II

La historia del libro y la lectura en la antigüedad nos muestra cómo nació la literatura partiendo de la oralidad y la oralitura predominantes. La escritura pictográfica en Egipto y Mesopotamia, y la ideográfica en China y Japón, dan cuenta de los primeros traslados de la palabra hablada a la escrita. El banquete, fragmento de una pintura mural de Tebas, hacia 1400 a.n.e., describe o narra este hecho. En la Biblioteca de Alejandría, fundada por Tolomeo I en siglo III a.n.e., existían rollos de papiro pertenecientes al Libro de los muertos. Los manuscritos del Mar Muerto, leyes escritas en hebreo y arameo, fueron explicados por “maestros de rectitud”, como ejemplo de la transición entre lo hablado y lo escrito. La piedra de Rosetta, 196 a.n.e., fue clave para descifrar la escritura jeroglífica en Egipto, pues utiliza tres alfabetos diferentes: el jeroglífico, el demótico y el griego. Los jeroglíficos “decoraban” las imágenes y ello contribuía a descifrarlos.  

“Los dioses dictaban libros a los hombres”.

Con la madurez de las ciudades-Estados, las obras de literatura sagrada fueron útiles a predicadores que habían unido pueblos; contribuían a crear un culto de respeto, temor y esperanza. Los dioses dictaban libros a los hombres. Para los semitas, la Biblia y el Corán fueron enciclopedias de dios para saber, obrar y salvarse. Moisés, figura esencial como profeta en el judaísmo, el cristianismo, el islam y el bahaísmo, copió de dios el Pentateuco Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio—, libros del Antiguo Testamento, y recibió los Diez Mandamientos de la Ley de Dios de manos de Yahveh en el Monte Sinaí.

Estudio de Moisés con las tablas de la Ley, de Luis Ferrant y Llausás. Foto: Tomada de academiacolecciones.com

En la Biblia se recogieron libros de profetas como Josué, Samuel, Jeremías, Ezequiel e Isaías, así como de jueces y reyes; se incluyen testimonios de mujeres como Ruth y Ester, y crónicas; la maravilla poética y dramática se muestra en el Cantar de los cantares para demostrar el amor de dios al pueblo hebreo; la sapiencia atribuida a Salomón se expone de manera magistral en el Eclesiastés y en Proverbios; la música se concentra en los Salmos.

De la misma forma, Mahoma, fundador del islam y el último de los profetas, fue un mensajero de dios que actualizó su señal en las revelaciones escritas del Corán, libro sagrado de los musulmanes. En la ciudad vieja de Jerusalén se hallan la Iglesia del Santo Sepulcro, símbolo para los cristianos; el Muro de las Lamentaciones, emblema de los judíos, y el Monte del Templo o Explanada de las mezquitas, lugar con la Cúpula de la Roca, donde Mahoma ascendió al cielo, por lo que también es sagrado para los musulmanes. En La Meca, ciudad natal de Mahoma, se encuentra la Kaaba, construcción en forma de cubo ubicada dentro de la mezquita de Masjid al-Haram y centro principal de adoración del islam.

El Corán, libro sagrado del Islam. Foto: Tomada de Internet

Thot, escriba celestial, un ser antropomórfico con cabeza de ibis, anotó los pensamientos en el antiguo Egipto; El libro de los muertos, los Textos de las Pirámides, el Canto del arpista, entre otros traducidos de los jeroglíficos, conducían al paraíso. El Avesta coleccionaba textos sagrados de la antigua Persia e indicaba cuál debía ser el comportamiento individual y social en esta vida para llegar a la otra; Zoroastro o Zarathustra, profeta fundador del mazdeísmo o zoroastrismo, dejó el Avesta redactado en avéstico y escrito por revelación divina; se afirma que allí está el origen del concepto de “juicio final” en que los muertos serán juzgados sobre sus actuaciones terrenales para decidir la vida eterna. Los antiguos no aceptaban la muerte como final.

