Jiribilla, arca de nuestra resistencia en el tiempo

Ricardo Riverón Rojas, Laidi Fernández de Juan, Vivian Martínez Tabares, Maikel José Rodríguez Calviño, José Ángel Téllez Villalón, Marilyn Garbey Oquendo, Norberto Codina, Joel del Río, Víctor Fowler
5/5/2020

Hoy el ángel de La Jiribilla se regocija, festeja, se piensa. Arriba a su aniversario diecinueve asumiendo nuevos retos, fieles al ejercicio de pensar con cabeza propia, al oficio de la crítica responsable y al debate certero. Hoy nos conducimos en una etapa de crecimiento para enfrentar los desafíos de la cultura toda, y en ese proceso de aprendizaje constante agradecemos a nuestros colaboradores por la agudeza de sus escritos, y la voluntad de asumir la crítica en un espacio de confrontación y diálogo cultural.

Con motivo de este nuevo aniversario les compartimos a los lectores las siguientes líneas** que expresan el sentir de algunos de nuestros colaboradores. Gracias a todos los que hicieron y hacen posible que el ángel de La Jiribilla siga revoloteando, como “arca de nuestra resistencia en el tiempo”

** La ubicación de las líneas de los autores está en función del orden en que las recibimos.
 

Tanto tiempo disfrutamos de este amor[1]

Ricardo Riverón Rojas

Comencé a colaborar en La Jiribilla en 2002, con un artículo titulado “Yo no sé si tenga amor la eternidad”[2]. Durante varios años lo seguí haciendo, de manera irregular, hasta que en 2017 Fernando León Jacomino —a la sazón la dirigía— me invitó a llevar una columna de autor. Propuse nombrarla “La macana en flor”, préstamo feijosiano. Aprobación inmediata y relación fluida hasta ahora mismo. La macana: arma contundente; la flor: prestancia, color y perfume en un solo cuerpo. Oxímoron feliz, óptimo para conjugar ternura y firmeza.

Yo sigo sin saber si la eternidad tiene amor; sin embargo, en mis años de colaborador sistemático de esta publicación aprendí que a la eternidad solo se le deben enviar mensajes de cariño, más en estos tiempos en que el odio pretende cancelar el futuro. El flacamente proclamado “fin de la historia”, traducido al lenguaje de las ideas progresistas, en verdad solo podemos entenderlo como “fin de la historia como guía para construir el futuro”.

Resulta absurdamente doloroso y latente: la eternidad está en peligro, porque si pensamos a la misma como el tiempo total del universo, la falta de futuro la convertiría en tejido amorfo y disfuncional. Si la historia, como relato de esa eternidad que es todo el tiempo, fuera solo pasado; o peor, solo presente (no olvidar que nos proponen el eterno presente) ninguna película de horror podría describir su mueca destructiva. La historia de las sociedades humanas, desde el registro de lo pasado hasta la crónica del día de hoy, la interpreto como bitácora de la inequidad y la injusticia por un lado y la lucha para cambiarlo todo por el otro. Si algo distingue a La Jiribilla es su toma de partido por la segunda opción. Su principal pauta estratégica se concentra en incrementarle los rendimientos a la cosecha que la inteligencia humana hace germinar, de modo que propicie, desde la transformación del presente, el diseño de ese fragmento imprescindible de eternidad que se llama futuro.

Mientras me queden lucidez y energía, seguiré enviando mis señales desde estas páginas a quienes comparten conmigo los durísimos días de guerras, abusos, crímenes, mentiras, pandemia, pero también de lucha, solidaridad, ternura, poesía, entrega. A la eternidad llegaremos con ventajas —por la ruta del amor— quienes construimos y acercamos nuestras almas, tanto así, a todos los seres humanos sin que importen raza, credo, sexo, o fortuna.

Feliz de formar parte de la tripulación de esta nave llamada La Jiribilla, que hoy cumple 19 años, empeño mi palabra y mi corazón para que sigamos, contra el viento y los mareados (renuncien a la travesía) rumbo al tiempo sin fin de la grandeza humana.

Santa Clara, 5 de mayo de 2020Notas:[1] En el presente texto me valgo, en más de un ocasión, de frases del conocido bolero «Sabor a mí», del mexicano Álvaro Carrillo.[2] Ricardo Riverón Rojas: «Yo no sé si tenga amor la eternidad», [en línea], en La Jiribilla Nº 52/2002, disponible en http://www.lajiribilla.co.cu/paraimprimir/nro52/1408_52_imp.html

Jiricumple

Laidi Fernández de Juan

En medio del descalabro que vivimos, de este encierro, del miedo generalizado, de las noticias aterradoras provenientes del mundo entero, La Jiribilla cumple años. Y, claro está, lo celebramos. Son múltiples las razones para festejar, a pesar de todo. Una vez más, se acude a la experiencia personal: así es más fácil hablar de un sentimiento colectivo, o de lo que se ha dado en llamar “sentido de pertenencia”, que es algo que provoca un cuidado a lo que, sin ser de nadie, es de todos. O de casi todos, valga la aclaración.

He perdido la cuenta de los años que llevo colaborando con este medio de información socio cultural, pero sé que mis primeros trabajos aparecieron en una época en la cual la publicación de La Jiribilla era doble (en papel, y también digital, como actualmente); su directora era Nirma, y la sede física se ubicaba en una antigua casa, cuya fachada daba diagonalmente a la última morada del Generalísimo Máximo Gómez. Recuerdo que Nirma y su equipo (lo integraba, por ejemplo, la excelente periodista Helen Hernández Hormilla, a quien conocí, junto a Kaloian Santos cuando ambos eran estudiantes tímidos), mostraban un entusiasmo contaminante. Recuerdo esas primeras etapas con profunda gratitud, y confieso que jamás pensé que escribir para ese medio se convertiría en mi único puesto de trabajo, en mi fuente de presión para continuar, venciendo adversidades de todo tipo,  como sucede ahora mismo. Me alegra mucho haber cumplido con el bolero que dice que “antes de amar, ha de tenerse fe”. Supongo que fue eso, una inexplicable confianza, la rara fe en la juventud, lo que me impulsó a mantenerme entre sus colaboradores, sin que ello implique que haya estado siempre conforme, ni haya admitido sin chistar algunas sugerencias de cambios en los textos que envío con sistematicidad.

