El hierro y los fantasmas de Emerio Medina

Rafael de Águila
29/3/2019
Emerio Medina
El escritor Emerio Medina. Foto: Uneac
 

Emerio Medina nos ha legado siete libros de cuentos. La mayoría de esos libros los he leído. Los he leído, además, con enorme placer. Sobre alguno de ellos he escrito reseñas. Los fantasmas de hierro, sin embargo, no es un libro de cuentos. Es una novela. Nunca había yo leído novelas escritas por Emerio Medina. Nos vemos muy de vez en años, de vez en años nos escribimos algún correo breve… quizá por eso no conocía que Emerio Medina hubiera escrito una novela. Se dice que un autor camina en círculos, siempre alrededor del mismo pozo, del mismo brocal. Ese pozo y ese brocal son las obsesiones, las orgías interiores, lo tremebundo de la siquis y lo rotundo de la vida del autor, no solo de la vivida, especialmente de la imaginada, la recordada, la inventada, la leída, la que asedia desde la sangre, desde los ancestros, desde alguna esquina olvidada de cualquier terruño. Asombran las similitudes y desemejanzas en esta aventura novelesca de Emerio Medina si se piensa en la cuentística de Emerio Medina. Pero de eso hablaremos después. Vayamos ahora a esa entelequia que es el espacio y el tiempo. El cronotopo, al decir de Bajtin. Los fantasmas de hierro es una novela cuya estructura descansa en dos tiempos, sobre el rewind y fastfoward, analepsis y prolepsis, el tiempo pasado y el actual, el que se vive y el vivido, desandarán sus personajes. Y con ellos —y desde ellos— desandaremos nosotros, sus lectores. Unos serán los años 70; otros los aparentemente actuales. El desgranar del tiempo sobre la piel de esos seres, sus decires y hechos, sus odios, sus leitmotivs, el trasudar del reloj sobre el entorno, hará asomar el óxido al entorno y el odio a los humanos, y el óxido y el odio, precisamente ellos, ese dúo, convengamos, deja su indeleble muesca, deja su pátina sobre toda piel, y hasta sobre casi todo lo que se levanta sobre la tierra. El espacio sobre el que se ponen de pie estos seres será un entorno muy cercano a la patria chica de Emerio. Holguín. Nipe, Preston. Un entorno bienaventurado y tremebundo. En esas aguas, las aguas de una de las bahías más grandes del mundo, hizo su beatífica y misteriosa aparición la Virgen de la Caridad del Cobre, salvaguarda de todos los cubanos. A las orillas de un pueblo costero nos lanza esta novela, en ese pueblo, en la década del 70 del siglo XX, bulle un central azucarero, un central y el anhelo trunco de una zafra onírica y colosal, eso para, 40 años después, sufrir la nada onírica y no menos colosal clausura, la del central quiero decir, y quedar ahí, líneas férreas podridas entre las que se filtra la hierba, locomotoras olvidadas que ya no pitarán jamás. Esos resultan el espacio y el tiempo de esta novela. Y es que los humanos, los de cuerpo y alma que fuera de los libros respiramos, y esos otros, los de cuerpo y alma que en esas páginas Emerio Medina lanza a respirar, vivimos en el espacio y moramos en el tiempo. Y, ¿quiénes son los personajes que Emerio Medina lanza a morar en el espacio y a vivir en el tiempo de esta novela? Los personajes en los míticos 70, y esos otros, los que moran en ese tiempo nuestro, tiempo de todos, no menos mítico, esos tiempos por Emerio Medina hechos de pulpa de papel, papel mixturado con el odio, la sangre, la hembra, el ron, la venganza, el amor, la muerte. ¿Quiénes son esos personajes? He ahí tres amigos. Amigos de la infancia. “Desde los 10 años ando contigo”, dirá alguno a otro. Dos de los amigos se sentirán traicionados por un tercero. Para discutir la supuesta traición tomarán un bote. Se internarán en la bahía. “Nada mejor que el agua para ventilar razones”, dirá alguno. Y la bahía será Nipe. No puede olvidarse eso: Nipe. Y los que bogan serán tres. Tampoco puede olvidarse eso. Otra vez serán tres sobre un bote en esa bahía. Y uno de ellos tendrá la tez aindiada. Ninguno, en cambio, se llamará Juan. Mucho ha llovido desde aquel día, el de la Virgen, y allí, sobre ese bote, no habrá salvaguarda. No habrá Virgen que asome. Sobre ese bote será la tragedia. Y de la mano de la tragedia, guiada por ella, se desovillarán los ovillos todos de esta novela. Y habrá una mujer, sí, siempre hay una mujer. Una mujer que erotizará a la mayoría de los personajes. Siempre eso suele hacer una mujer. Una rubia de la que se mencionarán, como en ritornello, los pezones. Los personajes de Emerio Medina serán, urge decirlo, ya sea en sus cuentos, ya sea en esta novela, pobrecitos. Serán rudos. Llevados y traídos por sus hechos. Los por ellos provocados y sufridos y los por el entorno provocados y por ellos igualmente sufridos. Mas serán personajes a merced de algo. A merced de todo. Personajes sin merced. Ellos mismos no se verán como pobrecitos. No. Ellos se verán fuertes y rudos y duros. Hombres. Machos. Muy machos. De esa manera se comportan. Como machos. De esa manera se tratan. Pero he ahí que son pobrecitos. Al menos… yo los veo así. Tal vez ustedes, lectores de esa novela, también los vean así. Y no son los personajes típicos del realismo sucio. Los marginados. No. No son lobos esteparios. Son pobrecitos, a la manera de… Emerio Medina. Son personajes emerianos. Si los relámpagos sienten predilección por los caballos al buscar las erizadas crines, la tragedia siente predilección