El agradecimiento que le debe a Retamar

Antonio Rodríguez Salvador
7/8/2019

Hace un par de años supe de un joven escritor cubano llamado Carlos Manuel Álvarez. El diario británico BBC Mundo reportaba que, según fallo del Hay Festival, había 39 “promesas” de la literatura latinoamericana. Carlos Manuel era una de ellas.

Foto: Cubadebate
 

Me asombró la manera de elegir autores no por lo que antes hubieran hecho, sino por lo que un día serían capaces de hacer, y escribí un artículo. Era como si nos estuviesen diciendo: Son autores verdes todavía, cuasi escritores, pero nosotros consultamos los astros, el I Ching y una bola de cristal, y sabemos que un día van a madurar; ya veréis cuántos hermosos libros serán capaces de darnos.

Tanto en Facebook, como en La Jiribilla, mi artículo suscitó una buena polémica. Solo de pasada yo aludía a Carlos Manuel Álvarez: apenas un par de líneas por la obvia razón de ser cubano, y, en ellas, confesaba desconocer sus méritos literarios. Me limité a exponer lo reseñado en BBC Mundo: tenía una novela inédita, y un libro de cuentos publicado por la Editora Abril.

Recuerdo que cierta polemista se ocupó de abundar atributos de su carrera como autor. Virtudes no precisamente relacionadas con la ficción literaria, sino con textos escritos en esa vertiente de la crónica y el reportaje que dan en llamar Periodismo narrativo.

Hubo una época en que al Periodismo narrativo se le conocía como Nuevo periodismo, pero el tiempo no perdona y entonces se le cambió el nombre. Según estudiosos, dicha corriente surgió hace unos sesenta años con Rodolfo Walsh y Truman Capote; pero otros, con ojo chusco, apuntan que ya estaba presente en Herodoto, hace veinticinco siglos.

O sea, el Nuevo periodismo es bastante viejo, pero la polemista me recomendó buscar los novedosos textos de Carlos Manuel, cosa que prometí y finalmente no hice. Sin embargo, un par de días atrás alguien compartió en Facebook un artículo suyo, y entonces me dije: Vaya, he aquí la promesa. Quiero decir, la promesa que hice de leer “la promesa”, y, con la esperanza de disfrutar un periodismo en cuerda literaria, di un clic sobre el vínculo que remitía al diario español El País.

La buena narrativa tiene la virtud de sumergir al lector en los hechos; uno los vive, de algún modo también los reporta; pero seis párrafos después, no había elementos propios del género. ¿Dónde está el narrador?, me preguntaba.

Sin narrador no hay periodismo narrativo, pero es que tampoco aparecían técnicas comunes hasta en novicios: ni una mudita espacial, ni una cajita china… Era la mirada del autor mondo y lirondo, sin dialogismo, a puro teque, y con un único propósito: hacernos creer que el recién fallecido intelectual cubano Roberto Fernández Retamar, es un “mal poeta”, un poeta que “no sirve” (sic).

¡Vaya estilo! ¡Vaya concepto! ¡Vaya lenguaje de cervecería aplicado a la crítica literaria! ¡Perdónalo, san Borges! Qué diría Alfonso Reyes.

Pero bien, demos por válido su derecho a la rotundez; solo que ya sabemos por Aristóteles que en materia de argumentación no puede haber refutatio sin probatio. Y que, por Dios, quien ahora se adentra en la crítica literaria no fue vendido como fanático de graderías o portero de club nocturno, sino como promesa de la literatura latinoamericana, según cábalas de un jurado pitoniso.

Uno espera que luego de esa tremenda afirmación venga la ciencia, sobre todo teniendo en cuenta que muchos académicos y renombrados críticos han fundamentado lo contrario. Hay suficiente literatura pasiva sobre la obra de Retamar, y gran parte de ella, la gran mayoría, lo ubica como uno de los grandes autores latinoamericanos.