Pasaron los años, y poco a poco, fui conociendo sucesivos directores y editores, entre quienes destaco a Leandro y a Sheyla, quienes, además de la ya mentada directora, fueron humildemente consagrados a una tarea agotadora que pocos conocen. Soy hija de un “revistero”, de modo que sé cuanto esfuerzo y cuanta vigilia exige estar al frente de una publicación periódica. Dando un salto en el tiempo y en el estilo de dirección, llegamos al hoy. Para ceñirme al breve espacio del que dispongo, no me detendré en elogiar al actual colectivo de La Jiribilla por separado, sino que celebraré a todos junto a todos, y virtualmente abrazaré a Rosa, una muchacha que aceptó estar al frente con más ímpetus que experiencias, con más coraje que cautela, con más sabiduría que reglamentos. Desearles larga vida sería como pedirles que no me expulsen, que sigan admitiendo mis desvaríos estamperos, y eso, hablando en plata, es cosa que no debe hacerse, por pudor. Más bien les agradezco la perseverancia, la tenacidad, y esa increíble confianza en una frase que aunque a veces rezuma retoricismo, resulta eficaz: Entre todos podemos lograrlo.

¡Felicidades, colegas, amigos jiribillosos, y sigamos adelante, en fechas e ilusiones que veremos arder!

La Habana, 5 de mayo, 2020. 
 

Este ángel que se me antoja mujer

Vivian Martínez Tabares

Con el espíritu del ángel lezamiano que le dio nombre cuando salió a la luz hace 19 años, La Jiribilla ha sido mucho más que una “revista de cultura cubana”. Como aquel, ha acompañado la energía y la potencia de cada acto creativo en la isla, como símbolo jocoso e inquieto, juguetón y retador; pero también recio y contundente en la fuerza de su empuje, su alegría y su resistencia. Ha armado una urdimbre colorida de voces para visibilizar temas e ideas que enlazan la sociedad y la cultura, la historia y el devenir de cada día, el arte y la política, la tradición y las búsquedas innovadoras, la palabra y el pensamiento creativo, juntos en amalgama y en relevo imparable.

Cuántos autores ha acogido en sus páginas virtuales, que alguna vez llegaron a ser papel; cuántos textos reflexivos y críticos nos piensan y nos invitan y exigen repensarnos; cuántas sagas y dosieres alimentan debates y amplían visiones para entendernos mejor; cuántas imágenes, figurativas y conceptuales, calan nuestra memoria como referentes. No hay fecha significativa para la nación cubana ni ocasión relevante, programada o no, que escape a la atención de este ángel que se me antoja mujer, salida de la imaginación del poeta y trasmutada en realización de un cuerpo pródigo en sentidos.

Y aunque esta no es una cifra redonda ni perpetuada en tema de ningún cantor, y llegue en medio de circunstancias en las que juntarnos no es posible, celebrar La Jiribilla es un modo certero de afirmarnos para salir adelante.

La Habana, 5 de mayo de 2020.
 

En la palabra justa y la imagen diáfana

Maikel Rodríguez Calviño

La Jiribilla cumple diecinueve. Ya disfruta de su primera juventud; vive esa edad repleta de ilusiones, en la que todo se espera y el mundo está repleto de posibilidades.

Diecinueve años agitando sus alas de ángel lezamiano, revoloteando, jiribilloso, jiribilleante, de aquí para allá, indagando, opinando, polemizando…

En lo personal, llevo cerca de tres años bajo la trémula sombra de su plumaje; tres años que me han permitido crecer como crítico, aprender periodismo desde el oficio, emitir opiniones y fundamentarlas. He tenido la suerte de que se me ha respetado y valorado como colaborador, hasta el punto de dedicárseme una columna, lo cual es lo mejor que a un miembro de mi especie le pueda suceder.

También reconozco que no siempre le ofrezco a ese ángel toda la atención que se merece, pero él, o ella, o ellos (La Jiribilla es plural, múltiple, polifónico) siempre espera por mí y me recibe con los brazos abiertos, lo cual agradezco más aún.

Este año no podremos reunirnos, conversar, compartir obsequios y chistes, pero celebraremos en las redes y acopiaremos fuerzas para los veinte, que, de seguro, festejaremos en grande. ¡Mucha salud, ángel lezamiano!

Disfruta los diecinueve, extiende las alas, jiribillea, jiribilloso. Nos encontraremos en la palabra justa y la imagen diáfana. ¡Felicidades!
 

Mi Jiri

J. Ángel Téllez Villalón

Mi primera Jiribilla fue de tinta y de papel. Al abrirla, era cual si se multiplicaran sus travesuras luminosas. Con sus dosieres espanté no pocos nubarrones y mareos. Sus dibujos, ¡qué dibujos!, fueron como una pomadita en La Batalla, en medio de tantos derrumbes y resurrecciones. A la vez que sembraron un “quiero escribir así”.

La perdí por demasiado tiempo. La volví a encontrar frente al Parque Villalón, en una casa carcomida por el salitre, a donde fui a buscarla, como la prefería, palpable. Ya era digital, pero lo virtual aun no habitaba en mí. En el Patio de Baldovina escuché por primera vez “Mi casa” y “El Timbiriche” de Tony Ávila.

Después de acostumbrarme a La Jiribilla online, de copiar y pegar sus textos para sorberlos en casa, me colé en su Alba con la reseña de una exposición de fotografías, a propósito de una revisita al Che que convocaron. Poco a poco, me fui lanzando (y Jaco con la lima), hasta que a Rosa le propuse mi columna.  No es que crea: “ya puedo escribir así”, es que aun creo en La Batalla.

