El sentido de la justicia constituye la piedra angular del pensamiento y la acción revolucionaria de José Martí. El ser justo fue la máxima exhortación que dirigió a su hijo, y así lo dejó expresado en una carta que escribió el 1ro de abril de 1895, en la que sus últimas palabras fueron: “Sé justo”, de ahí el lugar cimero que ocupaba la justicia para Martí como valor en la conformación de un hombre bueno. Es así que la dimensión ético-jurídica de la personalidad de nuestro Apóstol viene avalada en esencia por la Justicia, estando su pensamiento acompañado por un evidente enfoque jurídico que legitimó su acción.

La justicia que Martí pretendía solo se lograría cuando el Derecho Positivo, o sea, aquel que se materializaba en la norma escrita, se ajustara al Derecho Natural, aquel que había existido durante el desarrollo de toda la humanidad; por lo que la sociedad, a través del Derecho Positivo, tendría que reconocer los derechos inalienables e imprescriptibles que el hombre poseía por el solo hecho de serlo, y por consiguiente, reconocer la igualdad de todos los hombres en la sociedad; de ahí que para El Maestro, si todos los hombres eran iguales por naturaleza, debían serlo también por ley, siendo estas consideraciones las que le permitieron desentrañar la esencia de su obra política: “…si igualdad social quiere decir el trato respetuoso y equitativo, sin limitaciones de estimación no justificada por limitaciones correspondientes de capacidad o de virtud, de los hombres, de un color o de otro, que pueden honrar y honran el linaje humano, la igualdad social no es más que el reconocimiento de la equidad visible de la naturaleza”.[1]

“(…) para El Maestro, si todos los hombres eran iguales por naturaleza, debían serlo también por ley (…)”.

En uno de los Boletines publicado en la Revista Universal de México el 18 de junio de 1875, escribió: “Existe en el hombre la fuerza de lo justo, y es éste el primer estado del Derecho. Al conceptuarse en el pensamiento, lo justo se desenvuelve en fórmulas: he aquí el Derecho Natural.”[2] De esta forma resumía la fundamentación ética del Derecho, estableciendo al mismo tiempo, la primacía de la justicia en el Derecho, no para elaborar una teoría, sino para hallar las bases con vistas a crear gobiernos justos en nuestra América y una patria digna.

Hizo referencia también Martí a que el Derecho no podía nacer de la fuerza, ni confundirse con ella, porque precisamente el fundamento de la autoridad y de su ejercicio debía ser la justicia misma, expresando entonces que: “(…) los sistemas políticos en que domina la fuerza crean derechos que carecen totalmente de justicia”[3], de ahí que el gobernante, en el ejercicio de sus funciones, debía obligatoriamente ajustarse al Derecho, pues de lo contrario no sería lícita su actuación, ni tampoco la norma que dictara en su gobierno.

Fue así que, nuestro Apóstol, partiendo de la premisa de que la justicia era una fuerza moral que impelía al hombre hacia el bien, creía que por sí sola era capaz de imponerse: “… un principio justo desde el fondo de una cueva, puede más que un ejército”[4], “Como cuerpos que ruedan por un plano inclinado, así las ideas justas, por sobre todo obstáculo y valla, llegan a logro. Será dado precipitar o estorbar su llegada; impedirla, jamás. —Una idea justa que aparece, vence (…).[5]

Sin embargo, se dio cuenta que la realidad decía otra cosa y que un derecho sin el elemento coactivo era ingenuidad, planteando entonces que: “…en las sociedades nacientes, víctimas siempre de los caudillos brillantes e intrépidos, el Derecho tiene, si no quiere morir de desuso, que ayudarse de la fuerza”[6]. Para Martí ayudarse de ella, no significaba hacerla un elemento esencial, porque el Derecho en sí mismo constituye una fuerza irrefrenabley porque “(…) el abuso ceja, como ruin galancete ante el enojo de una dama pura”.[7] Se ha planteado en este sentido, que quizás este sea un punto del pensamiento martiano donde parece reflejarse el influjo que recibió en su juventud de Karl Christian Krause, muy en boga en España entre los años en que Martí estudió en ese país, de modo que estuvo cerca de los krausistas españoles y sometido a sus influencias directas.

“El sentido de la justicia constituye la piedra angular del pensamiento y la acción revolucionaria de José Martí (…)”. Foto: Tomada de Misiones del Minrex

Indudablemente, Martí tomó la justicia como fundamento en su constante lucha por lograr un Derecho pleno de eticidad. Tenía fe en su fuerza como valor en los individuos, de modo que lo injusto, dentro de la sociedad que él concebía, no tenía lugar, cayendo entonces por su propio peso, y así lo expresó: “Lo social está ya en lo político en nuestra tierra, como en todas partes: yo no le tengo miedo, porque la justicia y el peso de las cosas son remedios que no fallan: es un león que devora en las horas de calentura, pero se le lleva, sin necesidad de cerrarle los ojos con un hilo de cariño. Se cede en lo justo y lo injusto cae solo”[8], por lo que había que comenzar luchando por conquistar la justicia para entonces poder construir la sociedad a la que aspiraba:”La nación empieza en la justicia (…)”[9].

