Esta tercera edad

Ricardo Riverón Rojas
4/5/2020

Según convenciones demográficas pertenezco a la tercera edad. Y me lo espetan así, como quien dice: la tercera vida. La primera, supongo, sería la infancia; la segunda, la juventud; y la tercera, esta que hace diez años “disfruto” como jubilado. Pero, ¿saben algo? No veo la diferencia, a no ser porque ahora tengo un pasado que me nutre y menos ansiedad por el éxito: todo lo demás lo vivo igual. Bueno, casi igual, porque la fisiología no es la misma; si a los 18 años era atleta y corría los 100 metros planos en 11.8 segundos, ahora, con 70 en el alma, me conformaría con hacer 15.4. En materia de ilusiones, soy el mismo que jugaba a la una mi mula.

“Según convenciones demográficas pertenezco a la tercera edad. Y me lo espetan así, como quien dice: la tercera vida”. Foto: Internet
 

A las dos, mi reloj me avisa que soy el mismo que a la una. A los 70 me comparo con el que fui de 69, hace poquísimo, y soy otra vez el mismo, aunque soy otro. Claro, si abro el diapasón, tampoco soy aquel que a los 15, viviendo en una zona rural donde no había médico aún, sufría unas crisis de asma que malamente se aliviaban (o se consolaban) con que mi madre me pasara la plancha tibia por el pecho y el cepillo por la espalda. No soy el mismo porque, con el tiempo, tuve médicos (todos en Cuba los tenemos) y mi asma se atenuó hasta casi desaparecer.

De pronto me parece más adecuado pensar que no vivo la tercera edad, sino la septuagésima, pues cada uno de mis 25 de octubres pudiera dar para una vida. Invito a cualquiera a un ejercicio: haga una relación del acontecimiento más importante de cada año de su vida, partiendo del de nacimiento, y en dependencia de su memoria, y de lo que fue su vida, serán las vidas (o las edades) que ha vivido; cada año una manera de vivir, o de entender la vida. Yo tengo 70, ya lo dije, y a los 16 no era el mismo que a los 15, aunque después, con los años, los años sucesivos se fueran pareciendo más.

Una edad desprotegida esta tercera, es cierto, pero no tanto como los primeros días. Los ancianos, se sabe, soportamos mejor los infartos que los jóvenes, pues desarrollamos eso que llaman “circulación colateral”; a lo mejor es por eso que la familia nos manda a las colas, para proteger a los jóvenes (muchas veces desocupados), porque nuestras colas muchas veces son para reventarle el corazón al más pinto. En defensa de los colectivos familiares digamos que alegan que lo hacen para que nos entretengamos.

Entonces llega usted, de 70 o 75, y se entretiene al observar tranquilamente y tragando angustia, una cola donde su número ordinal empieza a crecer exponencialmente: los planes jaba, los impedidos, las embarazadas, aquellos a quienes “les marcaron”. Dan ganas de recordarles a todos que ya usted ni siquiera puede correr los 100 metros en 15.4, aunque aún no sea un desvalido.

Ahora se ha cobrado conciencia de que los ancianos somos los más vulnerables, los de mayor riesgo ante la pandemia COVID-19; sin embargo, y pese a que una buena parte de nuestros familiares permanecen en casa, haciendo “trabajo a distancia” o interruptos, seguimos a la vanguardia familiar en el renglón de las colas. Y de prioridades: nada. Hace poco fui a cobrar un cheque al banco y pregunté si gozábamos de algún favor. La respuesta fue tajante: “pida el último; que lo suyo no es una prioridad”.

“Ahora se ha cobrado conciencia de que los ancianos somos los más vulnerables, los de mayor riesgo ante la pandemia COVID-19”. Foto: Periódico Escambray
 

En los cortos períodos de mi vida que pasé en otros sitios del mundo, disfruté de las ventajas de una tercera edad que todavía no era tan tercera: no pagaba en el metro, en los supermercados había una caja para los mayores de 60 (ellos les decían “personas grandes”), las medicinas eran gratis o con sensibles rebajas, en los transportes públicos había asientos para los mayores. En estos tiempos en que en Cuba hemos cobrado, angustiosamente, mayor conciencia de la fragilidad de los ancianos, al igual que se hace con otros segmentos de población, se podrían evaluar y activar algunos de estos beneficios de manera que rebasen lo circunstancial.

