La cultura es como el aire

Reinaldo Cedeño Pineda
12/10/2020

Una tarde la ciudad cayó sobre mí. En silencio, ensimismado y profundo, iba yo subiendo la antigua calle Catedral Alta, hoy Heredia —la primera arteria que recibió el nombre de un patriota cubano. Uno siempre está bajando o subiendo esta ciudad anfiteatro; esta ciudad cantada, pintada, guardada por un ángel. La cultura es como el aire: no siempre reparamos en el milagro de su existencia. La música me cruza, me detiene en la Casa de la Trova. Eva Griñán está cantando para mí:

Si todo aquello acabó,
si olvidaste mis amores,
si hoy ríes y lloro yo,
ya reiré cuando tú llores.

Tengo en el pecho una llaga
que me la abrió tu desdén…

A finales de los setenta, Eva formaba parte del Orfeón Santiago que estremecía Europa del Este bajo la batuta del maestro Electo Silva. Un día se le acercó una dama y colocó unos pendientes en sus manos, era la viuda de un reconocido director de coros. “Tenga ―le dijo―, mi esposo le habría aplaudido hasta el cansancio”.

Eva Griñán en la mítica Casa de la Trova santiaguera. Fotos: Internet

Hay momentos en que el mundo debería detenerse. Aquella tarde era uno de esos instantes. Las pasiones son vórtices. La vieja trova venía a rescatarme. Esa legión de guitarreros y bohemios; los Pepe, los Sindo, que transitaron estas mismas calles e hicieron de las esquinas y bares su Scala de Milán, impregnando la atmósfera con su poesía conmovedora y sutil, imbatible y eterna.

La música acrisola. Era otro cuando seguí el camino. Conmigo se iba el sol, siempre el sol: si no hay sol, definitivamente no es Santiago de Cuba. Uno trata de esquivarlo pegándose a la pequeña acera, a la pequeña sombra.

Ando por los trazos violetas de Antonio Ferrer Cabello, quien un día me confesó, ante su caballete, que hasta las sombras son aquí luminosas. Me adentro luego en un callejón que desemboca en el museo Emilio Bacardí. El arquitecto Carlos Segrera dejó su huella en la imponente escalinata, en las columnas estriadas, y en toda la antigua capital de Oriente. Conozco a una santiaguera que trabajó en ese museo, y lo amó. Su nombre es Sara Inés Fernández y lleva a cabo un proyecto cuya misión consiste en redescubrir la ciudad a través de los nombres de sus calles, de la memoria encarnada en cada rincón. Ella ha formado a cronistas populares aquí y allá, se le ve subir con sus apuntes, arder en ellos.

El museo Emilio Bacardí, primera institución de su tipo en Cuba, fue inaugurado en 1899.

Me parece escuchar su tono, palpar el énfasis que pone al leer aquella petición de Bacardí hecha ante los tesoros que aquel salvó —muchas veces con su propio peculio: “Cuídese, consérvese y auméntese por los que aquí vivimos actualmente, y por las generaciones venideras, al ver salvado de la destrucción lo que es historia del pasado”.

Un dujo taíno, un torpedo mambí, un frac usado por Martí, la estatua de Santiago Apóstol, y, en la pinacoteca, La lista de lotería, célebre pintura de José Joaquín Tejada. “En él está humanitario y robusto el pintor nuevo de Cuba”, escribió José Martí acerca del artista. Uno permanece absorto tras el cristal, frente al óleo. La historia nunca queda demasiado lejos.

Adela Legrá, un abrazo inolvidable. Foto: Archivo del autor

Y si les dijera que la tarde exageró, que encontré a Manuela camino a casa, y a Adela, y a la mismísima Lucía. Si les dijera que terminé en su casa, que me estrechó contra su pecho, que me nació el poema:

Esta mujer que corre en las salinas
a contraluz
con ganas de morder
                      de escapar
                             de volverse una ola
esta mujer con los demonios en las cejas
me tortura
cuando extiende la taza de café
cuando mira debajo del sombrero.