Continuando con los procesos de estimulación, así como de promulgación y visibilidad de las expresiones tradicionales que cumplen aniversario cerrado y que dignamente componen el listado de las centenarias, aprovechamos la ocasión para homenajear a los Lombanfula de Placetas, que se encuentran cumpliendo nada más y nada menos que 135 años. En lo personal, me han impresionado por su sentido de resistencia cultural y por mantener, durante casi un centenar y medio, sus símbolos y sellos identitarios.

Cómo olvidar aquel verano del año 1994, cuando me llevaron a la calle 1ra del Norte número 56 entre 2da y 3ra del Este en la ciudad conocida como la de los laureles, Placetas, perteneciente a la provincia de Villa Clara. Recuerdo muy bien que los colegas de ese territorio ya me habían hablado en varias ocasiones de una expresión única, la cual se mantenía vigente, y que bien valdría la pena visibilizar, promulgar y, sobre todo, darla a conocer; pues se hallaban preocupados al no contar con el reconocimiento social y cultural que merecían. No demoramos mucho en hacerles la visita, encontrándonos una joya que atesora el patrimonio cultural de la nación: los Lombanfula, como comúnmente se les reconoce por vecinos y demás pobladores placeteños, son identificados como una familia portadora de tradiciones que cultiva su propio ritual, cuyo asiento radica en la casa de su gran líder Alejandrina Rojas; reconocida por el gremio como cabeza mayor y descendiente directa de dicha composición etnodemográfica de estipe africana en la cultura cubana.

Los Lombanfula de Placetas han logrado mantener sus puertas cerradas al influjo de otras creencias y prácticas religiosas existentes en la Isla.

Después se nos hizo común al ser parte de las sesiones académicas durante las celebraciones del Diálogo Intercultural en los Festivales del Comité Internacional de Festivales Folclóricos (CIOFF), celebrados en Villa Clara en los años 1995 y 2000, donde fueron visitados y conocidos por destacadas figuras y estudiosos del mundo del patrimonio cultural vivo y sus portadores. En una ocasión, el colega y conocido investigador venezolano Juan de Dios se nos acercó y, bajito al oído, nos dijo: “Mi grupo religioso en Venezuela guarda mucha relación con esto que sorpresivamente encuentro aquí”.

Su surgimiento data del año 1887, según estudios realizados por un grupo de prestigiosos investigadores defensores de la cultura popular tradicional de esa ciudad del centro del país; encabezados por Jorge Luis Valdés Rojas, quien es hijo de Alejandrina y, por tanto, miembro directo de la familia portadora y de la manifestación tradicional, acompañado por María Julia Martínez Alemán, Héctor González Fuentes y Maidelin Carrazana Pérez, a los cuales admiro y respeto por su tenacidad, resultados y profesionalidad demostrada. También se obtuvo información mediante encuentros con los propios portadores en su rol de informantes; además de la revisión de actas capitulares existentes en instituciones religiosas.

Estamos en presencia de una de las manifestaciones tradicionales de mayor sentido de pertenencia, secretismo y fidelidad por parte de sus propios portadores en cuanto a cada elemento relacionado con dicha práctica, dado el continuo proceso de desacralización que se observa en las religiones o sistemas mágico-religiosos de procedencia subsahariana; algo considerado por los estudiosos (in situ) del elemento como apenas apreciable en esta familia portadora, pues en ella cada deidad, persona, objeto o espacio vinculado al culto religioso es conocido con un alto sentido de lo propio, respetado y protegido por sus practicantes. La relación hombre-naturaleza manifiesta a través del carácter animista de las religiones de origen bantú adquiere una connotación muy especial dentro del sistema mágico-religioso, en el cual se reconoce el poder que subyace en elementos naturales como el agua, las plantas y los animales. El lombo es una filosofía de vida y como tal condiciona modos de actuación y comportamientos humanos que tienen que ver con valores ancestrales africanos, como el respeto a los mayores, la noción de lo viviente, la magia, y la conexión entre la religión y los procesos vitales del hombre.

