Hembra, crudeza, humor y sororidad

Vivian Martínez Tabares
13/4/2020

La última nueva puesta en escena del teatro cubano que alcancé a ver antes del aislamiento provocado por el coronavirus fue Hembra, escrita y dirigida por Yunior García, el joven líder de Trébol Teatro. Estrenada en la capital el viernes 13 de marzo en el Café Bertolt Brecht, como parte del programa del Laboratorio Internacional Traspasos Escénicos 2020, solo pudo llegar a cinco funciones, afortunadamente repletas de espectadores, y generó expectativas para un diálogo que espero podamos satisfacer en fecha no muy lejana, cuando volvamos a disfrutar a plenitud de la intensa vida teatral de nuestra ciudad.

Esta puesta en escena reafirma la madurez artística de Yunior García, líder de Trébol Teatro. Fotos: De la autora
 

Antes del estreno habanero, este montaje siguió un proceso de creación que en varias oportunidades se ha abierto a la confrontación con el público, y que ha sido parte activa del traslado de Yunior y Trébol Teatro desde Holguín hasta La Habana. El 20 de mayo del 2019, Hembra subió a la escena de la Sala Alberto Dávalos del Teatro Eddy Suñol, en calidad de trabajo en proceso, y en julio pasado, se anunció su premier en el XV Festival Internacional de Cine de Gibara. En ambas ocasiones, la obra estuvo interpretada por un primer elenco integrado por Heidy Torres, de Trébol Teatro, y por Aimeé Mojena y Jennifer Soriano, para quienes fue su examen de grado en la especialidad de actuación en la Escuela Nacional de Arte de Bayamo, Granma. Pero es ahora cuando llega a su puerto definitivo y a lo que Yunior considera verdadero estreno, tras numerosos ajustes en el texto y en la representación, con un remontaje a cargo de Claudia Álvarez, Grisell Monzón y Aydana Hernández Febles, las actrices que originalmente habían solicitado al dramaturgo un texto para ellas, amigas y colegas de estudio, y quienes ahora se juntan como invitadas de Trébol Teatro.

Las primeras impresiones que despierta Hembra tienen que ver con sus puntos de contacto, como suerte de continuidad poética, con el montaje anterior de Yunior García, Jacuzzi, también con dramaturgia y actuación suyas: tres personajes en escena, un escenario único reducido y cerrado, la presencia significativa del agua, y la confrontación de ideas complejizada por la tríada, que la lleva más allá de una estrecha dicotomía bipolar.

Si en Jacuzzi el agua era un medio compartido por los personajes, en el cual se sumergían durante la mayor parte del tiempo —en una bañera, hiperbolizada como el sueño imposible de poseer un jacuzzi y de gozar de cierto estatus de bienestar—, aquí es amenaza y presencia hostil causante del encierro, en tanto Ana y Eva, y luego Lilit, se guarecen de un huracán en un pequeño cuarto cerca de la costa norte habanera, inundado por la fuerza del fenómeno meteorológico. Curiosamente, Yunior trae al contexto un leitmotiv de la dramaturgia cubana: el huracán, presente en una pieza republicana como La recurva, de José Antonio Ramos, y en los 90 del siglo pasado referente insular en Santa Cecilia, de Abilio Estévez, y amenaza latente en Mar nuestro, de Alberto Pedro.

Tres personajes femeninos proponen al público una serie de problemas, centrados en la interrogante “¿Qué significa ser joven y mujer en Cuba?”.
 

Lo que distingue a Hembra de Jacuzzi es la deliberada perspectiva de género, pues como se habrá visto, son ahora tres personajes femeninos, jóvenes también, las que discuten y proponen al público una serie de problemas, centrados en la interrogante “¿Qué significa ser joven y mujer en Cuba?”, expresión que abre las notas al programa de mano firmadas por María de la Concepción y la Pedraja, y que el dramaturgo sabe someter a debate desde las múltiples aristas que cada una de ellas propone, pues se trata de tres mujeres diversas, en carácter y en perspectivas frente a la vida, lo que constituye un acierto en la labor de la caracterización.

El siglo XXI se ha perfilado en sus dos décadas, a no dudarlo, como el siglo de las mujeres —y ojalá la pandemia que azota al planeta no desvíe a la humanidad de la atención al respecto, en defensa de lo mucho que queda por hacer—, pues si bien la opresión, la discriminación y la violencia contra las mujeres son muy antiguas, como también las luchas reivindicativas, nunca antes las mujeres habíamos llegado a establecer estrategias de unión, solidaridad y lucha como las que han movilizado a millones en todo el orbe, ni tampoco se había logrado visibilizarlas a tan gran escala.

