Tras ellos el óleo de impávidos ojos azules
La sagrada familia, Miguel Barnet

Mucho se discute en estos días en Cuba sobre los roles familiares. El debate popular en torno al nuevo Código de las Familias se extenderá hasta abril, y en las asambleas que se vienen celebrando en los barrios se han expresado opiniones de todo tipo, la mayor parte a favor. Determinadas objeciones signadas por la difícil apropiación del lenguaje jurídico, o por criterios escondidos tras férreas tradiciones, tergiversaciones y manipulaciones, afloran para impugnar algún que otro concepto y unos cuantos artículos.

La familia, como bien se ha dicho, constituye la célula fundamental de la sociedad, pues, independientemente del desempeño de las instituciones públicas, en su seno se forjan los valores y sentimientos de naturaleza altruista que se derivan de la calidad humana y el desarrollo educativo del grupo. Pero también en sus dinámicas dialógicas —no nos engañemos— es donde se insertan, en diversas escalas, antivalores que, amplificados, por lo general desembocan en el individualismo, el egoísmo y el autoritarismo.

“Nuestro nuevo Código ha sido bombardeado por quienes se proponen destruir a fuerza de falsas matrices de opinión cuanto proyecto se cocine hoy desde la institucionalidad cubana”

La conflictividad de los convivientes en un espacio común se acrecienta cuando concurren: la intolerancia por preferencias sexuales que se pretenden reprimir, asimetrías culturales, intereses espurios o conductas rebeldes de cualquier tipo; en esos diferendos un buen número de familias se tornan disfuncionales. En condiciones específicas, como las que vivimos hoy, de dificultades materiales que se irrigan lo espiritual, las segmentaciones en la comunidad de intereses familiares, con la presencia de dos o más generaciones en un mismo núcleo, conspiran contra el devenir armónico de los hogares cubanos hasta el extremo de hacer a algunos de ellos incompatibles con los proyectos sociales inclusivos y equitativos que tipifican nuestro ideario humanista.

Todos los países aspiran a que las familias, cuya sumatoria conforma su dispar masa demográfica, devengan espacio de concordia y consenso por excelencia, de ahí que sus legislaciones sobre el tema intenten describir esa especie de utopía que es la familia perfecta. En ese sentido se mueve el Código que hoy, en Cuba, se propone modificar, para su mejoramiento, un cuerpo legal obsoleto vigente desde 1975.

“La familia, como bien se ha dicho, constituye la célula fundamental de la sociedad”. Imagen: Tomada de Pixabay

Uno de los propósitos es que, de los espacios familiares, emerjan hacia la nación los desempeños económicos y sociales capaces de propulsar el desarrollo sostenible en sus dinámicas vitales. Pero las familias —quizás en la misma medida que lo anterior— también suelen ser, y de hecho son en mayor medida de lo que suponemos, estructuras de discordia y disenso. De ese accionar conflictivo, si acaso alcanzan a resolverse lúcidamente en el diálogo respetuoso, también emergen las renovaciones y el crecimiento espiritual que las diferencias generacionales ponen sobre el tapete. A esos intercambios también aspira a contribuir el nuevo Código, además de ofrecer, con lo legal, una instancia de arbitraje lo más justa posible para las diferencias no solventadas.

Esos dimes y diretes cotidianos en que las familias se han sumido a lo largo de la historia han proporcionado siempre oportunidad para que los poetas hagan, desde lo lírico, sus relatos en versos sobre los diversos aconteceres hogareños. En primer lugar, nadie me negará lo difícil que resulta hallar un poeta que se abstuviera de reflejar, en sus inventarios de ufanías, dramas, comedias y tragedias los comportamientos familiares en cuya dinámica sentimental se configuró su personalidad. Los tratamientos son disímiles, y una buena parte de las veces la familia se nos representa como motivo para nostalgias insondables, exaltación de la ternura de madres y abuelos, reproches o apologías al padre, complicidades con los hermanos, hondas elegías, anchas incomprensiones y trabajosos pactos.

En nuestras letras son notables, entre otros muchos ejemplos, los casos de Luisa Pérez de Zambrana, Manuel Navarro Luna, Jesús Orta Ruíz y Roberto Fernández Retamar.

