Ezra Pound cobra aliento

Daniel Céspedes Góngora
3/2/2020

También aprendemos de las artes en qué forma se parece el hombre y en qué forma difiere de otros animales. Aprendemos que ciertos hombres se parecen a menudo más a ciertos animales que a otros hombres de distinta composición. Aprendemos que no todos desean las mismas cosas y que por lo tanto no sería equitativo dar a cada uno dos hectáreas de tierra y una vaca.

Ezra Pound
 

Ezra Weston Loomis Pound, Ezra Pound (1885-1972), es de esos creadores que parece estancarse en un grupo (Generación perdida) o movimientos no tan pasajeros como el imaginismo o el vorticismo, pero su propia obra se lo imposibilita. Algunos lectores y estudiosos del poeta, músico, traductor y ensayista estadounidense argumentarán que pesó sobre él esa existencia polémica, en la que abrazó el antisemitismo y esos gustos dispersos como chocantes donde consideró a los prerrafaelitas, la literatura provenzal y hasta la filosofía ocultista, sin dejar de ser con mucho un místico neorromántico. Sus conocimientos de la cultura antigua lo impulsarían a volver sobre Dante y las mitologías grecolatinas, y antes sobre Confucio y Homero. Para colmo de su curiosidad, admiraba las obras de Shakespeare, el barroco español y el romanticismo. Amigo tanto de William Butler Yeats como de dadaístas y surrealistas y practicante del verso libre, se le ha considerado un modernista expansivo que impulsó a los escritores más disímiles.

Poeta, músico, traductor y ensayista estadounidense Ezra Pound. Foto: Internet
 

Salvado de la pena de muerte por admiradores y sobre todo amigos, se le tildó de loco y hasta lo aislaron. Pero el aislamiento, no se sabe hasta qué punto buscado, motivó sus constantes escrituras poéticas y sus reflexiones sobre su arte y el de otros. De ahí la escritura de Pavanas y Divisiones (1918), Cómo leer (1931), El ABC de la lectura (1934)… y uno muy conocido que, en sociedad con amigos, desarrolló y nombró El arte de la poesía (1945), el cual fue comprendido luego en Ensayos literarios de Ezra Pound (1954).

No son abundantes, pero tampoco escasos los libros que llevan el nombre de Poética o Arte Poética, los cuales, como se sabe, rebasan el universo de la poesía como género. No obstante, están los centrados en la expresión literaria. Este es el caso de El arte de la poesía, un libro que por primera vez se publica en Cuba. Lo propone Ediciones Áncoras, uno de los sellos editoriales de la Isla de la Juventud. Esta es una afortunada y creíble manera de salirse de los marcos regionales de un espacio cultural que necesita, claro está, promover sus valores, pero al mismo tiempo, ampliar un catálogo generoso en obras y autores foráneos. Las palabras acertadas de contracubierta le pertenecen a Jorge L. Rodríguez, quien también es el editor. Ailín G. González apostó por la sobriedad del diseño, y la corrección es de Daniel Zayas. Por la importancia de este texto, debió aparecer con un prólogo. Pero el que ya se cuente con su publicación, es de agradecer.

No podía haber ocasión mejor para presentarnos a un poeta que propuso su pensamiento sobre la poesía como creación individual; alguien que atrajo y todavía atrae a desiguales sensibilidades. No por gusto Juan Bonilla, en su prólogo a El ABC de la lectura, acaso descifre el porqué de tamaña atracción: “Su lengua, su país, la poesía, la política, la música: su pasión desbordante lo empequeñecía todo. Necesitaba saltar de una disciplina a otra, conectarlas, tender puentes. Tal vez esa era su aspiración esencial”.

Ahora, si el lector espera encontrar un tratado o un molde de cómo decir o hacer poesía, pierde su tiempo. Pound no cae en esa pedantería transitoria. Por ello, al inicio de su texto, declara lo que será su exigencia intelectual en las demás páginas: “La crítica ni limita ni prohíbe. Solo proporciona puntos de partida. Puede despertar al lector desatendido o indiferente poniéndolo sobre aviso”. O esta otra: “(…) toda crítica debía ser admitidamente personal. Al final de cuentas el crítico solo puede decir me gusta, o me conmueve, o algo por el estilo. Cuando se nos ha mostrado a sí mismo podemos comprender lo que quiere decir”. Si bien pudiera esperarse que al autor de Cantares le concierna solo el verso o la prosa poética, habrá sorpresas en lo relativo a una suerte de crítica abarcadora donde las artes plásticas no estarán ausentes.

Luego, encuéntrese en El arte de la poesía recorridos vivenciales nada desdeñables que, aunque revelan algunas reservas, agrados y disgustos de Pound, como cuando dice que sus “editores actuales sugirieron, o cuando menos uno de ellos sugirió que incluyera en este volumen mis primeras reseñas sobre autores de mi generación. No sé de qué serviría”, se quiere alejar de recaídas autobiográficas, pues él no solo desea historiar, sino más bien dialogar con experiencias de otros creadores. Adviértanse entonces la crudeza y la agudeza en los juicios de un autor —como aún se admite— poco dado a las interrogaciones en sus juicios.

Se entiende el rigor en quien aspiró y buscó una suerte de lector audaz, pero provisto de cultura. Era de esos pedidos justificables para acercar el lector al poeta y al arte en general porque, como expuso sin que mediaran concesiones: “La gran literatura es sencillamente idioma cargado de significado hasta el máximo de sus posibilidades”.