La Habana, 5 de mayo de 2020.
 

Se invoca al ángel de La Jiribilla

Marilyn Garbey Oquendo

El mes de mayo prosigue su lento paso en cuarentena, pero se salvan vidas y se multiplican los motivos para soñar con el fin de la pesadilla que ha paralizado el planeta. Hoy, día 5, el Doctor Durán anuncia que NO hubo muertes, y que la cifra de enfermos marca tendencia a la baja. “Ángel de la Jiribilla, ruega por nosotros. Y sonríe”.

Leer es un hábito que encuentra espacios para desarrollarse en estos tiempos de pandemia. Muchas instituciones pusieron a disposición de los lectores libros y revistas, materiales que atesoran buena parte de los saberes de la Humanidad. El mundo de las pantallas propicia el acceso virtual a los museos y la visualización de clásicos del cine.

Cerrados los teatros —espacios de encuentros entre actores y espectadores, plazas de diálogo de bailarines con el público— teatristas y bailarines se apropiaron de los sitios virtuales para desarrollar el convivio. Se multiplicaron los intercambios en las redes, y el sitio La Jiribilla, como siempre, los acogió.

Soy lectora de La Jiribilla desde sus días fundacionales, y me anuncian que ya acumulan 19 años de trabajo. Me sorprende la cifra, porque en ese tiempo el teatro y la danza han sido protagonistas de sus páginas, a través de múltiples voces.

Testimonios de vida, entrevistas reveladoras de secretos del oficio, fotos de momentos trascendentales de la Historia del teatro y la danza cubanas, registros de festivales y talleres, reseñas de estrenos, ensayos de hondo calado, fragmentos de funciones.

La posibilidad de publicar en La Jiribilla asuntos del teatro y la danza permite ampliar las fronteras de diálogo. Las artes escénicas siguen atentas al devenir del contexto donde se desarrollan, los debates que provocan suelen alcanzar altas temperaturas. Al colocarlos en este sitio, se multiplica el número de participantes, que tal vez podrían convertirse en futuros espectadores.

Creo que los historiadores, estudiantes, críticos, académicos, espectadores, curiosos, pueden encontrar en La Jiribilla materiales de mucho valor sobre el teatro y la danza de nuestro país. Especialmente de la danza, una zona que no se ha registrado como debiera dada su extraordinaria riqueza, donde la transmisión oral de los conocimientos es vital para conservar y desarrollar las tradiciones de esta especialidad.

Por estos días se han publicado en La Jiribilla textos de gente de la danza, gente habituada al roce de los cuerpos, entrenada para trabajar en pareja, acostumbrada a compartir sudores, prestas a revelar emociones en el salón de ensayo. Ahora las voces llegan desde la virtualidad, los cuerpos están obligados al confinamiento, la fisicalidad adquiere otros matices en plena pandemia. Y el pensamiento sobre el momento que vivimos alcanza alto vuelo. Son voces poéticas, con visiones descolonizadoras, nacidas desde lo más profundo del ser humano, como las del maestro Javier Contreras, del México lindo y querido: Es memoria, presente y promesa de la felicidad y el respeto que nuestros cuerpos se merecen. Es intensidad de la vida singular y colectiva que no se resigna. La danza es alegría y desobediencia, movimiento: poiésis. (Javier Contreras en La Jiribilla)

Quiero agradecer al equipo de La Jiribilla el espacio compartido a lo largo de estos años. Creo que una cita de Lezama puede convocar al sueño de ese mejor futuro para la Humanidad, donde queden desterradas las desigualdades y las discriminaciones de cualquier signo, donde la salud y la educación sean derecho de tod@s, donde podamos abrazarnos sin temor a enfermar al ser que amamos: “Lo imposible al actuar sobre lo posible engendra un posible en la infinidad”*. Felicidades.

*Las citas de Lezama fueron tomadas de Imagen y posibilidad.

La Habana, 5 de mayo de 2020.
 

Elogio de La Jiribilla

Luis Toledo Sande

Es tarea fácil elogiar a La Jiribilla: se puede hacer sin fabricarle méritos. Basta echar mano a la socorrida paráfrasis y decir: “Si no existiera, habría que inventarla”. Grande ha sido y ha de continuar siendo su servicio a la cultura cubana y, en especial, a la justicia y a la limpieza de las ideas en un mundo dominado en gran medida por medios (des)informativos poderosos y de la peor calaña. Son los principales difusores de mentiras que no por casualidad se han bautizado en inglés: fake news. Pero las personas que no pertenecemos al ámbito de ese idioma tenemos todo el derecho a llamarlas en el nuestro: noticias falsas, o mentirosas, o inmorales, o indignantes. ¡Indignas!

Nada autoriza a La Jiribilla a dejar de lado el afán que la signa: el del perfeccionamiento, el de estar alerta contra dosis de bilis que intenten hacer llegar a sus páginas, para que desde ellas sigan destilando e infectando. Nada la sacará de un camino que ella mantendrá, y no como un trillo, sino como amplia calle de verdad y belleza.

La conozco desde su fundación, y en ella —uno de cuyos números celebrativos (¿sería el de su quinto aniversario?) me honró presentar en el Palacio del Segundo Cabo— he colaborado a lo largo de estos diecinueve años. De la andadura recuerdo con especial cariño textos míos como “Con las venas abiertas”, escrito frente a cuchilladas que en ese momento se lanzaban al corazón de Cuba —contra la que no han dejado de orquestarse acciones arteras— y alguno(s) sobre “los 11 de septiembre”, entre otros. Pero estas no son líneas para convertir en autoelogio la natural alabanza que La Jiribilla merece.

No mencionaré sedes ni nombres de sus artífices más relevantes, para no incurrir en omisiones injustas. Pero quienes le han dado el aporte de su inteligencia, su talento, su honradez y su voluntad justiciera, sepan que los tengo —y las tengo— presentes. Añado que la significación de su nombre no la conocí por José Lezama Lima, aunque eso habría sido también motivo de alegría, sino en mi infancia guajira. Era habitual que de las personas que no se estaban quietas —niñas y niños sobre todo— se dijera que tenían jiribilla.