Lo elegiaco suele ser espacio perfecto para lavar, con la muerte del familiar amado, todas las diferencias. En nuestras letras son notables, entre otros muchos ejemplos, los casos de Luisa Pérez de Zambrana, prácticamente en toda su obra; Manuel Navarro Luna, con “Doña Martina”; Jesús Orta Ruíz, el Indio Naborí, con “La fuga del Ángel”, y Roberto Fernández Retamar, con “¿Y Fernández?”. Pudiéramos añadir tantos ejemplos como poetas existen; me quedo entonces con este pequeño botón de muestra para no pecar de exhaustivo.

La conflictividad en la relación parental, sin embargo, resulta muy frecuente. En La sagrada familia Miguel Barnet deja constancia, con loable ironía, de algunos desencuentros resueltos de manera magistral con la ternura:

“Epitafio”

A usted mi abuelo

A sus malas palabras

A sus cólicos agudos

A las célebres egoístas uvas de su Nochebuena

A su cama rígida

y los bordados japoneses

A usted bondadoso

a quien recuerdo tanto

y agradezco sellos y blasfemias

Para que descanse en paz

en la tierra

y mi abuelita

dedico esta inscripción sagrada:

Patria o muerte.

Amén.[1]

Rolando Escardó, tristemente fallecido en plena juventud, también dejó en su poesía constancia de epifanías y desencuentros familiares. Su poema “La familia”, como un retrato colectivo en un inicio galante y finalmente conflictivo, me sirve perfectamente para ejemplificar cómo una familia, en el aparente sosiego de compartir la cotidianidad, pasa revista y no excluye a la oveja descarriada, pese a su deplorable actuación:

“La familia”

Madre me acoge en su pecho caliente día a día.

Abuelo y su cojez retumban el tablado.

Aurora es joven, no piensa aún en casarse: sueña.

Olema ya comienza por pintarse las uñas.

(Aún Perucho no ha muerto.)

Mamá de vez en vez teclea en el piano.

Antonio es cocinero

y Salvador es el que empuja el carro.

¡Enrique!

¡Falta Enrique!…

(Enrique fue el que malgastó el dinero…)[2]

Nuestro nuevo Código ha sido bombardeado por quienes se proponen destruir a fuerza de falsas matrices de opinión cuanto proyecto se cocine hoy desde la institucionalidad cubana. Sobre todo quienes vivimos en Cuba sabemos cuán agredidas son nuestras familias con las políticas y leyes hostiles de bloqueo y acoso financiero que impone el imperio para llenarnos de carencias e inconformidades, aunque, como bien se ha dicho, no todo se lo debemos atribuir a la existencia de tal abuso. La impugnación del noble propósito legislativo, valiéndose de absurdos —como ese que plantea que se busca privar a los padres de sus hijos—, aunque indigna y a alguno pudiera confundir, resalta por lo poco original de su factura (recordemos la operación Peter Pan) y por la carencia total de ingenio contextual.

“A partir de la aprobación y articulación del nuevo instrumento jurídico, la equidad contenida en él contribuirá
a la atenuación de conflictos”. Ilustración: Tomada de Agencia Cubana de Noticias

Con toda seguridad, a partir de la aprobación y articulación del nuevo instrumento jurídico, la equidad contenida en él contribuirá a la atenuación de conflictos, pues el modelo de roles autoritarios y el chantaje económico, o moral, serán legalmente impugnables. Sin embargo, no nos confundamos, la principal batalla para que en las familias cubanas la balanza se equilibre a favor de los consensos es también —y creo que sobre todo— tarea de la cultura, y solo con un accionar constante, durante mucho tiempo, en el terreno de los diálogos sutiles que esta garantiza asistiremos a la transformación profunda de los ambientes familiares.


Notas:

[1] Miguel Barnet: “Epitafio”, en Itinerario inconcluso, Ediciones Unión, La Habana, 2007, p. 43.
[2] Rolando Escardó: “La familia” (Disponible en: https://www.elcamaguey.org/rolando-escardo-la-familia. Fecha de consulta: 14 de febrero de 2022).