Manuscrito del Mahabharata. Foto: Tomada de Internet

Los extensos libros Vedas de la India ponían en contacto con la plenitud de la naturaleza para integrarse a ella. Una de las fuentes de belleza más antiguas está en la literatura de la India. El más arcaico y extenso texto escrito en sánscrito, el Rig veda —1500-1200 a.n.e.—, lo conformaron diez libros llamados mandalas, dedicados a alabar a los dioses védicos; los Samhitā, colecciones o series de himnos litúrgicos de tema mitológico y lenguaje poético, exaltan la naturaleza; los Brāhmaṇa, escritos después, poseen un carácter esotérico, e incluyen las Upaṇiṣad, o escrituras mitológicas antiquísimas; los Sūtra, constituyen un conjunto de aforismos relacionados con la religión y la escritura.

“Una de las fuentes de belleza más antiguas está en la literatura de la India”.

Posteriormente —hacia 400 a.n.e.— surgieron los poemas épicos: el Mahābhārata —siglo iii a.n.e.— con 200 000 versos recopilados en 18 parvas o libros, es uno de los más extensos del mundo —el más largo es La canción de Gesar o El rey Guesar, epopeya tibetana cuyo manuscrito conservado es del siglo xii d.n.e.—; en ellos se recoge la fabulosa épica mitológica de la India, incluido el Bhagavad-gītā, importante texto sagrado hinduista que describe la conversación de Krisná —encarnación del dios Visnú— y su primo y amigo Árjuna, a quien instruye y enseña en el campo de batalla sus deberes como guerrero y príncipe, mostrándole la doctrina de su cultura. A Viasa o Krishna-Dwaipayana, escritor legendario de la antigüedad hinduista, se le atribuye la autoría del Mahābhārata, libro sagrado dictado por Shiva —uno de los tres dioses, con Brahmā, creador del universo, y Visnú, quien lo conserva—. Vālmīki fue el legendario sabio o majarishi a quien Brahmā dio la facultad para escribir el Rāmāyana, que recoge leyendas de la tradición y sintetiza la poesía y la epopeya de la mitología hindú, con fuertes enseñanzas filosóficas, teológicas y morales. Ante todo, los dioses fueron poetas.

“Ante todo, los dioses fueron poetas”.

Los libros de la dinastía Qin de China constituyen una de las recopilaciones de conocimientos y saberes más antiguas, quemadas en 213 a.n.e. y recogidas por la tradición oral. La componían el I Ching o Libro de las mutaciones, el Shijing o Libro de las odas, el Shujing o Libro de la historia, el Lijing o Libro de los ritos, y el Chunqiu, compilación que puede traducirse como Anales de primavera y otoño. China incorporó la sabiduría de Confucio —551-479 a.n.e.—, fundador de la doctrina que lleva su nombre y base para el pensamiento filosófico chino dirigido a lograr mediante el estudio y la meditación la mejor conducta y el cuidado de la tradición, apoyado en valores de justicia, respeto, caridad, tolerancia, bondad, amor… y en que la costumbre popular acepte un gobierno que ame y sirva al pueblo, con el cultivo de la virtud personal y colectiva. Confucio dejó escritas las Analectas, conversaciones que reflejaban la filosofía moral más antigua, con valores imprescindibles en las relaciones entre los gobernantes y los ministros, el padre y el hijo, el marido y la mujer, el hermano mayor y el menor, y entre amigos, con obligaciones de protegerse unos a otros. Esta doctrina recopiló los cinco libros clásicos que definieron el canon confucionista tradicional.

Estatua de Confucio en un templo de Shanghai. Foto: Tomada de La Vanguardia

Mencio —370-289 a.n.e.—, eminente continuador del confucianismo, sintetizó los sentimientos naturales del ser humano que orientan hacia el buen camino: la compasión, la vergüenza, el respeto y la modestia, y el discernimiento entre el bien y el mal. Posiblemente contemporáneo de Confucio fue Lao-Tsé —hacia el siglo vi a.n.e., o incluso antes—, a quien se le atribuye el Tao Te Ching, obra fundamental del taoísmo, camino para encontrar la verdad. Los dioses, como guardianes de los seres humanos, fueron también educadores de los pueblos. 

