El hijo de Olimpia, otra vez

Norberto Codina
17/12/2019

Cuando por primera vez repasé como conjunto lo que sería el borrador de Trovar el cine, compilación de entrevistas de Carlos E. León —como prefiere firmar sus trabajos—, posteriormente publicado por Ediciones Icaic, vino a mi mente el recuerdo de Noel Nicola, cuya memoria cruza por estas páginas, por eso le dediqué el prólogo del que comparto con ustedes algunos fragmentos, por aquello de que más vale citarse que repetirse. La amistad de ellos dos mucho tiene que ver con la génesis de este libro, y representa el compromiso de muchas filias, entre las que me incluyo, que fueron culpables “por el impulso y la confianza” para que el autor se decidiera dar a conocer una suma de entrevistas dispersas en diferentes publicaciones.

Cubierta del libro Trovar el cine, del fundador del Movimiento de la Nueva Trova Cubana
y documentalista Carlos E. León. Fotos: Internet

 

Una presentación es un acto de entera complicidad. Ya sea sobre amigos antiguos o nuevos conocidos, nombres establecidos o emergentes. Y esta, desde el título que la refrenda, no podía ser menos. Lo otro es el vínculo de varios años del autor del presente volumen con La Gaceta de Cuba, espacio donde se publicaron por primera vez muchos de los textos aquí compilados, y que en general, en su momento, aparecieron en otros lugares, ya sea en soporte papel o digital.

Carlos ha sabido desarrollar varias de las virtudes imprescindibles para el buen encuestador, pienso que a veces de forma intuitiva más que consciente, basado en la amistad, afinidades, eventos familiares, figurando en los márgenes muchas veces, y otras en el epicentro de lo que se conversa, para establecer un intercambio muy orgánico, donde ambos dialogantes se sienten cómodos, que no quiere decir complacientes, modulando experiencias que, aunque no siempre compartidas, sí están metabolizadas en el devenir de las palabras cruzadas. Y se percibe la admiración y el conocimiento que durante años han sedimentado las ideas y las emociones que se reflejan en las interrogantes y acotaciones del entrevistador.

De ahí que uno de los diálogos que prefiero de este volumen, empezando por su título, es “Las cuatro virtudes capitales, según Vicente Feliú”, texto que hace justicia a Vicente, donde resume con respuestas puntuales la génesis de la Nueva Trova, y el vínculo iniciático del escritor con ese fenómeno cultural que fue ante todo una actitud frente a la vida, primero generacional y luego reproducida en oleadas sucesivas hasta nuestros días. De esa conspiración entre entrevistador-entrevistado, que signa la mayoría de los encuentros que aquí se recogen, este es un ejemplo a destacar:

¿Te acuerdas que nos decían los “protesteros”? La gente que no podía entender que si no se había tirado tiros en la Sierra no había por qué criticar, gente que pensaba que por ser joven uno no tenía derecho a opinar y a criticar, como si el país y la Revolución fueran solamente de un grupo y no de todo el mundo.

Fue una época de muchas actividades. Tú recuerdas, perfectamente, cuando abrimos los recitales en el Teatro Martí, que fuiste uno de los primeros que cantó allí, Virulo se estrenó allí, Galindo se estrenó allí, Amaury, Ángel Quintero.

En el entramado que es la entrevista de personalidad cobra cuerpo esa ilustrada sentencia de que no somos responsables del pasado, pero sí de cómo lo recordamos. El “dueño de la luz”, que es el consagrado director de fotografía Raúl Rodríguez, así comparte esa interacción con el documentalista devenido periodista:

Me acuerdo que cuando hacíamos tu documental sobre Isaac Nicola teníamos que trabajar de pronto a las doce del día, entonces íbamos por la calle con el sol duro, y ahí estaba el intento de encontrar una realidad dentro de esa ficción que hicimos en el documental, estábamos experimentando con una realidad fea y, sin embargo, funcionó perfectamente en el documental.

Carlos, cuestionador por naturaleza, lleva más de veinte años colaborando con sus entrevistas en publicaciones periódicas como La Gaceta de Cuba, La Jiribilla y Cine Cubano, a las que sumaría de manera consecuente las muchas que conllevan hacer determinados documentales. De ahí que Augusto Blanca sea “víctima” reincidente de sus interrogatorios “de primer grado”. Pues si la primera encuesta al compositor de “Regalo” ya era portadora de la idea oculta de un futuro suceso fílmico, la segunda, y doy fe, fue caldo de cultivo de ese humano y merecido homenaje que es Soñar a toda costa. Lo de esa interrelación entre cine, trova, anecdotario de cofrade y otras claves que conforman su “educación sentimental”, lo reivindica como un oficio de años y, en el oportuno nombre que da a este inventario —Trovar el cine—, trata de su pasión de siempre y cómo construye en el día a día esa conciencia armónica de alguien que, incluso muchas veces desde el anonimato, nunca ha dejado de reconocerse como un trovador y un cineasta, enamorado de El Vedado y vecino de Centro Habana.