por estos personajes. Los busca. Los eriza. Los crispa. Los hunde. Los mata. La tragedia, impenitente, los rastrea y los encuentra. Una tragedia goteante y lenta se regodeará sobre ellos. Estos, los de Emerio Medina, son personajes signados por el hastío. El olvido. La desesperanza. El hálito pegajoso de la tragedia. O mejor: las tragedias. Porque en los libros de Emerio Medina los personajes luchan, se mueven, viven, aman, desaman, matan y mueren de la mano de tragedias dípticas, bipolares, multánimes, ubicuas. Unas son las tragedias gregarias: las que a todos atenazan. Otras las personales: las privadas, las que solo a cada uno mueve y remueve, a cada uno empuja a vivir, a amar, a desamar y a morir. Los personajes de Emerio Medina son abandonados de Dios. De la Virgen, pudiera decirse, tratándose de Cuba. Abandonados de la Virgen. Pero no todos. No todos. La Virgen no abandona a todos. La rubia de pezones elocuentes tendrá el amor de un policía. Será la excepción. Será la utopía de dos en mitad de lo que puede tomarse como la vorágine distópica de todos. Siempre una arista, un saliente del risco… para evitar el despeñadero. El lenguaje, el estilo, la respiración interna de esta novela, no es la respiración de los cuentos de Emerio Medina. No aparece ese fraseo iterativo que a modo de peldaño Emerio Medina emplea para escalar y conducir a buen término muchos de sus cuentos. Ese recurso de la retórica, la anáfora, está ausente de esta novela. Algo asombra, muy especialmente: si en nuestra novelística actual cunde el sexo —homo, hetero, grupal, privado, personal—, si el sexo bulle y rebulle, en Emerio Medina no hay sexo. Eso pudiera decir el lector, acostumbrado a la bacanal heterotópica y dionisiaca de nuestra literatura. Y es que Emerio Medina hace flotar el sexo. Lo deja ahí para que nadie lo sepa ahí. Se antoja inefable el sexo en la literatura de Emerio Medina. Apenas es olor. Hálito. Apenas el vahído lejano de las ansias. Las ansias de sus personajes y las ansias de sus lectores, porque si bulle el morbo será un morbo contenido, aquietado, agazapado. Un morbo —o el aliento de un morbo— que asombra entre tanto morbo estentóreo y furibundo. Esta es, ya lo dije, la historia de tres amigos. Martín, Luisito y Manuel. Tres amigos y… la tragedia, y es que quizá sea ella el personaje principal. Ah, y la venganza, su asistente. Una tragedia sin aspavientos. Tranquila, sosegada, lenta. Una tragedia que fructifica en el tiempo. Que esconde raíces, el lector deberá hurgar en ese suelo —el de la novela— que es, por ese milagro de la literatura, este otro suelo que por no menor milagro nos levanta. Hurgar en busca de esas raíces porque ellas alzan y hunden a estos personajes, alzan y hunden a ese pueblo, ese pueblo a la orilla de Nipe, bahía fastuosa y sacra, ese pueblo a orillas del mar en el que nos transmutamos todos. Eso narra esta novela de Emerio Medina. Una supuesta traición y una latente venganza. Y todo ello en mitad de un entorno que, causa y efecto mediante, lo condiciona y lo pre/establece. Se tiene la sospecha de que el personaje principal en la literatura de Emerio Medina, el personaje principal en sus cuentos, y el personaje central de esta novela, es el entorno. El mismo que nos alza y nos hunde. Pudiéramos preguntarnos si esta novela se adentra o no en el terreno, hoy metamorfoseado, de lo real maravilloso. O el realismo mágico. No lo creo. Indudablemente es realismo, pero también, indudablemente, no es ni mágico, ni maravilloso. Tampoco sucio. Sobre todo nada de sucio. Se trata de un realismo triste y distópico. Un realismo acongojado. Sombrío. Un realismo… muy emeriano. Algunos elementos, eso sí, pueden tomarse por típicos del realismo mágico: el encuentro, por ejemplo, entre uno de los personajes y un mítico cowboy. Mas lejos de la épica del realismo mágico se trata, me temo, de pura y muy burlesca carnavalización. Si acecharan fantasmas serán los espectros de Santa María, el fatídico poblado que Onetti arrojara a sufrir en La vida breve, El astillero o Juntacadáveres. Esta novela de Emerio Medina está circundada por un existencialismo trágico y pesimista, emeriano, personalísimo, existencialismo en el que se mueven seres aparentemente muy rudos y, al instante, realmente muy pobrecitos. Si Faulkner creó su sureña Yoknapatawpha, Rulfo su Comala, y el Gabo su Macondo, Emerio nos habla del entorno de su Mayarí. Nos habla de Preston. Porque de Preston son los fantasmas de hierro, los inanimados, y los fantasmas de carne y hueso, esos otros, los muertos vivos que andan y desandan en esta novela. En una literatura donde predomina lo citadino el autor nos anega de lo pueblerino. En una literatura en la que muchos libros exhiben un hibridaje —temático y estilístico— perfectamente advertible, la literatura de Emerio Medina se alza con un andamiaje estrictamente privado y personal. Un andamiaje en el que si estrictamente personal resulta el COMO lo dice, estrictamente personal es lo QUE dice. Y de la mano de esos QUE y de esos COMO —estrictamente personales— Emerio Medina nos conmina a sufrir la tragedia, a acongojarnos de la mano y los hechos y las palabras de sus personajes.Y será así porque lo que él, lo que Emerio Medina asume como estrictamente personal —estrictamente— nos atañe a todos, y nos atañe a todos al ser —estrictamente— la tragedia de todos.