La pandemia y… ¡todas las pandemias!

Rafael de Águila
15/4/2021

Quousque tandem abutere… patientia nostra?
Cicerón. Primera Catilinaria

Prolegómenos de una catástrofe

El 30 de diciembre de 2019 el Comité de Salud de la ciudad china de Wuhan emitió un aviso. Un aviso urgente. Aludía a una rara neumonía. La causa, consignaba aquel aviso, se desconocía. Un día después la República Popular China reportó a la Organización Mundial de la Salud que 27 personas sufrían un tipo desconocido de neumonía. El 13 de enero Tailandia confirmaba la detección del primer caso más allá de las fronteras chinas. La tragedia abría sus puertas.

 “Un virus recorre desde hace más de un año el mundo (…) es el jinete de moda de un nuevo apocalipsis”.
Ilustración: Falco

 

Apenas tres meses después, el 2 de abril, el planeta alcanzaba el millón de enfermos. Doce días más tarde fueron dos millones. Trece días transcurrieron para que se reportaran tres millones. Dos meses avanzó el calendario y fueron diez los millones de enfermos. La progresión comenzaba a resultar brutal: el 10 de agosto la cifra se duplica: ¡20 millones! El 31 de diciembre de 2020 se acumulaban 83 millones. Hospitales, Unidades de Cuidados Intensivos, depósitos de cadáveres y cementerios trabajan a máxima capacidad. Se elige a qué paciente colocar un respirador, de acuerdo con las posibilidades reales de sobrevivir: principio de la llamada Clínica de Guerra. Transcurre apenas un mes del nuevo año y la enfermedad alcanza a 100 millones. El pasado 28 de febrero se hace saber la nueva cifra: 114 millones. El pasado 22 de marzo ascendió a 123 millones. El 1 de abril: 129 millones. Los fallecidos: 2,8 millones. Hoy, como promedio, 500 mil seres enferman cada 24 horas, 8000 fallecen. Escalofriante.

Un virus recorre desde hace más de un año el mundo. Impunemente. Galopa. Porta, inmisericorde, guadaña: es el jinete de moda de un nuevo apocalipsis. Flota alevoso e invisible en el aire. Impone su voluntad. Confina. Intimida. Asola. Inunda hospitales. Cava tumbas. Lega a los sobrevivientes secuelas invalidantes, de por vida. Recuerdo los primeros meses: parecía irreal. Pensábamos en filmes, en las predicciones de algunos virólogos. En novelas escatológicas. En ciencia ficción. Hoy…, muchos parecen haberse acostumbrado. Otros como yo, no. En lo personal, un amigo se me ha vuelto loco. Es variopinta la viña del Señor: no faltan quienes aprovechan el desastre para sumar ganancias y provecho.

Esa otra pandemia asesina: la pobreza extrema

150 millones de seres en países en desarrollo retornarán a la pobreza extrema en 2021. La Cepal estima que el total de pobres ascendió a 209 millones a finales de 2020: 22 millones de seres se sumaron a esas tristes huestes. La pobreza —y aún peor, la pobreza extrema— alcanzaron en 2020 en América Latina niveles inéditos si se compara con los últimos 12 años. Otra vez según la Cepal la caída del PIB será de 7,7 %. Cada punto porcentual en lo macroeconómico crea cataclismos en esa unidad estructural y funcional que son millones de familias. La mera estadística significa hambre. En 2020 la tasa de pobreza extrema se situó en 12,5 %; la pobreza, en el 33,7 %: 78 millones de desvalidos —sistémicamente devaluados— se encontraron en situación de pobreza extrema, 8 millones más que en 2019. 52 millones habían abandonado la precariedad de la pobreza en el mundo entre 2015 y 2017. Cifra esa escasa que, sin embargo, no dejaba de ser optimista: la pobreza global retrocedía. El ritmo era lento, alrededor de 1 % entre 1990 y 2015, pero al menos retrocedía. Hoy la décima parte de la población mundial se ubica por debajo de la línea crítica de 1.90 dólares /día; la cuarta parte procura subsistir con menos de 3.20 dólares/día; más del 40 % de los habitantes de la Tierra —3300 millones de seres— no poseen 5.00 dólares/día.