“Los dioses, como guardianes de los seres humanos, fueron también educadores de los pueblos”.

La espiritualidad religiosa o ética tiene asociada la belleza. La tradición de las más altas jerarquías de la Iglesia católica hoy se encuentra en la amurallada Ciudad del Vaticano, enclave dentro de Roma donde se ubican la basílica y la plaza de San Pedro, además de los museos vaticanos y conjuntos de galerías que reúnen altos valores artísticos propiedad de la Iglesia. El catolicismo coleccionó la belleza, se acompañó siempre de ella en sus prédicas y hoy conserva piezas emblemáticas como la escultura Laocoonte y sus hijos; obras de pintores como Fra Angélico y Sandro Boticelli; las valiosas colecciones de la Biblioteca Vaticana, los museos Sacro y Profano, el Pío-Clementino, el Filatélico y Numismático, el Chiaramonti —donde se encuentra el Doríforo, así como Heracles del siglo iv ane., además de Ganímedes con Zeus, transformado en águila, entre otras—, el Gregoriano Etrusco —con ánforas y pectorales de oro muy antiguos—, el Gregoriano Egipcio —con máscaras, torsos y estatuas valiosas—, el Gregoriano Profano, el Misionero Etnológico, la Pinacoteca Vaticana —con obras de Leonardo da Vinci, Giotto, Tiziano, Rafael, Caravaggio…; la Colección de Arte Religioso Moderno —con piezas de artistas como Rodin, Van Gogh, Gauguin, Kandinski, Chagall, Klee, Chirico, Dalí, Picasso…—, y entre otras construcciones y colecciones, la Capilla Sixtina, célebre por la decoración de Miguel Ángel, especialmente en sus bóvedas, con escenas memorables de la Biblia, como la separación de la luz de la oscuridad, la creación de Adán —posiblemente la más famosa—, la expulsión del paraíso, el Diluvio, el sacrificio de Noé… Las artes visuales, vinculadas estrechamente a la religiosidad, primaron como símbolo de belleza.

Doríforo de Policleto, 450-445 a.n.e. Foto: Tomada de Internet

Platón aseguraba en República que esculpir en piedra cuerpos humanos para representar a dioses y personas importantes, consistía en reproducir una imitación para suscitar admiración y atraer la mirada hacia el significado de la forma, pero no tenía valor porque solo se trataba de una imitación de otra imitación, pues el mundo real solo reproducía al verdadero irrepresentable: el ideal. La composición de las piezas estuvo vinculada a una armonía que comenzó a codificarse en proporciones simétricas estudiadas y establecidas en una retórica de la estética. En el Doríforo —450-440 a.n.e.— de Policleto, se concreta un canon de belleza en que la cabeza es la séptima parte del cuerpo humano. Aunque resulta absurdo pretender aplicar este canon a otras culturas, el arte griego ha sido considerado modelo de belleza para la civilización occidental.

“(…) el arte griego ha sido considerado modelo de belleza para la civilización occidental”.

En el arte arcaico griego se destaca el Moscóforo —570 a.n.e.—, pieza de mármol que representa a un pastor con un carnero a los hombros; los kuros o estatuas de varones jóvenes elaboradas en madera, piedra y mármol, como el de Ática —650-500 a.n.e.—, se caracterizaron por su anatomía rígida de simetría bilateral frontal en torno a ejes verticales, rostro inexpresivo con sonrisa llamada “arcaica”, marcada musculatura y brazos pegados al cuerpo con los puños cerrados. La Koré del peplo —530 a.n.e.— representa una koré —de korai, mujer joven— de mármol y con pelo trenzado, vestida, la única encontrada con peplo dórico. Figuras del pueblo o guerreros fueron esculpidos en escenas consideradas bellas en diferentes tipos de cerámicas por muchos pueblos. Han sido muy conocidas las escenas de las llamadas exequias, como representación de los homenajes funerarios en Grecia, aunque hay otras consideradas “bárbaras”. En el arte clásico de Grecia, las máscaras de la tragedia y la comedia constituyeron una notable caracterización para el teatro, y formaban parte de la representación de personajes para la escena. Sin embargo, máscaras rituales africanas con semejante significado apenas han tenido divulgación.