Aunque los diccionarios se libren del placer de albergar esa palabra, no deje de tener la virtud así nombrada una publicación que ha hecho de esa característica su blasón titular, y motivo para conservar frescura en todos los sentidos dignos del término.
 

Mesa grande

Norberto Codina

                                           En Nirma Acosta, a todos los fundadores.

Se cumplen diecinueve años de La Jiribilla. Una de las acepciones más utilizadas de ese dígito, de las varias que tiene en la charada cubana y su pariente la china, es “mesa grande”. Y creo que todo editor tiene entre sus sueños —un referente substancial en los arcanos—, que una revista, sobre todo las de perfil cultural, sea una gran mesa por su carácter ecuménico, inclusivo, lo cual implica un desafío para armar cada número, cada página, no importa el soporte, pensando siempre en el público a la que está destinada. Guarismo que celebra la constancia de una publicación que, con sus altas y bajas, encuentros y desencuentros, filias y fobias —como toda creación humana y más en el campo del pensamiento—, ha ocupado un lugar protagónico en la difusión y debate de la cultura nacional.

Aunque soy alguien perteneciente “a la era Gutenberg”, como elijo reconocerme —el inefable escritor y editor Reynaldo González diría “soy de la generación Gutenberg”—, y no me veo pese a mi condición de revistero nato editando más allá de las fronteras del papel, entiendo y celebro el espacio creciente que va protagonizando el ciberespacio, que igual prefiero llamar “ciberdespacio” por nuestra experiencia con la probada lentitud paquidérmica actual de los servidores en la aldea letrada que habitamos. Pero, a pesar de estas limitaciones tecnológicas debidas a tantos motivos y dificultades de sobra conocidos, celebro la puntualidad de sus entregas, y en lo particular las agradezco como lector y colaborador.

De La Jiribilla, con la que colaboré esporádicamente desde sus inicios, y ya con una columna fija en los últimos tiempos, recuerdo aquellos esfuerzos fundacionales que alentó un equipo “en alta tensión intelectual” al decir de mi preferencia del sabio Pedro Henríquez Ureña, colectivo que tuvo entre sus animadores a personas del talento y la entrega de Nirma, su compañero René, y tantos otros entusiastas co-equiperos, de los que traigo a colación como ejemplo a Mabel Machado, alguien muy querido que años después y hasta fecha reciente se integrara a La Gaceta de Cuba. Me consta que ellos tres, y muchos más que pasaron por ese espacio digital, encontraron en La Gaceta… un referente profesional, incluso cuando discrepaban con nosotros o con ellos mismos, como debe ser. Algo que siempre reconoceré y agradeceremos.

Una buena amiga le gusta citar que esa maestra de bibliotecarios que fue la Dra. María Teresa Freyre de Andrade, cada cierto tiempo reunía al colectivo de dirección de la Biblioteca Nacional y les decía: “Estamos en crisis”. Modestamente sería mi consejo, mantener ese espíritu, reunirse cada cierto tiempo, replantearnos lo que estamos haciendo y hacernos ese llamado: “Estamos en crisis”. Porque lo otro sería conformarnos y ahí sí no sería una revista viva, con un compromiso con la actualidad para dejar el testimonio de una época. Aunque esta regla de oro con frecuencia se nos olvida.

Igualmente el día de mañana el tema de la diversidad de nuestras revistas nos va a seguir acompañando. Creo que la intención de que tengamos una mayor diversidad será para beneficio de todos. Mantenerse vivo como publicación, ser el mismo e ir cambiando es fundamental. El mañana de nuestras revistas culturales está muy asociado al de nuestra cultura y de nuestra sociedad. Siempre creo que un tiempo futuro —incluido “pos-cuarentena”— será mejor en todo sentido y lo que hacen las revistas de cultura cubana en general puede, como “el rasguño en la piedra” lezamiano, contribuir a ello.

Retomando lo que es lugar común en estos tiempos de pandemia, el que sitios como La Jiribilla nos acompañen en el día a día compartiendo esa mesa grande que debe ser la cultura y la sociedad cubana, hacen más necesaria su presencia y renovación.

La Habana, 5 de mayo de 2020.


Alertas para que no peligre  

Joel del Río

Al punto del aniversario 19, La Jiribilla viene a ser una de las dos publicaciones con las que he logrado un vínculo más prolongado, y creo yo, fructífero. Las razones para semejante dilación de nuestros vínculos tiene que ver, sobre todo, con las virtudes difíciles de la tolerancia y el respeto, pues en Cuba, por razones obvias, el que no piensa exactamente como nosotros suele ganarse de inmediato la etiqueta de enemigo, o la sospecha de colaborar con el odio, y La Jiribilla me ha permitido elegir, y publicar, mis aplausos  y desacuerdos, en tanto han autorizado mi derecho a reflexionar sobre los diversos baluartes de la verdad, y escribir sobre la falibilidad y el carácter perfectible de lo que hicimos, hacemos y seguramente continuaremos haciendo. Porque en La Jiribilla me han considerado más que colaborador distante, y más o menos conforme, un amigo, ese que tiene plenos derechos a pensar diferente, porque la divergencia enriquece, engrasa las ruedas del progreso, siempre y cuando exista el convencimiento, como existe, de que las instituciones nunca valen más que los hombres y las mujeres con el encargo de forjarlas, hacerlas funcionar y dirigirlas. Porque es un grave error suponer que en las manos de quienes dirigen se encierra la felicidad de todo el mundo, y por ello La Jiribilla adopta el coro inclusivo y la perspectiva sinfónica como estrategia, y la visión de palimpsesto y collage, a la hora de pensar la cultura nacional. Sus peores momentos, que no todo ha sido miel sobre hojuelas, llegaron cuando la publicación devino, ocasionalmente, estrado institucional de unos para atacar, o silenciar, a otros; sus mejores pasajes se concibieron cuando los dogmas políticos invocaron, paradójicamente, los razonamientos encontrados, y logramos acogernos todos a nuestra eterna divisa de “Con todos y para el bien de todos”. Así, al igual que la Isla, refractada en sus centenares de números, La Jiribilla pugna entre lo fácil y lo imposible, se debate en la terrible comprensión de que los enemigos de Cuba empiezan a ser temibles solo cuando empiezan a tener razón, de modo que habrá que escuchar al adversario con el delicado deseo de comprenderlo, sin desestimar valores y esfuerzos de nuestros amigos y aliados. Entre playas y manglares, La Jiribilla consigue, ha conseguido, discutir con sus antagonistas a partir del “no estoy de acuerdo” sostenido por argumentos capaces de posponer la aburrida y conflictiva costumbre cubana de espetar el “estás completamente equivocado”, proveniente del convencimiento casi pueril de que quienes compartan ciertos principios ideológicos están siempre en el bando correcto, el afiliado a la bondad, al heroísmo, el progreso y la nobleza. Pero es que solo está exento de dudas quien no piensa, y La Jiribilla ha querido repensar el país, su pasado, su presente, y hasta especular tenuemente sobre el futuro. Orgullosos debemos estar de su legado. Alertas para que no peligre.

