, hizo preguntas a mis dueños, y cuando escuchó respuestas, se le pusieron los ojos gachos. “¿Qué, qué pasa?”, preguntó su esposa mientras cargaba a Aquiles y le besaba una oreja. Él colgó el teléfono y dijo: “No te hagas ilusiones, dentro de cuatro días más hay que repetirles PCR”. La mujer salió corriendo hacia su cuarto, mientras gritaba no puedo más.

Días 6 y 7- Sin novedades en este frente. El hombre de esta casa es el único que me hace caso. Me ha llevado de paseo estos dos días, me bañó con una manguera en el patio (sin champú, como estoy acostumbrada, sino con un jabón apestoso, de lavar, dijo la mujer cuando se lo dio), y Aquiles ha pasado a gruñirme a toda hora. Lo que me falta para darle un zarpazo por la cabeza es nada. Sigo durmiendo en el patio, pero esta misma noche voy a aullar. Lo tengo decidido. Cuando aúllo, mis dueños corren a complacerme, así que voy a probar la paciencia y los oídos de la madre humana de Aquiles.

Día 8- Decididamente la diferencia entre mis dueños auténticos y estos emergentes es muy grande. Cuando aullé, a las tres de la madrugada, Aquiles y su dueña se espantaron, y solo gracias al cosaco que me habla en ruso, me libré del agua fría que pretendían lanzarme para acallarme. El amigo de mi dueño me premió con un segundo ventilador. Pobre hombre, cree que estoy molesta por el calor. Que sí, que claro que es de espanto, pero con quien de verdad estoy brava es con el maldito PCR que tiene atrapado a mis dueños. Hoy se cumple el segundo plazo para que PCR se pronuncie. Si yo pudiera, rezaría al patrón de PCR. Pero las plegarias perrunas no suelen ser atendidas. En fin, a seguir aguantando al pekinés y a su ama.

Día 9- Mis dueños han sido liberados. Llamaron esta mañana, y de la alegría, el que me dice Máchenka acercó el teléfono a mi oreja, para que yo escuchara: “Sultana, Sultana, ya vamos por ti”. Es tan grande mi emoción, que decido no comer, ni aullar, ni molestarme con Aquiles. Después de todo, invado su lugar y lo comprendo. Me he aposentado en la entrada de esta casa, a esperar con paciencia zarina que mis dueños me rescaten.

Día 10 y final- Ya estoy de nuevo en mi hogar habitual. Mi dueño me abraza y me mima. Mi dueña, en cambio, me ha bañado varias veces con champú, y le escucho decir a mi padre humano: “Qué asquerosa está Sultana, pobrecita. Y flaca. Se nota que en casa de tus amigos no la trataron bien”. Ahora todos usan un antifaz llamado nasobuco y se niegan a salir y a recibir visitas. Me pregunto quién será PCR, del que todos hablan con respeto y temor. Por lo pronto, me refugio debajo de la cama. Ya vendrán tiempos mejores, digo, mientras pienso que estar aquí es la gloria. Sin pekineses.