La cultura occidental fundó la belleza de los filósofos en categorías estéticas de su ideal, de cómo entendían su espíritu y lo útil. La Poética de Aristóteles tuvo una prolongada influencia en Europa, aunque su obra no se concentrara en establecer una teoría de la estética como Platón. Aristóteles creía que el conocimiento es placentero y conduce a un disfrute de lo bello, apoyado por la percepción visual para llegar a lo intelectivo y en el oído para la moral; su noción de belleza era la unidad de esos elementos. Sin embargo, conceptos como armonía y proporción, o esplendor y resplandor, fueron desarrollados ampliamente por Platón para que la estética tuviera una existencia autónoma. Lo hermoso de las formas fue muy importante, pero esta categoría no se circunscribía solo a lo exterior, sino también a reflejar el carácter y la personalidad de los modelos. La protección de Apolo, representado en uno de los frontones del templo de Delfos, demuestra el sentido del orden armonioso de lo apolíneo: lo más exacto es lo más bello y hay que respetar los límites y rechazar la hybris —desmesura, exceso, transgresión, insolencia…—. En el mismo templo, en el frontón opuesto, se representaba a Dionisos, dios del caos y de la infracción de todas las reglas: lo dionisíaco. La tesis y la antítesis, el orden y el caos, la belleza apolínea y la desmesura dionisíaca; la primera, apegada a la glorificación de la perfección y a lo más puro, y la segunda, vinculada a la impulsión de la vida, sin coacción, y al peligroso y perturbador placer.

Discóbolo de Mirón, 450 a.n.e. Foto: Tomada de Internet

El arte greco-latino se ha estudiado considerablemente. Es conocidísimo desde su origen en el Egeo con las ruinas del palacio de Cnosos en Creta, revelador de la existencia de una intención estética notable; La parisienne o La dama minoica, fresco de 1 500 a.n.e., es un ejemplo. La puerta de los leones, tan antigua como delsiglo xiii a.n.e., en Micenas, Grecia, recuerda la heráldica. En la arquitectura, la Acrópolis de Atenas ha sido muy estudiada y elogiada: el Partenón —con la desaparecida estatua de Atenea esculpida por Fidias—, el templo de Atenea Niké, para honrar a la diosa victoriosa, el Erecteón y su curioso pórtico de cariátides para enaltecer también a la diosa junto a Poseidón y Erecteo, rey mítico de la ciudad. Pórticos, fachadas, relieves, esculturas… cuentan leyendas y recogen un sinnúmero de ejemplos muy mencionados. De esta época son muy famosas piezas como el Discóbolo —450 a.n.e.—, de Mirón de Eléuteras, que demuestra la importancia que le otorgaban los griegos al ejercicio físico, coronada en los Juegos Olímpicos, competencias realizadas en Olimpia entre 776 a.n.e. y 393 d.n.e.: la obra capta el momento de mayor tensión, un esfuerzo que apenas se refleja en el rostro y combina la torsión vigorosa del cuerpo humano en atenta armonía con el necesario balanceo del impulso para lanzar el disco. El deporte es bello.

Este refinamiento, contrasta con El auriga, famosa escultura de bronce realizada alrededor de 470 a.n.e., que representa a un militar agresor perteneciente a una confederación de pueblos seminómadas que se desplazaban en cuadrigas. Hermes con Dionisos, de Praxiteles, y la Victoria alada de Samotracia, que conmemora el triunfo naval en Salamina, son ejemplos que muestran que la vida civil, religiosa, política, militar… de los griegos también poseía belleza. Los períodos arcaico, clásico y helenístico recogen además vasos, ánforas, recipientes y platos de cerámica con escenas bélicas, cortesanas, amorosas, musicales, danzarias…

Victoria de Samotracia, autor desconocido, ca. 220-185 a.n.e. Foto: Tomada de Internet