Raíz de la cultura y del país

Víctor Fowler

He tenido dos momentos de especial suerte o privilegio con La Jiribilla. El primero cuando pasé por una oficina del Instituto Cubano del Libro (ICL) y uno de los dos que allí estaban giró en mi dirección el monitor de la computadora y dijo: “ven, para que veas lo que estamos haciendo”. Aquello, que estaba casi en el instante mismo del nacimiento, era La Jiribilla y la persona que me enseñó la publicación, cuando aún no había salido a las redes, fue Iroel Sánchez, por entonces Presidente del ICL.

El segundo de estos momentos, también con Iroel, me tocó cuando resulté ser la persona que le recomendó la realización de una compilación que reuniera los primeros cien números de La Jiribilla en un DVD. Con mejor memoria que yo él recordó, en un artículo del 2012, la frase que entonces dije: “Esto es una enciclopedia de la cultura cubana”. La recomendación se justificaba porque esta publicación constituía un gran archivo de la cultura cubana del presente, un conjunto a través del cual era palpable ─empleando una metáfora─ la respiración de artistas, escritores, pensadores, investigadores, periodistas y, en general, productores de arte, belleza y conocimiento de los más diversos campos en el país.

Hoy día lo creo todavía más.

No sólo es que La Jiribilla merece ser estudiada, analizada e investigada, sino que merecemos ser vistos, conocidos, analizados, investigados y estudiados a través de La Jiribilla. ¡Qué sea cada vez mejor, respire con mayor amplitud y hondura, que nos conozcan y conozcamos! Abrir puertas, visitar regiones, dialogar, intercambiar.

Ángel de la Jiribilla: jiribillar, jiribilloso, jiribillando.

Fiesta de lenguaje.

Clavado en la raíz, raíz tú mismo: raíz de la cultura y del país.

Cuídanos siempre.


La Jiribilla: “Arca de nuestra resistencia”

Iroel Sánchez

“Esto es una enciclopedia de la cultura cubana”, fue la expresión con que el ensayista Víctor Fowler acogió el DVD con los primeros 100 números de La Jiribilla. Poco más de dos años acumulaba entonces la revista cultural que se asomara a la Internet el sábado 5 de mayo de 2001. Un camino que aun era corto cuando Fowler expresó aquella idea, acumula hoy once años * de continuo crecimiento y sus actuales animadores nos han solicitado a quienes participamos de su nacimiento un texto a propósito de tal celebración.

A la altura del naciente siglo XXI, era evidente la existencia de un debate en la Red alrededor de la cultura cubana —muchas veces falseado con dinero e intenciones aviesas— en el que no se participaba desde Cuba. La posibilidad de construir un espacio que diera voz desde la Isla a los intelectuales cubanos había surgido del análisis crítico de esa realidad entre las instituciones de la Isla, especialmente el Instituto Cubano del Libro (ICL) y el Ministerio de Cultura. La incipiente experiencia en la web de espacios como Cubaliteraria, animaba la posibilidad de sostener una web que liderara la información del acontecer artístico y literario cubano, se hiciera eco de nuestra rica vida cultural y denunciara manipulaciones y falsedades. Para ello, había que hacer una publicación que, centrada en el periodismo polemizara, abordara asuntos tabú en profundidad, a la vez que fuera irreverente, diversa e iconoclasta.

Era necesaria una experiencia con el trabajo periodístico en la web. De, ahí la idea de aliarse al diario Juventud Rebelde, que poseía una sólida redacción cultural. El director en aquel momento —Rogelio Polanco— acogió con entusiasmo la propuesta e incorporó al proyecto de inmediato a Rosa Miriam, la subdirectora del diario, quien estaría al frente de la redacción de la revista digital, mientras Iroel, entonces al frente del Instituto Cubano del Libro, se ocuparía de la coordinación general de cada número.

Desde la oficina de Polanco, hablando por teléfono tarde en la noche con el Ministro de Cultura, Abel Prieto, fuimos barajando varios nombres surgidos de la obra de Samuel Feijóo y Nicolás Guillén hasta que estuvo de acuerdo con la lezamiana denominación definitiva: La Jiribilla.

El webmaster del diario digital Granma Internacional y creador de la edición web de Juventud Rebelde, Orlando Romero, programó y diseñó en tiempo récord la primera versión de la revista, que demoraba toda la madrugada en actualizarse por FTP, con un modem telefónico antediluviano (en su agenda del 2001, Rosa conserva aún el número de IP al que nos conectábamos, 209.250.134.244, con el usuario “giribilla” y la contraseña “giri709”, debidos a la pésima ortografía del técnico que nos habilitó la cuenta).

