Drones contra Maduro: el pecado del lobo

Ernesto Pérez Castillo
7/8/2018

El pecado del lobo siempre ha sido, más que nada, su oreja tan peluda, nunca tan peluda y tan enorme, tan visible, como este sábado en la tarde en que unos drones salidos de la nada atentaron contra la vida del presidente venezolano Nicolás Maduro, sin importar que estuviese rodeado no ya de militares, sino también de civiles, de familias caraqueñas que, en todo caso, se reportarían después como inevitables daños colaterales.


El presidente Maduro momentos antes de que se escucharan las detonaciones. Foto: Internet

 

Desde que supe la noticia, desde que escuché la palabra dron involucrada en el intento de asesinato, pensé en Obama. Fue algo automático, inevitable. Cada dron que durante su mandato asesinó a familias enteras en Pakistán, en Afganistán y en otros “rincones oscuros”, despegó de las bases norteamericanas con la orden de matar firmada por el expresidente, dizque Premio Nobel de la Paz.  

Ahora, de la noche a la mañana, los guarimberos terroristas han conseguido “upgradearse”, y reaparecen con súper poderes voladores: ya no necesitan corretear las calles y sudarse las espaldas con las armas en las manos, ahora pueden matar desde lo alto y, lo más importante, desde lejos, escondidos, bebiéndose una cervecita mientras tanto, sin exponer el pellejo en la movida.

El presidente Maduro ha responsabilizado a la derecha colombiana de la fracasada intentona, pero esos, ya se sabe, no se mueven por sí solos, funcionan bajo cuerda, son marionetas obedientes y los hilos de los que cuelgan penden de otras manos mucho más grandes y mucho más al norte, de donde vienen también el dinero y las ideas.

Fue allá en el imperio que se inventaron esas ejecuciones quirúrgicas desde las nubes, casi mágicas, casi asépticas —así las mercadeaban ante la prensa que les quisiera creer—, que en la práctica no terminaban siendo sino puras y sangrientas carnicerías, como la que este sábado tramaron en Caracas.

Visto que sus sicarios locales no han podido ni a las buenas ni a las malas hacerse con las calles y mucho menos con el pueblo, ahora han pretendido hacerse con el mismísimo cielo. Y el tiro, otra vez, les salió por la culata: no solo fracasaron, sino que con tal modus operandi no han hecho más que mostrar, y ahora ante el mundo entero, lo huérfano de todo que están, lo desesperados, poniendo bien alto, mucho más alto que los drones usados, la firma, la marca de fábrica y la denominación de origen de sus patrocinadores.

No mataron al presidente Maduro, no pudieron, y ahora que se atengan a las consecuencias, porque esto ellos nunca lo han tenido en cuenta: lo que no mata, engorda. Maduro está vivo, y más, está más vivo que antes, más vivo que nunca y más fuerte. Tiene ahora más ganas y más razones, y con él, las tienen todos los bolivarianos.

Cargar sobre sí todo el odio ciego y asesino de los dueños del mundo es buena señal; es la confirmación evidente de que estás en lo cierto. Malo es cuando el enemigo te ignora, o peor, cuando te aplaude. Pero si los cabezones del imperio vienen contra ti, a por todas, entonces queda claro: estás haciendo bien, estás haciendo lo correcto, y solo debes seguir haciéndolo, cuanto más y cuanto antes, mejor.