“Estamos en presencia de una de las manifestaciones tradicionales de mayor sentido de pertenencia, secretismo y fidelidad por parte de sus propios portadores”.

Alejandrina, destapando las cortinas del secreto altar, nos dijo en una ocasión: “Para nosotros la vida y la muerte tienen una significación muy particular, pues ni hacemos rezos, ni les colocamos flores a nuestros muertos; además, no visitamos el cementerio”. Sus palabras demuestran lo relacionado con el secretismo que los caracteriza; sin duda, han logrado mantener sus puertas cerradas al influjo de otras creencias y prácticas religiosas existentes en la Isla y, muy particularmente, en la zona central, como el propio catolicismo, la regla ocha o santería y el bantú o palo monte. Se considera una práctica religiosa de estirpe familiar, teniendo acceso solo aquellos que pertenecen a la familia ritual; por lo cual pensamos que esa sea la causa de su limitada proliferación hacia otros sitios y familias de la región.

Su cosmovisión religiosa y mística la conforman, de forma significativa, elementos distintivos relacionados y convergentemente encontrados con sus entidades sobrenaturales; pues sus santos o ángeles también son distinguidos, considerados como los superiores: sambiampungo (el omnipotente) y nkita (ángel mayor), mientras se reconoce como el ángel tutelar de Alejandrina Rojas a kayampemba. Otros también son parte del ritual, como senga o manasenga, nsimbe, nsasi, nkosi, matunga, manjuta, awandimi, ngangangomo, kimbungo, mayala, muilo, mnuane, nsácara y nwánwila.

Lo cierto es que para muchos de sus practicantes cultores algunos de sus fundamentos fueron traídos desde el Viejo Continente por sus antepasados, lo cual reviste un significado y un valor incalculable, imprimiendo respeto y veneración de por vida. Todos estos santos reposan en palanganas.

Jorge Luis Valdés Rojas, el hijo de Alejandrina Rojas, es hoy director del sectorial de cultura en el municipio, lo cual constituye una fortaleza indiscutible, no solo por ser un portador y defensor a ultranza de los valores tradicionales del territorio, sino también por su alto sentido de sensibilidad hacia la cultura y sus diferentes acepciones. Siendo alumno nuestro en la década de los 90, nos manifestó en una ocasión que los Lombanfula de Placetas celebran su gran fiesta del 24 al 26 de julio, y como elemento significativo, el realizarla en años alternos. Los preparativos comienzan con la limpieza de la casa, en la que utiliza abundante agua traída de la kunañanga (río), la cual debe tirarse en forma de abanico, para así purificar el espacio donde se realizará el gran ritual o ceremonia. Luego es preciso realizar los llamados baños lustrales, con determinadas hierbas específicas. Después se seleccionan los animales que se utilizarán para la comida a los ángeles, los cuales deben reunir características y condiciones muy específicas, como ser adultos, no tener manchas y que sean de cualquier color menos negro.

Visita de acompañamiento (in situ) a la sede de sus rituales, la vivienda de su líder Alejandrina Rojas.

Según explicó el destacado investigador placeteño Héctor González Fuentes durante un coloquio celebrado como parte de la Fiesta Internacional de la Danza en Villa Clara, cada 23 de julio de forma bienal, a las 12 de la medianoche, se comienza la celebración ritual, con una ceremonia secreta en el cuarto sagrado y donde no pueden faltar las diferentes “nguatas” o botellas con sus libaciones para cada ángel. Asimismo, comentó que al concluir dicha ceremonia se inicia el toque frente al altar con el himno lombanfula. Este ritual se realiza con la misma finalidad que los santeros hacen su oru en el igbodú o cuarto sagrado antes de iniciar sus toques. Aquí la liturgia propicia un proceso de comunicación que se establece entre el hombre y sus entidades religiosas a través de la música, de conexión entre la materia y sus ancestros.