La Organización de las Naciones Unidas establece al respecto indicadores varios. Uno de ellos se denomina prosperidad compartida. Transmite un concepto bello. Vivimos en una misma aldehuela: lo compartimos todo. Se traduce como el crecimiento de los ingresos correspondientes al 40 % más pobre de la población de un país dado. Dostoievski les llamaría “humillados y ofendidos”. Gogol, “almas muertas”. En el período 2012-17, la prosperidad compartida se incrementó en 74 naciones. A consecuencia de la pandemia que a todos aqueja, la prosperidad compartida mundial se contraerá en el período 2020-21. Es triste. Desolador. Mas esas son las previsiones.

“Hoy, como promedio, 500 mil seres enferman cada 24 horas y 8000 fallecen”. Ilustración: Falco
 

La amoralidad de la riqueza

Tengo ante mis ojos un informe. Las fuentes son en extremo confiables: el Institute for Policy Studies (IPS) y el Americans for Tax Fairness (ATF). Más que escalofriante, lo que ahí se consigna es amoral: el análisis anual —abarcó desde el 18 de marzo de 2020 hasta el 18 de marzo del 2021— de las fortunas de los 657 norteamericanos que hoy día poseen patrimonio superior a los 1000 millones de dólares, reportó un incremento de 1,3 billones: ¡ascenso del 44,6 %! Las ganancias de las 15 mayores fortunas de EUA fueron aún más escalofriantes —y amorales—: 563 000 millones: ¡ascenso del 82 %! Dicho lo anterior acótese lo siguiente: el precio promedio —por unidad— de las vacunas más empleadas hasta hoy en el planeta se ubica en los 15 dólares. La población total del planeta, en 7700 millones. Vaticinemos deba aplicarse dos dosis a cada habitante. Calculemos el costo de la inmunización global: 230 mil millones de dólares. Redondeados.

Desde la comparación entre el incremento de riqueza de un grupo de seres y las cifras anteriores surge el muy feo rostro de la amoralidad. De lo insano. Se lee eso y no se está orgulloso de ser Homo sapiens. Baja uno la cabeza, cierra los ojos y suspira. Ahí está el dios de Tesla, Elon Musk: es hoy 559 % más rico. O el fundador de Amazon, Jeff Bezos, que exhibe sus nuevos 65 000 millones: ¡incremento del 58 %! O Mark Zuckerberg, el joven monarca de Facebook, con ganancias superiores a los 47 000 millones: ¡incremento del 86 %! Solo las ganancias anuales de dos de estos seres alcanzarían a sufragar una dosis de vacunación a todos los seres que hoy viven en la Tierra. Eso avergüenza. Setenta seres adscriptos a las corporaciones más poderosas en el área de las TIC han visto engordar fortunas en un rango que se ubica entre el 300 % y el 100 %.; en la esfera de las finanzas las fortunas han escalado un 37 %. EUA exhibe hoy día 121 milmillonarios tecnológicos y 166 milmillonarios del sector de las finanzas. Más de un año de pandemia y 43 nuevos seres se sumaron al selecto club de quienes exceden los 1000 millones de dólares. El mundo muere por racimos afantasmados: ellos se enriquecen.

La revista Forbes lo anuncia. Sin pudor. Es fuente confiable: se especializa en tales estadísticas. Entre los 657 milmillonarios, medio centenar están adscriptos al sector de la salud: se trata de consorcios como Pfizer/BioNTech y Moderna. Están de fiesta. Jolgorio ganancias netas mediante. Sus directivos —e inversores— nadan hoy en el mar de la abundancia: son los nuevos multimillonarios. Los fabricantes de los pequeños receptáculos de vidrio, por ejemplo, esos, los requeridos para envasar vacunas, han saltado también a las páginas de Forbes. Los fabricantes de anticuerpos —como AbCellera o Eli Lilly— lo mismo. No olvidar a los fabricantes de los muy necesarios oxímetros de pulso o los hoy muy demandados ventiladores pulmonares: muchos han devenido multimillonarios. Dos mil multimillonarios respiran junto a decenas de millones de pobres en este pobrecito planeta. Unos vuelan en jets privados y visitan spas. Otros no tienen más que sus miradas de agobio y lo negro profundo de sus bolsillos. La mayoría de estos modernos Midas ha visto engordar ganancias durante los pasados 15 meses: han trocado enfermedad y muerte en ganancias.

