Intereses económicos, debate ideológico

Enrique Ubieta Gómez
29/10/2018

Mi primera visita a México —la primera a un Estado capitalista— ocurrió en 1989, en el borde de dos épocas: acababa de consumarse el más evidente fraude electoral de la historia mexicana y, a lo largo del año, el gobierno sandinista caería en elecciones condicionadas por la guerra sucia; la Alemania occidental se tragaría a la oriental para derribar la pieza decisiva de un juego de dominó puesto en fila, al que —como se vería después— Cuba no pertenecía, y entre otros hechos trascendentes, Panamá sería allanado como si fuese una casa en un barrio estadounidense para apresar a su presidente (y en la acción morirían masacrados miles de panameños “colaterales”). En Cuba comprobaríamos con dolor que algunos héroes también pueden degradarse  hasta anular su pasado de glorias.

Yo era un simple estudiante de posgrado con una beca de investigación de tres meses, pero aquella estancia me obligaba a cargar con una representación que no había buscado ni recibido: para mis colegas sería, simplemente, el cubano (una definición de pertenencia a la Revolución, no una simple ubicación territorial), y como tal, debía responder todas las preguntas y ofrecer todas las explicaciones.

 

Recuerdo que en una de aquellas discusiones políticas un profesor estadounidense abandonó la argumentación para situarse retadoramente en una posición de fuerza: “Ok, no se trata de si tienes razón o no. Los Estados Unidos son más fuertes. Así es la política y la vida, y en ello no valen criterios morales. No te dejo avanzar y punto, ¿qué vas a hacer?”.

Cerca de la capital federal, en el México profundo, un campesino “desinformado” me haría una pregunta desconcertante que, sin saberlo, respondía a la del yanqui, porque anunciaba el nacimiento del mito: “¿Es verdad que Fidel existió?”. Si escribo estas líneas casi 30 años después, es porque la Revolución Cubana avanzó pese a todo. El sabio campesino intuía que Fidel no solo resistía, sino que junto a su pueblo vencía y vencería el acoso del guapetón del barrio, del Gigante de las Siete Leguas, y lo paró en seco con su honda de ideas, con su actitud consecuente, con su desdén al miedo.

Traigo esta anécdota a colación porque la escalada injerencista del gobierno estadounidense vuelve a retomar, en la segunda década del siglo XXI, el espíritu de la Guerra Fría. El discurso contrarrevolucionario que siempre se proclamó anticastrista —porque negaba la adopción en Cuba de un sistema y de una ideología, en su intento de reducir el cambio social a la voluntad de un hombre— ha topado con una realidad: para restaurar el capitalismo, antes necesita liquidar, en la conciencia social, la versión del socialismo que se asocia al horizonte comunista. Mientras avanza en un laborioso proceso desideologizador —“necesitamos comer, no defender ideologías”, suele decir—, teje en revistas teóricas y en programas ligth la ideología sustituta. “¡Abajo los viejos dogmas!”, grita en tanto inocula verdaderos dogmas que son aún más viejos y rotundamente fracasados, pero nuevos para los que no vivieron el capitalismo. Quieren “vaciar” de ideología a las instituciones de la Revolución; es el camino que llevaría a su destrucción.

El debate de hoy es ideológico, aunque las motivaciones sean económicas. Hay una arista del conflicto que suele escamotearse: lo que nos sitúa como enemigos (del imperialismo) no son nuestras diferentes concepciones sobre la democracia y los derechos humanos; el conflicto real es de carácter económico y geopolítico. Nuestra diferente comprensión de la democracia es aborrecida por el poder global porque impide la neocolonización de Cuba, la sumisión de la Isla al orden internacional imperialista; porque atenta contra ese orden y lo cuestiona de raíz. Por eso nos llaman radicales.

Y el imperialismo, ¿respeta la democracia burguesa cuando falla en su función revitalizadora del poder burgués? Nadie ha seguido con más empeño en el continente americano las reglas de juego de esa democracia que la Revolución bolivariana. Al mismo tiempo, nadie ha despreciado más esas reglas que el imperialismo, ante el evidente descalabro de sus intereses: mienten, satanizan, organizan golpes de Estado (militares, parlamentarios, judiciales) y magnicidios, y asesinan física o moralmente. Han construido la matriz mediática, por solo citar un ejemplo, de que los venezolanos huyen de su país en crisis mientras silencian o criminalizan a las decenas de miles de centroamericanos que avanzan en caravana hacia la frontera estadounidense.

Sucede que los mecanismos tradicionales de la democracia burguesa para sostener en el poder la burguesía trasnacional ya son inoperantes en las naciones del sur, por ello recurre a posiciones de fuerza abiertamente antidemocráticas o a la puesta en escena de actos fraudulentos, que la prensa a su servicio intenta legitimar. Cuando una farsa, impuesta a la fuerza, pretende ser tomada en serio —ya sea en la Cumbre de Panamá, en la de Lima, o en la sede de Naciones Unidas en Nueva York—, hay que abuchear a los timadores.