Pero sobre todo, tomando en cuenta que somos un sector poblacional creciente, lo que añadiría un peso inviable a las colas; quizás se podría establecer en las bodegas, carnicerías, farmacias y otros establecimientos comerciales donde estas son más frecuentes y traumáticas, la prohibición de venderles a los ancianos cuyos núcleos incluyan a personas jóvenes. No importa que trabajen, que para eso existe el Plan Jaba, que les da prioridad. Lo mismo con los impedidos físicos que convivan con personas fuertes y sanas.

Las variantes para que los ancianos nos entretengamos pudieran ser de otro tipo; más lúdicas quizás, aunque se concreten solo en conversaciones, visualizaciones de filmes, sesiones de lectura, manualidades o juegos de mesa.

En estos tiempos en que en Cuba hemos cobrado mayor conciencia de la fragilidad de los ancianos, se podrían evaluar y activar algunos beneficios que rebasen lo circunstancial. Foto: Juan Carlos Dorado/ Periódico 5 de septiembre
 

Tengo un colega de mi edad que se queja de que en su casa practican con él una especie de bullying. Como escritor que es, todo lo conceptualiza. Un día me dijo haber elaborado una teoría de la comunicación específica para su casa. Y también un código penal hogareño. Y pasó a explicármelo.

Según mi amigo, que se llama Félix, en su casa solo se cometen dos tipos de errores: los humanos (los cometen la esposa y la hija, bastante menores que él) y los imperdonables (los comete él). La rotura de un vaso puede clasificar en cualquiera de las dos categorías, depende de a quien se le haga añicos.

También —abunda— en su casa se practica una curiosa descripción de los contenidos de trabajo. Cuando su mujer o su hija friegan la loza, sencillamente “friegan”; cuando quien friega es él, se dice que “ayuda a fregar”.

Sigue exponiendo Félix su “modelo conceptual del bullying hogareño”: en su casa se cumple, con una curiosa dinámica, la teoría de la comunicación:

Primera regla: Sus preguntas no siempre deben ser respondidas.

Segunda regla: En el caso poco probable de que sus preguntas se respondan, nunca será la primera vez que las haga; estará obligado a repetirla dos o tres veces.

Tercera regla: Sus preguntas no deben responderse con respuestas sino con nuevas preguntas. Ejemplo: pregunta: “¿van a salir?”; respuesta (tras tres ecos de la interrogante): “¿qué tú crees?”.

Cuarta regla: En el caso poco probable de que sus preguntas se respondan con respuestas, estas nunca deben ser sí o no, sino “por supuesto” y “para nada”, de donde deriva lo ocioso de inquirir.

Quinta regla: En el caso más poco probable aún de que sus preguntas se deban responder con un sí o un no, no es “sí” y no es “no”; es “sí, Félix” o “no, Félix”, con énfasis que implica que la interpelada está harta de obviedades.

“Las variantes para que los ancianos nos entretengamos pudieran ser de otro tipo; más lúdicas quizás”.
Foto: Kaloian/Cubadebate

 

Según mi amigo, dada la correlación desfavorable para él, en su familia estamos también ante un caso de violencia de género, aunque aún falte un poco (quizá bastante, porque no es necesario) para llegar al masculinicidio.

Félix es un hombre bondadoso y —me cuenta— a estas conclusiones llegó después de décadas de aceptar como justa esa dura agenda familiar. Pero despertó cuando a lo anterior se le sumó que cada vez que intentaba participar en una decisión estratégica de cualquier índole, le decían: “Ponte para lo tuyo, que es escribir”. Como vio que no le dijeron que lo suyo eran también las colas, decidió pegar su Grito de Yara, darse la libertad (es negro) y coger monte. Ya no hay quien lo involucre en una cola, situación que se consolidó en estos días de pandemia en que, justamente, se orienta que nos quedemos en casa.

Antes de que llegara el aislamiento social Félix y yo íbamos todas las tardes a la pista de atletismo del Fajardo, que nos queda cerca, y ya corríamos los 100 metros en 17.2 segundos.

Cuando esta pandemia pase, volveremos. Hasta los 15.4 no paramos.