Bulle un virus y… ¡bullen las criptomonedas!

En los albores de la pandemia —esta, la de COVID-19, no el resto de las que acá se denuncian, esas para las que no se anuncian vacunas—, las acciones en las diferentes bolsas, el precio —tradicionalmente refugio ante crisis— del oro, y hasta el entonces elusivo bitcoin, reportaron caídas. En algunos casos se trató de caídas dramáticas. Muy pronto, sin embargo, y ante el asombro de todos, el bitcoin retornó a la cima de su valor. En el primer trimestre del 2021 el asombro ha crecido a niveles insospechados a partir del endemoniado auge del bitcoin. La vida, que en mucho se ha digitalizado y aislado, amenaza ahora con bitcoinarse. Las criptomonedas claman por su hegemonía. La exigen. Las tecnologías blockchain o fintech exigen su cuota no solo en los mercados, sino también en las cotidianas vidas diarias. Vidas cotidianas de millones de seres en Occidente. En el Asia altamente desarrollada. Seres que portan laptop o teléfonos inteligentes de alta gama. No pensemos en seres del África subsahariana. No. O en seres de América Latina. Tampoco. Millones de ellos solo portan su hambre y su bolsillo. PayPal, el mayor sistema digital de pagos del planeta, que se ufana de sus 340 millones de usuarios, acaba de unirse al mercado de criptomonedas. Se augura que eso aupará aún más a estas últimas. El patrón oro, como refugio ante crisis, pierde vigencia y eficacia. Se hace obsoleto. Lo ganan las hoy flamantes criptomonedas. Antes se les miraba con suspicacia. Con recelo. Algunos las prohibían. Se les señalaba inseguridad. Volatilidad. ¿Se mantendrá ese escenario? A juzgar por lo que hasta hoy sucede… no parece. Algunos no dejan de alertar acerca de la posibilidad de estallido de lo que insisten en identificar como una clásica burbuja, esas que nos han acostumbrado a las clásicas implosiones. Recuérdese la última: la llamada crisis subprime del 2008, desde la burbuja de lo inmobiliario. Cada vez mayor cantidad de seres confían, sin embargo, en las criptomonedas. Ahí está otro de los pilares para auparlas: Ethereum 2.0.     

 “En el primer trimestre del 2021 el asombro ha crecido a niveles insospechados a partir del endemoniado auge del bitcoin (…) Las criptomonedas claman por su hegemonía”. Foto: Internet
 

América Latina: su población… sus víctimas

Al cierre del 22 de marzo de 2021 se han registrado en el mundo alrededor de 123,7 millones de casos de SARS-CoV-2. Más de 20 millones de casos y 635 000 fallecimientos hacen de América Latina la segunda región más golpeada del planeta. Es desolador: una región en la que vive el 8 % de la población mundial reporta el 28 % de los fallecimientos. Las megápolis de la región alimentan —a flujo continuo— las necrópolis. Brasil, tristemente, es el más escalofriante de los ejemplos.

La infausta y amoral guerra de vacunas

En la guerra por el dominio de mercados no se lucha hoy día solo en nombre del oro, el petróleo, el gas natural, los diamantes, el uranio, el coltán. No. No basta. Ahora se lucha por vacunas. Se lucra con ellas y desde ellas. Hasta el 4 de marzo en el mundo se habían administrado 284 millones de dosis. 166 millones de individuos de 81 países habían recibido al menos una; 60 millones de seres de nacionalidades diversas completaron el ciclo de inmunización: menos del 1 % de los habitantes del planeta. El 75 % de ellos se concentra en tan solo 10 naciones. Más de 120 naciones, ¡2700 millones de seres!, no han visto una sola vacuna. La fuente es segura y confiable: la Organización Mundial de la Salud. Quince vacunas cuentan hoy en el planeta con registros sanitarios o autorización de uso de emergencia, según esa Organización. Las más conocidas y comercializadas hasta hoy han sido fabricadas por Pfizer-BioNtech, Moderna, AstraZeneca-Oxford, Gamaleya, Sinovac, CanSinoBio, Johnson & Johnson, Novavax, entre otras. Infausto y amoral que en ese contexto unos comenzaran a denigrar a más y mejor las vacunas de otros. Y otros a hacerlo con las de unos. Todos a una. El objetivo: vender más. Competencia desleal con… ¡vacunas! Las ganancias son el único credo: Moderna se cree reportará ingresos superiores a los 24 000 millones de dólares; Pfizer/BioNtech, 23 680 millones de dólares; AstraZeneca-Oxford, 19 740 millones; Johnson & Johnson, 12 700.