Con la asunción de la religión cristiana en Europa —cuyo ideal estaba en el cielo y no en la tierra— y su arte, la belleza se desarrolló en la proporción y la armonía apolínea de la perfección y quedó muy lejos de Dionisos. La definición común de la estética griega y latina se identificó con el ritmo y las medidas, y cierta importancia del color y del uso de alguna luz cenital para conseguir la integración necesaria. Al discutirse el principio de todo, se buscaba el origen de la realidad en el agua, el aire, el fuego, el viento, o en una sustancia imaginaria, entre otros núcleos. Los filósofos intentaron hallar el gobierno del universo basado en una sustancia que lo ordenara bajo una sola ley. El mundo como unidad, “universo” —una sola versión—, de forma o identidad.

Pitágoras sintió como un terror sagrado al infinito y encontró el principio de todo en los números: la unidad convierte a los números impares en pares y a estos, en impares —el ser en el no-ser, y viceversa—, por lo que la unidad es la madre de los dioses. Así, todas las cosas están ordenadas porque cumplen leyes matemáticas y estudiar su relación significa encontrar el orden de las cosas. Conocer la armonía de estas puede controlar la velocidad y el tiempo, y por tanto, la naturaleza de los sonidos, la música y el placer del canto. Los seguidores de Pitágoras estaban convencidos de que el estudio de la regularidad de los números se podía aplicar a la ejecución de la música, único arte verdadero, según Platón, porque sale del alma para provocar los mejores sonidos usando las proporciones y los intervalos entre la longitud de una cuerda y la altura de un sonido. La armonía musical, además del espacio, se asoció a reglas numéricas.

“Pitágoras sintió como un terror sagrado al infinito y encontró el principio de todo en los números”. Foto: Tomada de Internet

La arquitectura de los griegos ha sido muy admirada por su proporción. Los templos y palacios tenían un orden dado por intervalos en la ubicación de columnas, y las fachadas debían corresponder a semejantes relaciones, como en una pieza musical. La geometría respondía a dichas relaciones espaciales. La tetraktys, figura geométrica que ordenaba diez puntos con cuatro filas, siguiendo el orden de uno, dos, tres y cuatro puntos, constituía un símbolo místico de los neopitagóricos; este resultado llevó al triángulo equilátero, cuyo punto central es equidistante de cada encuentro de los lados. El 4 se convirtió en sinónimo de fuerza, racionalidad y justicia; los puntos sumados que forman el triángulo dan como resultado el número 10, con el cual se pueden expresar todos los números posibles, por lo que la tetraktys representa el infinito. Dos líneas en direcciones cortadas perpendicularmente tenían dos sentidos cada una, para llegar a ser cuatro, dando como resultado que la naturaleza indica que hay un principio de significado simbólico en el número 4. Cuatro son los puntos cardinales, los vientos, las fases de la luna, las estaciones, las letras del nombre Adán…

Esta traducción de los números al espacio para encadenar triángulos equiláteros perfectos, desarrolla la matemática y los fundamentos de la trigonometría. Los conocimientos de la ciencia se vinculan a la belleza y se llega a una proporción tomada como divina para desarrollar no solo la arquitectura, sino para ordenar el tiempo: la década significó una unidad de período histórico. El sistema decimal fue la base en que se desarrolló la numeración. Si el 4 es perfección, el 3 representa una economía de esa perfección con el triángulo de la Trinidad —el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo—, el mínimo de medidas para lograr un plano con puntos no alineados y obtener un polígono, la menor cantidad posibles para alcanzar estabilidad de apoyo con el trípode… El 5 resulta también un número colmado de correspondencias secretas con simbolizaciones místicas y estéticas; es un número circular, cuya fácil multiplicación vuelve sobre él mismo; cinco son los géneros de los seres vivos entonces estudiados por los griegos —pájaros, peces, plantas, el resto de los animales y el hombre— y la matriz constitutiva de Dios en el Pentateuco… Los neopitagóricos estudiaron la armonía del universo y encontraron orden y medida en el cosmos con los números y las relaciones entre ellos. La belleza de esas correspondencias fue una obsesión para muchos artistas, para encontrar los secretos de contrastes y equivalencias con sus ocultas alianzas.

