Dora Alonso: anécdota rescatada del olvido

Leonardo Depestre Catony
3/10/2019

A Dora Alonso la recordamos en su condición de narradora, de poeta, de autora para el teatro, de redactora de literatura para jóvenes, de escritora radial… Dora recibió importantes reconocimientos: el Premio Nacional de Literatura en 1989, otorgado por la obra de toda una vida; la Medalla Alejo Carpentier y la Orden Félix Varela de Primer Grado, que confiere el Consejo de Estado de la República de Cuba. Fue ella, además, merecedora del Premio Casa de las Américas y del Premio Internacional de Literatura Infantil José Martí, entregado por la Fundación Iberoamericana de Creación Infantil, con sede en Costa Rica.

Foto: Cortesía del autor
 

Vital y fecunda, Dora Alonso (22 de diciembre de 1910 – 21 de marzo de 2001), tuvo un credo muy sencillo que trasmitió a todos: “La vida es hermosa y debemos vivirla, porque es lo único que realmente tenemos”.

Pero sucede que encontrar nuevos textos, o al menos poco conocidos, de autores cubanos con honda huella en los lectores, es un placer que este “descubridor” no puede sustraerse de compartir con usted. Así, hurgando entre publicaciones de más de medio siglo atrás, hallamos en la página 52 de la edición del 1ro. de mayo de 1955 del entonces muy leído y popular semanario Carteles, un texto titulado “Mi anécdota favorita” (Como me lo contó Dora Alonso), que se acompaña de una fotografía prácticamente desconocida de Dora, con rostro y sonrisa muy fresca, aretes y cabello oscuro, cuando rondaba los 45 años de edad. Transcribimos íntegra la anécdota que, por sobre todo, nos revela cuán reconocida era ya esta autora por aquellos tiempos.

“Bien sabido es que mi raíz guajira siempre me lleva al monte. Cada hora disponible la paso tierra adentro. Y, naturalmente, de tierra adentro viene la anécdota.

“Allá por las serranías de Viñales, he disfrutado muchas temporadas recorriendo a pie caseríos y trillos olvidados; y confieso que mi indumentaria para esas caminatas interminables no sigue ni de lejos los dictados de Patou o de Dior.

“En la ocasión que voy a referir, vestía yo unos slacks bastante deteriorados, una chamarra suelta y en la cabeza llevaba un casco de explorador concienzudamente abollado, que un amable conocido (dueño de librerías por más señas), siempre deja a mi disposición en el hotel, como herencia funcional, momentánea y devolutiva, junto con un nudoso y rústico bastón de puño curvo que ayuda mucho en las fatigosas jornadas de montaña y cueverío.

“Pues bueno, una vez, así disfrazada, tras recorrer varios kilómetros en un sofocante día de agosto, llegué muerta de sed a un bohío escondido en las estribaciones de la sierra. Junto a la vivienda, un guajiro viejo. Se me obsequia el agua solicitada y se entabla la charla. A poco advierto, sobre la mesita de la sala, un radio de pila. Y aquí nace mi deseo personal de conocer si este abuelo montuno ha oído algunas de mis novelas criollas. Me responde que sí, que las conoce, que las espera siempre, que las quiere. Me sentí orgullosa y emocionada.

“ — Pues mire, viejo, qué casualidad, yo soy Dora Alonso.

“Quedó suspenso, mirándome fijo; después, lentamente, se sacó el cabo de tabaco que fumaba, escupió a un lado. Y fulminó su respuesta:

“ — Conque Dora Alonso, ¿no? ¡Qué más quisiera usté!

“Cuando me repuse, inquirí:

“— ¿Por qué no lo cree? ¿Por este disfraz que luzco?

“— Por eso solo no; es que pa mí, sin desdorar lo presente, Dora Alonso tiene que ser distinta a las demás mujeres.

“Me entregué con armas y bagajes, sin perder segundo.

“— Ha sido una broma mía, pero me descubrió: ¡Yo no soy esa señora!

“Desde entonces me pregunto cómo me imaginará aquel criollo viejo. Y me asusta pensar la pobre medida de mí misma que le ofrecí. Pero, sin duda, fue el más bello homenaje que como escritora he recibido.

“Y además, mi anécdota favorita”.

Guajira auténtica, ella lo afirma, Dora nació en un poblado del municipio de Máximo Gómez, en la provincia de Matanzas. Y esa sencillez campesina la portó siempre, con la naturalidad y el talento que le fueron innatos pero que ella cultivó cerrándole la puerta al ocio.

De su popularidad como escritora radial —algo que no suele señalarse lo suficiente en su biografía— da cuenta la anécdota, contada con el encanto del narrador avezado, y cerrada con el más elegante de los finales.

Dos novelas, por sobre las demás, nos son muy recordadas en sus versiones televisivas: Sol de batey y Tierra Brava, pruebas, una y otra, del dominio de la autora en los temas rurales y de su conocimiento de la psiquis del espectador, de la manera de aprehenderle el interés hasta el punto final.

Tuvo la mayor de las dichas como escritora: las numerosas ediciones que han tenido algunos de sus libros, verdaderos best sellers, como Aventuras de Guille, El cochero azul, La flauta de chocolate, El valle de la pájara pinta

Fue millonaria, sí, millonaria por el número de ejemplares que alcanzaron las tiradas de sus libros. Y millonaria por el espacio que se ganó en el corazón de los lectores jóvenes. Ello, independientemente de que aquel viejo criollo de Viñales le hizo el más sentido elogio de su vida como autora, recogido en una anécdota que esperamos el lector haya disfrutado tanto como nosotros.