La Pupila Negra: Teatro y terruño en Eugenio Hernández Espinosa

Alberto Curbelo
23/12/2016

Desde la abolición de la esclavitud y advenimiento de la República, el negro fue discriminado al intentar acceder a puestos de trabajo más ventajosos. Esa fue una de las causas —no la única— de la formación del Partido de los Independientes de Color y de la guerra racista de 1912. Aún esta situación persiste entre nosotros. No importa su nivel profesional e intelectual, se le discrimina. Esa es la historia de Tíbor Galarraga, un profesional que domina varios idiomas, que mandaron a estudiar a Hungría una carrera que no podría utilizar en Cuba y que, al regresar, no solo se le niega un puesto de trabajo en el turismo, sino que además tiene que retornar al Solar de la Piña Podría, al mismo cuchitril donde vivía con su abuela antes de la Revolución. Este solar es mi Macondo, de él han surgido muchos dramas y tragedias.

Foto: Cortesía Alina Morante

Las historias similares a las de Tíbor hay que erradicarlas, pero no solo por decreto. Pienso, por ejemplo, que los medios masivos de comunicación son los encargados de dosificar o dar una visión más acabada de lo que es la cubanía, pues están dirigidos a una población multirracial. En el evento Cuba, espacios para la actuación [1], la actriz Elvira Cervera, fundadora de la televisión cubana, respetada como una gran actriz de la televisión y la radio en el capitalismo, se quejaba de que ahora los actores negros eran contratados casi exclusivamente en obras sobre la esclavitud y “en roles ocasiones sin mayor peso dramatúrgico como sirvientes, vecinos o personajes esporádicos. La única pareja negra que interpretan es la pintoresca. Jamás una pareja de jóvenes actores negros protagoniza una telenovela. La familia negra cubana aparece en nuestra escena como seres paupérrimos o marginales, o su presencia es tan fugaz que no deja huella” [2]. 

Un asunto que refuerza los problemas de la identidad del negro ─señalaba Esteban Morales─ es que tiende a no tener historia reconocida. No se ha logrado superar una versión de nuestra historia escrita, en la cual el negro y el mestizo apenas aparecen, sobre todo el primero. Con muy pocas excepciones, de trabajos independientes, carecemos casi por completo de una historia social de negros y mestizos en Cuba, comparable, sobre todo, con la que existe de la población blanca. Tal situación afecta a toda la sociedad cubana, que no logra una visión integral, real, de su proceso histórico y, por tanto, no pocas veces vegeta dentro de una imagen distorsionada del verdadero papel que le ha correspondido a cada grupo racial dentro de la formación de la cultura y la nación [3]. 

Es cierto que aquí no hay desigualdad, todos somos iguales ante la ley. Pero la conciencia es otra, porque el horizonte consagrado para el adelanto técnico, el progreso material y el desarrollo cultural, suponen todavía, en la conciencia de muchos ciudadanos, que el “ascensor” biológico, económico y cultural está en consonancia con las jerarquías reconocidas e instituidas desde la colonia, por lo que aceptan y reproducen la existencia del blanqueamiento biológico y cultural como condición indispensable para la movilidad social, como esclareciera Lázara Menéndez [4].

La democracia racial que tanto cacarearon con el advenimiento de la República es un cuento. No está en la mente de la gente. Es un mito. Puro mito. Invención de los racistas. Ejemplo de ello es que al único general que sobrevive las tres guerras mambisas, Quintín Banderas, la República solo le ofrece un puesto de barrendero. A él, que en 1868 se sumó a las fuerzas del Mayor General Donato Mármol, en Palma Soriano, y que concluyó la guerra con el grado de General de División. Quintín Banderas se vio obligado a trabajar de basurero, de albañil y agricultor para mantener a su familia; mientras otros, sin sus méritos militares e históricos, se erigían estatuas en vida como símbolos de la República para el bien de todos. Es más, la familia de Quintín Banderas tuvo que esperar un montón de años, hasta 1942, para que se pusiera la estatua del general negro en el Parque Trillo, en Cayo Hueso. Discriminación que no solo se ensañó con los negros, sino con prominentes figuras de nuestra historia y cultura que no representaron, en su tiempo, los intereses de la burguesía racista. Hasta el mismísimo Pavón lo reconoció:

Estrada Palma, anexionista, que traicionó a Martí y a la Revolución, disolviendo el Partido Revolucionario Cubano y llamando a las tropas a la segunda intervención, tuvo un monumento antes que Maceo y Máximo Gómez y un lujoso mausoleo antes de que se construyera el de Martí. La figura de Zenea, el poeta cuya indigna actitud fue señalada por Céspedes, se erigió en mármol en 1919. Aún con Heredia que, aunque no exento de errores, fue un legítimo fundador de nuestras letras patrióticas, no se ha hecho. José Miguel Gómez, el peculiar personaje que sirvió a los intereses norteamericanos, desatando en 1912 una represión antinegra, solo comparable a la realizada por O’Donnell en 1844, tuvo un ostentoso monumento mucho antes que Calixto García, que se plantó con hidalguía ante los interventores yanquis y cuya estatua no se erigió hasta 1959. En 1925 se levantó la de Teodoro Roosevelt, antes que las de Gómez y Maceo. A Carlos Manuel de Céspedes no se le recordó en una estatua hasta 1955. Mucho antes la tuvo Zayas. Machado y Batista se construyeron sus propios monumentos y no lo tuvieron Bartolomé Masó ni el Marqués de Santa Lucía [5].