“(…) Martí tomó la justicia como fundamento en su constante lucha por lograr un Derecho pleno de eticidad (…)”.

También es de suma importancia, para ponderar esta visión de Martí, tener en cuenta el nivel de discusión sobre los problemas sociales en el mismo seno de la emigración. Hacía 1883, prologa los Cuentos de hoy y de mañana, de Rafael de Castro Palomino, evolucionista convencido —aunque propugnaba la revolución para Cuba, y quien pretende en su libro ofrecer a través de lo que llama “cuadros políticos y sociales” en forma de cuentos, los diversos tipos de “soluciones sociales” que se debatían en Nueva York por entonces y donde el cuento “Del caos no saldrá la luz”, tiene como personajes a dos comuneros(un francés y el otro, alemán) que recomienzan en Estados Unidos y fundan una colonia comunista que fracasa. A pesar de la frustración del sueño comunero, el libro revela una evaluación crítica del capitalismo, particularmente norteamericano, cuando el ex comunero francés expresa lo siguiente: “Yo he venido a los EEUU creyendo encontrar un mundo mejor, y he contemplado en medio de la civilización y la riqueza, a los niños de todas las edades, hambrientos, descalzos, casi desnudos, en medio de un invierno horrible; a las jóvenes en las mismas condiciones, arrojándose ciegas en brazos de la prostitución para obtener un bocado”. Y concluye: “¿Qué produce el individualismo sino la competencia, ese sistema egoísta y horrible? Cada uno para sí y en contra de todos. Esa lucha sorda y constante, en que es necesario que unos pierdan para que otros ganen…”[10]

En el prólogo antes mencionado el líder cubano aplaude las tesis de Palomino, pero hace gala de su clara conciencia de la gravedad del problema social y la necesidad urgente de resolverlo. De este modo, censura, aunque comprende, las iras e impaciencias que, según su criterio, obstaculizan y retrasan la solución de los problemas sociales, agravándolos. En este sentido plantea: “En el problema moderno, el triunfo rudo de los hombres que tienen de su lado la mayor parte de la justicia, sería a poco la reacción prolongada de los hombres inteligentes que todavía tienen buena parte de la justicia de su lado” y concluía: “La victoria no está solo en la justicia, sino en el momento y modo de pedirla: no en la suma de armas en la mano, sino en el número de estrellas en la frente”[11].

De estas conclusiones no puede inferirse que Martí fuera un revolucionario en lo político, y una especie de evolucionista en cuanto a la revolución social. Él dijo muy claramente que quería echar su suerte “con los pobres de la tierra”, pero para lograr tales fines se requería, según su criterio, una gradual y compleja estrategia de lucha, que implicaba un meticuloso trabajo de preparación, porque de hacerse a destiempo y sin el cuidado requerido podía suscitar la alianza de los poderosos y retrasar el triunfo de los oprimidos, como había ocurrido con el primer Estado proletario.

El empuje de la lucha de clases en los Estados Unidos, donde vivió los 15 últimos años de su vida, y particularmente el proceso contra ocho obreros anarquistas de Chicago, profundizan el pensamiento social de José Martí y le permiten percatarse de algunos principios de orden jurídico que tendrían especial relevancia en sus concepciones político revolucionarias.

El 1ro de mayo de 1886, doscientos mil trabajadores norteamericanos comenzaron una huelga obrera en Estados Unidos. El 4 de mayo, al terminar un acto organizado por los trabajadores de Chicago, en el Haymarket Square, la policía intentó dispersar a los manifestantes. Fue en ese momento que una bomba explotó en el lugar, ultimó a un oficial e hirió a otros uniformados. Ello dio pretexto a la burguesía para iniciar una salvaje represión que incluyó el proceso contra ocho obreros anarquistas. Estos hechos fueron descritos, comentados y analizados profundamente por Martí, que si bien acepta en principio el veredicto, de forma gradual transita hacia la solidaridad con los anarquistas condenados a muerte por el tribunal que los juzgó. Este cambio de actitud se debió a la comprobación de que era imposible determinar la culpabilidad de los acusados, la actitud ejemplar y valentía de los obreros sentenciados, la solidaridad que despertó la causa dentro y fuera del país, y el hecho de que las clases dominantes so pretexto del proceso mutilan y suprimen libertades.

Las crónicas martianas “Grandes Motines Obreros” (Nueva York, mayo 16 de 1886), “El proceso de los siete anarquistas de Chicago” (Nueva York, septiembre 2 de 1886) y “Un Drama Terrible” (Nueva York, noviembre 13 de 1887), recogen no solo la animadversión del presidente de ese país, Grover Cleveland, hacia el movimiento obrero; sino también la vinculación del Derecho con los intereses de clase, en especial los económicos, que fueron el detonante de los enfrentamientos entre obreros y capitalistas en los Estados Unidos, fenómeno que percibe sobre todo después del asesinato legal de los encartados. Martí comprueba que tales intereses influían en la concepción misma del Derecho y no solo en su aplicación, a pesar de la apariencia democrática del poder judicial estadounidense, y constata que una constitución y un código republicanos no eran garantía suficiente para impartir justicia a las mayorías.

