Esta anécdota, junto con la imagen que me ha acompañado durante más de 60 años, la he compartido en varias ocasiones, pero realmente han sido muy pocas y justo ahora, en estos momentos, me doy cuenta de que no es demasiado tarde y que sería interesante compartirla no solo con mi familia sino más allá.

Aquel día desperté con el entusiasmo de los niños que más temprano que nunca están en pie, para recoger los regalos que los reyes magos han depositado en el rincón con hierbas y agua para los camellos, acompañadas de la carta de petición para ellos: ¡solo un hula-hula rojo!, que sonara, que estuviera lleno de las semillas o piedrecitas que le daban aquel sonido, que hacía vibrar los pequeños cuerpos, solo eso, no más.

Cuando caminé hacia el área descrita, estaba vacía; ni hierbas, ni agua, ni carta, solo el rostro de mamá Marcelina mirándome con una sonrisa que no llegaba a comprender exactamente, pero que conocía. Se escuchó su voz conciliadora: “Los reyes vinieron, pero equivocaron el color del hula-hula. Te lo trajeron azul y tu papá fue a cambiarlo por el rojo que pediste”. A las 10 de la mañana mi padre, músico de profesión, apareció empapado en sudor y con un hula-hula rojo en sus manos, solo que no sonaba.

“(…) Cuando estoy sentada escribiendo, o con el grupo haciendo improvisaciones (…), paso balance a lo que ha ocurrido en mi país durante estos años y digo: “¡Cuánto camino recorrido!”. Foto: Tomada de la página de Facebook de Estudio Teatral Macubá

Dirán algunos: “¿Qué historia es esta que quiere reblandecer el corazón de muchos?”. No es eso, es mover la memoria de quienes han apostado por la desmemoria. Nunca aprendí a bailar el hula-hula tan famoso en aquellos tiempos, pero aprendí a cocinar y muy bien, pues ese mismo día, casi al mediodía, apareció el cartero, quien traía un paquete certificado que venía de la capital: dentro tenía un bebé de goma y tela, dos libras de arroz, una lata de leche condensada y 10 pesos que enviaba mi tía María, que trabajaba de doméstica en una casa de gente con dinero.

El tiempo ha pasado y cuando estoy sentada escribiendo, o con el grupo haciendo improvisaciones a partir de lo encontrado y visto en nuestros procesos de observación en la comunidad, hablo de esas problemáticas, de esos momentos sufridos y vividos, y paso balance a lo que ha ocurrido en mi país durante estos años, a mi gente, y digo: “¡Cuánto camino recorrido!”. También hablo de los escollos que hemos tenido para lograr muchas cosas, y me duele; pero tengo una alegría también que me anima por todo lo que hemos logrado y sé que es importante que asumamos nuestra responsabilidad con transparencia y honestidad, sin dobleces.

El teatro me ha dado la posibilidad de dar voz a los que no la han podido tener en su momento, me ha permitido expresarme sobre desigualdades e invisibilización de determinados sectores, en determinadas áreas de nuestra vida. He alzado mi voz en espacios de debate y discusión como la Uneac y todos los que convocan a ciudadanos y trabajadores sin cortapisas. He sido atendida porque he preguntado y me han respondido, he conocido sobre estrategias adoptadas para las problemáticas planteadas.

“El teatro me ha dado la posibilidad de dar voz a los que no la han podido tener en su momento, me ha permitido expresarme sobre desigualdades e invisibilización de determinados sectores, en determinadas áreas de nuestra vida”.

A veces no he quedado complacida y he seguido, no he callado, no me lo he permitido; pero siempre ha sido de frente, con franqueza. Cualquier herida, cualquier dolor que haya sufrido por malas prácticas de quienes en algún momento han estado al frente de determinada zona o esfera que tenga que ver con mi desempeño profesional, nunca serán motivo para asumir una actitud que dañe la integridad de esta nación por ninguna causa material ni espiritual.

El análisis de cualquiera de las problemáticas que esta tierra enfrente, es un problema de los cubanos. Cuba es tierra santa, cuna de amor, y en nombre del odio no se puede tomar partido por nada ni intervenir en nuestros problemas. Algunos han querido victimizar a negros y pobres como los protagonistas de una exclusión social que no es exactamente como se plantea, y hacerlos protagonistas, por un tiempo, de algo que seguramente les arrebatarían luego.

“Mucha gente habla de invasiones, de intervenciones, pero ninguno tiene un proyecto social (…) inclusivo, donde no existan diferencias, donde negros y blancos se den la mano de igual a igual”. Foto: Tomada de Pexels

Se ha querido obviar todo lo logrado en cuestión de justicia social en este país, que es innegable; solo los que intencionalmente quieren que no se conozca, se escudan en deficiencias que tienen obvias causas mantenidas por más de 60 años, nacidas con la revolución misma. Nadie habla de ello, no se atreven a referirse claramente. Me exigen que hable de deficiencias, de los problemas internos, ¿y de que hablarán ellos, solo de odio y muerte? ¡No, así no se vale!

Mucha gente habla de invasiones, de intervenciones, pero ninguno tiene un proyecto social claro, definido, inclusivo, donde no existan diferencias, donde negros y blancos se den la mano de igual a igual; de donde vienen sus propuestas, está muy lejos de ser así. Aquí no estará todo logrado, pero hemos andado mucho, y seguimos avanzando.

Ah, y recuerdo, no bailo hula-hula, cocino como los ángeles negros y siempre me acordaré de aquel Día de Reyes de 1959.