En el siglo XX la danza escénica fue conmocionada por la obra precursora de la norteamericana Isadora Duncan, nacida en San Francisco el 26 de mayo de 1877. Ella inició su vida como danzarina haciendo estudios rudimentarios de ballet en la ciudad de Chicago, donde este arte era el reflejo de la crisis que la manifestación sufría en Europa tras el esplendor del clasicismo. Por ello, se dedicó a explorar una nueva forma para expresar su compleja vida emotiva, pues las reglas académicas del ballet le resultaban ataduras obsoletas.

“Luchó por encontrar en las grandes composiciones musicales el sendero necesario para su desahogo espiritual”. Foto: Tomada de Internet

Se despojó de los rígidos corsés y tutús tradicionales para danzar con ligeras y transparentes túnicas; eliminó las zapatillas para bailar descalza; le dio relevante valor al trabajo de piso; prescindió de todo lo ornamental superfluo y luchó por encontrar en las grandes composiciones musicales el sendero necesario para su desahogo espiritual. Aunque no dejó escuela, sino una manera de descubrir los caminos del movimiento, paradójicamente fue a buscarlos a la antigüedad clásica, especialmente en los estudios que hizo en el Museo Británico de Londres y en sus visitas a Grecia, país donde residió por largos períodos y donde analizó las cerámicas, frisos, esculturas y textos literarios en busca de la fuente de inspiración para su necesidad de expresarse mediante el baile.

Desde su debut profesional en 1899 hasta su trágica muerte en la ciudad de Niza el 14 de septiembre de 1927, su manera de proyectar el baile dejó huellas no solamente en su país natal, sino también en las más importantes plazas de Europa y América donde actuó. En 1915 dos importantes figuras de la danza en los Estados Unidos, Ruth Saint Denise y Ted Shawn, fundaron la célebre escuela y compañía conocida como la Denishawn, que sería la encargada de materializar los nuevos reclamos de la danza en los Estados Unidos, y donde se formarían figuras tan trascendentales como Doris Humphrey, Charles Weidman y especialmente Martha Graham. Ellos abrieron nuevos caminos para lo que sería conocido posteriormente como danza moderna. Aunque partían de un mismo credo (la búsqueda de nuevas formas del movimiento), cada uno hizo aportes individuales de incalculable valor.

Martha Graham, nacida en Pittsburgh el 11 de mayo de 1894, fue la encargada de sistematizar la técnica de la danza moderna norteamericana y formar una compañía y una escuela de la que surgieron intérpretes y creaciones coreográficas consideradas obras maestras del arte danzario de nuestro tiempo. Su obra creadora abarcó las más diversas temáticas y sumó a ella los talentos de mayor relieve en el campo de la música, el diseño y la investigación histórica y psicológica.

“Una hermosa amistad la unió a la cubana Alicia Alonso, su coetánea en los escenarios norteamericanos”. Fotos: Cortesía del autor

Aunque fue una iconoclasta en muchos sentidos de su larga vida, no fue dogmática ni ajena a los grandes valores históricos de la danza escénica. Siempre fue respetuosa de los verdaderos valores y no vaciló en reverenciarlos cada vez que le fue posible. Una hermosa amistad la unió a la cubana Alicia Alonso, su coetánea en los escenarios norteamericanos y considerada una de las más grandes bailarinas del ballet del siglo XX.

“Las más excelsas bailarinas de la escena norteamericana”.

Muchas veces tuve el honor de que Alicia me contara anécdotas de cómo ambas coincidían en múltiples aspectos sobre el arte de la danza: la solidez de una formación técnica, la necesaria ductilidad estilística y el imperioso deber de dotar de un sentimiento a cada movimiento ejecutado por un bailarín sobre la escena. A finales de la década del 50 y hasta 1960 la crítica más autorizada y exigente no vaciló en proclamarlas como las más excelsas bailarinas de la escena norteamericana, aunque cultivaran géneros muy diferentes. El año 1960 marcó un hito en las relaciones entre ambas danzarinas, ya que sería el momento en que Alicia Alonso bailaría por última vez en los Estados Unidos antes de ser sometida a una injusta exclusión de esos escenarios, tan importantes en su carrera, que duró 15 años por su decisión de mantenerse en su patria desarrollando el arte del ballet. En esa temporada neoyorquina Alicia reinó como siempre con su legendaria Giselle con el Ballet Theatre y el Ballet Ruso de Montecarlo; mientras la Graham revalidaba su carrera de triunfos con su interpretación de Clitemnestra, la vengativa reina de Micenas, una obra coreografiada por ella con música de Halim El-Dabh y diseño de Isamu Nogushi, inspirada en la célebre tragedia griega de Esquilo.

“La historia guardará para siempre ese momento de grandeza de ambas figuras de la danza”.

Es válido recordar el hermoso gesto de Alicia, cuando emocionada acudió al camerino de la Graham a patentizarle la admiración por su arte con un cálido abrazo y un ramo de flores. La historia guardará para siempre ese momento de grandeza de ambas figuras de la danza. Pasarían 17 años para un nuevo encuentro entre Alicia Alonso y Martha Graham, y ello ocurrió el 29 de septiembre de 1977, cuando le fue rendido un homenaje a la excepcional cubana por su legendaria Giselle en el Metropolitan Opera House de Nueva York, donde lo interpretó por primera vez el 2 de noviembre de 1943. No pudieron abrazarse nuevamente, pero Alicia guardó siempre la emoción de saber que entre los miles de asistentes a esa función se encontraba la Graham aplaudiendo muy emocionada. El 1ero. de abril de 1991 se conoció el fallecimiento de Martha Graham en la ciudad de Nueva York a la edad de 97 años. Recuerdo la expresión de Alicia ante este suceso. Al conocer que la Graham había dejado para ella un pañuelo con una amistosa dedicatoria, llena de emoción la Alonso expresó: “Ha muerto una gran artista, respetuosa de los grandes valores, que quedará siempre en la memoria del público y en la historia milenaria de la danza”.