“(…) una constitución y un código republicanos no eran garantía suficiente para impartir justicia a las mayorías”.

Por otra parte, Martí se percata que el Derecho en los Estados Unidos servía a los fines de su política expansionista y descubre los nexos entre esos fines y los enfrentamientos violentos entre el capital y el trabajo. En1886, después de los sucesos de Chicago, se abre una nueva etapa, más radical, en el pensamiento antimperialista martiano. Sus últimos escritos dan fe de que temía la intromisión de los Estados Unidos en la guerra de independencia en Cuba. “El tercer año del Partido Revolucionario Cubano”[12] pone el énfasis en esta problemática y en el lugar que ocupan las Antillas en el reparto imperialista del mundo.

En consecuencia, las transformaciones por las que aboga constantemente en su obra, son el resultado del objetivo que tiene la guerra de justicia y de deber. Las Resoluciones tomadas por la emigración cubana de Tampa el 28 de noviembre de 1891, exponen que la Revolución se hace “por el respeto y auxilio de las repúblicas del mundo, y por la creación de una República justa y abierta, una en el territorio, en el derecho, en el trabajo y en la cordialidad, levantada con todos y para el bien de todos”.[13] De este modo, la guerra trascendía los marcos de simple campaña militar para convertirse “en esta otra fe: con todos, y para todos (…): la revolución de justicia y de realidad, para el reconocimiento y la práctica franca de las libertades verdaderas”.[14]

El tacto, la delicadeza hacia las propuestas emanadas de los sectores más humildes están plasmados en los estatutos y en la propia práctica del Partido Revolucionario Cubano, con el cual perseguía no solo organizar la insurrección, sino sentar las bases de la futura organización social, con la finalidad de fundar una república justa, donde la ley primera fuese “el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre”[15]. Tuvo mucho cuidado de no sofocar las iniciativas populares espontáneas, de darse cuenta que la efectividad de la acción revolucionaria exigía en todo momento la participación activa, creadora, del pueblo, la masa adolorida con la cual había que hacer causa común, y en la que se debía fomentar los mejores valores, consciente de que “la justicia, la igualdad del mérito, el trato respetuoso del hombre, la igualdad plena del Derecho: eso es la Revolución”.[16]


Notas:
[1] José Martí. “Nuestras ideas”. Patria, Nueva York, 14 de marzo de 1892. Obras Completas, Ob. cit., Tomo 1, p.321.
[2] José Martí. Revista Universal, México, 18 de junio de 1875.  Obras Completas, Ob. cit., Tomo 6,p. 234
[3] José Martí. “Escenas mexicanas”. Revista Universal, México, 18 de junio de 1875, Ob. cit., Tomo 6, p.234
[4] José Martí. “El día de Juárez”, Patria, Nueva York, 14 de julio de 1894, Ob. cit., Tomo 8, p. 256.
[5] José Martí. Obras Completas, Ob. cit., Tomo 5, p.105
[6] José Martí. “Francisco Gregorio Billini”. La América, Nueva York, septiembre de 1884. Ob. cit., Tomo 8, p.193
[7] José Martí. Prólogo a Cuentos de hoy de mañana de Rafael de Castro Palomino. Ob. cit., Tomo 5, p. 108.
[8] José Martí. Carta a Serafín Bello, New York, 16 de noviembre de 1889. Obras Completas, Ob. cit., Tomo 1, p.253
[9] José Martí. “Los moros en España”, Ob. cit., Tomo 5, p.334
[10]  Rafael de Castro Palomino. Cuentos de hoy de mañana. Impr. Ponce de León, Nueva York, 1883, p. 37
[11] Ibídem.
[12] El 10 de abril de 1894 el Partido revolucionario Cubano entraba en su tercer año de fundado, y por ese motivo, el 17 de abril de ese año el periódico Patria publicó un artículo de José Martí cuyo título, “El tercer año del Partido Revolucionario Cubano. El alma de la revolución, y el deber de Cuba en América”, aludía no solo a la circunstancia de la celebración, sino también a la obra previsora que debía asumir el Partido de la Revolución Cubana.
[13] José Martí. Resoluciones tomadas por la emigración cubana de Tampa el 28 de noviembre de 1891. Obras Completas, Ob.  cit., p. 272.
[14] José Martí. Discurso en el Liceo Cubano, Tampa, 26 de noviembre de 1891, Obras Completas, Ob. cit., Tomo 4, p.272
[15] José Martí. Discurso en el Liceo Cubano, Tampa, 26 de noviembre de 1891. Obras Completas, Ob. cit., Tomo 4, p.270.
[16] José Martí. Obras Completas, Ob. cit., Tomo 7, p. 105

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