Para que se tenga una idea del esfuerzo de actualización en las precarias condiciones de la red local, en 1999 Cuba tenía un ancho de banda internacional total de solo 832 kbps, “menos que el de un hogar con un servicio DSL o conexión por cable de alta velocidad y menos de la cincuentava parte del ancho de banda del acceso a Internet de mi campus de la Universidad de California”, según el investigador norteamericano Larry Press[1]. La conexión a inicios del 2001 no aventajaba demasiado esa cifra, con la diferencia de que se habían triplicado los accesos y por tanto, la red estaba terriblemente congestionada: el estimado de cuentas era de 25 000 —de ellas más de 3 000 de la red Infomed—, básicamente para el uso del correo electrónico.[2]

El primer número

El diseño de la maqueta de La Jiribillla deslumbró a todos. Frente a la primera arquitectura, elaborada por Orlando, y ya con algunos materiales, el martes 17 de abril de 2001, en el Ministerio de Cultura, Abel, un grupo de dirigentes del sector y varios intelectuales propusieron ajustes y nacieron varias de las secciones. Se incorporaría al equipo de asesores el joven diplomático Eugenio Martínez (Pochi), entonces subdirector del Departamento de Atención a Cubanos Residentes en el Exterior (DACRE), de la Cancillería cubana, quien ofrecería una ayuda inestimable para contactar a colaboradores que, desde Miami y otras ciudades de los Estados Unidos y México, fundamentalmente, se irían sumando al proyecto.

Nuestro objetivo era incorporar “a la más variada y múltiple representación (de la cultura cubana); la que contenga sin contradicciones los mensajes éticos más elaborados y la más autentica y vigorosa cultura popular. Lo mejor en estos casos, y es lo que queremos hacer siempre, es dejar hablar a nuestra cultura, a nuestros creadores. La cultura cubana es capaz de representarse por sí misma”.[3]

Ya entonces habíamos decidido que sería una revista de actualización semanal un día fijo a la semana —finalmente sería los viernes en la noche, para no interferir en la producción editorial de Juventud Rebelde, particularmente de su edición más fuerte que salía los domingos— y también dedicar el primer número al escritor Reinaldo Arenas. Se expresaba en esos días con particular virulencia una campaña de prensa contra la Isla a raíz del estreno, el 24 de febrero de ese año, de la película basada en el libro Antes que anochezca, del escritor holguinero emigrado a Estados Unidos. Nuestro primer número contaba con las colaboraciones de Pedro de la Hoz y Enrique Ubieta, mientras Manuel González Bello haría la labor de edición de los textos. Eugenio Marrón escribió una crónica sobre Delfín Prats, Eliades Acosta entrevistó a Tomás Fernández Robaina y Dean Luis Reyes reseñó los resultados del concurso Celestino, de la Asociación Hermanos Saíz en Holguín, además del cuento de Arenas “El cometa Halley” y un texto paradigmático del norteamericano Jon Hillson, “La política sexual de Reinaldo Arenas”, que encontró Rosa en Internet, hallazgo que devendría el inicio de una valiosa colaboración con Hillson, fallecido repentinamente antes de que terminara ese año.

En las primeras horas de la madrugada del martes 1 de mayo de 2001 ya estaba on line el primer número de La Jiribilla. Una pequeña nota en la sección ¿Qué hay de nuevo? de JR anunciaría el sábado 5 de mayo la salida del semanario digital —nacimiento que, en azar concurrente del que no nos percatamos entonces, coincidía con el cumpleaños de Marx—, aludía a Lezama y a Roa, y presentaba formalmente el nuevo “suplemento de Juventud Rebelde”.

La reacción no se hizo esperar

Muchos esquemas saltarían por los aires desde ese primer número que hizo rabiar a varios redactores en El Nuevo Herald contra la revista, con una valiosa contribución a su posicionamiento y una discusión acerca del grado de “oficialismo” de una publicación que, insólitamente para ellos, citaba en son de burla en sus secciones El Gran Zoo y Noticias de Pueblo mocho, materiales de ese periódico emblemático de la contrarrevolución cubana y debutaba abordando la obra de un escritor convertido en símbolo por la propaganda contra Cuba. En la primera semana tuvimos más de 48 000 visitas, un récord para nuestra también naciente expresión de los medios cubanos en Internet.

No todo fueron ataques verbales. En julio, ya teníamos señales de agresiones cibernéticas desde Estados Unidos, hasta que lograron tumbarnos literalmente el sitio. Respondimos con humor en el editorial del primer número de agosto: “Al que no quiere caldo, le dan cuatro direcciones de Internet”. Aprendimos el ABC de la defensa de un sitio web, duplicar los dominios y crear espejos, de modo que desde entonces la revista digital se podía encontrar en su dirección original alojada en el proveedor Cubaweb, pero agregamos otras “por si acaso”. Betina Palenzuela Corcho, jefa de la División de Servicios web de Citmatel, comenzó a ser desde entonces  nuestra habitual y paciente consejera.

El odio de Miami aumentaba proporcionalmente con las señales de una audiencia creciente en Estados Unidos, que tributaba las dos terceras partes del tráfico a la revista. Nos llegaban decenas de cartas por correo electrónico y la primera crítica, nada menos, de Wired, la más prestigiosa publicación de la época en Estados Unidos especializada en temas de Internet.

En un artículo publicado el 26 de julio de 2001[4], el periodista Ángel González de Wired calificaba a La Jiribilla como un “sitio de contenidos incisivos, bien diseñado y lleno de humor; absolutamente profesional; altamente capacitado; inteligente publicación”. Añadía que era “actualizado todos los viernes con artículos de alta calidad, algo que usted no esperaría de un país bloqueado”. No pasaba por alto que en el tercer mes de vida de la publicación colaboraban y aportaban materiales inéditos Silvio Rodríguez, Amaury Pérez, Miguel Barnet, Enrique Núñez Rodríguez, Pablo Armando Fernández, Roberto Fernández Retamar, Cintio Vitier, el pintor Kcho…

Wired también reconocía la guerra desleal que en el ámbito de la Internet padecía la Isla. “Los exiliados cubanos —advertía— habían tomado a la web para sus batallas desde antes. Operando desde los Estados Unidos —con las ventajas del dinero y el fácil acceso a la tecnología de las telecomunicaciones— los exiliados han puesto en marcha una impresionante gama de artículos independientes y sitios que critican al régimen de Castro… Pero el gobierno cubano ha invertido en una fuerza de trabajo altamente preparada para unirse a la revolución de la tecnología”.

