La Habana, ciudad mundial

Víctor Fowler
4/9/2019
Fotos: Internet
 

Hay que empezar por una serie de verdades pequeñas y evidentes, de esas tan evidentes que apenas las tomamos en cuenta, para que el tema acerca del cual hablaré en el presente texto devele sus últimos sentidos. Es tan simple como que no vamos a vivir otros cinco siglos. No vamos a estar presentes cuando se cumplan los mil años de fundación de la ciudad y tampoco van a estar allí nuestros hijos, ni nuestros nietos, biznietos o tataranietos. Es importante saberlo, aceptarlo, entenderlo y, lo principal, tomarlo como punto de partida.

Si analizamos la circunstancia en la que vivimos con objetividad, realismo y espíritu pragmático, habrá que convenir en que la fecha no es garantía de interés, sino que tiene que suceder algo merecedor de destaque; en este sentido, cualquier mapa contiene una cantidad de lugares poco menos que incalculable a la hora de activar memoria. Lo principal, entonces, es establecer las distinciones jerárquicas adecuadas, y justas, entre los acontecimientos, de modo que las fuerzas de una sociedad reconozcan y coloquen en primer plano unos u otros hechos, momentos, personas.

En el contexto del cual hablamos, la combinación de objetividad, realismo y espíritu pragmático implica que —como si estuviésemos trabajando con los platillos de una pesa— siempre vamos a estar obligados a analizar con cuidado y a elegir entre lo trascendental y lo episódico, lo global y lo local, lo común y lo extraordinario. Dicho de otro modo, de toda la cantidad de ciudades existentes en la Isla de Cuba: ¿cuál otra que no sea La Habana ha concitado, desde su fundación, una atención universal y ha sido de modo permanente escenario de eventos entre lo extraordinario y lo trascendental?

Contestar la anterior pregunta no debe conducir a un regionalismo mediocre, recortado según aquel patrón contra el que nos alertó Martí cuando, ya hace más de un siglo, escribió sobre el aldeano vanidoso que actúa como si el mundo fuera su aldea. En realidad, la respuesta adonde debe conducirnos es a una pregunta mayor: ¿cómo celebrar el cumpleaños especial de un lugar especial?, ¿cómo celebrar los quinientos años de La Habana? Porque, como señalé al inicio, no vamos a ser testigos y participantes de otra fecha como esta: es aquí y es ahora.

Celebrar es entonar un canto a la vida y a la gracia, a la existencia de esta ciudad en el tiempo; es un gesto que necesita ser compartido por el último de los habitantes de la ciudad, del país y del mundo. Celebrar tiene que ser una fiesta que dure tanto como el año que marca la diferencia, porque no es un capricho prestar atención especial a la presencia de una fecha cerrada, “500 aniversario”, sino que es un hábil uso de la psicología para manejar números que estimulan la mente humana, quedan fijos, llaman. El año próximo la ciudad vivirá su aniversario 501, más tarde el 502 y el otro y el otro, pero ninguno va a quedar tan “grabado” como este número de ahora.

Por eso hay que agradecer, rodilla en tierra y con abrazo de compañero, el enorme esfuerzo de todos aquellos que han multiplicado energías para darnos una ciudad más bella, con mejor atención para sus habitantes, mejores servicios; desde trabajadores anónimos hasta dirigentes los vemos a diario visitando territorios, inaugurando obras, esforzándose. Pero los 500 años de una ciudad mundial son más exigentes que todo eso, piden más porque necesitan más, deben estremecer a cada uno de los nacidos en el país o con sangre proveniente de ella, ya sea que estén en la Isla o fuera de ella, llegar a cada amigo del país donde quiera que se encuentre y a cada persona deseosa de conocer lo que la ciudad ha sido y es.

 

Esa manera de celebrar los 500 años que entreveo se traduce en una explosión del conocimiento y la cultura, tanto en la ciudad como —y esto es fundamental— sobre la ciudad. Los municipios y sus particularidades; los barrios con sus historias y sus tradiciones; los detalles sobre cómo sucede el desarrollo de una gran ciudad a lo largo de cinco siglos, en la televisión, en la escuela; los círculos de interés al respecto; los concursos de conocimientos; el ofrecimiento de cursos al efecto en las instituciones de enseñanza superior; el homenaje a quienes soñaron, diseñaron, construyeron y estudiaron el patrimonio edificado en la ciudad; la memoria de las grandes figuras que aquí residieron, nacionales o no; el rescate de las páginas más bellas que sobre la ciudad fueron escritas, la música que le fue dedicada, el arte plástico, las películas, etc.; el impulso al conocimiento de las artes populares propias del territorio; la dedicación de grandes conciertos y festivales a la fecha en cuestión; la invitación a los cubanos de todas partes y a sus descendientes a respirar y habitar la ciudad en este año mágico y único; la multiplicación de estudios e investigaciones acerca de las conexiones de la ciudad con el mundo; la invitación que una ciudad global hace a ser visitada y a compartir el momento irrepetible que significa su cumpleaños 500.

Antes de que el año termine, mientras falte un segundo, todavía tendremos entre las manos las posibilidades infinitas para que nuestro aniversario sea celebración de cumpleaños territorial, nacional y universal. Todavía estará ahí la ocasión para recuperar mil fantasías e historias ocultas, mil recorridos inesperados por el interior de la ciudad; cualquier esquina tiene secretos que decir y solo hace falta ser cómplice en el matrimonio entre historia y cultura. Solo hay que re-descubrir, reinventar, soñar y ser poeta.