Por lo que pienso que el problema racial es extremadamente delicado. Tiene causas históricas y culturales que no podemos desconocer ni borrar por decreto. No lo podemos resolver de un plumazo, ni siquiera a corto plazo. Tenemos que profundizar en nuestra propia historia, y no solo ver en la Historia las contiendas militares y sus héroes. Ellos también fueron seres humanos, no mármoles impolutos. Tenemos que enfocar las contradicciones que arrastra todo ser humano, sus negaciones. Las convicciones enraizadas en la gente, en la gente que una vez, hace poco más de un siglo, vivió según los patrones de un régimen esclavista, no se borran emitiendo una prescripción. La historia no la comenzamos de cero en 1959. No se pueden dar de baja siglos de explotación y esclavitud, del mismo modo que se licencia un soldado herido en la contienda. Los prejuicios raciales no están en la legislación, sino en la mente de la gente.

Para que se tenga una idea de hasta dónde calan los prejuicios raciales en nuestra sociedad, Nisia Agüero nos deja un testimonio de primera mano:

Un hijo mío, siendo todavía niño, recibió el impacto de estos prejuicios y nunca lo olvidó. Resulta que él escuchó cuando un ministro decía que no permitieran salir más a su sobrina con él porque aunque su padre era blanco, la madre era negra y podía atrasarla. Eso ocurrió por los años 1977 o 1978. Ya la Revolución tenía casi veinte años y aun ese compañero, siendo incluso ministro, es decir, con cierto nivel, todavía pensaba de esa forma. No es exagerado concluir que un señor de estos, que se consideran “blancos” descarte la programación de una negro o un negro en la televisión tratando de ampararse en la más burda justificación [6].

Ciertamente, “no hay ni una cultura negra, ni cultura blanca, ni cultura amarilla”, como expuso Sekú Turé en el primer Festival Panafricano de Cultura [7]; pero hay que asumir, por sus palabras y por la historia que hemos vivido, que los colores existen: negro, blanco, rojo, amarillo… Si vamos a asumir que raza es una sola, ¡bienvenido sea! Nadie mejor que los negros para regocijarnos de ello. Sin embargo, no podemos olvidar que el color existe. No somos una nación unicolor: hay algunos que tienen el color divino, algunos que parecen blancos, chinos, jabaos, mulatos, negros… No podemos pretender que solamente se nos aviste a través de la pupila blanca. No podemos cometer semejante estupidez. Hay que enfrentar el problema. Coger al toro por los cuernos. Encarar, sin una dilación más, el problema racial. Desterrar su virus.

Ya lo afirmaba el propio Fidel a principios de la Revolución:

Nosotros, que somos un pueblo en el que figuran hombres de todos los colores y de ningún color; nosotros, que somos un pueblo constituido por distintos componentes raciales, ¿cómo vamos a cometer la estupidez y el absurdo de dar albergue al virus de la discriminación? Aquí, en esta multitud, veo blancos y veo negros, porque el pueblo es eso: el pueblo está integrado por blancos y por negros y por amarillos. Y eso debe ser Cuba. Eso es lo que debe predominar entre nosotros. Si hay que defender la Revolución y empuñar un fusil, que lo hagan blancos, negros y mulatos; si hay que defender la patria, que empeñemos las armas blancos, y negros, y mulatos, y trigueños, y rubios. ¿O es que aquí hay alguien tan insensato que a la hora de pelear, le diga al hombre que está al lado con el fusil, para defenderle la vida, ¡quítate del lado mío, porque eres negro!? [8].  

El testimonio La Pupila Negra: Teatro y terruño en Eugenio Hernández Espinosa, de Alberto Curbelo, obtuvo el Premio Razón de Ser 2005 y Mención en el Premio UNEAC 2011.

Notas:

1. Convocado por la UNEAC en la capital cubana del 25 al 29 de abril de 1995.
2. Elvira Cervera: El arte para mí fue un reto. Ediciones UNIÓN, La Habana, 2004, pp.142-144.
3. Esteban Morales: “Desafíos de la problemática racial en Cuba”. Revista Temas, número 56, octubre-diciembre de 2008, p. 97.
4. Lázara Menéndez: “Por los peoples del barrio”. La Gaceta de Cuba, No. 1, enero-febrero, 2005.
5. Luis Pavón: «Contra la falsificación de nuestra historia y la adulteración del pensamiento martiano». En: Estudios sobre Martí, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, pp. 23-24.
6. Heriberto Feraudy Espino: Sencillamente Nisia, Ediciones Extramuros, La Habana, 2009, p. 32.
7. Ahmed Sekú Turé: “Mensaje a los intelectuales y artistas africanos”. Revista Casa de las Américas, La Habana, Enero-Febrero, 1970, p. 13.
8. Fidel Castro: Discurso en la concentración de apoyo a la Reforma Agraria, Güines, 29 de marzo de 1959.