“Los neopitagóricos estudiaron la armonía del universo y encontraron orden y medida en el cosmos con los números y las relaciones entre ellos”.

Probablemente los estudios grecolatinos más persistentes sobre la belleza han sido los dedicados al cuerpo humano. La derecha y la izquierda, lo masculino y lo femenino, el cuadrado y el triángulo, la recta y la curva… ¿Lo bello es la derecha, lo masculino, el cuadrado, la recta…, o la izquierda, lo femenino, el triángulo, la curva…? Harmonía, diosa griega de la concordia y personificación del orden y la unidad cívica, predicaba que el amor une al pueblo, pero no se podía eliminar una de las partes para hallar la belleza total. La simetría bilateral de los cuerpos condujo a estudiar el equilibrio de la oposición de contrarios en su unidad. La polaridad puede ser armónica convirtiéndose en simetría. Nació un ideal de belleza antiguo en la cuna de la civilización occidental, el equilibrio entre dos entidades opuestas y las contradicciones resueltas mediante la exigencia de lo simétrico; tal condición se convierte en una de los requisitos canónicos de belleza de esta cultura.  

“La polaridad puede ser armónica convirtiéndose en simetría”.

Heráclito sostenía que en el universo existen los contrarios como propuestas irreconciliables: amor-odio, paz-guerra, quietud-movimiento, unidad-multiplicidad… La armonía no se logra anulando a una de las partes porque la belleza no es ausencia de contrastes, sino equilibrio. Los artistas de aquellos siglos la representaban bajo diversas obligaciones. Vitruvio, que inspiró las medidas del cuerpo humano en Leonardo da Vinci, dejó en De architectura la síntesis de los órdenes griegos: la robustez clásica del dórico del Partenón, la esbeltez airosa del jónico en el templo de Atenea en la Acrópolis y el elegante y ornamentado corintio atribuido al escultor Calímaco, visto en la Linterna de Lisícrates en Atenas.

La estética romana le debe a la antigüedad griega, pero también a la cultura etrusca, que había engalanado sus ánforas con representaciones misteriosas; en los frontones de las construcciones de la Toscana aparecían relieves de gorgonas, y leones; en los relieves del carro de Perugia fueron más enigmáticas. Roma con sus templos, foros, bustos, estatuas ecuestres o de oradores, guerreros y políticos, expone el alma de su civilización imperial.

El Coliseo —con sus sangrientos espectáculos de gladiadores y enormes espacios para representaciones de batallas navales—; la Estatua de Augusto —i d.n.e.—, primer emperador romano; la Columna de Trajano —en conmemoración de la victoria sobre los dacios—; el Panteón —118-125 d.n.e.—, modelo de templo de planta circular construido por Adriano, dedicado a todos los dioses, son algunos ejemplos. Numerosos edificios civiles o palacetes de dignatarios, puentes y acueductos, dejaron un modelo en el trazado de ciudades y de civilización impuesto por el imperio al resto de Europa y una parte de África: coliseos, arcos de triunfo, casas con atrios pompeyanos, baños y termas, representaciones de héroes y guerreros generalmente a caballo, decoración de sarcófagos, mosaicos con motivos cotidianos…: una simbología de lo bello por toda la ciudad habitable.

Venus de Milo, internet. Pie: Venus de Milo, 130-100 a.n.e. Foto: Tomada de Internet

La helenística Venus de Milo —130-100 a.n.e.— tiene una gran leyenda asociada al lugar donde se encontró, su venta y posterior trasiego; según los especialistas, la escultura parte de un desequilibrio que la afecta, pues la pierna izquierda señala un peso del cuerpo que da una mayor sensación de profundidad; además, la ruptura de la frontalidad enfatiza la silueta a la izquierda; se ha escrito mucho sobre la pérdida de los brazos. La belleza se diversificó por Europa con una civilización impuesta por las armas, que desconoció la belleza de los otros, aunque asimiló mucho de otros pueblos conquistados, a los que llamó “bárbaros”.

Continuará…