El valor de legitimar desde la cultura

Guille Vilar
1/7/2016

El contexto actual de la música rock es lo suficientemente abarcador como para quedarnos encerrados en determinada corriente estilística y no apreciar como válidas otras variantes del género.

En tal sentido, la actuación del grupo Polaroid en el Submarino Amarillo, centro cultural capitalino dedicado a promover covers del rock anglosajón de acuerdo al sentir de los músicos cubanos, nos sorprendió gratamente al matizar sus versiones desde ángulos sonoros habitualmente no escuchados en nuestros escenarios. La propia selección del repertorio a interpretar nos revela una decidida intención de mostrar sus habilidades profesionales con piezas de Mamas and the Papas o Simon and Garfunkle, entre otros. Es tomar partido por la propuesta de clásicos del rock que se distinguen particularmente por un cuidadoso y melodioso trabajo vocal. Otro tanto sucede con su aproximación a la obra de Los Beatles, en específico a algunos de sus temas más encantadores, como In my life, Girl o If I needed someone, canciones a las que Polaroid les otorgó la personalidad del estilo que lo distingue.


Fotos: Cortesía del autor
 

Sin embargo, esta imprevista aparición del grupo en el Submarino Amarillo hace ya algún tiempo, para nada significó una actuación circunstancial ni mucho menos, sino una declaración de fe en códigos estéticos que de hecho se incorporan al panorama de la música cubana contemporánea, como acaba de suceder con el debut oficial del grupo en el Teatro Mella para presentar su disco Ágora, del sello Bis Music, fonograma que estuvo nominado en la categoría de Nueva Trova en el recién finalizado evento de Cubadisco.

A no ser algunas versiones como “Vete de mí”, un emotivo homenaje a Bola de Nieve, o “Somebody to love”, el conocido éxito de Queen, la mayoría de las canciones interpretadas por Polaroid son de su propia autoría, situación que nos permite sacar importantes conclusiones.

Por estos días se ha hablado acerca de la necesidad de revalorar el desarrollo del rock cubano. Aunque obviamente esta banda no clasifica en lo que en nuestro país se reconoce como un grupo de rock, sino que básicamente estamos ante un joven colectivo que puede inspirarse en este género a la vez que se identifica con nuestra herencia trovadoresca, Polaroid presenta características formales que nos sirven para abordar la problemática en cuestión.

Aquí no vamos a hablar acerca de las cúspides expresivas que convierten al concierto de rock en un espectáculo singular, sino de algo que a Polaroid le sobra y que lamentablemente a otros músicos del patio les falta, como es la calidad de los textos.

Se sabe que los músicos cubanos que hacen rock —específicamente el modelo más identificado con su origen anglosajón—, dominan con oficio y profesionalidad el código instrumental del género, pero en sentido general no han logrado colocarse en la memoria afectiva del pueblo cubano como sucedió con la popular canción Confesiones de jockey, del grupo Paisaje con Río, en los ya lejanos años 90. Si esta limitante no se ha podido violentar todavía es, en buena medida, debido a la carencia de  canciones poéticas, que resulten atractivas tanto por la música como por la utilización de un lenguaje cuyos mensajes nos convoquen desde la reflexión más simple y cotidiana hasta la más profunda, inobjetable interés para quienes no solo buscamos melodías sugerentes y proezas en el virtuosismo de los instrumentistas, sino también textos consecuentes con el rango de la propuesta estética, como pasa con la del grupo que nos ocupa en esta crónica. Y no es como decían los que criticaron a la Nueva Trova en sus comienzos al afirmar, desacertadamente, que no les interesaba escuchar canciones escritas por “filósofos”, al tratarse de piezas con un elevado lirismo y de inobjetable hondura del pensamiento.

Lo que pasa es que al Arte no se le puede pretender colocar a la fuerza en ninguna posición de amañada popularidad, porque al final siempre sale a relucir la verdad escamoteada. Es el Arte por sí mismo el que asume el lugar que le corresponde cuando se trata de algo auténtico, como ha sucedido con Buena Fe, cuyos textos de Israel Rojas le han otorgado el prestigio con que se les reconoce y no solo en nuestro país, por cierto.

Entre otros aspectos, si definitivamente este concierto nos complace es por la inusual andanada de buenos textos como Navegar y Té frío, compuestos por Juan Carlos Suárez y Miguel Díaz-Canel, respectivamente. También llama la atención el esmerado trabajo vocal, gracias al cual se escucharon tres voces solistas en una misma pieza, como sucede con Aro de Fuego y Trance, pero siempre sobre un gallardo colchón instrumental. Incluso en la pieza de mayor intensidad titulada Alquimista, donde el guitarrista Danilo García proyecta un expresivo tapping, nunca se alejan de la elegancia endémica del proyecto Polaroid. En tal sentido, si tanto las voces de Miguel como la de Juan Carlos asumen la sutileza apasionada que reclama este tipo de folk rock al despertar añoranzas por instituciones emblemáticas de los años 70, como Steely Dan y Crosby, Stills and Nash, el delicado e inspirado timbre de la voz de Jenny Díaz-Canel en La niebla, constituye el acento imprescindible para ratificar la total adhesión del grupo al universo musical donde la búsqueda de la belleza simboliza el aliento fundacional del conjunto, el mismo esplendor presente en el espíritu de imágenes digitales que no cesaban de desbordar imaginación y buen gusto en las distintas pantallas ubicadas a lo largo del escenario durante todo el concierto.

Como complemento adicional para alcanzar semejante magnificencia, Polaroid se hizo acompañar por músicos de excepción como Jorge Reyes (contrabajo), Oliver Valdés (drum), Yaroldi Abreu (percusión), Rodney Barreto (drum), Jorge Aragón (piano) y Emilio Martiní (guitarra), además del bajista invitado Alain Pérez y del cantautor Kelvis Ochoa, a quien no podemos mencionar sin dejar de hacer la observación de que con el tema Queriendo volver, el grupo pudiera abrirse un espacio para su promoción por nuestros medios radiales y televisivos.

Al ampliar esta recomendación, pienso en las discusiones que nos compulsan al análisis de qué hacer y cómo resolver el asunto de determinadas corrientes musicales en boga donde prima una mediocridad tal que en no pocas ocasiones resulta agobiante. La respuesta a esta problemática se puede encontrar en la voluntad de promover, de orientar a nuestros receptores acerca de cuál música realmente merece ser legitimada por la valía de su propuesta, de la necesidad de tender puentes que funcionen como efectivos vasos comunicantes para ofrecer a las personas una opción de sentirse enriquecidas espiritualmente desde la cultura, cuando disfrutan del nivel artístico de grupos como Polaroid.