El lodo con el que se pretende sepultar la vacuna competidora llega desde la mass media patinado de ciencia: el % de eficacia, las condiciones de almacenamiento, la cantidad necesaria de dosis en función de la inmunidad, el alcance y gravedad de los posibles efectos adversos y hasta el precio por unidad. Por si ello fuera poco las naciones más ricas se resisten a otorgar exención de derechos a las patentes de vacunas: lo mío es mío y solo mío, aducen. El absurdo es kafkiano. Amoral. Inhumano: de los 13 900 millones de dólares destinados a las investigaciones de la vacuna las empresas farmacéuticas únicamente aportaron… ¡el 25 %! La plusvalía anunciada por Marx, aquella vieja y vetusta fórmula que aludía a dinero/mercancía/dinero incrementado no puede olvidarse. Es el mismísimo núcleo duro del inmoral sistema que impera —y depaupera— hoy en el mundo.

“En la guerra por el dominio de mercados no se lucha hoy día solo en nombre del oro, el petróleo, el gas natural, los diamantes, el uranio, el coltán. No basta. Ahora se lucha por vacunas”. Ilustración: Ángel Boligán Corbo
 

Una pandemia llamada desempleo

Según datos recientes de la Organización Internacional del Trabajo, desde el comienzo de la pandemia se han perdido, a nivel global, 305 millones de empleos, cifra cuatro veces superior a la reportada durante la crisis financiera del 2008. Aquella, la llamada subprime. La Cepal calcula que 2,7 millones de empresas se han derrumbado. La ONU ha advertido de la posibilidad de hambrunas: los seres en situación de hambruna crítica aumentaron a 270 millones a finales del 2020. Incremento del 82 % con respecto al año anterior. La FAO sostiene que los seres en condiciones de subalimentación han reportado un incremento entre 83 millones y 132 millones en el 2020: 690 millones de personas padecen hoy mismo hambre en el mundo, ¡el 9 % de la población mundial! Si bien África resulta el área que reporta los más graves indicadores de inseguridad alimentaria, es América Latina y el Caribe donde la hambruna cunde y retumba a mayor celeridad: desde el 22,9 % reportado en el 2014 escaló al 31,7 % en el 2019. Y continuó creciendo. El dinero incrementado de un grupo supone el hambre incrementada de millones. De acuerdo con la FAO el costo de una dieta saludable/día es superior a los 1.90 USD: ese es precisamente el umbral internacional de pobreza. Tan solo en el hemisferio sur del planeta el 57 % de la población no puede pagar esos alimentos. Horror. ¿Qué dice de eso Forbes? La riqueza combinada de los multimillonarios del mundo, esos 1.5 billones del último año, podría sacar a toda la población del planeta que hoy vive en la extrema pobreza: ¡los haría capaces de pagar alimentos valuados en 6.00 USD/día por todo un año! La pérdida de labores y salarios que incide sobre millones de emigrados ha provocado el marcado declive en el flujo de remesas. Precisamente ellas, las remesas, suponen el aliento y el sustento de uno de cada nueve seres de la Tierra. En cifras redondas: 800 millones de seres. La fuente también es confiable. Lo acaba de reportar el mismísimo Banco Mundial: las remesas que se envían desde el primer mundo hacia países de ingresos bajos y medios reportarán un descenso del 14 % en el 2021.

