Heraldos de la risa

Yamil Díaz Gómez
27/12/2018

Mientras fui niño, dos ingredientes no faltaban nunca a mis cuadernos secretos: décimas con malas palabras y unos torpes dibujos con que intentaba remedar las caricaturas de Linares, Panchito y Juan Padrón. Por aquel tiempo había tanto papel que en las bodegas no se habían extinguido los cartuchos y, cada sábado, el Melao alegraba los kioscos de prensa de lo que era entonces para mí todo el mundo conocido. Pancho, el borracho que me quedaba a un par de puertas, vivía tan desinformado que cuando otro vecino le pidió que le comprara un Melaíto, solo atinó a preguntar si eso no se derretía.

Aquella anécdota circuló por el barrio, como una ingenua confirmación de una de las grandes virtudes que este grupo de artistas puede exhibir al cabo de cincuenta años: nuestro Melao no se ha derretido, pues, además de dulce y cubanísimo, es en extremo consistente. Tan consistente que sobrevivió a la crisis de papel y al pesimismo de ciertos años negros. Tan consistente que logró definir y mantener una estética propia, pues Melaíto no ha sido nunca un Palante ni un DDT de provincias, ni un equipo Metropolitanos del humor. Inobjetablemente, es Melaíto. Y al mismo tiempo, cada artista ha tenido su línea inconfundible.

No sé qué dirán los expertos en dibujo; pero un «muñeco» de Martirena, de Roland o de Pedro se puede distinguir desde la luna. Tampoco sé lo que dirán los sabios en pedagogía, pero este colectivo ha sido una escuela de artistas, y entre sus graduados, además de quienes hoy siguen en la nómina, hay títulos de oro que corresponden en la plástica de Cuba a creadores como Ajubel y Janler.

De izquierda a derecha: Roland, Linares, Pedro, Celia y Martirena. Foto: Vanguardia
 

Cincuenta años después, y no precisamente frente al pelotón de fusilamiento, podemos mirar atrás y recordar que aquel periódico que inicialmente se llamó A millón hasta los diez, tenía un propósito claramente propagandístico. ¿Cómo explicar entonces que, en una época en que tanto impulso artístico degeneró en propaganda, un proyecto propagandístico alcanzara rápida y definitivamente solidez como arte?

Que me perdonen la herejía, pero pasados mis cuarenta de edad y hasta una carrera de Periodismo, me sigue pareciendo, como en mi niñez, que Melaíto no es el suplemento de Vanguardia, sino Vanguardia el suplemento de Melaíto.

Esto, en parte, será gracias a que no hablamos de una capilla cerrada, de un cenáculo, pues más allá de los «históricos», por estas páginas han pasado también Polo, Bello, Javier, Richar, Carrillo, Pescao, Gélico, Feddor, Castells, Leoncio Yanes, René Batista, Maritza y todo aquel que ha respetado un principio inviolable: así como el pueblo cubano, con el Liborio de Torriente, era visto en tercera persona, es el pueblo cubano quien siempre ha hablado en primera persona en cada página de Melaíto.

Pedro, Roland, Linares y Martirena son los cuatro puntos cardinales, los cuatro grandes jinetes, los cuatro heraldos de la risa, los cuatro horcones eternos que, junto a la diseñadora Celia Farfán, sostienen este monumento de la cultura cubana.

Cuentan que el general Napoleón Bonaparte, en su campaña egipcia, exclamó:

─¡Soldados! ¡Desde lo alto de esas pirámides, cuarenta siglos os contemplan!

Con la misma gallardía, nuestro Elpidio Valdés acampó el 20 de diciembre de 2018 frente al periódico Vanguardia. Mientras uno de sus exploradores miraba a las ventanas para ver por cuál asomaba Pedro, Roland, Linares o Martirena, el coronel exclamó emocionado:

─Compatriotas, desde esa altura nos contemplan cincuenta años de buen humor, cincuenta años de cubanía; cincuenta años de talento y cincuenta años de honestidad intelectual.

 

 Colectivo de Melaíto: en orden descendente, Janler, Pedro, Roland, Linares y Martirena

Rolando González Reyes, Roland