Fiel a su vocación de enfocar contradicciones de la sociedad cubana contemporánea, Yunior se sintoniza con inquietudes y tensiones femeninas, y cede la palabra a tres mujeres cubanas para hablar en voz alta de miedos y aspiraciones, de diversas formas de violencia hacia la mujer, disfunciones familiares en las que ella lleva la peor parte, de geopolítica e insularidad, de vocaciones y formas de participación social, y de soledad. Así, las induce a tramitar sus diferencias y a encontrar un modo de apoyarse para salir adelante. Pero también, en medio de un apagón y entre tragos de ron o a plena luz del día, encaran temas de amplio alcance como la migración y su impacto en la familia y en la sociedad, y debates ideológicos de dramática cercanía, con lo que el dramaturgo rehúye cualquier mirada fundamentalista o sectaria.

En cruce fecundo con cierta dimensión poética, el realismo moviliza un texto en el que los diálogos, agudos e inteligentes y en activa dinámica de acción y reacción, revelan estados de cosas, posturas contradictorias, y componen una realidad social compleja. Hay memorias revividas, emociones encontradas, y humor en diversas gamas, del juego de palabras a la fina ironía, que sirve como catalizador de los enfrentamientos.

“Los diálogos, agudos e inteligentes y en activa dinámica de acción y reacción, revelan estados de cosas, posturas contradictorias, y componen una realidad social compleja”.
 

El montaje elige un estilo en consecuencia, desde una perspectiva minimalista y simbólica con los diseños escenográficos en rojo y blanco de Oscar Gordillo –en el espacio mínimo, una cama es la única superficie segura en medio del agua, cercana a una mesita con una botella de ron y una maleta pequeña—. El vestuario, del propio creador, opta por ropa informal y sencilla. El discurso se afirma decisivamente en la labor actoral, apoyada por el cuidado trabajo de iluminación, a cargo de Manolo Garriga, y por la incursión de la imagen audiovisual, que expande la acción al afuera, al abrir el espacio por un instante al mar de fondo a través de una ventana, con la salida de uno de los personajes, que permite vislumbrar un estallido de color y esperanza a través del azul del mar y la salida del sol.

Efectivas en estimular la complicidad de los espectadores, las actrices contrastan caracteres y ritmos. Claudia Álvarez domina la situación con fluida naturalidad y su buen decir para crear a Eva, intelectual y de mente abierta. Grisell Monzón es una suerte de contraparte, ligera e impulsiva, para cuya mejor efectividad debe regular tensiones y bajar el tono acelerado e intenso de la voz de Ana. Aydana Hernández Febles, como Lilit, desde su irrupción distante y enigmática transita a una catarsis de dolor, y la actriz necesita también distender la ejecución vocal para eliminar cierta afectación que enrarece al personaje. Pero cinco funciones no pueden dar aún pleno cauce al potencial que cada una de ellas posee, medible en sus respectivos buenos momentos, que merecieron cálidos aplausos.

Testigo como fui de la experiencia brasileña de Jacuzzi, cuando participó como invitada en el evento Crítica en Movimiento, organizado por Itaú Cultural en Sao Paulo, y en el que los espectadores resaltaban la universalidad de los planteos de la obra a partir de una identificación esencial con sus personajes, y habida cuenta de su éxito en el Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz frente a un público internacional, no dudo que Hembra pueda correr la misma suerte, dado el calado en universos sociales.

“Efectivas en estimular la complicidad de los espectadores, las actrices contrastan caracteres y ritmos”.
 

Hembra reafirma la madurez artística de Yunior García, un dramaturgo que jamás ha dejado de crear, como lo demuestra una lista impresionante de textos, abierta poco después de que se graduara de actor en la Escuela Nacional de Arte, en Holguín, y fundara Trébol Teatro, con el que ha probado en escena la mayoría de esos textos. Graduado de Dramaturgia en el Instituto Superior de Arte en 2009, con estudios complementarios en el Royal Court Theatre de Londres, ha firmado Malos presagios (2004), Baile sin máscaras (2005), Todos los hombres son iguales (2006), Sangre (2007), Asco (2008), Cierra la boca (2009), Retrato de un hombre desnudo (2011), Semen (2012), Feast (2013), Pasaporte (2014), Lucas y Lucía (hasta el momento su único texto para niños), y Jacuzzi (2016). Obras suyas se han representado también por los cubanos Teatro del Caballero, Aire Frío y Teatro El Portazo, entre otros, y por el colombiano Teatro del Presagio.

Cuando le pregunté a Yunior el porqué del título, me contó que se sintió desafiado por una discusión que tuvo lugar en el FIT de Cádiz en la que se cuestionó a un coreógrafo la validez de su abordaje de un tema femenino, y además porque le gustó la ambigüedad de ese término, hembra, que como opuesto de macho, carga con cierta crudeza, que le aleja de un feminismo extremo, al que no quiere afiliarse.

A Hembra le espera una larga vida, por lo que ya ha probado y el interés que despierta, y porque según planea su director también será defendida por otro elenco, en el cual a Heidy Torres y Yanitza Serrano — las que alternaron a Susy en Jacuzzi— se unirá Andrea Doimeadiós. Ojalá que muy pronto podamos reencontrarnos con este sugerente montaje.

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