Fidel: habrá todas las web que queramos

Con una guerrilla editorial de apenas tres personas —los dos autores de este texto y Orlando Romero, a quien poco después sustituiría René Hernández—, todas en horas extra, el apoyo y la convocatoria de Abel Prieto, y sin oficina propia ni salarios, creció y creció el sitio en sus primeros números, incorporando documentos, audio, video y mezclando todas las posibilidades de Internet.

En los inicios, cada encuentro en los que participaban nuevos compañeros, gestaba otras secciones e incorporaba más autores. Aparecieron así, entre muchas otras cosas, los Filminutos, la caricatura, los libros digitales, la galería y la formidable colección musical de la discoteca de La Jiribilla. Manuel Henríquez Lagarde, que se incorporó al equipo a partir del tercer número, sería el responsable de los principales editoriales y otras notas de opinión elaboradas en el fragor de una producción editorial definida, la mayoría de las veces, por el suceso noticioso de última hora en el ámbito de la cultura nacional.

Fuera de la red surgieron primero los “cuadernos de La Jiribilla”, lamentablemente de efímera vida, y La Jiribilla de papel que con frecuencias variables vive hasta hoy. Habría que añadir los intentos, inéditos para la época en la Isla, de establecer transmisiones en vivo por Internet (streaming). El 25 de octubre comenzamos con un concierto de jóvenes trovadores en el Centro Pablo, de La Habana Vieja, al que asistió el líder de la Revolución cubana, Fidel Castro. Magda Resik, también colaboradora de la revista, reseñaba sus palabras:

El hecho, por ejemplo, de que Trov@nómina.cu se estuviera transmitiendo en vivo a través de La Jiribilla, para todo el mundo, significa que “podemos hacer más uso que ningún otro país de esos medios. No estamos atrapados por la propaganda comercial, los anuncios —recordó—, e hizo notar cuántas posibilidades habrá para las niñas y los niños de la Isla, gracias a los programas educacionales e instructivos emprendidos por el gobierno.

“Habrá muchas más oportunidades, y páginas Web todas las que queramos —agregó, y todos los niños desde los cinco años aprendiendo la computación, que no es sólo para comunicarse o para buscar una información. Una computadora es un maestro, te enseña hasta ortografía, te enseña muchas cosas. Tener una computadora es tener diez capitolios llenos de libros. Todo lo que se ha escrito desde que el hombre aprendió a leer y a escribir, puede estar en una computadora. Es un instrumento que en el tiempo nuestro no conocimos. Ahora, desde preescolar, ya los niños van a estar manejando la computadora.”

El líder cubano insistió en “todo lo que se puede aprender y todo lo que se puede transmitir” haciendo un buen uso de los recursos tecnológicos del mundo moderno: “está en nuestras manos lograr eso” —apuntó.[5]

Con el tiempo, prácticamente todos los nombres de significación en la creación artística y literaria cubana, dentro y fuera de la Isla, han pasado por La Jiribilla, muchos han aportado trabajo y madrugadas para que no haya jamás un sábado que amanezca sin el mensaje de la cultura cubana en la Red. Su contribución en el enfrentamiento a la durísima campaña mediática contra Cuba en 2003 y a articular poco después la Red de redes En defensa de la humanidad no es desdeñable. No hay figura intelectual de relevancia que nos haya visitado que no esté en sus páginas —desde Gore Vidal a Luis Eduardo Aute—, ni evento que no haya tenido una cobertura abarcadora del ángel inquieto dibujado por José Luis Fariñas. Recordamos a Noam Chomsky mirando asombrado las fotos de la presentación de su libro que acababa de ocurrir, ya publicadas en la Red.

Pionera, como lo fue Infomed —creada en 1998 y la primera red informática concebida íntegramente desde los valores de la Revolución—, La Jiribilla aportó a la naciente web nacional una estrategia editorial que aprovechaba los recursos multimediales, las posibilidades del diseño y las mejores experiencias internacionales en la producción de contenidos digitales para Internet, en el apogeo de la llamada web 1.0, apoyada en la tradición cultural cubana. Y lo hizo sacándole el mayor rendimiento posible a las capacidades de conexión instaladas en la Isla, una proeza colectiva a nuestro juicio histórica.

Hoy La Jiribilla es eso que se llama “una institución cultural”, entrega premios, hace actos culturales y tiene una bella sede donde se realizan conciertos y valiosas exposiciones de artes plásticas. Sigue su espíritu fundacional, sin abandonar su beligerancia iconoclasta y su origen renovador, en un recorrido casi enciclopédico por la cultura cubana; clave para continuar siendo, en palabras de Lezama, “arca de nuestra resistencia en el tiempo, cinta de la luz en el colibrí, que asciende y desciende, a la medida del hombre”. (Publicado en La Jiribilla)* Tomado de La pupila insomne, publicado el 21 mayo, 2012.
Notas:[1] Larry Press, “The State of the Internet: Growth and Gaps”, INET 2000, 18-21 de julio de 2000, Yokohama, Japón. Véase también Jesús Martínez, «The Net in Cuba», Matrix News, v. 1, n. 1, Austin, enero de 1999.[2] Nelson P Valdés, “Cuba y la tecnología de la información”: Temas 2002 , no.31-57-71 de octubre-diciembre de 2001, La Habana, Cuba.[3] Ángel González: “La Jiribilla es una fiesta”: La Jiribilla 2001, no. 13, julio de 2001, La Habana, Cuba. Entrevista realizada a Rosa Miriam Elizalde para la revista norteamericana Wired.[4] Angel González, “Cuba Zine: Viva la Revolución”: Wired 2001, Lifestyle, 26 de julio de 2001. Ver en la dirección http://www.wired.com/culture/lifestyle/news/2001/07/45485?currentPage=all[5] Magda Resik, “La trova, siempre a guitarra limpia”: La Jiribilla, 2001, La Jiribilla, La Habana, no. 25, octubre de 2001. Se puede ver en http://www.lajiribilla.co.cu/2001/n25_octubre/754_25.html