Pandemias: Epílogo

A todo ello se suman millones para los que encierros y cuarentenas han provocado distorsión —menor o mayor— de su salud psíquica, sin obviar millones de familias, matrimonios y amores cuya felicidad se ha trocado en el summum de todos los antónimos. No se han detenido guerras. No han desaparecido tiranías. O el comercio de armas. O la carrera armamentista. Tampoco los odios raciales y/o étnicos, los ataques a minorías —cualquiera que ellas sean—. Ahí están el terrorismo, los feminicidios, la exacerbación de populismos y populistas —se augura que unos y otros pueden incrementarse—, la crisis del turismo, de la aviación. ¿Negocios crecientes?: la biotecnología, el streaming, las redes sociales.

Hacen ola las noticias sensacionalistas o catastrofistas: hemos leído de plagas de langostas que llegadas desde África avanzan indetenibles por América del Sur; de meteoritos de terribles diámetros que se acercan —amenazantes— a la Tierra; de virus desconocidos que emergen o pueden emerger mañana mismo acullá; de que puede —¡inexplicablemente!— acabarse la arena sílice y con ello no habrá manera de fabricar recipientes para vacunas. No puede obviarse el auge —insospechado— de los millones de seres que en el mundo se declaran hoy mismo enemigos acérrimos de las vacunas, o enemigos acérrimos de las necesarias cuarentenas, o de las no menos necesarias mascarillas. En Miami un amigo, ¡por usar mascarilla!, fue vilipendiado como comunista. No faltan strippers que proponen visitas a domicilio, o la soberana insensatez de asistir a las llamadas COVID party, o a multitudinarios conciertos: centenares o miles de seres sin mascarillas danzan, saltan, se besan y aúllan uno junto al otro en franco y mortal olvido de que en el aire, asesino y falaz, flota un virus mortal. Y la escasez de oxígeno en las Unidades de Cuidados Intensivos, y los muertos sin recoger arremolinados por las calles, y las tonterías o indiferencia de no pocos líderes.

La corrupción que antes asomaba en casi todas las facetas de vidas, gobiernos, finanzas y negocios asoma ahora también su nueva máscara: leemos acerca de las eufemísticamente llamadas vacunaciones vip. Leemos que ya no solo se roban bancos o museos. No. Ahora también se roban vacunas. Un mundo que lo falsifica casi todo en aras de vender y lucrar, falsifica ahora vacunas: se han detectado ya los primeros lotes fakes. Un mundo agresivo en el que seres suelen tomar armas para dañar a otros ha comenzado a emplear el virus para dañar: ha devenido moda toser sobre aquellos a los que se desea agredir o causar mal. Y están las guerras. No se han detenido las guerras. No. Ahí está la guerra en Siria: millones de desplazados, fallecidos, heridos, mutilados. Y la guerra en Yemen. Y los tiroteos que causan matanzas en EUA: las ventas de armas en ese país han alcanzado cifras récord. ¿M16 o AR-15 contra un virus? Y los acuchillamientos, en cualquier sitio. El planeta no ha dejado de ser el sitio absurdo, inestable e impredecible que antes era. Un sitio que sin embargo es bello y maravilloso. Un sitio que tenemos la responsabilidad —moral— ineludible de hacer menos absurdo, menos inestable y menos impredecible. El mundo, ¿quién lo duda?, tiene una enorme capacidad de resiliencia. Y ello es sin dudas admirable. Pero el mundo tiene también, lamentablemente, una enorme capacidad para la inmutabilidad. Para la inmovilidad. Para la sordera. Para la ceguera. Para la amoralidad. Para la inercia. Para la molicie. Más de un año de pandemia no ha hecho cambiar las muchas pandemias que la humanidad sufre.

Más de un año de pandemia y el mundo, urge decirlo, no ha mutado. Por el contrario. Mismo mundo. Mismas causalidades. Mismos efectos. Mismo capitalismo. O peor. Sí, admitámoslo, aunque duela: peor. Los virus, que tienen la capacidad de mutar, no la tienen, sin embargo, para hacer mutar condiciones, causales o sistemas. No hacen mutar la avaricia. La amoralidad. Hacen, eso sí, mutar la salud en enfermedad; la vida en muerte; la prosperidad en pobreza. Sí, el mundo iba mal antes de aquel 30 de diciembre de 2019, fecha aciaga en la que el Comité de Salud de la ciudad china de Wuhan emitiera la primera alerta. Iba muy mal. Hoy, sin embargo, se nos presenta peor. Uffff, peorísimo.

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