La Biblioteca Nacional de Cuba José Martí cumplió el 18 de octubre de 2020, 119 años de fundada. En las piedras del majestuoso edificio que la sostiene desde hace más de seis décadas, se encuentran grabados los nombres de universales pensadores y filósofos, literatos, eruditos; sin embargo, no contemplan sus pesados cantos las firmas de quienes dejaron su huella en la institución y contribuyeron, desde sus funciones, conferencias o visitas a enaltecer el prestigio de la mayor casa bibliográfica cubana.

Como homenaje a la Biblioteca Nacional y a su historia, se inicia una serie de artículos que considera entre los ilustres, una selección de reconocidos intelectuales cubanos y extranjeros que visitaron el centro e impartieron conferencias, así como notables profesionales que laboraron y aportaron significativamente, cual consagrados y necesarios artífices, a una obra próxima a celebrar su 120 aniversario.

El itinerario de personalidades comprende la etapa fundacional hasta 1988, cerrando un ciclo —incompleto— por tratarse de evocaciones a las que se incorporan las fotografías pertenecientes a la colección institucional, las cuales constituyen evidencia documental de rostros, ambientes y espacios físicos representativos al paso del tiempo.

Retrato Domingo Figarola Caneda, primer director de la Biblioteca Nacional. Foto: Tomada de Radio Ciudad Habana

La lista comienza con quien fuera su primer director: Domingo Figarola Caneda (1852-1926), erudito y celoso guardián de la memoria histórica y la cultura nacional, cultivador de los estudios bibliográficos iniciados por Antonio Bachiller y Morales, quien se dedicó en su madurez intelectual a sentar las bases de la institución que nació en pleno gobierno interventor norteamericano, a la cual donó su colección personal de libros, y cuya creación se materializó conceptualmente el 18 de octubre de 1901, en un sencillo acto celebrado en el Archivo General, ubicado en el Castillo de la Fuerza, al tomar posesión del cargo de director.

El prestigio del eminente habanero era sólido y notable al ocupar tal responsabilidad. Desde finales del siglo XlX, su carrera periodística se fortaleció con el aval de haber publicado en la casi totalidad de la prensa habanera y de fundar varias publicaciones: El Argumento, dedicado al teatro, La Ilustración Cubana, y desde París, La República Cubana, semanario que editó durante la guerra de independencia de 1895 con el objetivo de defender los ideales de liberación. Y es que Figarola Caneda fue un patriota que contribuyó, con sus letras, a enaltecer el sentimiento de nacionalidad, fortalecido con la impresión que le causara José Martí y el dolor por la pérdida de su único hijo, Herminio, durante la Guerra Necesaria.

Una profunda vocación humanística lo llevó a cambiar el rumbo de sus estudios de Medicina a principios de los años setenta, luego de sufrir prisión por vincularse al proceso de los ocho estudiantes de Medicina, injustamente fusilados en la explanada de La Punta el 27 de noviembre de 1871.

Fueron famosas las tertulias literarias de don Domingo, en su casa de Cuba número 24. Entre los jóvenes asiduos destacaban Emilio Roig de Leuchsenring, Francisco González del Valle y Emeterio Santovenia, quienes también lo visitaban con frecuencia en su otra casa: la Biblioteca Nacional. Se convirtió en maestro de una generación de futuros y brillantes historiadores, al punto de expresar el propio Roig: “Figarola Caneda inculcó y mantuvo en nosotros, los que fuimos sus más íntimos amigos, con el amor a los libros, el amor, también a la Biblioteca Nacional (…) era él un archivo viviente de nuestra historia”.

“Figarola Caneda inculcó y mantuvo en nosotros (…), con el amor a los libros, el amor, también a la Biblioteca Nacional (…) era él un archivo viviente de nuestra historia”.

Si quisiéramos tener una idea de cuánto influyó Figarola Caneda en la formación profesional de quien llegaría a ser Historiador de La Habana, baste apuntar: “(…) puedo decir, que mis maestros de Historia de Cuba —maestros y amigos, consejeros y guías— fueron Figarola Caneda y Sanguily. Y mi colegio, mi instituto y mi universidad en asuntos de historia cubana, fue la Biblioteca Nacional, con su seminario de las tertulias sabatinas de Cuba 24”. 

Otro de sus discípulos, Francisco González del Valle, lo describe como hombre recto, sincero, inflexible, sobrio de costumbres, inalterable en su descreimiento de toda idea religiosa. Sus asuntos de preferencia eran la bibliografía y la historia.

Los estudios bibliográficos de Domingo Figarola se caracterizaron por ser minuciosos, veraces y precisos, reflejo de una personalidad consagrada, perseverante y rigurosa. Ejemplos de sus obras resultan las bibliografías de Rafael M. Merchán, Ramón Meza y Suárez Inclán, y de José de la Luz y Caballero. El Diccionario de seudónimos de su autoría, constituye “la primera producción de esta clase publicada hasta entonces”. También de considerable utilidad y relevancia es la investigación Escudos primitivos de Cuba: contribución histórica, publicada en la Revista de la Biblioteca Nacional, el año de 1912, así como su colaboración con Francisco Calcagno en la redacción del Diccionario Biográfico Cubano.

“Los estudios bibliográficos de Domingo Figarola se caracterizaron por ser minuciosos, veraces y precisos, reflejo de una personalidad consagrada, perseverante y rigurosa (…)”.

Entre las principales proezas de su período de dirección bibliotecaria, sobresale la creación de la Revista de la Biblioteca Nacional, sueño abrigado desde los inicios fundacionales, “obra de pública e indispensable conveniencia”, para lo cual gestionó el donativo de una imprenta, a tenor con las exigencias de lo que consideraba importante para la divulgación de los tesoros documentales de las colecciones y la necesidad de ponerlos a disposición de la cultura cubana.

El primer director de la Biblioteca se propuso incrementar los fondos, para ello empleaba parte de su salario en la adquisición de libros y otros documentos. Además, rindió tributo a los precursores del centro, patricios cubanos relacionados con nuestra historia intelectual, con la creación, en 1910, de la galería de cuadros con retratos de Néstor Ponce de León, Diego Tamayo, Vidal Morales y Morales, Domingo del Monte, entre otros, así como la colocación del busto de Antonio Bachiller y Morales, al final del salón, obra del escultor José Vilalta Saavedra, en 1907, que se ha conservado por más de un siglo en la institución.

Emilia Boxhorn, compañera de vida de Figarola Caneda, fue una de sus fieles colaboradoras, le acompañó en las labores de bibliotecaria, “trabajó durante muchos años con carácter honorífico para auxiliar a su compañero y por su gusto por esta clase de ocupación”. 

“Entre las principales proezas de su período de dirección bibliotecaria, sobresale la creación de la Revista de la Biblioteca Nacional (…)”.

Los años de dirección de Figarola Caneda estuvieron signados por la desidia gubernamental, los bajos presupuestos, el cambio de edificio y la envidia de coetáneos que laceraron su desempeño y lo llevaron a interrumpir su ejecutoria al frente de la Biblioteca en 1918, no sin provocar protesta, profundo dolor y frustración en el hombre que dedicó ingentes esfuerzos a desarrollar la institución. El 2 de agosto de 1920 le es concedida la jubilación y designan director al doctor Francisco de Paula Coronado.

La impronta del primer director de la Biblioteca Nacional de Cuba trascendió a los sucesivos directores, bibliotecarios y especialistas como continuidad de su legado, apreciable en las colecciones del fondo antiguo que sus manos e ingenio conformaron, desde el compromiso e inspiración por ser cada vez más cultos y consagrados a la noble labor de servir a la cultura cubana.