Los personajes entrevistados son representativos en sus profesiones, en un abanico donde más allá de los varios premios nacionales —Virulo, Maggie, Raúl, Miriam Talavera, Corina—, hay toda una galería de nombres imprescindibles. Al avanzar en la lectura reconocemos a un grupo diverso de fundadores del Movimiento de la Nueva Trova (incluidas Maggie, Miriam Ramos, Corina), todos compañeros de ruta del entrevistador, como corrobora este intercambio con una intelectual de amplio diapasón, desde la docencia y la herejía, como es la doctora Ana Margarita Mateo Palmer (o su alter ego heterodoxo), cuando Carlos le recuerda:

Por eso, cuando fuimos a trovar al Festival de la FEU, en Santa Clara, nos propusimos la aventura de lanzarnos en lo que fuera hacia el Escambray, para que tú recuperaras a Alipio y yo, al fin, conociera aquel Quijote de tus cuentos…

Y Maggie responde:

¡Todavía hay por ahí una foto nuestra en el Parque Vidal! Inolvidable todo aquel peregrinar…, Manicaragua, la Macagua y el Grupo Escambray, Cumanayagua, hasta llegar a lo de Alipio. Ese viaje fue una locura, ni sé cómo llegamos.

A mis preguntas sobre algunas claves de su trayectoria profesional, Carlos me recuerda que tiene casi medio siglo de irse confrontando con algunas de las aventuras intelectuales de los protagonistas que aquí brindan su voz, pues desde una muy temprana adolescencia se encontró entre los fundadores de la Nueva Trova. Debemos agregar dentro de esa media rueda más de veinte en el séptimo arte, desde que filmó Salvador, un hombre de Hamel, que fue su primer documental y donde, como era de esperar, escogió a un protagonista y un escenario de su entorno existencial.

Como para otros tantos que fuimos alumnos de su mamá (como Corina Mestre, Cristina Fernández, Rafael Acosta, Humberto Piedra o Carlos Mejías), desde hace más de medio siglo para mí Carlitos León es ante todo “el hijo de Olimpia”, mi profesora de Geografía de primero de secundaria, en el ya remoto 1965. Fui entonces su monitor y uno de sus estudiantes preferidos, algo que recuerdo con memorioso orgullo. Por eso cualquier cosa que escriba sobre Carlos debe incluir con justicia la evocación de quien primero nos unió, o a los efectos de sus celos confesados de hijo rebelde nos desunió por breve tiempo, pues, como le manifiesta a Corina “… hizo que al principio no [los] mirara con buenos ojos, como a casi todos los que obtenían ese ‘galardón’…”.

El recuerdo es el eje central de todo lo que aquí se privilegia, recrea, divierte o entristece en estas capas sucesivas de preguntas y respuestas que conforman este libro de entrevistas en que lo profesional, lo vivencial y lo humano se agradece. Lectura donde entre los rostros de los entrevistados percibimos en estas páginas, con aparente timidez y mucho de confabulación, el gesto íntimo y honesto de quien interroga. Por eso tal vez la mayor deuda de este libro, y creo que Carlitos comparte estas líneas, es que —aunque aquí aparece tal como era “trovando” a dos voces con Manuel Argudín—, quedara pendiente esa “otra” entrevista a su hermano Noel Nicola, al que antes y después evocara al dedicarle dos de sus documentales, y siempre ha tenido presente, como corroboran pasajes y protagonistas que aquí desfilan.

Estas breves palabras, que intentan atrapar esa remembranza que nos regala toda conversación, pretenden ser consecuentes con las afinidades y la memoria, pues como diría Marcel Proust —ese explorador del tiempo pasado—, el recuerdo es algo que encontramos “en las cuatro esquinas del mundo, en donde palpitan sin cesar sus alas gigantescas, como las de uno de esos ángeles que la Edad Media imaginaba”.

 

Carlos parafraseó a Noel cuando escribió sobre “las maravillosas coincidencias de amores por el cine, las guitarras y las músicas”. Si con ellas conjugamos además el tiempo y la amistad, tendremos las claves no solo de este libro, sino de todo lo que “el hijo de Olimpia” ha sido para nosotros, la Nueva Trova, el Icaic y la cultura cubana. Aunque tal vez ahora mismo a mi lado, con su habitual sorna, “cuestionador por naturaleza”, se burle de este final tan retórico, no importa la justicia que contengan esas palabras, y prefiera ser reconocido como el ángel luciferino antes mencionado.

 

Notas:
[1] Presentación de Trovar el cine, compilación de entrevistas de Carlos E. León (Ediciones Icaic, 2018).