 

Estos, desde luego, dueños de las empresas trasnacionales para la conformación de estados de opinión —me refiero a lo que hoy llaman prensa—, se ofenden cuando quedan en ridículo, cuando un país rebelde o un niño dice, como en el clásico infantil: “El Rey está desnudo”, y añade: “Con Cuba no te metas”. Quieren que los que parecen menos fuertes callen y den por serio aquello que definitivamente mueve a la risa. Se molestan cuando los diplomáticos cubanos deciden (ante la negativa de otorgársele la palabra, lo cual permitiría revelar el absurdo tramado) dar golpes en la mesa, corear consignas y cantar himnos, mientras cipayos vestidos de doctores intentan actuar. Y aparecen, ya sabemos que siempre aparecen, los analistas que llaman a la mesura, al debate de argumentos. Pero, ¿realmente se trata de un debate académico?, ¿al imperialismo le interesa la verdad?

Desde luego, esos analistas son decentes. En un texto de fina arquitectura,[1] Arturo López Levy valida los desplantes cubanos ante la insolencia imperial, pero rechaza por inútil la confrontación, y se molesta con Trump, el presidente obtuso, y con la percepción de que esos jóvenes irreverentes se han comportado como héroes. La victoria, advierte, no sería la ya predecible votación, casi unánime, de los Estados miembros de Naciones Unidas contra el bloqueo; la victoria se alcanzaría solo si Estados Unidos —el “más fuerte” del barrio, que no hará caso del reclamo universal— accede benévolamente a levantar el bloqueo. ¿Cómo lograrlo? Los héroes de nuestro tiempo no serían los que “denuncian”, sino los que “anuncian” (son los verbos que emplea) los cambios que tanto desea: “que el Gobierno cubano se acabe de comprometer con un nuevo modelo económico y político”. Por eso le resulta incomprensible e irritante que los cubanos insistamos en “construir el comunismo”.

Entre dos políticas de fuerza —al parecer queda fuera de la discusión el “derecho” del imperialismo a ejercer una política de fuerza, como decía el profesor yanqui que hallé en aquella lejana visita a México—, como cualquier hijo de vecino, prefiere la más suave: “las acciones persuasivas de corte hegemónico” al estilo obamista, antes que  la “estrategia de coacción imperial por sanciones y financiamiento directo de opositores”, según había escrito en un texto anterior.[2] El Padrino de Ford Coppola era “muy persuasivo”, dicho sea de paso. Obama fue el presidente que más dinero destinó a la subversión en Cuba; su gobierno tramó y respaldó los golpes de Estado en Honduras y Paraguay, calentó los disturbios callejeros en Venezuela y atizó la guerra en Irak y Siria. López Levy nos recomienda la discreta y negociable aceptación de los requerimientos del más fuerte, no porque los exija, aclara, sino porque nos conviene.

Esto lo que pide también James Williams, presidente de Engage Cuba, una coalición bipartidista que lucha por abrir compuertas a la “normalización” de las relaciones (la cual es bienvenida, aunque sus motivaciones no sean exactamente las nuestras) desde la frase que da título a su entrevista: “La esperanza es que el cambio venga desde el gobierno cubano”.[3] La diferencia es que Williams no es cubano, y su percepción está atravesada por el supremacismo yanqui: “Estados Unidos cree que tiene la responsabilidad de defender determinados valores e ideales. Y eso no quiere decir que todo el mundo vaya a seguir lo que decimos. Obviamente no lo hacen. China no está siguiendo nuestro ejemplo. Cuba no está siguiendo nuestro ejemplo. Pero creo que es nuestro imperativo moral intentarlo. No quiere decir que siempre estemos en lo correcto, nosotros cometemos muchos errores aquí. Pero creo que es importante que mostremos liderazgo”.

Williams se opone al bloqueo económico, financiero y comercial, porque es inoperante para lograr que Cuba adopte los “valores e ideales” estadounidenses. “Hay asuntos terribles en Cuba que necesitan ser atendidos”, afirma convencido. Su argumentación descarta, como es natural, los intereses imperialistas que subyacen tras esos “valores e ideales”.

Es difícil el camino a recorrer. No son simples naciones vecinas con espacios culturales e históricos comunes; una alberga al imperialismo hegemónico, y la otra simboliza la resistencia a la dominación imperial. ¿Cómo establecer relaciones normales?, ¿dejaremos de ser nosotros un coto de resistencia?, ¿dejarán ellos de ser imperialistas?, ¿tiene el imperialismo norteamericano relaciones normales con alguno de sus amigos o aliados? Cuba exige el cese incondicional del bloqueo. Aspira a relaciones normales y de respeto mutuo con todos sus vecinos, así como al cumplimiento de manera estricta de la Proclama de Paz que firmaron todos los presidentes latinoamericanos y caribeños, y a que las relaciones internacionales no se rijan por la fuerza, sino por la razón. ¿Alguien cree que pide demasiado?

Notas:
 
[1] Arturo López Levy: “Si quieres que te vaya diferente no puedes hacer lo mismo” (22 de octubre de 2018). Edición digital (https://oncubanews.com/cuba/si-quieres-que-te-vaya-diferente-no-puedes-hacer-lo-mismo/)
[2] Arturo López Levy: “La moderación probada del espíritu de Cuba”, 13 de julio de 2017. Edición digital (https://cubaposible.com/la-moderacion-probada-del-espiritu-cuba/)
[3] Marita Pérez Díaz: “James Williams: ‘La esperanza es que el cambio venga desde el gobierno cubano’”, 5 de octubre de 2018. Edición digital (https://oncubanews.com/cuba-ee-uu/james-williams-la-esperanza-es-que-el-cambio-venga-desde-el-gobierno-cubano/)