Desde el silencio, como viven los poetas

Darién Peña Prada
16/1/2019

Demostró que se puede hacer mucho con muy poco, solo se necesita corazón y ansias de belleza. Héctor Adonis Miranda Reguera fue su poesía. Cargó con su alter ego hasta la muerte: ese presunto indigente, casi ciego (complicación derivada de una hipoglicemia), fue atesorando un pomito de alcohol de tienda en el bolsillo trasero, llamado por él cariñosamente “aliento de dragón”; ese que le arrebató amigos, que le negó la distinción oficial de Poeta de la Ciudad y que logró matarlo el viernes 6 de abril del 2017. Pero siempre quedó el Héctor imprescindible, el que estacó el alma poética de una villa.

“Héctor fue el eterno ayudado por el pueblo y de este fue. Aún andan muchos de sus versos por ahí, inéditos, en el cajón del amigo que recibió algunos de los tantos poemas que regaló”. Foto: Ismael Francisco, tomada de Cubadebate

Cada muerte arrastra un dolor peculiar. El dolor de la pérdida física de este poeta debió nombrarse con respeto y a cabalidad. Por el contrario, los medios oficiales, ajenos, callaron aún más que a las diez u once personas que asistieron al sepelio. Un buen dirigente a cargo de la cultura debe prender la antorcha correcta para guiar el pensamiento de su pueblo. La ignorancia de los políticos asume la huella de la enajenación en la historia.

La obra de Héctor, en su mayoría, está recogida en los poemarios El tibio secreto de la palabra viento; Un pez en la colina; Manual de las brujas; Palomas de sueño (un librito de poemas para niños y jóvenes impreso por sus amigos en una edición limitadísima) y Lluvia de noviembre. Al final de su vida vio la luz un volumen compilatorio de su obra, Poesía, a cargo del proyecto cultural-editorial Callejas, donde se incluye una sección de textos inéditos hasta entonces.

Nunca su obra trascendió de las publicaciones locales. Héctor fue el eterno ayudado por el pueblo y de este fue. Aún andan muchos de sus versos por ahí, inéditos, en el cajón del amigo que recibió algunos de los tantos poemas que regaló. El mejor autorretrato de su vida lo plasmó en el poema

“Última reflexión en la colina”: “He esperado por Dios sentado en el camino, /le veo caminar de noche por la playa, / perseguido por todas las nostalgias del mundo”.

Existen poetas que enaltecen multitudes. Los hay que desde la sombra derrumban murallas. Hay poetas que nacen póstumos. Algunos cantan tan alto a la belleza, que esta les sonríe y les devuelve la gracia de decir  “viento”, “luz”, “amor”, como por vez primera en toda la literatura. Estos son los poetas del pueblo, que alzan su voz desde el silencio y todo el mundo calla.

Aclaración final

Hermano, nunca fui,

ni la nostalgia de los vencedores,

ni tuve una colina con peces de juguete,

no volví de la guerra,

nadie me esperó como esperan las novias

el regreso del hombre.

Te digo: no volví de la guerra,

nunca tuve enemigos,

ni siquiera me odiaron seriamente,

Alicia no me amó,

su corazón de pájaro es polvo de otra historia.

Alicia era mentira como ahora,

que ni siquiera muero.

             (Del libro Un pez en la colina)

Un pájaro partió de mi cabeza

Ayer cuando tocaste arena en mi costado

mi madre parió en Dios toda la primavera

saliendo de mi beso como un ciego que busca

hacia ti larga sombra, hacia mí un loco triste.

Ayer casi era tarde, tú detuviste el eco

y me soñé desnudo, toqué el desamparo

que había en tu adolescencia.

Ayer cuando tu mano tropezó con la mía

un pájaro partió de mi cabeza.

                   (Del libro Lluvia de noviembre)

Lluvia de Noviembre

Para ti,

una poca llovizna de noviembre.

Hoy es noviembre y yo miro por la ventana

esa llovizna sucia allá fuera cayendo

como una madre torpe que se inclina hacia el hijo

y balbucea palabras que la llovizna ignora.

Hoy es, pudiera ser otro día innombrable,

otro miedo de buscarme en la lluvia,

registrarme los odios, las envidias secretas

mis juegos solitarios con Dios y otros amigos.

Es, y aunque ya no lo crea, me regalo una flor,

hago mis oraciones y te digo no hables

que ahora me estoy cantando.

Ah, muertecito mío, blasfemia mal contada,

no cabes en mis días iguales y seguros

yo me fabrico trampas como tú lo enseñaste,

sólo que tú creíste en la luz y otras cosas

y las trampas, las mías, sólo son ruido y nada,

ya no espero por ti ni en mis tribulaciones.