La experiencia de escribir una vez más en La Jiribilla

Guille Vilar

Hace ya 45 años del momento cuando me preguntaron si podía escribir regularmente acerca del universo del rock anglosajón para el mensuario cultural El Caimán Barbudo. Por supuesto, en dicha petición estaba implícito el reconocimiento a este melómano por un serio acercamiento al género en cuestión. Sin embargo, nunca extravié el sentido de que no se me solicitaba una colaboración para la revista Rolling Stone, reconocida publicación norteamericana dedicada al rock, sino que dicha petición fue recibida como una oportunidad para comunicarle a mis coterráneos las incidencias de todo lo relacionado con el rock, asunto que, aunque llegó a ser bien polémico por aquellos años en el ámbito cultural cubano, ameritaba captar la atención de la gente del patio.

En tal sentido, no se trataba necesariamente de proponer un enfoque del tema desde códigos similares al lenguaje estilístico propio de contextos foráneos, tan ajenos al lector cubano que este podía llegar a no identificarse. Justamente, había que lograr lo contrario. No pasó mucho tiempo para percatarme de que tal intuición conforma uno de los preceptos fundamentales de nuestro legado como periodista: escribir en cubano. Todo aquel que hoy pueda revisar las diferentes crónicas publicadas en dicha columna del Caimán durante una década, capta la idea de que se trata del trabajo desarrollado por un periodista cubano, no por el hecho de haber nacido en nuestra querida Isla, sino por plasmar en estos escritos un marcado apego a la identidad de la nación, valores que sobrepasan la esencia del análisis crítico en sí mismo. Es el compromiso por alcanzar un estadio de plena satisfacción espiritual a través de la búsqueda de aquellos componentes que nos atan a las raíces de la vida cultural de este país. Y la evolución en nosotros de semejante sentido de pertenencia se lo debo, en buena medida, al desempeño como asiduo colaborador de La Jiribilla durante prácticamente dos décadas.

Decenas y decenas de artículos que abordan tanto el quehacer de músicos cubanos como de otras regiones del mundo avalan nuestra voluntad de exaltar el rango artístico de excelsas personalidades, empeño donde prevalece un extra que nunca debemos obviar: No se trata solo de enumerar cuales elementos musicológicos contribuyen a la magnífica realización discográfica del CD Chapeando, de Los Van Van, ni de limitarnos a rememorar el orden del programa de uno de los tantos emblemáticos conciertos del maestro Frank Fernández, o de reseñar la actuación de los Rolling Stones en los terrenos de la Ciudad Deportiva, como si hubiera sido un concierto más del famoso grupo británico.

En esos momentos verdaderamente mágicos, tenemos que desarrollar la capacidad de darnos cuenta de que, ante tales acontecimientos, es como que la vida nos ha premiado con el privilegio de escribir para mis compatriotas acerca de estos auténticos hitos en la cultura cubana. A lo largo de la crónica, se tiene que experimentar cómo crece en nuestras almas el orgullo por la obra de Formell en Los Van Van, particularmente en el disco Chapendo, del 2004. Del mismo modo, con la apasionada descripción de un concierto del pianista Frank Fernández, debemos convencer al lector de la emoción que implica hacer referencia a un extraordinario artista de rango universal del cual siempre se hablará con profundo respeto y admiración en el transcurso del tiempo.

Quizás el lógico requerimiento editorial de limitar el número de cuartillas pudiera ser visto como un impedimento a la hora de redactar, pero jamás como un obstáculo para la imaginación creativa del periodista. Durante estos largos años imbricado con el quehacer de La Jiribilla, antes de escribir la primera oración, siempre nos ha acompañado una inspiradora sensación de libertad: la de escoger por cuál de sus laderas resulta más apropiado ascender para llegar hasta la desafiante cima de una montaña de evocaciones, todo un reto en el acto de develar la intensidad de los sentimientos. Es el gesto de reconocernos en la provocación de entregar apreciaciones y puntos de vista inéditos que contribuyan a redimensionar el núcleo del artículo. Por ejemplo, cuántas aristas esperan ser recorridas por un análisis crítico y profundo en torno al impacto de la actuación de los Rolling Stones en marzo del 2016 en nuestro país, caminos que se extienden mucho más allá de valorar la eficacia del repertorio escogido. ¿Cuántas expectativas teníamos puestas en que el éxito de dicho concierto podía dar pie a la presentación de otros grupos del rock internacional? ¿Por qué la CNN afirma que apenas fueron miles los cubanos que nos dimos cita aquella noche, cuando en realidad los propios británicos reconocen que se logró convocar a más de un millón de personas? Finalmente, ¿por qué tanto Mick Jagger como Keith Richards, músicos con más de 50 años en los escenarios, tenían los ojos aguados al momento de despedirse de los cubanos?

Hay cuestionarios cuyas respuestas aportan una mayor credibilidad a determinada edad, como ocurre en el caso nuestro. Además, espero que el aliento de esta crónica por la celebración de los 19 años de La Jiribilla, confirme la certeza de que, si me preguntaran de en dónde quisiera nacer de nuevo, pues obviamente respondería que en Cuba. Sobre la posibilidad de escoger entre profesiones diversas a las cuales podría dedicar mi vida, no pediría otra que no fuera la de periodismo cultural y, por supuesto, aunque no me lo pregunten, tengo que arreglármelas para escribir una vez más en La Jiribilla.