Pero no. Como Carlos Manuel es una promesa, al parecer no tiene por qué cumplir con normas elementales de la crítica literaria. Caso contrario dejaría de ser promesa: ¿Me explico? Vaya, ni acaso atender a reglas clásicas del acto expositivo del discurso, pues del exordium va directo al peroratio, sin atenerse a los beneficios del narratio y el argumentatio. O sea, considera que con el teque y la matraca es suficiente.

Foto: La Ventana
 

Por usar su mismo recurso beisbolero, en la competencia entre literatura y trivialidad, hasta el noveno inning (perdón, párrafo) de su despacho tenemos el siguiente score: figuras de la dicción, cero; frases hechas, lugares comunes y argumentos ad hominem, once. Una paliza de la vulgaridad contra el arte.

¿Para quién escribe este muchacho? Por su lenguaje tabernario podemos conjeturar para quién lo hace. En materia de discurso, existen los llamados registros lingüísticos. Esto significa que un emisor habla de acuerdo con el contexto y el tipo de receptor. ¿Y quién sería ese receptor que a una “promesa de la literatura latinoamericana”, a un excelso prospecto del Periodismo narrativo, obliga a un lenguaje y unos modos de tan baja estofa?

Hubo un tiempo en que quienes atacaban a Retamar, y por extensión a Casa de las Américas, fueron más creativos. Se respetaban a sí mismos. En los años 60 y 70, cuando Casa de las Américas era lugar de obligado encuentro para los principales escritores del llamado Boom Literario Latinoamericano, la CIA buscó la manera de destruir esto mediante la creación del denominado Congreso por la Libertad de la Cultura.

Según hoy se sabe, básicamente por revelaciones del The New York Times, entre otras acciones, fue fundada la revista Mundo Nuevo para, desde supuestas posiciones de izquierda, apartar a los principales intelectuales latinoamericanos de Casa de las Américas. Conocido es el texto de García Márquez donde argumenta que no volverá a colaborar con Mundo Nuevo, dado que esa revista mantiene “relaciones extramatrimoniales con la CIA”.

Tras el escándalo, la CIA retiró el encargo al Congreso para la Libertad de la Cultura, y traspasó los fondos a la Fundación Ford, la cual continuó con la misma política.

Años antes, en 1962, Rodman Rockefeller presidió la flamante Inter-American Foundation for the Arts (IAFA) para, según James Remington Krause, “contrarrestar el impacto de la Revolución cubana en los intelectuales latinos”. Luego, la IAFA se convirtió en el Center for Inter-American Relations (CIAR), bajo el liderazgo de David Rockefeller, y es entonces que se implementa el programa de conferencias, becas y traducciones literarias de autores latinoamericanos en los Estados Unidos.

En aquella época, ni los más pertinaces adversarios de la Revolución cubana manipularon verdades literarias en función de ideas políticas. Por ejemplo, en 1968 Jorge Luis Borges dictó una conferencia sobre literatura latinoamericana contemporánea, y aunque en ella dijo que nunca podría tener una relación amistosa con Retamar, dado que es comunista, reconocía, en cambio, que era un gran escritor. Poco tiempo después, sin embargo, pudieron dialogar. Gracias al prestigio y la altura intelectual del cubano, Borges lo recibió en su casa, y accedió a ser publicado en la Isla.

Roberto Fernández Retamar es un grande de la literatura porque ahí está su obra para probarlo. Carlos Manuel Álvarez, en cambio, es autor sin mayores méritos más allá de conjeturas y construcciones propias de lo mediático. Le queda muy grande Retamar, porque ya lo avisa un refrán relativo a las promesas: Vale más un “toma”, que diez “te daré”.

Por último, a Carlos Manuel quizá le convendría entender algo: si su artículo no es ciento por ciento bodrio, si en algún momento contiene verdadera literatura, es porque allí cita varios versos escritos por Retamar. Debería agradecerle esto a Roberto.