Historia de una foto con Sir George Martin y Leo Brouwer

Guille Vilar
16/9/2020

Cuando me tomaron esta foto, yo no tenía conciencia plena de que estaba en el medio, nada menos de Sir George Martin y del maestro Leo Brouwer. Me encontraba tan ocupado por el buen desempeño del espectáculo, que no tenía cabeza para pensar en el significado de poder abrazar a estos verdaderos mitos de la música contemporánea.

Guille Vilar junto a Sir George Martin y a Leo Brouwer. Foto: Cortesía del autor
 

En el 2002, Sir George Martin, el famoso productor de Los Beatles, es invitado a visitar Cuba, y el maestro Leo Brouwer quiso ofrecer un concierto en su honor. A tal efecto, Leo planificó dirigir la Orquesta Sinfónica Nacional en la interpretación de su suite “From Yesterday to Penny Lane”, pero me pidió que le organizara la otra parte del concierto con diferentes músicos del patio. Inmediatamente asumí la tarea con la conciencia de que nada podía quedar mal. Incluso le solicité a Martin que trajera consigo las partituras de las canciones “Yellow Submarine” y de “Hey Jude”, pues no íbamos a dejar que un artista de tal dimensión en la historia de la música contemporánea como él recibiera un homenaje sin formar parte en el mismo.

Este memorable concierto, que tuvo lugar en el Teatro Amadeo Roldán, comenzó con la mencionada suite, a cargo de la Sinfónica Nacional y del connotado guitarrista Joaquín Clerch, bajo la dirección del propio Leo. Una vez más, al mismo tiempo que Leo nos deleitara con su singular acercamiento a la obra de Los Beatles, verlo dirigir la orquesta constituía una dinámica expresión corporal que no tiene paralelo en dicho entorno.

Después vino una especie de concierto de cámara ─en opinión de Leo─, por la participación de diversos músicos cubanos, bien como solistas o como dúos, con la oportuna presencia del coro Entrevoces de Digna Guerra. De estos músicos recuerdo la participación del guitarrista Luis Manuel Molina, del trovador Gerardo Alfonso y del pianista Robertico Carcaccés, entre otros, para darnos una refinada perspectiva de la obra de los chicos de Liverpool.

Sir George Martin. Foto: Internet
 

Para el cierre del espectáculo estaba prevista la participación de Sir George Martin como director de la Sinfónica, en la interpretación de los emblemáticos temas de Lennon y McCartney ya mencionados. Decir que “Yellow Submarine” fue todo un suceso por la participación del Coro Nacional, dirigido por la maestra Digna Guerra, es reafirmar un momento espectacular para todos los que estábamos allí reunidos, pero especialmente para Martin. Sin embargo, la interpretación por la Sinfónica de “Hey Jude”, dirigida por el productor de Los Beatles, superó todas las expectativas al respecto.

La participación de un piquete de músicos nuestros, conformado por Jorge Luis Rojas, Eddy Escobar, Luis Manuel Molina, Ele Valdés, Carlos Alfonso y el Coro Nacional, le propició a Martin la oportunidad de revivir la autenticidad de una canción que ha quedado para conmocionar a diferentes generaciones a través del tiempo. Tan es así, que Sir George Martin nunca imaginó su despedida del público cubano con los ojos enrojecidos por los intensos aplausos de un auditorio emocionado. De más está decirles que tanto Leo Brouwer como Sir George Martin estaban contentísimos por la coherencia y efectividad emotiva del homenaje, aunque yo les confieso que estaba muy agotado por todo lo que tuvimos que atender para que no se perdiera ningún detalle pero, por supuesto, valió la pena.

Para quienes se preguntan por el sentido de la foto, les digo que fue tomada en el segundo intermedio del concierto, en el momento donde le entregamos a Martin un pequeño disco de cartón y plástico con tres canciones de Los Beatles, disco que se podía hacer en lo que hoy son los estudios de Radio Enciclopedia, por un módico precio, a mediados de los años sesenta, todo un presente verdaderamente museable. Junto al disco en cuestión añadimos la nota de que en Cuba oíamos a Los Beatles gracias a estas grabaciones. En cuanto a Leo, le hice entrega de una entrada que me sobró para el inolvidable concierto De Bach a Los Beatles, que ofreciera el maestro en la Cinemateca de Cuba en 1978.

Leo Brouwer. Foto: La Jiribilla
 

Pero realmente, la razón de este recuerdo, uno de esos que nunca se pueden olvidar, es para pedirle a todos ustedes que, en este momento de cuarentena, preservemos en nuestros corazones el cariño hacia el maestro, por la admiración y respeto que se ha ganado durante décadas, no solo en el mundo sino, sobre todo, en su tierra natal.

Hace tan solo días publiqué una foto tomada en la ceremonia donde Leo me entregaba el Premio Espiral Eterna, en el 2011, por nuestros modestos aportes a la música cubana. Una amiga muy cercana me comentó que admiraba al maestro a pesar de ser este de la gran escena. Obviamente, me quedé con esa inquietud por dentro, y aprovecho esta breve crónica para, de una manera sensata, responder a cualquiera que tenga semejante criterio.

En buen cubano, cuando decimos que Fulano es de la gran escena, estamos aludiendo a que dicho personaje está tan por encima de la media de nuestro rango cultural como pueblo que, si hace algún guiño a lo popular, es tan solo apenas una concesión. Y en tal sentido, para quienes piensan que se trata de un ser circunspecto y reservado, les aseguro que Leo Brouwer más cubano no puede ser, pues le encanta la música de Los Van Van; le gusta saborear la buena bebida, siempre mejor cuando se encuentre acompañado por sus amigos; constantemente se le ocurre un dicharacho nacido del humor nuestro más raigal; y no deja nunca de halagar desde la gentileza del verbo y la pícara mirada de sus ojos a cualquier belleza que se le ocurra asomarse por el horizonte de su ángulo visual.

Sin embargo, esto no quiere decir que no tengamos la satisfacción de saber que este excepcional músico cubano es considerado un guitarrista inigualable, a la vez que sus composiciones se estudian en todos los conservatorios del mundo y que ha dejado una extensa huella en su labor como director de orquestas. Además, su trabajo como promotor cultural en nuestro país a lo largo de los años ha sido francamente inmenso, por su contribución a la formación de tantos músicos y por la abundancia de músicos de diferentes orígenes y géneros que ha invitado para actuar en Cuba. Quizás los que verdaderamente sean de la gran escena somos nosotros. Hablo en nombre de todos aquellos que, agrupados en el enorme escenario de la cultura cubana, sabemos cuánto le debemos a esta distinguida personalidad cuya contribución ha sido decisiva en la intención de salvar nuestras almas de la mediocridad y de la banalidad, enfermedades que son tan peligrosas para el espíritu como cualquier pandemia. Por eso, en esta noche, cuando aplaudamos a nuestros esforzados médicos, quisiera que pensáramos también en esta leyenda de ochenta y un años a quien, obviamente, su familia tiene bien protegido como en una caja fuerte del amor, en la que se merece estar alguien de su trascendencia como ser humano, para que lleguen hasta sus oídos estos cálidos aplausos agradecidos, en honor al hombre que siempre ha volcado todo su talento y sabiduría en favor de la gran cultura de nuestro país.

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