Ese primer día se monta una plaza frente al altar en la que se colocan diferentes dulces caseros, como maní con ajonjolí, harina con azúcar y otros. También se ponen todo tipo de carnes menos la de cerdo, coco en pedazos y el ñame, que no debe faltar. Al amanecer del 25 se canta el saludo al día; para ello hacen una figura coreográfica en forma de círculo, y en la medida que cantan y danzan van arrojando agua para la calle. Luego recesan el toque y lo reanudan en horas de la tarde. El 26 se levanta la mitad de la comida puesta en la estera o plaza y se lleva en una canasta hacia el río por personas que han sido seleccionadas previamente por Kayampemba. Los elegidos deberán realizar este recorrido en silencio, uno detrás de otro y sin mirar hacia atrás. Uno de ellos va accionando una campanita que no deja de tocar hasta regresar a la casa. Por otra parte, los que han quedado en el asiento mantienen el toque y el tintinear de otra campanita similar hasta que regresen los que fueron a realizar la entrega a ñanga (río). Según este culto, el tintinear de ambas campanillas y el toque ininterrumpido de los tambores durante el transcurso de esta ceremonia final es lo que garantiza el regreso eficaz de las personas que tuvieron a su cargo esa encomienda.

Desde el punto de vista decorativo, la concepción y adorno del altar para la fiesta es otro elemento muy significativo y atípico de esta ceremonia ritual. Dicho altar, “la fortaleza grande”, se mantiene en el espacio que habitualmente ocupa dentro de la casa, solo que ahora es adornado con tela reservada para esta ocasión. Así pues, se va decorando a partir de la colocación de los santos católicos de bulto o estampas y las nguatas o botellas de cada ángel, sin flores ni otros accesorios ornamentales.

Considero importante aludir a la fiesta en su aspecto músico-danzario, por su implicación artística y su valía cultural. Ellos tienen un himno para abrir y cerrar la fiesta, cantos de fundamento, cantos para cada ángel y de salutación al día. Estos cantos son antifonales, generalmente mantienen el mismo ritmo aunque cambien la línea melódica, y se caracterizan por la alternancia de frases cantadas por el guía y repetidas por el coro. Los textos de esa música son en lombo con la combinación de algunas palabras en español.

“En lo personal, me han impresionado por su sentido de resistencia cultural y por mantener, durante casi un centenar y medio, sus símbolos y sellos identitarios”.

Sus toques se realizan fundamentalmente utilizando tres tambores, fabricados de forma artesanal por los propios miembros de la familia religiosa: son hechos de tronco de palo rústico, conocidos como unimembranófonos, de cuero, armados con fibras o clavados y templados al sol. Dada la antigüedad de estos y su consiguiente deterioro, se han tenido que sustituir por tumbadoras; también percuten el tambor kalunga, muy similar a la guácara que utilizaban los congos antiguamente y que consistía en un tronco ahuecado abierto por ambos lados y percutido con dos palos. En el plano sonoro se auxilian de una guataca, una campañilla que todos saben tocar y dos marugas de metal que le aportan una sonoridad muy particular a su música. Sus bailes son totalmente diferentes a los del palo y los de procedencia lucumí; son bailes menos fuertes, con menos carga mimética, más cadenciosos, colectivos y utilizan mucho la coreografía en forma de círculo.

Por razones lógicas, dado su alto sentido de secretismo, no podemos brindar imagen alguna de sus principales elementos antropológicos, como su sencillo altar y las piedras en palangana bañadas en agua, entre otros. Sin embargo, les brindamos algunas instantáneas tomadas durante nuestra visita de acompañamiento (in situ) a la sede de sus rituales, la vivienda de su líder Alejandrina Rojas.

¡Felicidades para los Lombanfula de Placetas (Premio Nacional Memoria Viva que otorga el Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello del Mincult) por mantener viva una tradición durante más de un siglo de existencia!

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