El pasado 28 de enero, en el Palacio de la Revolución, se inauguró una exposición de pinturas y vitrales del artista cubano Ernesto Rancaño (La Habana, 1968). Las obras seleccionadas abarcaron un período de veinticinco años, aproximadamente, si atendemos a la primera de todas, tanto por la data como por sus valores estético-comunicativos, “La izada”, de 1997.

“La izada” marca un antes y un después en la visualidad de vanguardia relacionada con el tema martiano en lo que va de siglo. La misma hizo su presentación en la exposición En el pan de los hidalgos, inaugurada en la Galería del Monte, del hotel Ambos Mundos, en la Habana Vieja. En la XII Bienal de La Habana, representó a Rancaño en la exposición colectiva Pintura posmedieval cubana, inaugurada en el Convento de San Francisco de Asís, en noviembre de 2000.[1] El término “posmedieval” con que dio en llamar a esta exposición su curador y autor del presente texto, tuvo en “La izada” una de sus obras de referencia. Ineludible para cualquier estudioso de nuestra historia del arte, volvería una vez más a esta obra en mi Antología visual: José Martí en la plástica y la gráfica cubanas (Editorial Letras Cubanas, 2004). Sin pasar por alto la consulta que me hiciera por entonces Rancaño, al decidir donarla al Memorial José Martí de la Plaza de la Revolución de La Habana. “Me parece muy justo —le dije—, porque La izada es de esas obras cuyo precio solo lo puede pagar el pueblo que la inspiró”.

Al amparo del Dador, exposición de Ernesto Rancaño, fue inaugurada el 28 de enero en el Palacio de la Revolución, con la presencia del presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez. Foto: Estudios Revolución / Tomada de Granma

Desde entonces a la fecha, he vuelto en dos ocasiones a la obra de Rancaño relacionada con nuestro Héroe Nacional: en el artículo “Martí entre dos aniversarios” (Artecubano,1/2020), y en mi libro José Martí en el arte cubano contemporáneo (1999-2019), aún inédito. Si bien en el artículo de la revista Artecubano, se reproduce “Ara”(2014), caja de luz que formó parte de la exposición con la que Rancaño abrió el presente año, en el antes citado libro, en su capítulo primero, la pintura de asunto martiano de las dos primeras décadas del siglo, “La izada” tiene un lugar anticipatorio ejemplar, tal y como se pone de manifiesto en los párrafos siguientes:

Salvo excepciones, todos nuestros artistas plásticos y gráficos importantes tienen su José Martí. En consecuencia, todo verdadero creador que en nuestro tiempo lo aborde, es obvio que tenga como premisa darle continuidad a este legado visual con un “Martí” propio, personal, en tanto condición primera para que sea de todos. Él es una ética y una estética. También movimiento y cambio. Él encarna entre nosotros la noción más inmediata y permanente del Bien.

En esta esencial dimensión se ha gestado un número de obras en nuestras artes plásticas desde finales del pasado siglo hasta el presente, cuya originalidad en términos estrictamente estéticos proclama la vigencia del icono con tal potencia y presencia, que se hace imposible relacionar con cualquier manifestación de agotamiento. El lugar que ocupa Rancaño en el citado grupo, está en relación directa con “La izada”, lienzo que si bien data de 1997, ya tiene cualidades estético-comunicativas que lo hacen un antecedente de la nueva sensibilidad que predominará con respecto al tema en las dos décadas siguientes. Con “La izada”, Rancaño concibe una obra emblemática de la pintura cubana que denominamos posmedieval, al representar la tríada constituida por Ernesto Che Guevara, la Patria y José Martí.[2]

En ella Martí luce un gran lazo, que remata una mariposa, en alusión a su condición de poeta; mientras el Che sostiene en su mano derecha una paleta de constructor. Ambos, enamorados de la misma mujer: la Patria, sobre cuyo bello rostro ojival, a la manera de una dama de Piero de la Francesca, inclinan sus respectivas cabezas… ¡Y sueños! Una fruta madura e ingrávida se muestra al nivel de sus pies: cita visual alusiva al supuesto “destino manifiesto”. Los tres levitan sobre un paisaje atardecido, cuya atmósfera nos retrotrae a la pintura flamenca, en particular, los fondos paisajísticos de Jan Van Eyck, pero con palmas reales. Curiosamente los tres calzan tenis con cordones multicolores, con lo cual el pintor nos da a entender que son nuestros contemporáneos y transitan el mismo camino.

En resumen, Rancaño propone una nueva Trinidad, en este caso, patriótica, propia de esa religión laica que nos legara el Apóstol, en un lienzo que parece evocar aquellas palabras suyas: “La vida entera es este grito del mundo al hombre: ¡Baja!, ¡baja! ¡Sé cómo nosotros! El subir nos fatiga”.[3] Pero tanto Martí como el Che, llevados de la mano de la Patria-Mujer-Bandera, siguen en izada con su sueño… Un sueño de mundo nuevo, de hombre nuevo, con el que aspiran a alcanzar la revelación en la luz, aunque en el empeño se queden solos».

“La izada” marca un antes y un después en la visualidad de vanguardia relacionada con el tema martiano en lo que va de siglo.

El pasado 16 de diciembre, el Ballet Nacional de Cuba estrenó la Séptima Sinfonía de Beethoven. No piense el lector que me he ido del tema… No. Solo quiero hacer ver la capacidad de resistencia y creatividad de nuestro pueblo desde las cúspides del mejor arte, donde también está presente la exposición de la obra martiana de Ernesto Rancaño, inaugurada a solo un mes y días del antes citado estreno en la Sala Avellaneda del Teatro Nacional. Cuba, como toda nuestra América, viene del mundo y va hacia él. Luego de casi dos años de pandemia y afanes propios de un cotidiano de vida en situaciones extremas, alienta ver y sentir, una vez más, que genios como los de Beethoven y Martí aún están vivos entre nosotros, en nuestro mejor arte, siempre firme y digno como nuestro pueblo.


Notas:
[1] Posmedieval: variable cubana de la pintura historicista europea, en razón de que nuestra herencia pictórica se inicia al influjo del Renacimiento y, en particular, del movimiento barroco (s. XVII). Ver: Jorge R. Bermúdez. “La pintura posmedieval cubana”, en Lo eterno de todos los días. Artecubano         Ediciones, La Habana, 2016, p. 285 y ss. 
[2] Si a inicios del siglo XX los movimientos artísticos de vanguardia coronaban su nombre con el sufijo “ismo”, en los finales todos lo harán con el prefijo “pos”.
[3] José Martí. Obras completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, t. 13, p. 363.

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