Como no puedes verme, ni asustarme ni oírme

te diré que ahora llueve

y no me importa nada si en tu amor hace frío.

Recuerda, tú recuerdas como me hacías llorar

tan sólo con sacar tu oscuro corazón

como se saca un pájaro que no existiera, del aire,

de entonces para acá los hongos han crecido

y no tienen tu magia ni tu cara, ni vuelves.

¿Recuerda, tú recuerdas aquella flor que un día

dibujaste en mi mano?

Claro que se borró, sólo recuerdo el modo

tu turbia palidez y que otros nos miraban,

y sobre todo eso, darme tú aquella flor

efímera y con frío, como quien ha soñado

un lugar, un camino

y yo te dejé allí al borde del abismo

no importa que después tu alegría de verme

fuera sólo un puñado de niebla y desconcierto

quizás tu gloria fue, nunca tenerme, nunca.

Yo era feliz, ¿qué más?, no importa que murieras,

has muerto tantas veces que ni un beso te doy;

el parecerme a ti sólo ha sido un pretexto

para que otros me quieran.

Yo te di sucedáneos que ni siquiera nombro

y te bastó con eso para creer en Dios

estrellas y otras cosas que por lástima callo.

Hoy es noviembre y llueve

y no es un día feliz para comer manzanas

ahora es noviembre y soy su humedad imposible

hoy hace frío, duérmete.

                  (Del libro Lluvia de noviembre)

La flor

La flor que dibujaste en mi mano

Aquella florecita descarriada

Cuando la miro me habla de canciones

De canciones que no tienen palabras

Mis amiguitos juegan a otras cosas

Ellos son navegantes o piratas

Yo abro la mano y creo ver tus ojos

Navegando en el cielo de tu cara.

Mamá pelea porque no me lavo

La mano izquierda y no sabe nada

No sabe que en mi mano aprieto duro

Todo el perfume de aquella mañana.

                      (Del libro Palomas de sueño)

Abigail VI

Haremos el amor sobre el filo de un hacha

tú cerrarás la puerta que ahora golpea en mí

gritarás en mi pecho, yo reiré en tu sangre

y la noche será todo boca sedienta

dormiremos en chorros de sudor luminoso

parirás un planeta en cada hueso mío

impúdica ceniza de pie contra los árboles

lento pulso del pubis cayendo sobre el sol

el charco de la calle ansiará nuestros cuerpos

para aplacar su grito de no ser nunca el mar.

Caerán los relojes con el golpe de un beso

pequeña, animal mío de aliento enfurecido

Garnier nos mirará con un ojo cerrado

y explotaremos juntos, como en una canción.

                          (Del libro Manual de las brujas)

Y maté mariposas

Alicia, no me busques detrás de los espejos,

ellos tienen el alma redonda como un vuelo

y traicionan tu sexo de pájaro sin alas,

búscame en la ceniza de mi infancia con ruidos,

no me sueñes en cines ni en las pastelerías,

los primeros mintieron y nunca tuve novias con patios y naranjos

lo segundo, tú sabes, creció entre mis zapatos y torció mis caminos.

Alicia, no me cantes donde enterré a mi perro,

allí crece un pedazo de mi vieja ternura

y da una sombra larga, larga como un silencio.

Yo no estoy en los Bancos de Sangre

ni aparezco riendo en ningún semanario,

no estoy frente a la playa comiendo margaritas,

caballos de madera no pastan en mi cama,

pero aprendí canciones inalámbricas

y maté mariposas con las manos, Alicia.

No creas en mi apellido de bufón alquimista,

no me encuentres en la otra cara de la moneda,

no tropieces conmigo, yo no soy esa playa remota de tus ojos

donde nunca es invierno.

Las flores que regalo quieren ser inocentes

pero todas nacieron de semillas violentas,

gemían bajo la tierra antes de ser promesa.

No juegues a los dados la suerte de mis ojos,

no entres en mi esperanza con un loco cuchillo,

no descifres el signo callado que me alumbra,

no me apagues, no me hagas creer en el verano,

soy un charco en la calle, frío y sucio de luna.

                          (Del libro Un pez en la colina)

Una historia más

En esta historia yo quise ser el mago,pero no alcancé a tanto.

Ahora me estoy aquí, el sombrero vacío,

quizás un poco más viejo, más lejano.

En esta historia mi risa se extravió, en la luna de agosto,

duermo con otra cara.

No aprendí a marinero, ni siquiera fui náufrago,

ni polizón, ni nada,

tan solo escribo poemas, diatribas contra el mundo

sólo un jodido más que se quedó en deseos.

                            (Del libro Un pez en la colina)